Una noche sin luna, la obra dirigina por Peris-Mencheta, escrita y protagonizada por Juan Diego Botto, nos regala un Lorca brillante, conmovedor, apasionado que reivindica la memoria y el arte.
¿Ustedes han visto a Lorca? Verlo, sí. Y no me refiero a verlo en el Ministerio del tiempo, en fotos, con un deepfake o en libros de texto donde blanquean su muerte. Hablo de verlo, a diez metros, usando mascarilla, peinándose el pelo, brillándole los ojos. ¿Lo han visto? Yo sí. Y más gente. Fue en Una noche sin luna.
Fue el domingo 16 en el Teatro Cervantes de Málaga. Hablando, contándonos con la habilidad y la gracia en el verbo que posee el buen narrador, el que entretiene, enseña, agita y construye imágenes en la cabeza de quien tiene en frente. Pudimos verlo casi de sorpresa, puritita suerte podríamos decir, porque lo único que pretendía, humildemente, era asistir al teatro en lo que ya se puede considerar el primer día oficial de terral estival del año (terral primaveral ya hemos tenido) a ver Una noche sin luna de Sergio Peris-Mencheta protagonizada y escrita por Juan Diego Botto.
Quería ver al Federico de Juan Diego en su segunda incursión en Málaga. La primera fue en enero, en el marco del Festival de Teatro de la capital, y no pude asistir porque trabajar te quita de muchas cosas bonitas; pero lo que no imaginaba el público allí presente era que Juan Diego iba a transmutarse de semejante forma en Federico pasadas las 19 h. Sin despeinarse él y el público sin pestañear.
Como sé por dónde empezar para dejar constancia de la brillantez de Una noche sin luna, lo haré por el final: hasta cinco veces tuvo que salir Botto a agradecer el aplauso de un público que se vibró con una interpretación redonda, exquisita, cercana. “A mí me mataron porque el rumbo que fue tomando el país y las decisiones que fui tomando a lo largo de mi vida colisionaron en un punto. Pero, ¿qué decisiones fueron estas?” se pregunta y nos interpela Federico, digo Juan Diego, digo Lorca. Y nos lo va a explicar casi en dos horas de función. Sin rastro de acento andaluz, eso sí.
Desde algunos de los periplos y anécdotas que vivió con su compañía de teatro “La Barraca” hasta su paso por la Residencia de Estudiantes, Botto teje en Una noche sin luna, una narración histórica con la pasión de alguien profundamente enamorado de un teatro que se reivindica como espacio que debe llegar al pueblo. Por eso le da un sentido político y que recoge el latido social, el latido histórico, el drama de sus gentes y el color genuino de su paisaje y de su espíritu, como señalaba el propio Lorca en una de sus charlas.
La dignidad, la coherencia, la reivindicación, la belleza y el arte, como forma de vida que también se explica con el mito de Teseo y su embarcación. El escenario va cobrando vida a través de las manos del dramaturgo, modificándose al compás de la historia y llevándonos a distintos momentos de su vida: desde el universo que habitaba en las canicas de su infancia, a la plaza manchega donde le increparon dos oriundos, al amor que sentía por Rafael Rodríguez Rapún.
El Lorca dirigido por Sergio Peris-Mencheta es, sin duda, un Lorca que te habla a ti entre decenas, que conmueve desde la delicadeza, enciende pasiones y eleva el cuerpo desde discursos encendidos como el que dio en la inauguración de la biblioteca de su pueblo natal en Granada, Fuente Vaqueros, en septiembre de 1931: “No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan, sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social”. Lorca se vino arriba en su discurso hace 90 años y Botto, que es Federico en este momento, lo reconoce, sonríe cómplice, y a nosotras nos ha dejado con los ojos brillantes de la emoción en 2021.
Federico es Juan Diego. Botto, enorme, inabarcable, es Lorca. Es imposible no prendarse de esta transmutación que privilegia a quienes hemos sido testigos de lo vivo que está El Poeta, lo que dijo y lo que, casi con total acierto, diría ahora, en estos tiempos oscuros donde la ultraderecha copa espacios y se permite el lujo de llamar busca huesos a las personas y colectivos que trabajan por la recuperación de la memoria histórica.
Una noche sin luna desentierra a Lorca, un rato, no del todo, pero lo suficiente para recordarnos de nuevo que sin memoria somos nada. Para reivindicar el arte y el significado del teatro, para decirnos que las cunetas y los muertos siguen ahí. Para recordarnos que fue Queipo de Llano, el mismo que advirtió: «Malagueñas, vais a saber quiénes son los verdaderos hombres» y que permaneció décadas enterrado en la Basílica de la Macarena en Sevilla. El mismo que dio la orden de fusilar al Poeta entre Alfacar y Víznar, indicando que le dieran “café, mucho café”. El 18 de Agosto de 1936.
Reivindicar a Lorca es revindicar unas artes escénicas y una cultura para todas, accesible y comprometida, como esta obra dirigida por Peris Mencheta porque servirá para que, como decía El Poeta, todos los hombre sepan.
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