Carmela O. Torralbo
Lejos de entrar a debatir en sus términos absolutamente nada, o de defender ninguna labor de reforma del establishment cultural andaluz, no perdamos ocasión para pensar cómo seguimos (porque no es nuevo) subvirtiendo una doctrina que no se instituye en régimen de verdad ni entre su fandom. Las formas queer de ver, sentir, reír y celebrar la vida se cuelan por cualquier grieta.
Un torso fibroso y desnudo, un rostro bien parecido, una cara en éxtasis, unos ojos vueltos que se cierran de dolor (o de placer), una boca entreabierta, un cuerpo al borde de desfallecer. Pudiera ser el cartel de Nynphomaniac de von Trier, pero describo formal y sensiblemente una imagen de la santidad barroca. Una encarnación del mesías a punto de ser crucificado. Una transverberación teresiana. Una religiosidad que apela a los sentidos a punto de desbordarse.
Asistimos a un último, evitable y aburrido revuelo porque Salustiano García ha hecho un cartel de Semana Santa donde la innovación es ninguna. Siempre son curiosos los motivos por los cuales les artistas disfrutan de momentos de gloria. Declaraciones gordófobas aparte, se tiene que cubrir las espaldas. Quien sexualice el cartel es que está proyectando suciedades propias. En el ecosistema católico,las dobleces, el trampantojo y decir una cosa pero que parezca que digo otra es el pan nuestro de cada día. Guardar las formas, darte golpes de pecho y hacer lo que te dé la gana bajo cuerda. Judaizar, divorciar, abortar, desbarrar o vivir fuera de la heterosexualidad. Las contradicciones en el catolicismo en nuestras tierras son una constante. O en el catolicismo en general.
Que la vivencia de la religiosidad pública y social en Andalucía está lo más lejos posible de la ortodoxia vaticana es una sorpresa para nadie. No en vano, las cofradías son una especie de extraño contrapoder al interno de la gran familia católica. Poco o nada tiene que ver lo que ocurre en muchas de las comunidades “religiosas” con la doctrina apostólica romana. Sería difícil explicar si no, por qué un fenómeno como el de la Semana Santa en Andalucía persiste socialmente a pesar del escaso fervor para el cumplimiento de los dogmas.
Aquí, se es devota de la virgen tal, pero no de la otra. Pueden darse casos de politeísmo popular tan apoteósicos que llegues a escuchar al gentío gritando los “¡guapas!’” un Martes Santo a la Virgen del Rocío de Málaga mientras la comparan con la almonteña, “que es una cateta”. Literal. En moderno, le decimos ruralofobia. La dinámica centro-periferia de siempre. Por el contrario, en Almonte ir la ermita es “ir a ver a la guapa”. Porque no se han puesto aún, pero cualquier día tenemos una mejor vestidas de vírgenes.
Santa Sexualidad
No nos engañemos. La poética barroca católica del sur de Europa poco tiene que ver con el recato y la austeridad que se deduce de la moral católica. En las formas de experimentarla y en el imaginario que la alimenta. No hace falta andar mucho para encontrar magdalenas sexualizadas. No en vano, su larga melena (a menudo pelirroja) y su oficio anterior por todes conocido, vinculan inexorablemente al personaje con lo carnal, lo erótico, lo mundano, lo cotidiano. Que ponerle imagen explícita a esto le costó a Scorsese más de un boicot en los ochenta, también. De eso va la cosa.
Que a las mismísimas vírgenes (por esta cualidad ontológica de lo múltiple que tiene ella) le gritamos piropos callejeros cuando pasan engalanadas en sus tronos, es ya un meme incluso. El barrio entero pa ella(s). Que si ves un eco orgásmico en la Santa Teresa de Bernini no eres una depravada, no. De hecho, es casi vox populi. Que literalmente Jesús es un joven guapetón en calzones es una obviedad. Y que San Sebastián es un icono gay, también. No hablamos de nada nuevo cuando se trata de la sexualización del corpus christi. Ni de los cuerpos de les santos. Nadie más fan del salseo, pero el escándalo por el escándalo es de meapilas.
Siempre me pareció que Cristo abrazando a San Bernardo tenía un je ne se quoi. Es magnética. Tiempo después de que los claroscuros de Ribalta me encandilaran, la intimidad generada entre Jesús y el santo empezó a hacerme sentir voyeur. El marco de interpretación de las imágenes se ensancha, se pervierte y se violenta, por suerte, al mismo tiempo que nuestros imaginarios. Nunca es tan interesante lo que une artista produce como toda la estética de la recepción que esa obra es capaz de convocar.
Hace unos años, un profe y unos compis de la facultad indagaron una interesante vía de lectura de la imaginería en clave homoerótica, que ponía el foco en la obsesión del “culto al cuerpo” y la visibilización y aceptación de la homosexualidad masculina en la sociedad española actual.
Siempre me parece problemático que en una sociedad que tiene una filia por el maltrato continuado sobre la carne, materializando el paradigma de las sociedades de control mediante la primacía absoluta de la representación canónica, se le atribuya una tiranía del cuerpo o un culto al mismo. Venerar una imagen concreta y hegemónica poco tendrá que ver con la adoración de los cuerpos, de la cual soy fan. A no ser que tendamos un paralelismo atrevido entre la veneración o culto de las imágenes sacras, cosa bien católica y bien del sur.
A este ensayo, que ojalá fuera tan viral como para volarle la peluca a alguno, lo llamaron Entre la posmodernidad y el homoerotismo: la imaginería procesional del siglo xxi y el neobarroco gay. Estaba producido desde un lugar serio, crítico y estudioso. No haría falta decir que estos compañeros son, o bien cofrades, o bien personas respetadas en el mundillo, pero le da calidad a la historia.
Blasfemia o barbarie
¿Qué es lo que molesta de este New Yisus on tha blocks? ¿Su desnudez? Sería demencial. ¿Su supuesto amaneramiento? Nunca subestimes la LGTBIfobia del personal, pero tampoco es que lo haya envuelto en una boa de plumas y maquillaje glitter. Que por cierto, por esto sí te cae una denuncia por ofensa contra los sentimientos religiosos, art.525 del Código Penal, como a DragSethlas. Para ser honestas, tampoco es que Cristo haya sido nunca un héroe del cine Reagan. De hecho, ¿puede haber un famoso en la historia menos onvre que Cristo?Por cierto, de la androginia absoluta que apuntaba mi amiga Rocío en los cuerpos de magdalenas barrocas ya hablaremos en otra ocasión.
Igual es que la dinámica de redes es un pozo de mierda que da para cualquier cosa. Igual es que la LGTBIfobia vive un momento de gloria. Igual es que el fascismo capilariza nuestros inseguros y violentos vecinos defensores de la patria y de Cristo Rey. Igual es que hay unos señores de Valladolid que han puesto de moda lo de ofenderse cada vez que se recorre el hecho religioso-cultural por fuera de los evangelios. Así estaban, de Chuminos Rebeldes hasta las orejas. Igual.
No obstante, el conglomerado religión-cultura-sátira-espectáculo-blasfemia se les escapa entre los dedos. Es inconmensurable. La blasfemia es consustancial a lo religioso. Está llena de goce y algarabía compartida con otres. Lejos de entrar a debatir en sus términos absolutamente nada o de defender ninguna labor de reforma del establishment cultural andaluz, no perdamos ocasión para pensar cómo seguimos (porque no es nuevo) subvirtiendo una doctrina que se instituye como régimen de verdad ni entre su fandom.
A quién no le va a gustar Pancha Tequila vestida de la virgen lip syncing por Gloria Trevi en una fiesta transfeminista. A quien no le va a gustar portear un Coño Insumiso por las calles malagueñas y mientras las compañeras le gritan vivas. A quién no le va a gustar un devenir queer del mismísimo Jesucristo. El imaginario religioso-cultural no está escriturado. Sus imágenes no se inscriben en los regímenes de propiedad. No es que sean del pueblo, que eso traería otros problemas que siguen en el mismo paradigma. Es que no pertenecen. Son una estética y una poética (in)apropiables por cualquiera, con mejor o peor gusto, con más conocimiento o con menos. Pervertibles por todes. Son patrimonio de nadie. Y así deben seguir.
0 comentarios