Hay momentos históricos que jamás debieron existir. Hechos que se convierten en deudas históricas que deben ser saldadas rescatándolas del olvido y exponiéndolas en la palestra pública. Hechos que nos explican la realidad. Hechos como la Gran Redada al pueblo gitano de 1749.
Actualmente, estamos viendo como en otras partes del mundo se reta a los grandes poderes institucionales y a las ideologías racistas a pagar esas deudas, a reconocer los delitos de odio y sangre que aun vertebran los estados y recorren sus venas. El Estado español no es menos culpable que otros, y sus cimientos están construidos sobre muchos cadáveres, en base a unas ideologías racistas imperiales y coloniales.
A pesar de la defensa que muchas veces se hace del Imperio español, hay que recordar que no solo se cometieron horrores al otro lado del océano, sino que estas mismas se aplicaron dentro de la Península: andalusíes, personas esclavas negras y el pueblo gitano son solo un ejemplo de cómo la historia se construye dejando a su paso regueros de injusticia y daño.
De igual forma, lo que hoy estamos viviendo no nace en nuestro tiempo, sino que los discursos supremacistas y racistas tienen una base sólida y unas aplicaciones prácticas que jamás deberíamos olvidar. «De aquellas aguas, estos lodos».
Redadas
Han sido muchas las redadas que ha sufrido el pueblo gitano. Las formas de vida que no se alinean con el poder son salvajemente extirpadas. La Gran Redada de 1749 es un ejemplo de ello. Olvidada, excluida, incluso silenciada, es un hecho que compone uno de los tantos daños que ha sufrido el pueblo gitano, y una de tantas invisibilizaciones que lo recorren.
Al principio, se pensó crear mano de obra esclava. Se idearon dos grupos en los que se dividirían a las y los apresadas: por una parte, los hombres mayores de 7 años, que irían destinados a las galeras y a los trabajos forzosos en la mar; por otro lado, mujeres y niños que trabajarían en fábricas o cárceles. Así, se mataban dos pájaros de un tiro: se solventaban las formas de vida y se encauzaban para favorecer al poderoso. Sin delito, sin juicio, sin oportunidad de defensa, entre 9.000 y 12.000 personas fueron encarceladas.
En Andalucía, la situación fue especialmente dolorosa debido a que la mayor parte de gitanas y gitanos eran de nuestra tierra. De las 9.000 personas apresadas en todo el territorio español, más de 5.000 eran andaluzas. Sevilla fue rodeada por el ejército el 30 de julio de 1749, se cerraron todas las puertas de la ciudad y unas 130 familias fueron apresadas y conducidas a cárceles, muchas de ellas lejos de Andalucía.
Pero hay más, 157 familias enteras procedentes del Puerto de Santa María fueron separadas y encarceladas. En Málaga, muchos barrios quedaron vacíos. Los hombres fueron enviados a la Carraca de Cádiz, las mujeres a la Alcazaba de Málaga. Los bienes y las propiedades fueron confiscados. En el Puerto algunas familias se escondieron; en Sevilla, hubo quienes se resistieron.
En Málaga se cerraron calles enteras, dado que había más mujeres de las que se creyó en un primer momento. Para las que no había sitio en la cárcel, fueron conducidas a Tarragona en barco y de allí, llegaron andando hasta Zaragoza. 200 kilómetros a pie que se resintió en la salud de muchas.
En un principio se pretendía esclavizar, es decir, se acordó el exterminio biológico de todo el pueblo gitano en la Península, pero no lo lograron, ya que las resistencias se fraguaron en las cárceles, donde el apoyo mutuo mantuvo latente el ideario de vida gitano.
Resistieron como pudieron: cantando, amando y cuidando. Gracias a ese aguante, a esa lucha, en 1765, se dio orden de soltar a todas las personas presas que habían sobrevivido a 17 años de cautiverio. Terminaba el encarcelamiento, pero continuaba la ideología que pretendió desaparecer a 9000 personas. Y cada muerte que se produjera en esas cárceles es una deuda que aún perseguirá a quienes no quieran ver la realidad.
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