¿Podremos calcular alguna vez el alcance que un espacio como La Invisible ha tenido en las vidas individuales y políticas de quienes lo han habitado durante estos quince años? Sara L. Fernández, militante del movimiento feminista autónomo de Málaga y parte activa de la librería crítica asociativa Suburbia lo tiene claro: será difícil, pero su valor es innegable. En esta charla, con la vecina del barrio de Lagunillas, nos aproximamos al valor intangible e incalculable que un espacio como La Invisible tiene en una ciudad como Málaga.
¿Cuál es el primer recuerdo que tienes de la invisible?
Se me hace difícil recordarlo pero debía ser en los primeros años de La Invi. Venía de Marbella, una ciudad paradigmática en cuanto al expolio turístico, neoliberal y reaccionario. Ni siquiera era aún del todo consciente de dónde venía en ese momento. Fui generando pensamiento crítico no de manera aislada y desde un estudio solitario, sino con las compañeras que conocí, gracias a una ecología de prácticas y de encuentros con las otras que La Invisible hacía posible en una etapa de efervescencia feminista que generó el 15M. Conecto ese primer recuerdo no con una imagen estática, sino con el devenir que precipitó.
¿Qué te ha dado La Invisible como creadora/activista/persona…?
No sé si conoceremos del todo el alcance que la existencia de un espacio como La Invisible ha tenido. No sólo al nivel de las vidas individuales, sino de las articulaciones políticas, y lo político ya abarca nuestras vidas desde la ruptura y la apertura de lo “privado” en todos sus significados. Que en el centro de una ciudad como Málaga exista un centro social autogestionado que acaba de cumplir 15 años, que se abre desde el común, hacia la producción crítica y rebelde de cultura, de conocimiento y de otras formas de vida implica una revuelta permanente, un sentido de alegría y de justicia construido desde abajo.
Haciendo balance de estos 15 años, ¿cómo crees que ha cambiado la actividad de la invisible el paisaje-la radiografía de la ciudad de Málaga?
La Invisible traduce y potencia la resistencia que genera todo ejercicio de poder. Esa resistencia ha estado siempre ahí de múltiples formas, y estará, no va a desaparecer. Cuando decimos que somos indesalojables no sólo significa que no pueden desalojarnos del edificio desde donde se pone carne y territorio a las luchas. Significa que el resistir es indesalojable de Calle Nosquera, pero también de nuestros cuerpos, de nuestras ciudades, de nuestros campos, de los sures (de los de aquí y los de allí) que habitamos. Insistimos en otras formas de vivir y de estar en el mundo, en otros modelos de ciudad, pero también de afectos, de parentescos imprevistos, de exploración de realidades no sometidas. La Invisible es el espacio en el que poner en práctica todo eso en el aquí y ahora, por eso está en continua tensión y amenaza.
En una ciudad como Málaga, en la que la cultura y el arte están tan presentes, y que es referente en el resto de ciudades del estado español, ¿por qué es importante la existencia de un espacio como La Invisible?
Si pensamos en la deriva de los últimos años (o décadas) de Málaga, vemos cómo la ciudad, sus flujos, su (bio)diversidad, han ido menguando para dar paso a un monocultivo turístico en toda regla. Al triunfo de la propiedad privada para y por la fantasía de bienestar de clase media que acarrea el turismo, el rentismo y el trabajo precario y servil. Las calles se convierten en juegos de espejos, de reflejos de una mismidad monótona orientada a la explotación, al consumo, a la franquicia, al simulacro del habitante local. Y entonces ¿dónde quedan los espacios donde producir tramas y subjetividades no mediadas por este circuito que no sólo produce desigualdad, sino que precariza las propias existencias y que ahoga las singularidades?
La Invisible es una interrupción en forma de difracción, en lugar de reflejar lo mismo genera diferencia, multiplica las realidades. Ahí es posible experimentar y experimentarse, produciendo y creando nuevos paradigmas estéticos y políticos. La cultura entonces no es un lugar de autocomplacencia y recreo elitista, sino un atrevimiento, una línea de fuga, un corte para recomponer lo que de otro modo sería inimaginable. Un ejemplo vivo que crea posibles impugnando las alternativas infernales al capitalismo de la que se nos intenta convencer.
Entonces es importante ser consciente de que cuando se nos convoca a defender la Invisible no sólo estamos defendiendo un edificio en una fecha y lugar puntual, sino que en el propio acto de defender, de sacar(nos) y sacar La Invisible a la calle, de rodearla, de cogernos de las manos, de gritar juntas, ahí actualizamos todas las luchas del pasado y resonamos con las del presente en todos los territorios en los que se amenaza la vida como lo heterogéneo, lo diferente, lo minoritario, lo precario.
Si La Invisible fuera un órgano de la ciudad de Málaga, ¿cuál crees que sería?
Más que un órgano, pienso en La Invisible como un cuerpo que se resiste a ser definido, dividido, jerarquizado y articulado en torno a ‘lo establecido’ y, por tanto, como un cuerpo que ataca las realidades por su mera existencia-resistencia. Un cuerpo-territorio que hace y se hace, como “medio de exploración y de producción”.
¿Qué aporta el feminismo a la invisible? / ¿Qué tiene de feminista La invisible?
Vivimos un momento muy frágil. La amenaza de desalojo que sobrevuela La Invisible no es un hecho puntual (ni el primero) ni aislado, sino que está en conexión con eventos extremos propios del Capitaloceno: extractivismo, desertización, fin de la «naturaleza barata» (las formas de vida, los espacios, las calles, las viviendas, los cotidianos exotizados y expoliados en nuestras ciudades también son naturaleza barata) y lo más significativo, la eliminación de la mayor parte de los refugios a partir de los que diferentes grupos de especies (humanas y más que humanas) podrían reconstituirse.
La Invisible es uno de esos refugios. Refugio al que fugarse y desde el que fugar de la única realidad que se impone y se fragua desde hace siglos, una realidad capitalista, patriarcal, colonial, antropocéntrica. Un espacio que contradiga este orden (así como los órdenes que inevitablemente llevamos dentro), que nos invite a pensar-con, a encontrarnos, a resistir juntas, a habitar la incertidumbre, a construir presentes, es un espacio feminista.
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