De las pirámides de Sudán a la Alhambra de Granada
De las pirámides de Sudán a la Alhambra de Granada

Ruth de Frutos

22 junio 2021

Vestida de blanco, con grandes pendientes circulares dorados y un movimiento acompasado de las manos, la cantante hispano-sudanesa Rasha Sheikh Eldin repasa su trayectoria musical en una amena conversación durante la 18º edición del Festival de Cine Africano (FCAT) de Tarifa. 

Nacida a orillas del Nilo, en Omdurmán, frente a Jartum, la capital de Sudán, es consciente del poder de la música. Sus canciones son escuchadas con atención tanto por la juventud sudanesa, como por la diáspora del tercer país más grande de África, que busca incansablemente nuevas formas de conexión con su territorialidad tras la caída de Omar al Bashir, lo que ha supuesto el inicio de un nuevo ciclo tras 30 años de dictadura.

Vuestro concierto de inauguración del FCAT en el Teatro Alameda significó también tu vuelta a los escenarios tras la pandemia y coincide con la retrospectiva sobre Sudán del certamen. 

Sí, parece que esta vez tenía que ser. Conozco a Mane –directora del FCAT– desde hace muchos años y como Sudán es el país invitado esta edición, pues pegaba que yo estuviera (Risas). El concierto de ayer me gustó mucho. El Teatro Alameda es muy bonito, acogedor, suena muy bien y, a pesar de las restricciones, estaba bastante lleno. Se agradece que se puedan hacer las cosas, porque hemos tenido un tiempo de parón bastante largo y ya echábamos de menos estar con la gente y tocar. 

Una de las características de tu música es la fusión entre las canciones tradicionales con otras influencias, que llegan incluso al flamenco, sin perder de vista la coyuntura política de Sudán. ¿Cuáles permiten ver ese diálogo en tu repertorio?

Son temas sudaneses mezclados con arreglos más abiertos, jazzísticos. Varios temas que toqué eran míos y otros más tradicionales. Por ejemplo, empecé con Alwa’ad, que habla de la situación en Sudán de la época de la revolución de 2018 hasta 2020 y de una promesa que hicimos los sudaneses para cambiar la situación política en la que estábamos y así lo hicimos. Nos queda mucho trabajo que hacer para construir el país, pero esa parte está hecha: la de quitar el Gobierno que tuvimos durante 30 años.

Nos queda mucho trabajo que hacer para construir el país, pero esa parte está hecha: la de quitar el Gobierno que tuvimos durante 30 años.

Otro tema habla de la situación del Gobierno militar que hemos tenido. Pienso que los militares no están para gobernar un país, sino para protegerlo y poco más. Hemos tenido una dictadura muy larga y muy dura y de eso habla Sudan Ma’alesh, que significa “Lo siento, Sudán”. Éramos el país más grande de África antes de la separación del norte del sur, con unos recursos tremendos y un nivel de preparación de la gente, dentro y fuera de Sudán, que hace que ese país no tenga que estar donde está ahora mismo. Si fuera por nosotros, si tuviéramos la libertad, ese país estaría entre los primeros del mundo.

En Granada, donde vives desde hace 17 años, sigues muy atenta a la actualidad sudanesa. ¿Cuál era la situación del país cuando emigraste?

Esta no ha sido nuestra primera dictadura, pero ha sido muy violenta. Todas las dictaduras tienen miedo a la cultura y a la libertad de expresión por lo que ha habido un tiempo en el que no nos podíamos expresar dentro del país.

Todas las dictaduras tienen miedo a la cultura y a la libertad de expresión por lo que ha habido un tiempo en el que no nos podíamos expresar dentro del país.

Yo salí a estudiar dos años antes del golpe de estado –de 1989– y ya se veía que todo estaba cambiando. Declararon la sharia como ley para el Gobierno, obligaron a llevar yihab a las mujeres y se veía que íbamos a entrar en una época nefasta. Yo tenía 20 años y solo quería ir a la universidad, por lo que decidí salir. Aspiraba a experimentar y ya se veía que eso no iba a ser posible en Sudán. 

¿Y cómo se vive desde la diáspora?

Hace un par de años que no voy, pero siempre intento hacerlo cada dos o tres. Llevo un tiempo haciendo eso porque la primera vez que vine a España me pasé casi 10 años sin volver y era demasiado. Me sentí un poco extraña y me dije que no iba a ocurrir más. 

¿Qué sientes cuando vuelves a Sudán y ves que tu música se escucha tanto como la tradicional?

(Risas) Un orgullo, una alegría, por supuesto. Hay una franja de edad, más joven que yo, que me escucha mucho al ser música fusionada. Les acerca a sus orígenes y a nuevos ritmos y, al mismo tiempo, entienden la letra. Esto no es algo muy común. 

¿Cómo empezaste a tocar la darbuka?

Yo en casa, poco a poco. Vengo de una familia bastante musical por parte de padre, hay mucha tradición de cantar haguiba, que es del centro del país, de Omdurmán y es una mezcla de la poesía árabe clásica con la escala pentatónica, típica de Sudán. Las mujeres en mi familia tienen voces muy bonitas, afinan muy bien, tienen un buen sentido del ritmo y casi todas conocen las canciones de memoria y las cantan.

Empecé con instrumentos sudaneses, con la dluca. Es como el derbeke pero de barro y de piel por encima, y es muy típico de las mujeres en las reuniones familiares. Hay mucha tradición de canciones en grupo al unísono de mujeres en Sudán y se acompañan de algún instrumento de percusión, como la dluca. Luego cogí la darbuka porque tiene una sonoridad más grande y es más sensible al toque de la mano. Es más fácil de sonorizar y llevar en los viajes. Es un instrumento que utilizamos mucho en Sudán, pero también en Egipto y en la música árabe.

Durante el conversatorio de la Casa de la Cultura en Tarifa hablabas del papel de la mujer en la revolución de Sudán y de la importancia que han tenido ciertas imágenes para introducir estas demandas sociales en la agenda internacional, ¿cuál fue su importancia?

Luchamos para tener más espacio en la vida pública de nuestro país. Nuestra gente está muy politizada. Hablamos mucho de política y nos organizamos en los barrios, pero con la dictadura no hemos podido hacerlo públicamente. Este es el momento.

La imagen a la que hemos hecho referencia era de una joven estudiante que recitaba una kandaka, que es una poesía que tiene el nombre de las reinas nubias del antiguo Sudán, con un shari o top blanco costumbre de las trabajadoras en casi todo el país y tenía un tipo de pendiente muy particular, en forma de media luna y bastante grande. Entiendo la importancia de la fotografía internacionalmente, porque mezclaba símbolos juveniles con tradicionales y también la crítica interna, ya que la revolución es mucho más que una imagen, pero cada cosa tiene su importancia y todo sirve como excusa para profundizar en las necesidades de Sudán. 

Rasha Sheikh Eldin en Tarifa. Foto: Cristian Pirovano

Tú también vas vestida de blanco y con grandes pendientes hoy…

(Risas). No me había dado cuenta, pero puede ser…

La revolución no ha acabado. Tenemos que salir a las calles otra vez porque si no, no vamos a tener la segunda parte de lo que queríamos. Hemos acabado con 30 años de dictadura, pero necesitamos que los militares no sigan en el Gobierno y que haya una auténtica democracia con libertad para todos.

***

Es hora de comer y Rasha Sheikh Eldin es preguntada por una de las camareras del bar del Mercado de Abastos si va a almorzar allí. Antes de cambiarse de mesa para disfrutar de la gastronomía tarifeña en compañía, recomienda viajar a su país, en el que existen más de 250 pirámides a lo largo del Nilo, un número mucho mayor a las de Egipto, pero desconocidas para el turismo internacional. Sin embargo, la cantante volverá a ver otra maravilla del mundo mucho antes, cuando regrese a su casa en Granada.

Ruth de Frutos

Ruth de Frutos

Periodista e investigadora. Enredo sobre derechos humanos en La Poderío. I Premio de Periodismo Social "Alberto Almansa" en la categoría de periodismo ciudadano por el artículo "Málaga no se vende, se alquila al mejor postor" y finalista del IX Premio Internacional Colombine por "Alicia, Carmen y Pilar en la ciudad de las maravillas (para ellos)", escrito con mi comadre Laura Rueda.

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