A Claudia Ruiz Caro le atrae todo aquello que pueda perderse. Por eso pone su mirada en seguir construyendo un gran árbol genealógico que mantega viva la memoria de las grandes familias flamencas cuando sus mayores ya no estén. Mientras tanto, retrata a grandes figuras de lo jondo y atesora en su joven carrera el haber sido la primera mujer que se convierte en fotógrafa oficial de uno de los festivales más importantes de flamenco, la Bienal de Sevilla.
“Lo bueno, lo íntimo y lo cercano es lo verdaderamente real, porque encima de un escenario siempre hay pose, siempre hay gestos estudiados, una tensión que cuando bajas desaparece. Entonces aparece la persona”, afirma rotunda Claudia Ruiz Caro (Barcelona, 1993), fotógrafa nacida en Barcelona que siempre ha mantenido y cultivado el cordón umbilical que lleva años conectándola a la tierra paterna, Jerez de la Frontera.
No se siente de ninguna parte pero habla desde el corazón de San Miguel, una de las zonas cero flamencas, con permiso de Santiago, que ha dado al mundo astros como La Paquera o Juan Moneo El Torta, y que atesora un crucificado que su madre restauró hace unos años. Allí reside haciendo el camino inverso que obligó a sus padres, jerezano y granaina, “a migrar a Cataluña como tantísimos andaluces, a buscarse el pan”.
Ha trabajado en festivales internacionales como el Sonar y sabe que de un concierto pueden salir trabajos fotográficos espectaculares, pero nada que no hayamos visto ya, que no sea recurrente en los directos: las poses, los gestos, los contraluces. El margen de acción puede estar mucho más acotado cuando no eres tú la que elige la gestualidad del personaje, la iluminación o los fondos. Por eso, ella prefiere esperar detrás, donde hay un mundo mucho más interesante y sin artificios, un lugar donde no hay espacio para vivir solo de cazar el momento y sí para trabajar la fotografía documental y el retrato en blanco y negro.
Una forma de entender, ver y capturar el mundo que toma como referencia las miradas de Lamarca o Colita y que la han llevado a ser la primera mujer que se convierte en fotógrafa oficial de unos de los festivales flamencos más importantes del mundo, la Bienal De Sevilla.
Más cerca de lo documental que del periodismo
“La fotografía documental es algo que me enamora y dentro de ella el retrato es lo que más me gusta, porque al final tienes que generar una serie de vínculos en ese momento para relajar a la persona que está siendo fotografiada, para encontrarte con ella y sacar su verdadero yo, para que no haya tensiones, para que el gesto sea lo más natural posible”, asegura Claudia cuando le preguntamos por su capacidad de hacer tan pequeño el recorrido entre la que mira y la que siente la mirada, porque su trabajo es un pase VIP al mundo que no nace cuando cuando se encienden las luces y termina cuando se baja el telón.
Habla con un profundo respeto hacia lo jondo. “Si fuesen músicos que terminan de tocar y se van a su casa y llevan una vida “normal” … y con normal quiero decir que no vuelvan a pensar en lo que tienen que hacer encima del escenario más que las veces que ensayan o que luego tengan un trabajo normal y se dediquen a otra cosa completamente. Pero es que los flamencos son flamencos de día, de noche y a la hora que se levanten. A la hora que sea, donde estén”.
El flamenco, un universo propio con leguaje universal
Adentrarse en este universo íntimo de los linajes flamencos y gitanos que convierten una música de raíz en la propia vida (¿o es al revés?), hace que se considere una privilegiada que habla de “cuidados” a la hora de referirse a la simbiosis que crea también con las personas que fotografía. No habla de tiento, de alerta. No es una cuestión de alarmas: es el cuidado desde el respeto y el conocimiento de saberse dentro de un mundo que no es el suyo y al que no ha llegado para retratar un instante e irse.
Claudia Ruiz Caro trabaja esa parte de acercamiento al personaje, donde conocerlo, hacer que se sienta cómodo, facilitará todo el trabajo. Es consciente de que al final te están entregando un rato de su vida, ofreciéndote su imagen y es importante ensalzarles. Y lo hace en blanco y negro también por respeto a una tradición donde los dos colores le dan un marco de atemporalidad y dignifican a la persona retratada.
Lo que en principio fue un hobby de la adolescencia, algo que hacía por placer con su grupo de amigos, ha acabado convirtiéndose en la forma de ganarse la vida. A pesar de crecer en un hogar con una enorme libertad creativa, con horarios intempestivos, no quería dedicarse al oficio de sus padres: restauradora Paz, pintor Manuel, aunque no se ha desvinculado del oficio de crear, cámara mediante.
¿Por qué una imagen fija, por qué la foto y no el vídeo o cualquier otro soporte? Porque “para captar y transmitir en un solo fotograma tiene que haber un discurso detrás y tiene que haber una cabeza pensante que pretenda decir algo, contar algo o simplemente mostrar algo. Han sido siempre las ganas de perseguir, de descubrir al personaje o descubrir la historia que hay detrás”.
Creció escuchando a Camarón o Lole y Manuel. No se puede despegar del flamenco porque ha crecido con ella y siempre ha formado parte del contexto familiar, va cosido a los recuerdos de su infancia en Cataluña. La perspectiva laboral es radicalmente distinta: la vasta oferta cultural barcelonesa no es la jerezana. Pero tampoco la experiencia vivencial del flamenco había tocado a su puerta, y es acompañando a su amigo el guitarrista José Ignacio Franco, a un recital del Capullo de Jerez con Periquín “Niño Jero” a la guitarra, cuando se engancha. Es ahí donde comienza el aprendizaje y la inmersión a lo jondo.
Y la fotografía, un lenguaje propio para hacer eterno el arte
“Del flamenco lo he aprendido todo y me lo ha dado todo. Así de fácil y así de difícil. Es una forma de vivir que está a todos los niveles casi en peligro de extinción por lo rápido que funciona el mundo hoy en día, por el poco tiempo que tenemos ya de vernos y de hacer comunidad, es difícil que continúe de la forma que ha existido hasta ahora. A mí siempre me ha interesado todo aquello que puede perderse” explica.
“Los gitanos tienen unos valores familiares e interpersonales qué más quisiera tenerlos toda la sociedad. Son el último reducto de muchísimas formas del ser humano, de ser persona, de ser correcto en todos los ámbitos que te puedas imaginar, tanto con los mayores, como con los niños, con la familia en sí, con los amigos. Toda esta serie de vínculos me han dado otra forma de ver el mundo, porque soy muy sensible y me ha atrapado, me ha dado esperanzas de ver que realmente existe gente todavía que vive como se vivía y cómo se vivirá si la cosa no cambia”.
“Pepe Lamarca fue el fotógrafo de Camarón durante muchísimos años y también de otros flamencos. Fui a visitarlo con mi amigo Brais. Pepe es retratista y para mí era, junto con Colita, mi ídolo. Mi ídolo vivo, además, porque ha hecho fotos a toda esa gente que ya no está y que han dejado una huella imborrable tanto en el flamenco como en el resto de artistas. Me dijo que fotos de conciertos podía hacer todo el mundo y que esa no era una novedad. Iba nerviosísima, pensando ‘voy a enseñar mis fotos al maestro; como me diga algo negativo, suelto la cámara y me voy’”.
Pero no se ha ido, al contrario. Se ha quedado para forjarse un oficio y especializarse, siguiendo los consejos de Lamarca y no perdiendo de vista a todas esas personas en las que se inspira constantemente, como Isabel Steva Hernández, Colita, Pablo Julia. Acercarse al artista por detrás para generar ese clima de confianza y crear un espacio íntimo que prevalezca en la imagen es el consejo que más a rajatabla lleva y que Lamarca le dio al arrancar en este mundo.
Ruiz Caro se dedica a la fotografía, al retrato flamenco, del flamenco y de los flamencos, pero también tiene un objetivo claro y conciso, en el espacio y en el tiempo: crear un archivo que recoja a los personajes con los que se ha ido encontrando desde que llegó a este mundo en 2015, “fotografiarlos junto a las familias que prevalecen o la gente que sigue dedicándose a esto como forma de vida y no únicamente porque es lo que da el pan. Con esa idea de archivo, estoy tratando de crear recuerdos que puedan conservar cuando se vayan yendo los familiares mayores. Al final esas fotos son las que a mí me interesan, las que quedan en el subconsciente y que también sirvan para sentir a esa persona que ya se ha ido. Eso es muy importante”.
2020, el año en el que la pandemia arrasó con todo. O casi.
La Covid-19 ha hecho estragos en el mundo de la cultura: festivales y conciertos cancelados, salas de cine cerradas, producción de películas paradas, lanzamiento de álbumes atrasados, equipos técnicos y artísticos parados al completo. La Unesco se hizo eco del riesgo que se corría en el sector cultural al no ser uno de los considerados prioritarios o no esenciales.
El informe sobre el estado de la Cultura 2020 de la Fundación Alternativas indica que la industria cultural es uno de los sectores más afectados por la pandemia, a pesar de que datos del Eurostat señalan que que el 70% de conexiones a Internet se generan para consumir contenido cultural.
“Esperemos que todo esto se reactive de alguna manera y se tomen medidas porque el flamenco está súper abandonado en cuanto a protección de instituciones”, asegura Claudia cuando habla del mazazo que ha supuesto para toda la gente que vive y trabaja del cante, del baile, del toque o de cualquier otro ámbito que esté relacionado con el flamenco.
La fotógrafa, que suele trabajar también para los sellos discográficos El Flamenco Vive y La Bodega, haciendo todo el trabajo de fotografía que forma parte de la obra, habla también de la poca cantidad de discos que este año han podido ver luz. “Si no lo puedes mover, si no lo puedes presentar en ningún sitio, si no puedes llevarlo a la radio, si no puedes hacer una serie de cosas, es una inversión que no merece la pena”, explica.
Su trabajo consiste, sobre todo, en darle forma al universo musical de la persona a fotografiar, un mundo al que llega a través de un intercambio de ideas del que sacar provecho para ponerle imagen y concebir algo que le guste a los dos. “Lo primero que necesito saber del artista es qué título va a poner, qué quiere transmitir con este disco para que la gente cuando lo vea puesto en una estantería en una tienda le llame la atención, eso es lo más complicado, y diga ¡hostia!”. Y en las pequeñas compañías todo eso es más auténtico: el proceso creativo y la comunicación entre la persona que canta y la que fotografía es más fluído porque no hay un equipo enorme fiscalizando qué se hace y qué no.
Pero antes de que comenzase este 2020 semiapocalíptico que le pilló recién mudada de Madrid a Jerez, donde había pasado tres años, antes de que todo esto diera un giro y pusiese nuestras felices expectativas de año nuevo bocabajo y con un tembleque que todavía nos dura en el cuerpo, su exposición iba a viajar hasta el Festival Arte Flamenco Mont de Marsan de la mano de la fotógrafa gala Olivia Pierrugues.
Pero llegó la pandemia, y con ella el confinamiento, y con todo esto, un parón que ha vivido con dolor y resignación “Por suerte las copias se venden bien y la gente las aprecia. Y es muy bonito que alguien quiera tener tu trabajo en su casa. Por ahí me voy salvando. Mi trabajo hoy en día no consiste únicamente en el flamenco, pese que lo mío ha sido durante mucho año hacer portadas de disco, pero ahora mismo he encontrado otro filón que me sostiene económicamente”.
Nadie hable mal del día hasta que la noche llegue, yo he visto mañanas tristes tener las tardes alegres…
Los planes para 2021 llevan ecos de una soleá de Enrique Morente: los pájaros son clarines entre los cañaverales, dice la letra y así rezará el nombre de la exposición. «Entre los cañaverales» es un relevo artístico y generacional de la obra comenzada por su admirado Pepe Lamarca, donde la búsqueda por continuar retratando a las familias flamencas en su totalidad está en el centro del trabajo documental que permitirá recrear todo un árbol genealógico de pura cepa flamenca.
Esas familias con estirpe que viven del cante, del baile, de tocar, donde la tradición familiar pasa de generación en generación, comenzaron a ser fotografiadas por Lamarca cuatro décadas atrás y ahora es Ruiz Caro quien continuará retratando a los nuevos miembros. “Mi idea es recoger a todas esas familias. Ya casi tengo Jerez entero, estoy con Sevilla, Lebrija y Utrera. Y me falta la zona de Málaga y de Cádiz ; en cuanto me pueda mover voy a continuar con ellos. Poner en valor y en foto la transmisión oral y esa genealogía del artista, porque en el flamenco siempre se habla de las sagas cantaoras, de las sagas de bailaores como los Farruco o los Moneos con el cante en Jerez. Es darle valor a esa tradición oral que pasa de padres a hijos y que sigue estando ahí por mucho que se pueda profesionalizar el flamenco, ese toque distintivo de haberlo mamao en casa se deja ver. Sale por los poros”.
Antes de que podamos disfrutar de la exposición, saldrá el disco de Manolo Simón, en el que ha trabajado para crear toda la imagen fotográfica que acompaña y que podremos disfrutar a finales de diciembre. Con ella, van 18 las portadas en las que Claudia ha creado. Es “Por nuestro bien” de Antonio Agujetas, hijo de Manuel, su preferida. Le tiene especial cariño a este jerezano de saga jonda que transmite su vida misma cuando canta por seguiriyas y al que, además, retrató en un restaurante de comida rápida, recogiendo su humanidad cotidiana, su lado más punk, su estar en el mundo .
Ruiz Caro deja claro en cada reflexión su vínculo profundo con un mundo que tanto le está ofreciendo, en una especie de reciprocidad agradecida, porque un disco es una posibilidad de trabajo para los artistas, de poder establecerse en la palestra de nuevo, de subir al escenario. Y destaca también que es la generación coetánea de Camarón la que más lo sufre al estar más olvidada por la crítica, por los programadores y por toda esa gente que dice que hace cosas por el flamenco.
“Donde más trabaja el flamenco es fuera de su pueblo, fuera de su comunidad y fuera del país”
Antes de todo esto, lo jondo ya existía y el olvido por parte de las instituciones era un hecho consumado. En pleno año pandémico se cumple una década desde que se nombró al flamenco Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. “Un paripé ¿para qué han servido? Para absolutamente nada. A lo que hayan podido llegar los artistas del flamenco ha sido por mérito propio. Nadie les ha regalado nada. Es muy difícil pero comprensible que no llegue a las altas esferas de la industria musical. En EEUU el jazz o el blues son patrimonio nacional y es lo primero que te viene a la cabeza si hiciéramos una distribución por países de la música. En nuestro país no se da esa devoción, porque luego te das cuenta cuando vas fuera que es donde más trabaja el flamenco, fuera de su pueblo, fuera de su comunidad, y fuera del país”.
Se pregunta y se contesta sobre la forma de crear aficionados. Dijo Antonio Agujetas en una entrevista a La Voz del Sur que Andalucía tampoco es para el flamenco, ni para ninguna música, porque es muy analfabeta. No por una cuestión de respeto, sino por el desconocimiento. “La única forma de crear aficionados y de que el flamenco pierda esos tintes postfranquistas, cañís y rancios, esos clichés y esas cosas tan absurdas e injustas, es llevando a los medios generalistas a artistas que se lo están currando”, resume cuando hablamos de la repercusión que ha tenido la aparición de Israel Fernández o María José Llergó en programas con una audiencia considerable, “Eso es genial porque es la única manera de quitarle las tonterías a la gente hablando, mal y pronto”, afirma con rotundidad.
Hacia una profesionalización del flamenco
Huir del cliché de artista atormentado, taciturno, de la caricatura que a veces se sostiene en el imaginario colectivo, es parte del trabajo de mucha gente que quiere romper estereotipos y vivir del flamenco, habitarlo como forma de ganarse la vida, como un trabajo que permita vivir del cante, del baile o de cualquier otra forma de llevar lo jondo a escena.
De hecho, en abril de este año nació Unión Flamenca, un sindicato específico para el colectivo de trabajadores del flamenco que tiene como objetivo establecer un convenio colectivo que dé respuestas legales y laborales a la totalidad del sector y que no deje fuera a compañías o tablaos. Hasta el momento la normativa bajo la que se rigen es la del Convenio Colectivo de Sector de salas de fiesta, baile y discoteca.
Y el trabajo, la meca del flamenco para labrarse una carrera, el reino de algo tan nuestro, sigue siendo Madrid, descontextualizando a la persona y haciéndola migrar por trabajo, asegura la fotógrafa porque también lo ha vivido en carne propia. “Allí están los tablaos, donde se comienza a trabajar, donde se gana visibilidad, porque en su lugar de origen no hay trabajo más allá de los festivales y del verano”, asegura.
Esto sigue pasando y sigue escociendo, porque no ha dejado de pasar lo que ya ocurría en los 70 y 80, la etapa en la que figuras como Enrique Morente, El Lebrijano, Camarón, Lola Flores o Caracol se concentraban en la capital. Sigue pasando lo mismo, porque en los territorios flamencos por excelencia no tienen el reconocimiento y la perspectiva laboral que merecen.
Fotos flamencas
“Yo seguiré haciendo retratos y seguiré haciendo discos siempre que salgan, pero es verdad que irme de Madrid ha sido un buen cambio porque he vuelto al origen y tengo muchísimas ganas de seguir con ese archivo, de seguir haciendo fotos y de seguir ampliándolo, mi única pretensión”, cuenta Claudia.
Asegura que las exposiciones o vender las imágenes es lo que menos le importa. “Lo que me interesa de verdad es tener ese archivo ordenado, tener a toda esa gente ahí y saber que eso tiene un valor sentimental y antropológico importante, sino ahora, dentro de un tiempo. Y no solo por la importancia, más que nada por esa sensación de estar aportando mi granito de arena a algo que tanto me da”.
¿Es flamenca Claudia Ruíz Caro? “Pues yo hago fotos flamencas si lo quieres llamar así. Flamenca no soy porque le tengo un respeto tan grande que no se me ocurriría jamás. Zapatera a tus zapatos. A mí me atrae tantísimo este mundo que creo que mi forma de aportar algo es haciendo lo que hago,pero jamás se me ocurriría decir algo así porque sabiendo todo lo que implica, el trabajo, el estudio y las capacidades que hay que tener para dedicarse a ello. Bueno, soy una aficioná, me encanta escuchar un disco detrás del otro y ver cincuenta mil vídeos, investigar, pero los flamencos son ellos. Yo soy Claudia. Yo solamente hago fotos”.
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