El 20 de mayo de 1934, en el barrio mítico jerezano de San Miguel, nacía entre canto y palmas la que sería la Reina de la Bulería: Francisca Méndez Garrido, la Paquera de Jerez.
De familia muy pobre, pero de estirpe flamenca, la acompaña el hambre desde chiquitita por los rincones de su barrio, donde, entre candelas y mercaos, su abuelo la apodaba la Paquerita. Nunca fue a la escuela, la posguerra la puso a trabajar para poder llevar a la casa algo con lo que poder alimentar a sus nueve hermanas y hermanos. Muchas bocas, poco trabajo y una voz prodigiosa hacen que con solo diez años, la Paquerita ya pasee por las zonas del cante gitano sin miedo ni vergüenza, y portando en ella sola, la legendaria protesta del cante jondo.
Y así fue como en los 40, la Paquerita ya era la Paquera de Jerez y, a pesar de su juventud, se recorría Andalucía junto con un gran elenco de artistas andaluces. En el 53, su voz la llevó hasta Madrid para grabar el primer disco de su carrera. Nueve años después, era ya una artista más que consolidada y reconocida: la Reina de la Bulería.
Además de discos, viajes por el mundo y recitales en todos los teatros y plazas, también llegaron los reconocimientos. En el 64, fue nombrada Popular por el Diario Pueblo, ganó el premio cordobés “La Niña de los Peines” o la Copa Jerez de Cátedra de Flamencología, un torbellino de eventos y reconocimientos que ya la postraron hacia la eternidad del cante flamenco.
Y no sólo fue reconocida por el público, sino que también la seguían los grandes del toque: los hermanos Morao, Juanito Serrano, el gran Manolo Sanlúcar, y su brazo al toque, su inseparable Parrillita de Jérez. O su paisano, el letrista Antonio Gallardo Molina, que escribió para ella sus míticas letras como “Maldigo tus ojos verdes”.
De vuelta a Andalucía
Pero a pesar de to eso, la Paquera echaba en falta su tierra, las peñas flamencas y los tabancos jerezanos, donde poder cantar a viva voz, sin micrófonos y sin más acompañamiento que lo que el propio cuerpo puede dar. Recorrer Andalucía para difundir ese cante que se nutre de la tierra y del sol, del salitre y las manos curtías del trabajo. Se volvió a instalar en su Jerez natal, y no salió de Andalucía, de sus teatros, de sus bienales, de las peñas y las cuevas de los gitanos. Recorrió la geografía andaluza, repartiendo su arte y bendiciendo a quienes la oían. Ya había hecho carrera fuera, ya tenía los premios, el título y el nombre. Ahora le tocaba disfrutar de lo sembrao.
Poco a poco, conforme envejecía, también sus recitales iban menguando, lo que no le impidió aparecer en la gran obra de Carlos Saura “Flamenco” o en “Vengo”. O ir a Japón en el 2002 y recrearse en ese lugar donde se vive tanto el flamenco, aunque no sepan poner el ole.
Fue en la primavera de 2004 cuando la Paquera ingresó por una subida de glucosa. Su estado empeoró hasta derivar en una trombosis, que le quitaba la vida a la Reina de la Bulería un 26 de abril de 2004, a las puertas de cumplir 70 años.
Fallecía así, llevándose con ella, esa forma de cantar, de sentir y de hacer flamenco que es legendaria, donde las letras se cantaban de memoria y las peteneras solo las entonaban las valientes, porque daban malfario. Una tradición donde el lugar donde procedes o la familia en la que naces, forman parte de tu nombre flamenco, porque son tan importantes como tu voz misma. Donde la genealogía del arte se representa en cada puño cerrao, en los ojos apretaos y en cada quiebro de voz.
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