Huelva es líder europeo en producción de fresa y el mayor exportador mundial. El sector fresero y otros frutos rojos, marcado por la producción intensiva, concentra el 99% de la siembra de toda Andalucía, lo que lleva a ocupar un papel imprescindible en la cadena agroalimentaria. Con más de 11.000 hectáreas, los frutos rojos de Huelva aportan más de 800 millones de euros de valor de producción, y se estima que hay, solo en el sector fresero, más de 60.000 temporeros y temporeras.
Las empresas multinacionales de este sector agroalimentario no solo controlan grandes superficies en los campos de la provincia onubense, sino que también imponen los precios de los frutos rojos y las condiciones de venta. Esta circunstancia conlleva una reducción de los costes de producción, reflejado en las condiciones laborales de las jornaleras en los tajos. Esta maniobra llevada a cabo por las empresas del sector marca esta estrategia con el fin de rentabilizar el cultivo de las fresas y los frutos rojos. La temporada de recolección (febrero-julio) y la naturaleza caduca de la fresa, que debe viajar muchos kilómetros hasta llegar a su destino –principalmente al Norte de Europa–, hacen que las empresas contraten mano de obra barata y que esté disponible para los periodos de recogida. Gran parte de esta labor la desarrollan las mujeres, en su mayoría extranjeras.
Paqui* es una jornalera onubense con poco más de 30 años. Desde adolescente comenzó a trabajar en el campo, le gusta escuchar la radio mientras recolecta frutos rojos en la comarca del Campo de Tejada. Se esmera en hacer una selección de sus programas favoritos para descargarlos y así compartir la escucha con sus compañeras, quienes se rien con ella por su postura crítica ante ciertos temas sociales. Adora trabajar en el campo porque para Paqui la mejor forma de estar en contacto con la vida es a través de la naturaleza. Considera que conocer la planta, desde su siembra, su riego, poda y crecimiento, es fundamental para entender el mundo que habita. No le gustan las injusticias e intenta apoyar a sus compañeras y crear un ambiente de humor en los tajos donde trabaja recolectando frutos rojos desde hace más de 12 años. Antes, también trabajó en los melocotones, en la poda de árboles, en el mantenimiento de fincas y en la recolecta de otras frutas. Sus condiciones laborales, junto a la de las compañeras, durante la temporada de frutos rojos, no está sujeta al Convenio Agrario de Huelva, acordado por los sindicatos mayoritarios UGT, CCOO y la patronal ASAJA, que fija una jornada de 6 horas y media. “Muchas mujeres trabajan más de 7 horas y media y sin su correspondiente media hora de bocadillo, y a eso le unes que no te dejan ponerte cascos para escuchar música mientras faenas, y resulta que tampoco puedes llevar pantalón corto ni camiseta de tirantes”, denuncia Paqui.
En la empresa en la que trabaja Paqui hay alrededor de 20 mujeres por cuadrilla (grupo de personas que se encarga de una parcela), quienes son distribuidas en determinadas zonas por el manijero o la manijera. El control de la calidad de la fruta, el peso y el número de recolecciones los lleva la listera, una persona designada por el capataz para rentabilizar la producción y asegurar que los frutos estén en buen estado. A veces, esta figura pone en juego el compañerismo entre las jornaleras, ya que se ven obligadas a que se reten entre ellas porque, según explica Paqui, “tienes que demostrar que recoges más frutos porque cada vez te presionan más y hay más normas”.
La razón por la que muchos capataces intentan presionar a las jornaleras es debido al volumen de trabajo que se presenta durante las temporadas de recolecta al alterar los ciclos naturales de las cosechas, “echándoles todo tipo de productos tóxicos, como ocurrió el año pasado con las uvas, para que crezcan a la máxima velocidad”. Esta situación hace que tengan que recurrir a cientos de jornaleras para que desarrollen esos trabajos en un periodo reducido de tiempo, circunstancia por la cual se demandan contratos temporales y precarios.
Lola* es otra joven sevillana que encontró una oportunidad de trabajo en los arándanos. Lleva tres semanas y aún no ha cobrado ni visto su contrato. Nos recibe en la casa de un amigo, quien le ofrece alojamiento en Aznalcóllar, municipio cercano al lugar de su trabajo. Tiene las llemas de dedos moradas del tinte que sueltan los arándanos. Sale de su jornada de 7 horas un domingo sin descansar en toda la semana, desconoce cuáles son sus condiciones laborales y le extraña que aún no le hayan comunicado nada: “Sabes cuándo entras, pero no cuándo sales, no te dejan llevar una botella de agua al tajo, normalmente el agua está a la entrada. Esto lo hacen porque piensan que en ella puedes llevarte arándanos. Pero, de momento tengo que trabajar hasta que encuentre algo mejor”. A esta situación, le acompaña un método de trabajo que la empresa agrícola utiliza para amedrentar a las jornaleras, con el fin de que sean más productivas, llamado “la lista”. Este sistema consiste en que las cinco personas que menos cajas recojan corren el peligro de quedarse sin trabajo. “Te van contando las tarrinas de arándanos que coges y, si consigues menos de la cuenta, te echan; esto nos obliga a competir entre nosotras”, explica Lola. Esta forma de chantaje genera una situación laboral que lleva a la inacción y a la ausencia de compañerismo, ya que, “si te quedas la última, te quedas sin trabajo”, se lamenta Lola. En su cuadrilla hay unas 40 mujeres y entre ellas se ven obligadas a competir de una manera insana por el método de la lista, cosa que no debería ocurrir, ya que el trabajo es por jornal y no mediante el sistema de recogida de cajas. Aunque siempre hay dos bandos: “Estamos las que nos ayudamos entre nosotras” y las demás, “que intentan coger tarrinas de las cajas que recogemos para que no se queden entre las últimas de la lista”, relata Lola. Asegura que es mejor que haya más unión para que se apoyen entre sí, en lugar de competir. “Depende de nosotras, porque ya hemos visto que a los de arriba no le importamos nada, solo la producción y forrarse. Saben que sin nosotras, por muchas tierras que tengan, si no tienes a nadie que te trabaje las tierras, no son nadie”, concluye Lola.
Las condiciones laborales impuestas por los capataces, junto a la precariedad laboral en el sector, ha llevado a la desmovilización, cosa que no ocurría hace 20 años, como explica Manuela*, jornalera de 50 años con casi 30 de experiencia en los campos de El Rocío, Lucena del Puerto, Rociana, Villarasa y otros municipios de la provincia de Huelva: “Siento que no hemos avanzado en derechos; de hecho, a finales de los años 80, aquí en Huelva, nos tenían esclavizadas, nos exigían coger muchas cajas de fresas, pero entonces nos movilizamos y conseguimos que nos subieran el sueldo 5.000 pesetas y nos pagaran la gasolina por desplazarnos al lugar del trabajo”.
«Siento que no hemos avanzado en derechos; de hecho, a finales de los años 80, aquí en Huelva, nos tenían esclavizadas, nos exigían coger muchas cajas de fresas, pero entonces nos movilizamos»
La huelga de trabajadoras que hicieron las mujeres entonces hizo que muchas cajas de fresas acabaran en la basura y que las condiciones mejoraron, aunque temporalmente. Desde hace unos 10 años, la situación volvió a cambiar “a peor”. De hecho, los empresarios, en muchas fincas, no “dejan margen para el descanso y la media hora que tienes para el bocadillo, te lo tienes que comer en la hora de la recolecta, cosa que no se puede hacer porque estás manipulando alimentos”, señala Manuela.
UGT y CCOO, que negociaron el Convenio Agrario de Huelva, se pusieron de parte de los empresarios y se olvidaron de las trabajadoras y de la situación de desamparo en la que se encuentran. “Esta gente no mira por las jornaleras, tan solo por sus intereses con las empresas”, se lamenta Manuela, tras haber intentado liderar sin éxito una movilización en numerosas ocasiones en su espacio de trabajo, ya que muchas de sus compañeras no han sido capaces de apoyarla por miedo. Este ambiente laboral, promovido por los capataces, ya no deja margen para el compañerismo, porque claro, cada una de las jornaleras tiene el deber de cumplir para salvaguardar su trabajo. A esta circunstancia se le añade que la manijera, a veces, tiene un trato de favor con algunas de las mujeres, con el fin de causar mayor incertidumbre entre las propias compañeras del tajo, para así optimizar el rendimiento de las compañeras.
Esta situación, además de generar desunión, paraliza la movilización de las trabajadoras para exigir mejores condiciones laborales. El miedo que sienten a perder su trabajo y la precariedad no solo obligan a estas mujeres a trabajar en domingo, sino que hace que muchas de ellas se resistan a revelarse contra los empresarios.
Tras la ausencia de respuesta de los representantes sindicales en Huelva de CCOO y UGT, el SAT (Sindicato Andaluz de Trabajadores) se muestra interesado en formar un bloque en Huelva para que estas mujeres se animen a denunciar las condiciones a las que están sometidas, “pero tiene que partir de las trabajadoras y conseguir una alianza” comenta María Montávez, representante del SAT en Jódar (Jaén). Según las trabajadoras entrevistadas, el SAT ha sido el único sindicato que ha representado a la gente del campo y que sigue luchando por los derechos de las jornaleras, pero en Huelva es la única provincia donde no hay representación y eso, según Manuela, habrá que cambiarlo: “Tenemos que organizarnos y dejar de competir para alcanzar y conquistar los derechos de las mujeres en el campo, pero, claro, no todas están dispuestas porque ya te arriesgas a perder el trabajo”.
Mujeres migrantes en los invernaderos, mano de obra barata y precariedad laboral
La feminización de la pobreza en el sector de los frutos rojos refleja la precariedad ya no solo de las trabajadoras locales, sino también de miles de mujeres migrantes en las cadenas de producción freseras. La competitividad del mercado de la agroalimentación de fresas y frutos rojos va de mano de la desintegración de la mano de obra, quienes se ven perjudicadas por el retroceso en sus derechos laborales. Cada vez más, se puede ver cómo la mayor parte de las mujeres trabajadoras en los invernaderos son migrantes. Paqui relata la situación de indefensión que viven en los tajos: “A muchas de ellas les dan más caña que a nosotras. La mayoría, sin dominar el idioma, aguantan lo que sea, y desconocen aún más cuáles son sus derechos”.
El jornal, según el convenio de la provincia de Huelva, no llega a los 37 euros, el más bajo de Andalucía. Las precarias condiciones laborales de las mujeres con nacionalidad española llevan a abandonar los tajos freseros para buscar otros trabajos más rentables en el campo. Esta situación, junto a la optimización de los recursos de las empresas, lleva a que estas encuentren mano de obra barata en las mujeres migrantes, a través del sistema de contrataciones en origen.
La llegada de mujeres extranjeras a los campos onubenses está provocando discriminaciones y vulneraciones de derechos de las mujeres jornaleras debido al sistema de contratación en origen respaldada por el gobierno. Más de 10.000 temporeras marroquíes son contratadas para la recolecta de la fresa en la provincia de Huelva entre los meses de abril y junio. Para esta campaña, el gobierno, a petición de FresHuelva, ha dado luz verde a la contratación de 17.000 trabajadores marroquíes, que serán en su inmensa mayoría mujeres, casadas y con hijos, al objeto de asegurar el retorno a su país de origen. De hecho, el permiso de residencia de estas trabajadoras está condicionado a la vigencia del contrato laboral con el que llegan a Andalucía.
Más de 10.000 temporeras marroquíes son contratadas para la recolecta de la fresa en la provincia de Huelva entre los meses de abril y junio.
Aunque no todas estas vuelven, por lo que deciden quedarse muchas de ellas en barracones instalados en los invernaderos de plásticos que hay por toda la provincia de Huelva. Es en este momento, cuando se encuentran mas vulnerables al estar desamparadas y sin permiso de residencia. Algunas, incluso son obligadas a entrar en el mercado de la prositución, como explica Patricia Simón, en un artículo publicado en Periodismohumano.es sobre la situación de las mujeres extranjeras en los invernaderos de Almería y Huelva.
Sobreexplotación de recursos y contaminación
La agricultura intensiva en Huelva y en el parque natural de Doñana está llevando a una sobreexplotación de los recursos hídricos de la zona y a una mayor contaminación. La presión sobre las aguas subterráneas las ejercen en gran medida los cultivos de las fresas y otros frutos rojos. Los pozos ilegales se nutren en buena parte de los ecosistemas de Doñana. De hecho, el Tribunal de Justicia Europeo considera insuficiente la intención de la Junta de Andalucía por reducir el numero de pozos ilegales en una de las zonas con mayor biodiversidad de Europa, lo que ha instado a endurecer las sanciones al gobierno central y a la comunidad autónoma. Un informe reciente publicado por la Organización Mundial por la Naturaleza WWF apunta que los acuíferos se han visto reducidos en un 80%, lo que lleva a que se estén quedando secos por la sobreexplotación, situación que puede llevar a la absorción de la escasa agua subterránea que queda en este paraje natural.
En el año 2017, las hectáreas ilegales han aumentado en más de 200. Según WWF, de los 1.000 pozos ilegales que hay, aún quedan 700 que podrían ser cerrados por las autoridades frente a los 300 que ya se han clausurado.
Paqui nos recuerda que, en una tierra donde hay sequía y se esquilman los recursos hídricos de Doñana, no es lógico cultivar fresas y frutos rojos que requieren de regadío: “No deberíamos coger más agua de allí; por otra parte, sin agua no hay campo. Entonces ¿de qué vivimos?. Quizá no tendríamos que apostar por los frutos rojos, sino por plantaciones de diferentes cultivos, con el fin de aprovechar mejor la tierra y reducir el impacto medioambiental que ello genera”.
«No deberíamos coger más agua de allí; por otra parte, sin agua no hay campo. Entonces ¿de qué vivimos? Quizá no tendríamos que apostar por los frutos rojos, sino por plantaciones de diferentes cultivos»
Este sistema depredador que ahonda en la productividad deja atrás aspectos humanos, como las condiciones laborales de las jornaleras, marcadas por el sistema capitalista y patriarcal impLantado en nuestra sociedad, que no duda en arrasar negativamente allá por donde pasa.
Los daños asociados a este tipo de cultivo ya no solo residen en que se esté acabando con los escasos acuíferos vivos que quedan en Huelva, sino también en la deforestación de miles de hectáreas, la contaminación de los recursos hídricos y el uso indiscriminado de pesticidas prohibidos. Para acabar con la explotación en los tajos de los frutos rojos será necesaria la apuesta por un modelo agrario diferente, respetando la tierra. Una propuesta que se aleje del sistema de explotación humana. Esto será imposible sin la abolición de la feminización de la pobreza en el entorno rural y de la explotación de los recursos naturales.
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