Cuando viajar no es lo que nos contaron
Romantización del viaje_Beatriz Ramos Jurado
Cuando viajar no es lo que nos contaron

La Poderío

15 marzo 2019
Este texto está en la sección La Corrala, el patio de vecinas de La Poderío donde cada una charlotea, cascarrilla y pone colorá lo que sea mientras le da el fresquito o el sol en la cara. Más agustito que te quedas, oú. Eso sí, La Poderío no se hace responsable de lo que opinan las autoras y autores, solo apoya la participación de las lectoras como espacio de libre expresión. Puedes enviar tus artículos a ole@lapoderio.com. Otra cosa, antes de hacernos las propuestas pedimos que leas nuestro ideario.

Beatriz Ramos Jurado

Amanece. Me he levantado mucho más temprano que para ir a trabajar a pesar de estar de vacaciones. Con el sueño a cuestas, me monto en una barca a motor para ver el mercado flotante en el Delta del Mekong. Durante el camino me sorprende la cantidad de basura y contaminación que alberga el río. Contrasta con la belleza del paisaje y la intensidad de los colores. Y participando tanto de la basura como de la belleza se encuentran las casas a pie del río donde la gente hace su vida, se baña, lava sus ropas y tira sus plásticos. Los barcos a motor, que cada día llevan a multitud de grupos de turistas, ensucian aún más unas aguas ya de por sí contaminadas.

El mercado flotante no me devuelve la imagen idílica de barquitas de madera con fondo verde que yo esperaba, sino un tumulto de barcas a motor donde se vende de todo. Detrás de estas se dejan ver las grúas que trabajan para un país en construcción, que camina hacia la turistificación. Sin embargo, el mercado del Delta del Mekong está vivo. No es un mercado de postal, es un mercado real.

En Andalucía, aprendí que cuando hace tanto calor una se espera hasta la noche para salir a la calle.

Hay una larga hilera de altos hoteles en el paseo marítimo que se encargan de tapar la ciudad que está detrás, donde hace vida la gente del lugar. Podrían estar en una ciudad cualquiera de cualquier rincón del mundo. En este caso es la isla de Cat Ba, ubicada en la Bahía de Halong, uno de los paraísos paisajísticos de Vietnam. La mayoría de los turistas no pasan más de un día en Cat Ba. Solo llegan para hacer el tour que ofrecen todas las agencias de viajes de la zona, que consiste en un paseo en barco con deportes de aventura y un recorrido que incluye las imágenes más impactantes donde hacerse la foto de rigor.

En la ciudad, detrás de los imponentes hoteles, se queda lo que el turista no ve. Allí es donde vive la gente de Cat Ba, donde existen sus comercios, sus bares y sus vidas. Justo detrás de uno de estos enormes hoteles se encuentra el mercado. A un lado del mercado, una gran montaña de basura y plásticos se apila en la calle. Los turistas solo se llevarán el selfie de los increíbles paisajes de la Bahía de Halong que se ven desde el barco. Eso sí, habrá que sortear la marea de gente que llena los barcos haciéndose la misma foto idílica.

Hace un calor insoportable. Llevo la ropa mínima y sudo por zonas de mi cuerpo que nunca antes había visto sudar. A pesar de ello, seguimos con nuestro plan y visitamos el santuario de My Son, en medio de la selva de Vietnam. Es un lugar en el que no te puedes salir del camino establecido porque aún quedan zonas minadas, recuerdo de la guerra con EEUU. Tras un rato bajo el sol, solo tengo ganas de irme y llegar al aire acondicionado del hotel. En Andalucía, aprendí que cuando hace tanto calor una se espera hasta la noche para salir a la calle y te ríes de los guiris que pasean por la calle a las tres de la tarde en pleno mes de agosto. En Vietnam soy guiri, y ser guiri consiste en hacer este tipo de cosas, porque parece que no te puedes ir de un sitio sin verlo todo, ya estés a punto de la lipotimia.

Cada vez más consciente de cómo mi presencia como turista es capaz de modificar la configuración del lugar que visito, se me hace evidente el impacto social en los pueblos del Norte de Vietnam, habitados por diferentes etnias.

A veces, siento que se trata de comprar postales que puedes ver con tus ojos, pero no es más que eso, imágenes rápidas que apenas da tiempo a guardar en la retina cuando ya estás en otra cosa. Pon una X en el lugar que ya has visto. Ya puedes contar que estuviste allí. Pierdo el sentido de los motivos que me llevan a visitar un lugar. Hace tiempo que no visito en España tantas Iglesias como Pagodas he visto en Vietnam. Tras muchas Pagodas, me doy cuenta que me aburren tanto como las iglesias. Tan solo me resultan más exóticas.

Saco conclusiones de turista con pretensiones de viajera, lanzándome a hacer análisis sociológicos de todo a cien. Es ahí donde entra el “Los vietnamitas son … (pon en los puntos suspensivos lo que quieras)” que todos hacemos cuando visitamos un lugar, ya sea para criticar o para elogiar, y cuyo parecido con la realidad es pura coincidencia, ya que en unos días o incluso meses en un país, no podemos conocer la compleja realidad que explica un lugar, sus costumbres y sus gentes.

Cada vez más consciente de cómo mi presencia como turista es capaz de modificar la configuración del lugar que visito, se me hace evidente el impacto social en los pueblos del Norte de Vietnam, habitados por diferentes etnias. En Sapa, las llamadas mamas interceptan turistas para venderles paquetes de turismo étnico. Van vestidas con los trajes tradicionales que ya solo se ponen para llamar la atención de los visitantes y los llevan a dormir a sus casas para ofrecerles la experiencia única de dormir en la casa de una minoría étnica rodeados de otras casas llenas de turistas viviendo la misma experiencia única. Los turistas dejan mucho dinero y las minorías étnicas ven en el turismo una mejor forma de acceso a la riqueza. Sin embargo, no todos acceden por igual y ésta desigualdad acaba generando situaciones que no se dan en otros lugares donde también viven minorías étnicas. Pero el turismo no es tan destacable, como niños y niñas vendiendo pulseras y recuerdos en la calle con una cara de tristeza que no te deja impasible.

Se ha creado una romantización e idealización del viaje, estableciendo una falsa brecha entre viajero y turista, que existe más en nuestro imaginario que en la realidad.

A la vuelta, grupos de turistas invaden la calle del Agua en el Albayzin, ocupando todo el espacio. Por éstas calles estrechas, los turistas disparan sus fotos buscando el encanto del rincón especial. Ya no me quito para que puedan sacar su foto cuando paso camino al trabajo. Tendría que ir esquivando fotos constantemente, así que decido que cuesta menos que repitan la foto. Debo estar en fotos de todo el mundo, como elemento autóctono de la ciudad de la Alhambra. A cada instante me paran para preguntarme por algún lugar. Al principio, les explicaba amablemente, pero cada vez me irrita más que me paren a diario cuando salgo de trabajar y voy camino a casa muerta de hambre, así que en cuanto puedo, les digo que no me entero o que no lo sé y sigo adelante. Los guiris deben pensar que “las granadinas son… (unas antipáticas)”. O que ésta es la famosa malafollá granadina, aunque yo no sea de Granada.

Resulta curioso cómo podemos ser capaces de observar y vivir las consecuencias negativas que tiene el turismo en nuestras ciudades, y al mismo tiempo, deslumbrarnos por la experiencia de viajar, como si ambas cosas no estuvieran relacionadas y no se tocaran. Empezamos a cuestionar plataformas como Airbnb, que están haciendo que las ciudades sean inhabitables por los impagables precios del alquiler; nos enfadan las hordas de turistas que invaden las calles; y, cómo los centros históricos de nuestras ciudades se convierten en escaparates de la vida que una vez fue, pero donde ya no se puede vivir.

Parece que empezamos a ver que el turismo pudiera ser un problema, pero viajar fuera otra cosa. Se ha creado una romantización e idealización del viaje, estableciendo una falsa brecha entre viajero y turista, que existe más en nuestro imaginario que en la realidad. Diferenciamos entre el turista, al que vemos como un borrego que camina junto a un grupo numeroso, y no ve más allá de lo que la agencia de turismo le quiera vender, siempre a través del filtro de la cámara de su teléfono móvil; y el viajero, aquel intrépido y aventurero que busca conocer y descifrar la esencia del lugar al que se asoma. Sin embargo, la realidad es que no hay tanta diferencia entre el turista de agencia de viaje que sigue un paraguas de color chillón y el viajero con mochila que sigue a pies juntillas las indicaciones de la Lonely Planet. Ambos confluyen en los mismos lugares, se hacen la foto en el mismo rincón y contribuyen de la misma manera a cambiar la configuración de los sitios que visitan.

Busco en el diccionario el significado de viajar y de turismo para hallar luz sobre sus diferencias. La primera definición de la RAE sobre viajar es “Trasladarse de un lugar a otro, generalmente distante, por cualquier medio de locomoción”. Bastante más prosaica que la connotación de la que la dotamos. En cuanto a turismo, la definición que encuentro es “Actividad o hecho de viajar por placer”. No hay mucha diferencia entre ambas, salvo porque el turismo se hace por placer. Y sin embargo, no nos suena tan bien. De todas formas, la RAE nunca fue buena explicando el sentido que la gente le da a las palabras.

Así que me pregunto ¿Qué es lo que nos promete el viaje? Las respuestas son múltiples…

El imaginario colectivo en torno al viaje nos habla de vivir nuevas experiencias, abrir nuestra mente, conocer otras realidades, un viaje a la vez interior que nos lleva al autodescubrimiento, a salir de la rutina, a reducir el estrés, a vivir el presente… Todas aquellas cosas que se supone que no podemos hacer en nuestras rutinarias vidas absorbidas por el trabajo asalariado y las obligaciones familiares y sociales que nos impone el sistema capitalista. Y para eso está el viaje… Para escapar temporalmente y soñar con otras vidas posibles, porque parece ser que la nuestra ya no tiene remedio. El viaje nos vende la ilusión de tener otra vida o escapar de ella, al menos, temporalmente. Pero si necesitamos escapar de nuestras vidas cada cierto tiempo, quizá deberíamos empezar a replantearnos las vidas que estamos viviendo.

La industria turística se sirve de esa romantización y la alimenta. Una industria que mueve el 10% de la economía mundial y que está en auge, debido a la accesibilidad al turismo de un número cada vez mayor de población gracias a los vuelos baratos y el aumento de la oferta de alojamientos. Una accesibilidad que se sirve de la precariedad del sector y de la oportunidad de la inversión extranjera en aquellos países en vías de desarrollo para un mercado en auge, que se acaba convirtiendo en una nueva forma de colonización.

Se trata quizá de aprender a viajar en nuestra propia ciudad, en nuestra rutina, en nuestro día a día y con las personas que nos rodean.

Así que esta industria promueve ese deslumbramiento que nos produce el viaje, (sobre todo si viajamos a países exóticos, más alejados de nuestra cultura, pero donde el impacto ambiental y social es aún mayor) con toda la connivencia social, que hasta ahora no se planteaba las consecuencias devastadoras de la industria turística.

Sin embargo, por más que la romantización e idealización que se ha hecho del viaje pueda deslumbrarnos, al final no deja de ser una experiencia consumista de experiencias preparadas y empaquetadas. Como un producto más de anuncio, el viaje hoy día no deja de ser un producto, con el que no siempre quedamos satisfechas. Consumimos lugares, consumimos países, esperando encontrar autenticidad o belleza natural, y nos encontramos escaparates y paisajes enlatados.

Es probable que el problema no esté en moverse, sino en ser conscientes de para qué nos movemos, y qué es lo que buscamos. Porque ese viajar que añoramos, cada vez tiene menos que ver con desplazarse a otro lugar y más con una actitud vital… Abrir los ojos a lo que tenemos alrededor. Se trata quizá de aprender a viajar en nuestra propia ciudad, en nuestra rutina, en nuestro día a día y con las personas que nos rodean. Como decía Marcel Proust, “el único verdadero viaje de descubrimiento consiste no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos”.

La Poderío

La Poderío

Una revista parida en el sur, con los aires frescos, reivindicativos, inclusivos, diversos, plurales y feministas de Andalucía, pero sobre todo, con las ganas de visibilizar las historias de personas reales olvidadas en los medios de comunicación y de desgranar el sistema heteropatriarcal que las victimiza y/o criminaliza en la mayoría de los casos.

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