Mamá, quiero ser andalucista
Mamá, quiero ser andalucista

La Poderío

13 junio 2022

Rocío Santos Gil y Lucía Muñoz Lucena

Este artículo ha sido publicado en colaboración con el diario Público

Es 2 de diciembre de 2018. A menos de dos días para volver a sacar a la calle las arbonaidas que recuerdan ese 4 de diciembre de 1977, cuando Andalucía (casi toda) pedía ser libre y un malagueño, Manuel José García Caparrós, fue asesinado por ello. Ese domingo tocaba votar en las elecciones autonómicas. Había miedo, sí. Había esperanza, no quedaba otra. Dijimos «no pasarán» y pasaron. La memoria ha vuelto hacer un flaco favor a las ancestras que se levantaron un día hartas de tener el lomo doblado, la barriga vacía y el corazón apretado. 

La derecha formaba gobierno, sin reconocerlo, con sus parientes más extremos. Aunque ganó el PSOE, la suma de los votos de PP y Ciudadanos, con la abstención -y las condiciones- de Vox, arrancaba la presidencia a los socialistas después de 36 años gobernando. Lo que estaba claro es que Andalucía pedía un cambio, ¿pero era este? No había tomado el relevo Juanma Moreno cuando ya en el debate de investidura de la Presidencia de la Junta de Andalucía las feministas se plantaban en la puerta del Parlamento para recordarles que «ni un paso atrás en igualdad». 

No solo eso. La incredulidad y la incertidumbre no evitaron las sospechas de lo que aún estaba por venir. Como ejemplo, en estos cuatro años, a exigencia de Vox, Andalucía ha perdido la ley de la memoria democrática, sustituida por una ley de concordia; se han destinado subvenciones millonarias a asociaciones antiabortistas por encima de la ley de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo, entre otros recortes destinados a mujeres y feminismos. Otra guinda del pastel fue la aprobación en el Parlamento de Andalucía de la propuesta de Vox contra el lenguaje inclusivo. 

Andalucía fue la primera comunidad autónoma donde se sentó la extrema derecha. Los medios de comunicación la llamaban «el laboratorio», como si esto no hubiera podido pasar -y pasó- en otras latitudes en el caso de haberse dado similar coyuntura electoral. Detrás de estas críticas había vecinas y vecinos que tendrían que lidiar con una derecha «haciéndole ojitos» al fascismo y que nunca ha dejado sanar las heridas de esta tierra.

La pregunta no pasa por saber quién vota a la extrema derecha, sino por qué se les confía la papeleta. El hartazgo político de una lucha eterna por la soberanía de la tierra. El descontento social y de currantes que salen de sol a sol a trabajar en la precariedad. «Hablemos de las cosas del comer», decía Teresa Rodríguez en 2018. Y nos comió la extrema derecha tan solo haciendo ruido en el campo o en el transporte. Secuestrando el valor de la palabra solidaridad y democracia. Arrasando con nuestra memoria, con la identidad de una idiosincracia que mamamos de nuestras referentes y que hoy en las urnas no se ve. ¿Quiénes queremos ser?

Desfolcrorizar lo folclorizado

En el primer semestre de 2021 migraron casi 30.000 andaluzas. Las que pueden, salen mientras señores con títulos nobiliarios compran relojes a precios desorbitados y gastan cantidades ingentes en municipios tristemente famosos por la mala gestión de sus gobiernos.  Las andaluzas se van porque aquí se paga entre mal y muy mal, soportando una brecha salarial que supone ingresar 4.153 euros menos que los hombres.

Unas se van y otras se empadronan en lugares que ni con suerte lograrán señalar en el mapa. Las que están y las que vienen, todas quieren ser andaluzas, andalucistas, the andaluciest. Mamá: quiero ser andalucista. Queríamos desfolclorizarlo todo y resulta que estas elecciones no nos ha pillado una feria sino dos, con unas ganas pospandémicas que han servido para hacer del cliché bandera. 

Que no nos quiten la alegría. Claro que no. Pero cuando se señala que Andalucía es la comunidad autónoma con más población dentro del Estado, se olvidan de mencionar que también hay  2,9 millones de personas residentes en riesgo de pobreza y/o exclusión social.  ¿De dónde sacamos la alegría, entonces? Esas 2,9 millones de personas tendrán algo que decir, tendrán también derecho a la alegría y, sobre todo, a hablar desde la rabia. ¿Cómo desde la pobreza se sostiene una militancia feminista sin unas condiciones materiales mínimas que permitan la vida durante los cuatro años que transcurren entre eleccción y elección? ¿Cómo se organiza la sociedad civil desde la precariedad?

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Una revista parida en el sur, con los aires frescos, reivindicativos, inclusivos, diversos, plurales y feministas de Andalucía, pero sobre todo, con las ganas de visibilizar las historias de personas reales olvidadas en los medios de comunicación y de desgranar el sistema heteropatriarcal que las victimiza y/o criminaliza en la mayoría de los casos.

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