A partir del siglo XVII, los delitos de hechicería empezaron a multiplicarse, pero nada comparable con lo ocurrido en otros territorios, tal y como nos cuenta Rocío Alamillos en su libro Inquisición y hechicería en Andalucía (2017). A pesar de ello, algunas mujeres no se libraron de la etiqueta de brujas, y fueron perseguidas, torturadas y asesinadas por intentar sobrevivir en un mundo muy hostil. Hasta nosotras llega el nombre de Dolores López, una pobre mujer ciega, famosa por ser la última mujer acusada de brujería y asesinada por la Inquisición.
Al contrario de lo que se pueda pensar, Andalucía no fue un territorio pródigo para la brujería. La Santa Inquisición tenía ya suficientes problemas con los moriscos y las moriscas, con la herejía y la hechicería como para también preocuparse de la brujería. Las mujeres en aquel tiempo eran apresadas, torturadas y ejecutadas por profesar confesiones no permitidas o por recitar pequeños versos que sanaban o enamoraban.
Dolores nació en Sevilla en 1736. Su familia era profundamente religiosa. Tenía un hermano sacerdote y una hermana en la Orden de las Carmelitas Descalzas. Con doce años, quedó ciega (quizá a causa de la viruela, que le desfiguró el rostro) y sus padres la enviaron a vivir con su confesor, con el que dijo que dormía cada noche para quitarse el frío. Tras cuatro años de relación, entró en un convento carmelita. Pero por las calles ya empezaban a propagarse los rumores de su brujería: que si cosía demasiado bien para ser ciega, que si podía describir a gente físicamente sin verla, que sí subía y bajaba escaleras sin problema… Debido al acoso que sufría, Dolores tapaba las rendijas de su casa con papel y madera, lo que aumentaba la rumorología sobre ella.
La huída
Tras su paso por el convento, Dolores se fue a vivir a Marchena, donde comienza una nueva vida con otro sacerdote, a quien confesaría que hablaba con su ángel custodio y que el niño Jesús se le presentaba en alguna ocasión. Establecida la extraña pareja en Lucena, la relación salió a la luz, lo que provocó un escándalo y el encarcelamiento del cura.
Dolores consiguió huir a Sevilla, donde empezará a ganarse la vida criando gallinas y vendiendo huevos. También comenzó nuevas relaciones con sus confesores. Con uno duró poco, pero con el siguiente se quedaría doce años. Fue este el que la denunciaría ante la Inquisición, para la queya era conocida por su fama de bruja. Fue detenida en 1779.
En 1781, se procedió a la lectura de la sentencia. El proceso inquisitorial no reflejó un delito, sino varios: proposiciones, iludente, ilusa, fingidora de revelaciones, revocante, vengativa y pertinaz. Se dijo que tenía relaciones con el demonio y que podía beber un líquido y poner huevos. También que practicaba el molinosismo (un movimiento místico cristiano surgido en el siglo XVII) y que simpatizaba con el movimiento de los flagelantes, quienes creían alcanzar la salvación sin necesidad de la Iglesia a través del sufrimiento físico. La sentencia ocupa 157 páginas, y necesitó tres personas y cuatro horas para poder ser leída. Dolores fue condenada a una muerte cruel: ser quemada viva en la hoguera.
Condenada a morir
Así, sumida en el miedo a semejante muerte, Dolores confesó su arrepentimiento. Con ello, logró que no se la quemara. La mujer se confesó durante tres horas, tras las cuales fue conducida al quemadero en el Prado de San Sebastián, y ejecutada mediante garrote vil. Después, su cuerpo fue quemado durante tres horas y sus cenizas esparcidas.
Dolores López, la beata ciega, fue una mujer de apariencia extraña. Condenada a la más absoluta exclusión social, seguramente su único salvavidas fuese servir a los hombres eclesiásticos, para tener un bocado que llevarse a la boca. Perseguida por los rumores, fueron estos, y no la forma en la que vivió su vida, los que la condenaron a la muerte. Hoy podemos recordarla como la última mujer que fue condenada a la hoguera. Pero fueron muchas más, antes y después, las que sufrieron la persecución de la Santa Inquisición por unos modos de vida que no encajaban en su proyecto civilizatorio.
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