Periodismo patriarcal
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Periodismo patriarcal

Antonia Ceballos Cuadrado

19 marzo 2019

Aproximadamente el 60% de estudiantes de periodismo son mujeres y en las redacciones son la mitad de la plantilla. Sin embargo, solo el 10,9% de los cargos de dirección de los medios impresos en España son ocupados por mujeres y en el caso de los medios digitales el porcentaje es ridículo: un 3,9%. Son datos del Informe Anual de la Profesión Periodística 2017, realizado por la Asociación de la Prensa de Madrid.

El panorama es mucho más desolador si nos fijamos en el contenido de las informaciones: 9% es el porcentaje de fuentes femeninas expertas empleadas en las informaciones que recibimos a diario, de acuerdo con los datos del Proyecto de Monitoreo Global de Medios. La situación no es mucho mejor si observamos al detalle los datos de los artículos de opinión: solo el 21% de la opinión en nuestro país está escrita por mujeres, tal y como ha analizado Planner Media en su informe ColumnistAs.

O lo que es lo mismo: las mujeres en nuestros medios hacen el trabajo de hormiguita, el invisible, el que es indispensable, el que sostiene toda la estructura; pero no tienen derecho a opinar, a tener voz propia, a ser parte activa de la res publica. Es decir, nuestros medios no son ajenos a la estructura patriarcal, no son ajenos ni siquiera a la división del trabajo entre lo “privado” (el grueso de la información) y lo “público” (esos artículos de opinión escritos por varones blancos de mediana edad heterosexuales). Tan enraizada está la cultura patriarcal que no es casualidad que una profesión tan feminizada sea, a su vez, una profesión tan precaria en el seno de la cual es prácticamente imposible desarrollar cualquier proyecto vital. 

¿Por qué los cuidados nunca aparecen en la sección de “economía” si son los que sostienen la economía productiva?

Cuando estudias periodismo asumes como neutrales elementos que no lo son. Te previenen acerca de la estructura económica de la información, te enseñan a distinguir la propaganda política de los hechos; pero nadie cuestiona la estructura patriarcal de la información. Así, por ejemplo, asumimos como neutrales esquemas que nos vienen dados y que para nada son ni tan inamovibles ni tan inocentes como nos hacen creer: las rutinas de producción de noticias, los criterios de noticiabilidad, la división tradicional de secciones, los temas que se consideran importantes y, por tanto, son los que se visibilizan, y un largo etcétera.

¿Por qué los cuidados nunca aparecen en la sección de “economía” si son los que sostienen la economía productiva? ¿Por qué no desagregamos los datos por sexo para entender mejor la realidad? ¿Por qué sistemáticamente negamos la palabra a las mujeres? El periodismo si no es feminista no puede ser nunca de calidad. Y ser feminista no es añadir una sección nueva sobre feminismo porque está de moda y nos da clicks (¡dejad de usar nuestra lucha para aumentar vuestros beneficios!).

Un periodismo feminista implica repensar el periodismo, reivindicarlo como lo que es: un derecho humano fundamental. Un periodismo feminista implica una agenda mediática nueva con la vida en el centro, una mirada distinta en la que las identidades tradicionalmente oprimidas e invisibilizadas empiecen a ser protagonistas de las grandes secciones y no un residuo exótico de las páginas de “sociedad”. Un periodismo feminista es un periodismo más democrático y plural, crítico con todas las opresiones que generan violencia, no solo con el género, que mezcla profundidad con frescura, que crea comunidad y que defiende a capa y espada los derechos humanos aquí y en todo el mundo (incluido el de vivir en un planeta que no esté abocado al desastre ecológico para satisfacer el hambre voraz de recursos de un sistema económico que es antifeminista por definición como es el capitalismo).

Y cada vez somos más las que estamos en esa pelea. “Crearemos nuestros propios medios y contaremos nuestros relatos”, anunció Irantzu Varela. Y eso hicimos. Pikara nos abrió el camino. Mar Gallego nos ilumina desde el Sur. Y en La Poderío somos una revista parida en el sur, con los aires frescos, reivindicativos, inclusivos, diversos, plurales y feministas de Andalucía, pero sobre todo, con las ganas de visibilizar las historias de personas reales olvidadas en los medios de comunicación y de desgranar el sistema heteropatriarcal que las victimiza y/o criminaliza en la mayoría de los casos. 

El periodismo feminista ha llegado para quedarse. Pero no solo es una cuestión de los márgenes, también es una cuestión central. El pasado 8M las mujeres periodistas conseguimos algo impensable tan solo unos meses atrás: más de 8.000 mujeres nos sumamos al manifiesto “Las periodistas paramos” y nos fuimos a las calles y a las plazas con nuestras reivindicaciones debajo del brazo. Clamábamos contra la brecha salarial, el techo de cristal y la precariedad; exigíamos corresponsabilidad y otro reparto de los cuidados; denunciábamos a voz en grito el acoso sexual y laboral que sufrimos; reclamábamos nuestro espacio en las tertulias y en los artículos de opinión y denunciábamos esa mirada parcial que nos impide hacer buen periodismo. De aquel encuentro sororo entre todas, de aquel reconocimiento mutuo, ha surgido la Plataforma “Comunicadoras 8M” que lucha por un periodismo digno y feminista. 

El censo de expertas es una herramienta viva, en constante actualización, que sirve para romper con la invisibilización de las mujeres.

Pero mucho antes de toda esta explosión de lucha, la Asamblea de Mujeres Periodistas de Sevilla llevaba ya 10 años trabajando por “promover la igualdad desde el periodismo”. A ellas les debemos una herramienta valiosísima para introducir a las mujeres como voces autorizadas en nuestros relatos: el censo de expertas. El censo puede ser consultado de forma pública por periodistas, a través de la página web de la Asociación de la Prensa de Sevilla, a excepción de los datos de contacto a los que se accede mediante registro.

El censo de expertas es una herramienta viva, en constante actualización, que sirve para romper con la invisibilización de las mujeres y con esa inercia de trabajo que nos lleva a utilizar siempre a hombres porque tienen más tiempo para atender a la prensa al no ocuparse también de los trabajos de cuidados y porque al estar más visibilizados dan mayor imagen de solvencia. Este proyecto, pionero en España, cuenta con 340 mujeres profesionales, distribuida en ocho grandes áreas: Derecho y Ciencias Jurídicas, Salud y Ciencias Médicas, Economía y Empresa, Cultura y Patrimonio, Sociedad, Ciencias, Ingenierías y Urbanismo y Arquitectura. 

Las mujeres periodistas estamos despertando como sujetos activos en la construcción de narraciones diferentes que incluyan, de una vez por todas, a la mitad de la población. Estamos dejando de hacer periodismo desde la alteridad para reclamar la voz del yo que tantas veces nos han negado. Porque estamos hartas de los “muere una mujer a manos de su pareja” cuando sabemos que nos están matando.

Porque estamos cansadas de tener que esquivar a fuentes que se creen con el derecho de piropearnos y de abusar de nosotras. Porque nos hierve la sangre y nos duele el alma cuando en los consejos de redacción o en los gabinetes de prensa no se tiene en cuenta nuestra opinión o se nos infantiliza por ser mujeres mientras que las mismas opiniones expresadas por nuestros compañeros varones no son solo tenidas en cuenta sino que son puestas en valor. Porque le debemos a la ciudadanía una explicación de la realidad que recoja toda su complejidad y en la que estén representados todos los actores para que podamos avanzar hacia una sociedad más democrática. Por todas esas razones, y muchas más, las periodistas no vamos a parar.

El periodismo patriarcal se va a caer.

Antonia Ceballos Cuadrado

Antonia Ceballos Cuadrado

Confieso: odio dormir siesta. La vida es tan corta que me la quiero beber a versos y comer a besos. Así que de pequeña me enfundaba la sábana como si fuera una bata de cola y dedicaba mis siestas a cantar la Encrucijá de la gran Marifé de Triana porque, digan lo que digan, la copla empodera. Estudié periodismo para cambiar el mundo, pero la experiencia profesional me enseñó que antes hay que darle la vuelta como un calcetín al oficio, y en eso andamos. Soy coplera, muy de aquí, pero culo inquieto. Nací en un pueblo de Córdoba que se llama Adamuz y mi historia está unida a los sitios que me han acogido: Sevilla, Londres, Padova, Stará Lubovna, Lebrija, París o Madrid; y a las mujeres poderosas que me he ido encontrando en cada uno de ellos. Ahora veo el mundo desde la esquinita de Cádiz enredada en la comunicación corporativa. Casi ná.

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