En Andalucía, la mujer jornalera es un pilar fundamental de la historia y el contexto actual. Aunque muy pocas veces esto es visible, estas trabajadoras han estado presentes en todas las luchas jornaleras de nuestra tierra, reivindicando, además, doblemente: primero contra el patrón y el sistema laboral que las explotaba; y segundo, contra una tradición patriarcal que no la dejaba salir del foco del hogar, como podía ser el marido y la propia sociedad. Que la mujer jornalera andaluza empuñara la azada en la lucha por la tierra, por el trabajo, por una vida justa, es la antesala de la liberación de la mujer en Andalucía. Ellas empezaron un camino, que nosotras hoy continuamos.
Las cabras montesas de Gilena son un claro ejemplo de esta lucha. Eran un grupo de mujeres, residentes en el pequeño pueblo de Gilena, en la Sierra Sur sevillana. En los años setenta, los jornaleros se beneficiaban de lo que se conocía como el Empleo Comunitario, unos fondos del Estado que los ayuntamientos recibían para emplear a jornaleros en paro en trabajos de mantenimiento de los pueblos y los campos, a través de la Cartilla Agraria. Las mujeres, a pesar de cumplir con los requisitos o de estar en situaciones precarias, eran excluidas de este Empleo Comunitario.
En este contexto, un grupo de mujeres de Gilena, se reunieron. Eran María del Carmen, Concepción, Margarita, Dolores, Manuela, Agustina y María Tejada, de las pocas mujeres que en Gilena contaban con Cartilla Agraria, y también de las excluidas en el Empleo Comunitario, pues únicamente se contrataba a hombres.
El marido de una de ellas, el de María del Carmen, la Chiquita, cayó enfermo, hecho que les hacía perder el dinero para poder alimentar a sus seis hijos, en un momento de pobreza aguda en los rincones rurales de Andalucía, de la que solo los señoritos se libraban. Informada de sus derechos, y convencida de que, aun siendo mujer, tenía que ser contratada por el Empleo Comunitario, se presentó en el tajo donde estaban empleados los hombres, reclamando su derecho a trabajar y ganar su jornal dignamente. La situación se volvió tensa, y Maria del Carmen fue humillada por el manijero de la finca, algo que no le impidió entrar con orgullo en el tajo y echar un jornal, aunque después no le fue reconocido.
La Cámara Agraria (entidad encargada del reparto del Empleo Comunitario), viendo lo que se les podía venir encima, ofrecieron un trato a Maria del Carmen: se le reconocerían y pagarían todos los jornales sin que tuviera que subir al tajo. La mujer no solo se negó, sino que la lucha se incrementó y más mujeres se unieron a la causa. Así, una docena de mujeres estuvieron subiendo durante días a la sierra, a trabajar con el resto de sus compañeros, sin que nadie les reconociera el trabajo y sin que les apuntaran los jornales echados. A pesar de ser expulsadas por el encargado forestal, ellas volvían a subir, a seguir trabajando y nunca las cobraban. Las mujeres defendían su legítimo derecho a un trabajo digno y a cobrar por ese trabajo digno, como cualquier otra persona.
La reivindicación empezó a trasladarse a otros ambientes, y cada vez eran más compañeras y compañeros del Sindicato de Obreros del Campo (SOC) quienes se unían a la causa de estas mujeres de Gilena, a través de acciones que no pasaban desapercibidas, como concentraciones y comunicados. Así, después de 15 días de trabajo sin cobrar, de humillaciones, de insultos y vejaciones, las llamadas Cabras Montesas fueron llamadas por el director de la Cámara Agraria, llegando a un acuerdo, a través del cual, por fin, todas sus peonadas serían reconocidas y, por consiguiente, pagadas, además de ser contratadas por el Empleo Comunitario.
Gracias a esa acción, de unas pocas mujeres en un pueblo de poco más de 3000 habitantes en la Sierra Sur de Sevilla, las mujeres de toda Andalucía, empezaron a beneficiarse el Empleo Comunitario, dando un paso de gigante por la igualdad laboral en nuestra tierra.
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