La historia de la reina andalusí Itimad está envuelta en una leyenda de amor romántico hacia el rey Al-Mutamid. Aún así, rodeada del encanto de los palacios y la cultura antigua de nuestra tierra, junto con esa historia que encandila y que recorre la ciudad de Sevilla, hay que hablar de ella.
Cuenta la leyenda, que al rey Al-Mutamid, gran poeta y amante en sobremanera de la literatura, le gustaba pasear junto al río Guadalquivir, mientras charlaba de poesía con sus compañeros, especialmente con el poeta Aben Amar. Una tarde, junto al Puente de las Barcas, cerca de la ciudad de Triana, se detuvo a contemplar el agua que hacía un juego de colores que lo embelesó. Así comenzó a recitar:
“La brisa convierte al río en una cota de malla…”
Y esperando que su compañero continuase la estrofa, suena una voz femenina tras él:
“Mejor cota no se haya como la congele el río.”
Era la joven Itimad, que escondida tras unos juncos, espiaba curiosa al rey. Este, cayó prendado de la muchacha, no solo por su belleza, sino porque, al igual que él, amaba la poesía.
El rey Al-Mutamid se puso a investigar sobre ella, descubriendo que era una esclava trianera. Trabajaba para un alfarero haciendo piezas de barro, y cuando el rey se dispuso a comprarla, este mismo se la regaló. Así pues, la llevó a su palacio, lo que hoy es la Alcazaba, y allí la hizo su esposa.
Se cuenta que ambos vivieron sumamente felices, profesándose un amor y una compañía como pocas. Itimad era una mujer bastante culta, con una conversación agradable, mucha jovialidad y una inteligencia viva y suspicaz. Tuvo tres hijos con el rey, una de ellas fue Zoida, princesa que terminaría casándose con Alfonso VI.
Leyenda
Hay varias leyendas sobre la pareja, como aquella que cuenta que Itimad estaba triste y deprimida porque nunca había observado la nieve. El rey, queriendo cumplir su deseo, la llevó a Córdoba, donde un día de febrero, el campo amaneció nevado. Pero lejos de ser nieve, el rey había hecho plantar cerca de un millón de almendros cerca del alcázar viejo, para que cuando florecieran llenaran todos los alrededores de blanco, lo que hizo muy feliz a la reina.
A parte ya de las leyendas, se sabe que Itimad Al-Rumaikyyad nació en Sevilla a principios del Siglo XI. Fue una reina prudente, buena consejera del reino, que adoptó el nombre de Al-Sayyidat Al-Kubra: Gran Señora.
Se opuso a que la mujer tuviera que cubrirse con velo de forma obligatoria, consiguiendo que se pudiera prescindir de él por las calles de la ciudad. Y aunque encontró muchos detractores dentro de los muros de su palacio, culpables luego del exilio de su esposo, no cedió ni un paso ante sus ideas.
La Conquista y el exilio
Cuando Yusuf entró por Andalucía, allá en 1091, encabezando a la Conquista de los Almorávides, se detuvo en las puertas de Sevilla, y en colaboración con algunos de los consejeros del rey, detuvo a este y lo encerró en la prisión de la Alcazaba, obligándolo a abandonar la ciudad y trasladándolo junto con su familia a Tánger. Itimad no se separó de él y lo acompañó a su nuevo porvenir. Ibn Labbama contó así la partida de los reyes sevillanos:
“Vencidos tras valiente resistencia, los príncipes fueron empujados hacia el navío. La multitud se agolpa a las orillas del río; las mujeres se habían quitado el velo y se arañaban el rostro en señal de dolor. En el momento de la despedida ¡cuántos gritos!, ¡oh extranjero! Recoge tus bagajes, acopia tus provisiones, porque la mansión de la generosidad está ahora desierta…”
Ya instalada en Marruecos, la familia real se encontró con la miseria de la vida común, alejada de los lujos del palacio y la realeza. Allí, Itimad volvió a su vida anterior, ganándose el pan como hilandera. Aún así, nunca fue olvidada, y fueron muchos viejos amigos poetas que la visitaban para compartir pequeños momentos de poesía, algo que le alegró el corazón hasta el día de su muerte.
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