Un fenómeno llamado Barbie: risas y contradicciones desde los estudios culturales feministas
Un fenómeno llamado Barbie: risas y contradicciones desde los estudios culturales feministas

La Poderío

28 septiembre 2023

Decía Debord que «El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes». El cine es un campo de batalla cultural que nada desesperadamente para mantener su hegemonía en el siglo XXI. Barbie no es solo una película. Y así de ansiosas la veníamos esperando.

Carmela O. Torralbo

Con actitud de feminista pesadísima me fui al cine a ver Barbie en todo su apogeo. Lista para que el último producto cultural de masas, autoproclamado feminista, me pareciera directamente mal por darle un lavado rosa a un símbolo de la opresión de los cuerpos y las vidas de las mujeres

Tengo que decir que fracasé en el intento y me pasé la película torturando a carcajadas al resto de la sala. También cayó alguna lágrima silenciosa. Creo que no he sido la única. Nada más que en ese día tengo información de que dos amigas moquearon un poco.  

Como cualquier producto cultural, distintos planos complejos de análisis se mezclan en algo que parece que solo es una película. Condicionarán nuestro amor/odio hacia ella dependiendo de muchas cosas: el cuerpo que encarnemos, las cifras de nuestra cuenta corriente, el tipo de humor que manejemos, el momento vital en el que estemos. No se trata de hacer un relato único sobre lo que es una película, sino de sus posibles agenciamientos y de la reflexión que nos haya disparado. 

Necesitaría separar el análisis en dos: uno, sobre fenómeno social (que comienza a producirse incluso antes de que la película se haya estrenado) y otro, sobre la hora y cincuenta y cuatro minutos de metraje que acontece en la sala de cine. No se pueden entender por separado, como la obra y el artista, pero la buena educación y ser escrupulosa en el análisis no le hacen daño a nadie.

El arreglarnos

Reconozco que el torpedeo publicitario, las alfombras rojas de las premieres en diferentes sitios del mundo y la presencia de Mattel (la empresa que creó Barbie allá por 1959) en todo el meollo me dio urticaria. Porque conectó con la perversidad hipercapitalística que hay debajo de las toneladas rosas que rebosan de Barbie. 

El otro día compartía con mis amigas (spoiler: me podéis decir que esto es básico para feministas veteranas y puede dar pudor, pero no se puede ser tan estupenda en todo) el deseo de deshacernos de la necesidad de eso que llamamos “arreglarnos”. Palabra terrible, sí. Pero es un lugar en el que nos reconocemos todas. O muchas. Igual alguien se ha pasado el juego. Que ese verbo remite automáticamente a una conducta de feminización del aspecto, y que esto es lo que entendemos por ponernos monas.

Y que sabemos, porque tenemos nuestros problemillas de superficialidad, pero no somos imbéciles, que ese es el día (y estás un poco esperando que lo sea) en el que el público te dirá “¡tía, que guapa!”, “ay, me encanta tu outfit, nena”, “illa, que tetas te hace ese vestido”, “wow modelazo”, “parfavar, ellaaaaa” y todo tipo de cosas bonitas que nos decimos entre la gente que nos queremos y que es gasolina pura para que el ritmo no pare. Como deseo cuando pasa una estrella fugaz es naif, sí, pero chica, yo viviría más tranquila en un mundo en el que nos la pelara todo esto un poco más. 

Pero ese mundo no es el que es. Porque en ese mundo, no habríamos jugado con Barbies en nuestra infancia. Me encantaría decir que yo era de las niñas diabólicas que hacían de sus muñecas Barbies raras (ese personaje que parece que se ha escapado de un videoclip de Pink me parece maravilloso y central). Pero no. Mis siete u ocho barbies estaban impolutas, tenían un armario que ni Paris Hilton y su mayor entretenimiento era cambiarse de ropa, peinarse y charlar con las amigas de movidas que no recuerdo.

La existencia de Ken se limitaba (y se limita de forma ontológica) a reseñar que Barbie no es bollera ni odia a los hombres. Porque en el fondo, y por más que se suponga que Barbie puede ser lo que ella quiera (en términos profesionales del trabajo-consumo), lo que nunca cambia, y por tanto, es una máxima que aprendemos, es que Barbie es una guapa. No solo que sea corporalmente ultrahegemónica, sino que es todo aquello que hace a una mujer ser una guapa. Se viste de una manera, se peina de una manera, se sienta de una manera, tiene unos gustos estéticos determinados y tiene un grupo de amigas que son igual que ella. Pura tecnología de género. Puro maltrato para el común de las mortales.

Los jurdelillos

Como Sasha en la película (gracias por ese speech destructivo), yo hacía años que no pensaba en Barbie, hasta que empezó el bombardeo publicitario de la película y asistimos en redes a la apología de feminidad en la que hemos vivido estas últimas semanas. No pasa nada, se entra al tripeo y ya está. Pero, a veces, deja resaca. Momento delicado para ponerse a pensar, pero también creativo y en ocasiones, incluso, lúcido. 

El circo alrededor de la peli, obviamente, tiene que ver con los jurdeles. Ya se habla de casi mil millones de beneficio para Mattel en el último mes. Solo en esta lógica perversa del capitalismo de consumo se entiende que la empresa haya producido esta sátira donde tampoco es que salgan muy bien parados. Pero si reírte de ti mismo te va hacer (más) multimillonario, oye, bienvenidas las risas. Da igual lo ácida que sea la película y que, incluso. plantee la deserción de Barbiland como oportunidad. Al día siguiente, la realidad material es que las muñecas van a seguir igual de hegemónicas y configurando la feminidad de las niñas de la misma manera.  Ojalá me equivoque. Tal vez lo que se produzca sea otro agenciamiento con ellas. “Soñar es gratis”, que diría Ana Rosa el 24 de junio. 

¿Capitalismo rosa?

«Es un despliegue divertidísimo de análisis feminista en tono satírico sobre los roles de género y la construcción de la feminidad/masculinidad blanca en el Norte global».

Dicho esto, lo que ocurre en las casi dos horas de metraje me parece bastante maravilloso. Entiéndase, no es Fóllame. Si estas esperando ver una película feminista punk donde las tías emprenden una revolución armada para construir una sociedad comunitaria ecosocialista, esta no es tu película. Esto es Barbie, y no deja de tener ese espíritu nunca. ¿Capitalismo rosa? Sí es. ¿De qué si no una película dirigida por una tipa feminista como Greta Gerwig iba a estar mojándole las orejas al último producto en serie testosterónico de Nolan en taquilla? A pesar de las pegas que se le pueden poner en ciertos momentos de tibieza, como Barbie consolando a un Ken que ha perdido su batalla por intentar imponer un patriarcado en Barbieland, y la excesiva ternura con la que se trata a la inventora del diabólico mito basado en un filtro rosa del american way of life, la peli me pareció fantástica.

Es un despliegue divertidísimo de análisis feminista en tono satírico sobre los roles de género y la construcción de la feminidad/masculinidad blanca en el Norte global. La representación del universo Barbie es todo el tiempo una parodia, sin ser misógina por ello. Les he escuchado a las compañeras de Nadie hablará de nosotras una crítica a la película por la utilización del capital erótico de las Barbies para vencer en su batalla contra el patriarcado en los términos que Katherine Hakim lo planteaba en los 2000. Siendo mucho más fan de la revisión terminológica que hace Moreno Pestaña de cómo funciona el capital erótico, y estando de acuerdo en el análisis con las compañeras de que dudoso feminismo hay en esta estrategia, esto ocurre en Barbieland. No esperaba una estrategia guerrillera revolucionaria por parte de las militantes del rosa. En un positivismo reformista hay que reconocer que en ese mundo de fantasía creado por Gerwig, cualquier barbie le gusta a cualquier ken. Están construides así. Da igual tener un cuerpo más o menos hegemónico y una cara más parecida o menos a la de Margot Robbie.

Por otro lado, es un gran momento de risas a costa de la masculinidad: los muñecos están menos interesados en Barbie como objeto sexual (realmente hay una asexualidad reseñable en toda la película) que como una fémina que les valide sus conocimientos y saberes. Son un medio. Y las barbies lo saben, lo han aprendido del Mundo real, y de Barbie rRara. Un abrazo desde aquí a todas las que hayáis aguantado cuatro minutos y medio con cara de póker a un varón tocándote la guitarrita o explicándote El Padrino como si se tomara cafés con Coppola los jueves. De cualquier manera, en lógica maquiavélica, la estrategia funciona. Cada cual que se sitúe con su escuela política.

¿Risas para quiénes?

Por otro lado, es un gran momento de risas a costa de la masculinidad: los muñecos están menos interesados en Barbie como objeto sexual (realmente hay una asexualidad reseñable en toda la película) que como una fémina que les valide sus conocimientos y saberes. Son un medio. Y las barbies lo saben, lo han aprendido del Mundo real, y de Barbie rara. Un abrazo desde aquí a todas las que hayáis aguantado cuatro minutos y medio con cara de póker a un varón tocándote la guitarrita o explicándote El Padrino como si se tomara cafés con Coppola los jueves. De cualquier manera, en lógica maquiavélica, la estrategia funciona. Cada cual que se sitúe con su escuela política.

Entiendo que haya tanto señoro ofendido. Me parece normal. La crítica  a la masculinidad es despiadada. Nunca he visto esto en un producto mainstream. Cuando parece que se va a salvar a Allan para que todos los personajes masculinos no sufran el escarnio o la indiferencia, Gerwig y Baumbach persisten en la apuesta. Que cada varón aguante su vela como pueda. La concesión está en la solución igualitarista que permite que esta película sea un producto de masas con una recaudación millonaria. Un “ouch”, pero ni tanto, teniendo en cuenta las sensaciones de este 23J. 

Slogan efímero

Esta obsesión por el temita de que “las mujeres facturan” no se esconde en el film, se asume como una contradicción estructural para sobrevivir y plantear desafíos en el mientras tanto, incluso en esa apuesta del personaje de Ferrara por la creación de la Barbie Normal, que no es otra cosa que una mujer cualquiera. En el planteamiento del film no hay ingenuidad en pensar que todo esto que está contándonos no va de la mano de ofrecer cifras que engrosen las cuentas de determinadas empresas. Sin embargo, tengo que decir que, aunque leve, se cuela una crítica al trabajo como forma de realización personal de las mujeres. No en vano, lo último que hace Barbie antes del fundido a negro parece que va a ser buscar un trabajo que la sitúe como una de esas mujeres a las que nos referimos como barbies en nuestra cotidianeidad: un trabajo de ejecutiva o lo que sea que produzca pasta y te haga una triunfadora. Gran sorpresa positiva. Porque ahora tiene otra cuestión de la que ocuparse: un cuerpo. 

Podemos acusar a Barbie (la muñeca-empresa y la película) de eso que llaman “inclusión forzada”: todo el tokenismo que quieras, lo encuentras en ambas. De una forma que a veces resulta obscena a la par que desternillante. También creo que es una cuestión que ya ha trascendido socialmente, aunque la cosa no vaya de plantear opresiones interseccionales (que no lo hace en ningún momento). Cuando haya un reparto coral, y no dirija un señoro, la diversidad va a estar presente en la pantalla. A veces de manera profunda y brillante, como en Sex Education, y otras de manera formal, como aquí. La prota sigue siendo la Barbie Estereótipica. This is Hollywood. Como dato: creo que la única muñeca que no existe en la factoría Mattel es la barbie gorda (la Barbie curvy es simplemente una muchacha que no padece anorexia). You can be anything but fat. Gerwig sabe que eso ya no puede ser. Por eso te va a poner a la gorda más querida de la pantalla indie para las que hemos sido/somos trastornadas: hay una carga simbólica en elegir a Sharon Rooney para esto.

Su poquita de crítica

«La película no es una apuesta punkarra feminista, ni interseccional, ni militante. Pero es una película que entra suave a un público muy amplio y que desafía los límites que tiene por costumbre respetar el cine mainstream«.

Destaca creo, en estos momentos, un casi nulo cuestionamiento del régimen cishetero desde narrativas LGTBIQ+, más aún si se tiene en cuenta que en el juego con barbies lo LGTBIQ+ estaba implícito de muchas maneras, ya fuera porque muchos niños no reconocían en público que jugaban con ellas junto con sus hermanas y primas, o porque muchas niñas solían ponerlas a follar entre ellas, o porque la masculinidad que de Ken, difería profundamente a las de los ActionMan, por ejemplo. A veces, si los niños estaban muy empeñados en afirmar su heteromasculinidad a tan tierna edad, tenías que hacer un crossover

No hay purismo ni coherencia plena en este fenómeno de fantasía fucsia. Hay contradicción. Hay momentos de radicalidad revestida de purpurina y hay momentos de tibieza con música emotiva de fondo. Hay oportunidades que seguro que consideramos desaprovechadas. Hay utilización del discurso feminista para vender un producto que tiene poco o nada de este calificativo. 

La película no es una apuesta punkarra feminista, ni interseccional, ni militante. Pero es una película que entra suave a un público muy amplio y que desafía los límites que tiene por costumbre respetar el cine mainstream (invadido por Marvel, tiroteos, comedias heterorománticas adolescentes potencialmente femicidas…). Os lo dice una gran consumidora de cultura pop. Es una peli para ver en familia, amigues, cinefórums o para poner en las aulas a les adolescentes y fomentar el debate que ya de por sí emerge de lo (aparentemente no) polémica que puede llegar a ser. 

La Poderío

La Poderío

Una revista parida en el sur, con los aires frescos, reivindicativos, inclusivos, diversos, plurales y feministas de Andalucía, pero sobre todo, con las ganas de visibilizar las historias de personas reales olvidadas en los medios de comunicación y de desgranar el sistema heteropatriarcal que las victimiza y/o criminaliza en la mayoría de los casos.

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