Mujer de negro bajo epitafio sin nombre
Mujer de negro bajo epitafio sin nombre

Ruth de Frutos

25 enero 2024

Olga Magaña homenajea a la superviviente del crimen de Níjar en la obra Francisca.

Nadie sabe dónde está enterrada Francisca Cañadas Morales, conocida como Paca la Coja. Muerta en 1987, ya en democracia, su vida se tiñó de negro para siempre la madrugada del 22 al 23 de julio de 1928. Según un romance popular almeriense, la hermana mayor de Francisca y su marido José Pérez Pino asesinaron al amor de su vida, su primo Francisco Montes Cañada, e intentaron hacer lo mismo con ella, por la deshonra de enamorarse de un familiar y huir del matrimonio pactado que la uniría con el hermano de su cuñado, Casimiro Pérez Pino. 

“Se casaban de madrugada porque allí no se podía perder ni un jornal de trabajo. Trabajaban la tierra y se casaban por la noche. A las tres y media de la mañana estaba el cura citao y pasó lo que pasó”, relata Olga Magaña, la creadora de la obra Francisca. Antes de la artista, también Carmen de Burgos (Puñal de Claveles, 1931) y Federico García Lorca (Bodas de Sangre, 1933) se habían inspirado en el conocido como Crímen de Níjar.

“Participé en una residencia en el pueblo, por lo que pude entrevistar a muchas de las personas que conocieron a Francisca”, explica Magaña después de la actuación el pasado 3 de diciembre, aún sobre las tablas de La Cochera Cabaret, el oasis de artes escénicas que resiste en el este de Málaga.Su paso por La Jacaranda, un retiro artístico de dos semanas en el municipio almeriense le permitió estudiar, junto con el fotógrafo Sergio Lardiez, el escarnio público que sufrió Paca, como le gusta llamar a la protagonista de su pieza en proceso de construcción.

La obra comienza con un relato escrito en letras blancas sobre fondo negro. A través de frases cortas y secas, como los sonidos de las balas que les dispararon cuando Francisca huyó del matrimonio de conveniencia que su familia había pactado para comenzar una vida de cero con el amor de su vida, su primo Francisco, o Curro, diez años mayor que ella. Tres tiros acabaron con la vida de su Curro. Paca sobrevivió no solo a los proyectiles, sino a las manos de su propia hermana, quien pensó que ya estaba muerta cuando la estranguló tras el tiroteo.

Pasó toda la noche junto al cuerpo inerte de su primo y, tras la tragedia que teñiría toda su vida de luto, decidió volver al único lugar que conocía, su casa familiar. Ese Cortijo del Fraile en el que su padre le habría propinado tal paliza a los tres años, que le provocaría una cojera hasta el fin de sus días, aunque esa parte de la historia no fuera contada en Bodas de Sangre. 

Según explica El Mundo, “su padre Francisco Cañada le había dejado en herencia cuanto tenía: 3.500 pesetas, un cortijo y tierras de labor en El Hualix, a unos cinco kilómetros de Níjar. Era la única forma de mostrar a su hija atractiva a los ojos de un futuro pretendiente”.

Paca no tenía una red de contención fuera de la familiar en ese levante almeriense, pobre y espartano. “En el juicio, Francisca dijo que fue su cuñado quien había matado a Curro. De ocho años que le iban a caer, fueron solo tres. Y a su hermana no la delató en ningún momento porque no quería que sus sobrinos se quedaran huérfanos”, recordaba Olga Magaña, notablemente impactada.

La historia del Crimen de Níjar ya era muy conocida, gracias al periodismo y luego a la literatura. Incluso había marcado un hito en la prensa provincial: fue la primera vez que un periódico desplazó a un redactor, Jesús Salazar, para que cubriera los hechos durante varios días, según describen Antonio Torres Flores y Ángel M. Roldán Molina en el libro ¡Llévame conmigo, ahora o nunca!”: La historia jamás contada contra del crimen de Bodas de Sangre, que Magaña leyó durante su residencia de investigación en el pueblo.

Esta “hipérbole mediática”, como la denominan los autores, puede que fuera una de las razones por las cuales dos de las principales firmas de la época comenzaron sus propias interpretaciones de los hechos.

Federico García Lorca y Carmen de Burgos leyeron la historia de la fuga de Paca y Curro en los periódicos de la época. Ambos se sorprendieron ante la brutalidad del mandato familiar, vestido de patriarcado y de tragedia romántica, por lo que decidieron dedicarle sendas obras.

La periodista almeriense Carmen de Burgos, conocida como Colombine, escribió Puñal de Clavelesen 1931. Dos años después, Federico García Lorca estrenó Bodas de Sangre en el teatro Beatriz de Madrid. Era 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer desde 1975. 

Colombine, fue más allá que el granadino y cambió varias características de los protagonistas y también el final, cerrando el ciclo de las narrativas Disney, incluso, antes de que las primeras películas estadounidenses llegaran a este lado del océano. De Burgos buscaba un final a la altura de la protagonista, un final feliz, en el que los amantes pudieran escaparse y vivir en libertad.

Olga Magaña revisita esta historia desde el compromiso por la verdad, la justicia y la reparación. Fue por eso que, al finalizar su residencia, interpretó por primera vez su Francisca particular en el Portillo o la Casa de la Cultura de Níjar, donde aún hay vecinas que prefieren no hablar de su protagonista. Una de las cosas que más sorprendió a Magaña fue precisamente el silencio pesado y viscoso de un pueblo conocido por el turismo, pero que aún posee una idiosincrasia que rezuma pasado en el corazón del Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar.

La devolución de su proceso artístico también se produjo al organizar un taller para personas mayores en el municipio almeriense junto con su compañero de beca Sergio Lardiez, en el que participaron vecinos y vecinas que movían las manos al son de la música que les marcaba la artista

Pero no todas las vecinas del pueblo callan. Loli García es la última rameadora de la cerámica en Níjar. A sus 75 años, sigue pintando la conocida cerámica de su pueblo, mientras recuerda que conoció a Francisca y que su marido iba a arreglarle cosas a su casa. De hecho, su voz aparece en la obra. “Tu ahí pon tu nombre, en letras bien grandes”, le decía a la otra becada de Jacaranda en esa edición, Manuela Jiménez, para que supiesen cuál era su pieza tras pasar por el horno.

Dos años después del estreno de la obra Baleia: La Manada en Factoría Echegaray, Magaña utiliza esa frase simbólicamente, para destacar la importancia de Paca la Coja en los escenarios malagueños, con una propuesta que parte de los silencios y reivindica el cuerpo como arma contra el olvido.

Sus manos también son protagonistas del inicio de la puesta en escena de la pieza. La derecha lucha contra la izquierda, la apresa y mientras la izquierda quiere liberarse de la derecha, va perdiendo fuerza hasta morir asfixiada. 

Magaña estaba obsesionada con esa imagen: “Cuando me la imagino toda esa noche, junto al cadáver de Curro, sin saber qué hacer, a dónde ir y, al final, termina volviendo al cortijo… Me imagino que ella no se podría creer lo que acababa de pasar. ‘Me acaban de intentar matar’, ‘he sobrevivido a un estrangulamiento por parte de mi hermana’ o ‘han matado a Curro’, pensaría. Me la imagino pellizcándose las manos para saber si esto es verdad, con las manos en la cara o las manos en la tierra”, fantasea la artista almeriense.

Esta primera metáfora, da paso a una Francisca que llega a salir de un capullo blanco para liberarse tras el asesinato de su primo, maravillosamente representado por una huida frenética a caballo gracias a los movimientos de la bailarina y el sonido de sus manos y de unas castañuelas.

“Las manos son nuestra herramienta para abrazar y para matar. Con las manos podemos coger un arma o un clavel, para regalarlo. Y, por otro lado, las personas mayores tienen, en las manos, la historia de su vida impregnada en la piel”, detalla Magaña desde el sur de Francia, donde vive.

Precisamente la utilización del espacio escénico, el ritmo de la pieza y la coreografía de las manos fueron tres de los aspectos más destacados de la profesora del Conservatorio Profesional de Danza (CPD) “Pepa Flores” de Málaga, Núria Estébanez Campos. “La coreografía de las manos fue algo muy bello por lo que significaba. Es importante el uso de las manos para mostrar cómo el matrimonio, a través del anillo en el dedo, puede condicionar o las imágenes de los pájaros que se liberan”, afirma Estébanez. “El cuerpo me pedía verla bailando más tiempo”, reconoce la profesora, quien está segura de que Magaña dará más espacio al folclore en el baile de Paca cuando la obra esté terminada.

Descalza y de blanco inmaculado gracias a unas enaguas de más de 150 años regaladas por una vecina del pueblo, la figura de Magaña lucha en el escenario contra la tradición, el patriarcado y el peso de la vergüenza impuesta. Para ello, la Francisca protagonista de la historia baila en libertad, con movimientos que se van endulzando a lo largo de la pieza en construcción, en una propuesta artística sobre la importancia de la dignificación de todas las mujeres que, sin quererlo, fueron las referentes de las que vinieron después, puesto que sabían que no hacían nada malo al seguir el mandato de sus propias decisiones, aunque eso supusiese oponerse frontalmente a la tradición.

Durante la salida del capullo blanco, que simboliza la opresión social y la búsqueda por la libertad, Magaña baila danza española y también pasos que vienen del fandango de Níjar, al son de “Jara”, una pieza compuesta por el guitarrista malagueño Rubén Lara para un amor de casi seis minutos. “Es llamativo porque en la tradición árabe, Níjar también se llamaba Jara”, reconoce Magaña tras la obra en el ciclo coordinado por David Segura, en el que antes Sandra Abril había interpretado con “Mónada”.

Lula Amir, compañera de profesión de Magaña, reivindica la importancia de rescatar los dolores de Paca, las voces de las vecinas y el relato de Olga al final de la pieza, en la que contó que ni siquiera el enterrador de Francisca pueda o quiera identificar la tumba donde está enterrada. “Me conmueve mucho pensar en ese personaje. Todas la desconocemos, aunque haya una obra tan icónica y famosa internacionalmente como es Bodas de Sangre, nadie sabemos de la existencia de Paca la Coja”.

Que el epitafio de Francisca no tenga su nombre y, por ende, que no haya un lugar físico donde poder honrar su historia no significa que Olga Magaña no haya generado ese universo en la obra. Tras abandonar el escenarioen escenario, la pantalla se convirtió en la lápida de la protagonista de la pieza y las tablas del escenario en su tumba. La madre de Magaña fue la primera en levantarse y llevarle un clavel blanco. Después, su hermana pequeña. Su hermano mediano. Su cuñado. Sus amigas. 

La artista había preparado su pequeño homenaje a la tumba de Paca, haciendo que sus más allegados participaran de la representación llevando claveles blancos y rojos a la tumba alegórica de la protagonista de su obra. “Si te ape lanzarle un clavel a FRANCISCA al final (cuando se haga la luz) pídele a mi hermana que te dé un clavel antes de que empecemos”, escribía la almeriense por WhatsApp el día antes de la obra, mandando esta fotografía.

La Poderío también le tiró su clavel rojo, en memoria de todas las Franciscas que, durante siglos, han sido asesinadas o muertas en vida por seguir sus pensamientos y sus emociones, y por la importancia de señalar a los responsables para que los crímenes machistas no queden impunes. 

Ruth de Frutos

Ruth de Frutos

Periodista e investigadora. Enredo sobre derechos humanos en La Poderío. I Premio de Periodismo Social "Alberto Almansa" en la categoría de periodismo ciudadano por el artículo "Málaga no se vende, se alquila al mejor postor" y finalista del IX Premio Internacional Colombine por "Alicia, Carmen y Pilar en la ciudad de las maravillas (para ellos)", escrito con mi comadre Laura Rueda.

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