Quién te puso Salvaora (I)
Quién te puso Salvaora (I)

Rocío Santos Gil

17 noviembre 2020

¿A dónde van todos los relatos sin contar? ¿Qué va a ser de las historias de las que no pudieron elegir, de las que enfrentaron solas el golpe de estado franquista? La memoria histórica también permanece en la tradición oral de multitud de familias y se siguen narrando en bajito. Resisten en las cocinas de los pueblos aquellas vidas que no tuvieron más remedio que tirar hacia adelante como buenamente pudieron y que con el paso del tiempo, y en base a la admiración que le profesamos las que vienen detrás, se van convirtiendo en leyenda y memoria viva. Existe aún una épica familiar que construye leyendas en base a referentes reales y que aún nos sigue reuniendo alrededor de la candela.

Hace meses, demasiados, que no veo a María. Primero fue la escasez de tiempo, después la pandemia. Hablo con ella menos de lo que debiese y mucho menos de lo que me gustaría. Vive en el pueblo desde siempre y su historia ha sido la de una titana a la que la vida se lo ha puesto todo difícil; el devenir ha ido apañándoselas para complicárselo todo un poco más, no recuerdo haberla visto respirar aliviada. Pero María aguanta estoica junto a una escopeta simbólica siempre dispuesta a apuntar contra quien sea.

A veces le he preguntado de dónde saca la fuerza, cómo consigue mantener esa entereza en el tiempo. Porque María es dura. Pero no es una dureza aséptica e impenetrable, una dureza sin sentido. La suya está perfectamente cincelada. Ha desarrollado capas y capas a base de dolores propios y ajenos que ha protagonizado, por cuidar, por mantener, por trabajar dentro y fuera: tiene un envoltorio a prueba de bombas. Y siempre le aconsejo que se relaje y que baje la guardia, y es entonces cuando hace mención a una tía a la que nunca conocí, pero de la que tanto habla siempre, la tía Salvaora.

A María el recuerdo le da fuerzas y ser una trovadora también la mantiene viva de esa forma tan potente. Adora recordar y mantener incandescente el recuerdo de todo lo que ha ido pasando y, sobre todo, de lo que le han ido contando. María es una fuente inagotable de conocimiento que se perderá como tantas otras se han perdido si no atendemos rápido a conservar lo que nos narra, desde las experiencias de vida hasta las tradicionales recetas, trucos de conserva con raíces andalusíes u hornazos.

Ella, Salvaora Gil Montes

Estos días recuerdo a Salvaora constantemente, porque María se ha encargado de construir su vida en base a las historias que compartió con ella y que ella, a su vez, le fue contando durante el tiempo de vida en común, que fue bastante pero tampoco lo suficiente cuando de querer tanto a alguien se trata Porque Salvaora no pudo quedarse embarazada nunca y María, su sobrina, era la niña de sus ojos, la ahijada a la que llevaba a pasar semanas con ella en su exilio gaditano de San Martín del Tesorillo.

Lo que sabemos de Salvaora Gil Montes forman parte de la tradición oral familiar, de los relatos que María ha ido contando y que a medida que pasan los años, adquieren tintes de leyenda y la presentan como una mujer de otro planeta que forma parte de nuestra genealogía, una mezcla entre heroína republicana y Capitana de la Sierra de las Nieves.

Nunca mi tía dijo que fuese su referente pero de sobra veo cómo que le gusta establecer analogías y comparaciones entre ellas, porque no todas nuestras ídolas y aspiraciones pasan por el filtro de constructos neoliberales donde ellas llevan ropas ajustadas y acaban de pasar por peluquería y maquillaje, tienen tiempo para sí mismas o, al menos, para vivir su vida.

El toque de queda solo para Salvaora

“Fíate, que tu tía Salvaora tenía toque de queda y ”. Cuando hablan de toque de queda de forma continua en radio, prensa escrita o televisión, nada bueno se me puede venir a la cabeza. Siempre se ha escuchado y hablado en mi familia de ese toque de queda como la única forma de mantener contenida a la fuerza telúrica de Salvaora, como otra de las formas de represión que se sufrieron en tantos pueblos andaluces. A Salvaora el castigo le vino de la mano de la  Guardia Civil, estableciéndose para evitar que saliese de casa a determinadas horas, por ser la única de cinco hermanos a la que no consiguieron encarcelar después de que Guaro fuera tomada por los nacionales sublevados.

 Lo que sabemos de Salvaora Gil Montes forma parte de la tradición oral familiar, de los relatos que María ha ido contando y que a medida que pasan los años, adquieren tintes de leyenda y la presentan como una mujer de otro planeta que forma parte de nuestra genealogía, una mezcla entre heroína republicana y Capitana de la Sierra de las Nieves.

Salvaora fue costurera y dice María que por ahí se escapó de entrar a prisión, porque la obligaban a remendar trajes de la Benemérita. “Era buena, vaya, buena no, la mejor. Aquí no había otra igual, de buena costurera, de guapa, de rubia, de fuerte. Y se quedó solita, soliiita, cuidando a su padre”. Dice el “solita” con mucha pena, deja que las ies se alarguen como si estuviesen cayendo en un pozo sin fondo.  Es verdad que se quedó sola porque me lo contaba mi abuela, Isabel La Respinga, que era su cuñada.

Salvaora salía impertérrita a comprar cuando podía y la dejaban. “Ella cogía calle adelante con la canasta y a ver quién la paraba. Las fascistas solo la molestaban cuando sabían que no podía salir a la calle, pero estando ella en la calle, a ver quién le decía algo. Porque tú tía era mu´ de izquierdas y más lista que el hambre”.

Yo ya sé por qué me dice que era de izquierda y muy lista, porque esta parte de la historia me gusta muchísimo, me encanta que me la cuente, porque incluso curva la espalda y baja el tono y me penetra con los ojos que tiene esta María trovadora que sería capaz de entretener a un regimiento, mi tía, ojos que se han ido aclarando por los años pero que centellean como en una noche oscurísima.

Salvaora resiste

“Las sinvergüenzas se agarraban del brazo cuando tiraban por la calle abajo»./
Foto: Rocío Santos Gil.

“Las niñas de Guaro no queremos morcilla ni chorizo, queremos la cabeza del Rubio El Longanizo” le cantaban en el pueblo cuando estaba Salvaora con el toque de queda sin poder pisar la calle. “Las sinvergüenzas se agarraban del brazo cuando tiraban por la calle abajo y se ponían a cantarle la copla en la misma puerta, dándoles golpes con el culo para molestarla. Y tu tía allí dentro aguantando lo más grande, porque claro, tenía que estar con su padre y no podía entrar en la cárcel, a ver si no quién cuidaba a ese hombre”.

Juan El Longanizo era su hermano, que pasó tres años en la cárcel provincial de Málaga y de la que se llevó a cuestas multitud de afecciones respiratorias junto al duelo por la ejecución de su hermano José, al que encarcelaron al mismo tiempo que a él por republicano.

El fusilamiento tuvo lugar en el cementerio de San Rafael en 1940 y su cuerpo, junto con el de 4.571 personas más, se arrojó a la mayor fosa común que existe en España. Le mataron el novio a Isabel La Respinga, el hermano a Salvaora y el hijo a un hombre dependiente que no paraba de escuchar las coplas fascistas por las calles en un pueblo de menos de 3000 personas. Porque en los pueblos se escucha y se sabe todo.

“ Las niñas de Guaro no queremos morcilla ni chorizo, queremos la cabeza del Rubio El Longanizo».

Dicen que a Salvaora Gil Montes le llegó la noticia de la muerte de su hermano mayor en el frente de Córdoba, agarró la capacha y allí se plantó, sin pensárselo y sin mirar atrás. “Niña, muerto a muerto levantó, poniéndolos bocarriba pa´ ver si encontraba a su hermano y podía darle entierro aunque sea. Pero qué va, qué va, no dio con él. Muerto a muerto, ¿tú te imaginas lo que hay que tener pa hacer eso? Oh. Qué tía” me dice María mientras cierra un ojo y me está a punto de clavarme el otro, no sé si por si no soy capaz de imaginar la terrorífica hazaña o por si se me ocurre dudarlo. 

“Se casó con un hombre de izquierdas, con tu tío Diego, mi padrino, un hombre muy bueno que se echó a la sierra huyendo, nada más llegar al pueblo después de la guerra. Y ella tenía una amiga, Carmela, que se casó con un fascista y que la mantenía informada de los movimientos que los franquistas iban haciendo en el pueblo”.  Sé que María, que no conoció a Carmela pero sí a su descendencia, mantiene vivo el rencor porque ha heredado también ese dolor del que se libera un poco cuando narra vidas como la de su madrina Salvadora. Y le gusta hacerlo desde una suerte de tradición oral que nos mantiene a todas atentas alrededor de ella en la cocina que ha modernizado cincuenta años después de irse a vivir a las afueras del pueblo. 

Me cuenta que Diego, su marido, se escondió durante semanas bajo un zarzal que imagino semibíblico, no demasiado lejos del pueblo, lo suficientemente cerca como para que Juani, con casi diez años, fuera a llevarle alimentos cada poco, enviada por Salvaora. Total, ¿quién sospecharía de una  criatura cargada con una canasta llena de comida atravesando el pueblo a plena luz del día durante los comienzos de la posguerra?

[Continuará]

Rocío Santos Gil

Rocío Santos Gil

Arrabalera y de clase trabajadora. Rocanrol actitud.

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