Si digo que ser madre es lo mejor del mundo, ríñeme
Si digo que ser madre es lo mejor del mundo, ríñeme

Antonia Ceballos Cuadrado

9 abril 2018

Fue una tarde cualquiera. Íbamos en el coche. Él conduciendo. Yo, absorta en mis pensamientos, como de costumbre. De repente, rompí el silencio y le di permiso para reprenderme en un futuro. Sí, yo, la chica de pueblo pero la mar de moderna, aprendiz de feminista y en proceso de empoderamiento, rompí el silencio para darle el permiso a mi pareja de reñirme: “Si algún día digo que ser madre es lo mejor que me ha pasado en la vida, ríñeme”. Él soltó una carcajada y me dijo: “mira, que esto te lo voy a recordar”. Y yo: “sí, sí”. Era como esa anécdota que nos contaron en “Periodismo de investigación” de cuando Pepe Rodríguez, antes de infiltrarse en una secta, firmó ante notario que pasado un tiempo lo sacaran a la fuerza si hacía falta. ¿Acaso no es la maternidad una especie de secta que te absorbe todo el tiempo y toda la energía?

De todos es sabido que a las madres primerizas nos da miedo todo. Y yo, que soy muy miedosa, tengo algunos miedos inconfesables. Me aterra que el bebé esté sano, claro está. Pero me dan pánico otras muchas cosas que jamás imaginé. Por ejemplo, aunque aún no tengo mucha barriga, ya todo el mundo se siente con derecho a tocarme (solo una persona me ha pedido permiso desde que empezó a crecer) y a mí eso me da mucho miedo. ¿Por qué? Por un lado, temo perder ese poder de decisión sobre mi cuerpo; pero también temo explotar un día y sacar a la histérica que llevo dentro (nunca mejor dicho porque es mi útero el que está creciendo hasta alcanzar dimensiones imposibles y el que domina todos mis actos desde la mañana hasta la noche) y montar una escenita que nadie entienda: “¿por qué no os tocáis vosotros lo que yo os diga y me dejáis en paz?” Me veo totalmente. Hecha una furia, los ojos inyectados en sangre, el humo saliendo por las orejas y mi lengua, de repente, capaz de hablar en arameo antiguo. Pero no es solo eso, es algo más profundo. Es como si al tocarme la barriga de repente hubiera pasado a esa categoría, la de “madre”, que lleva aparejados adjetivos tan terribles como “abnegada” o “sacrificada”. Es como si al dejarme tocar la barriga aceptara ese destino que viene marcado en mi XX. Y me resisto, yo quiero ser madre, sí, he estado 3 años intentándolo (eso da para otra reflexión), pero también quiero seguir siendo un ser completo. No quiero dejar de ser “Antonia”, con lo que me ha costado perdonarme, reconciliarme y hasta enamorarme de mí misma, para convertirme en “MADRE”. Eso me da pánico. Por eso, aquella tarde le pedí a él, al “padre”, que se presupone que sí puede seguir siendo lo que es además de este nuevo estado, que me socorriese porque antes que “padre” es mi pareja, es mi amante, es mi confidente, es mi amigo y me daría una pena inmensa despertarme un día y darme cuenta de que todo eso se ha esfumado.

“Et pourtant”, cantaba Aznavour recordándonos que las contradicciones forman parte de la vida. “Y sin embargo” me dedico a ponerle nombres estúpidos al futuro bebé, gastó una gran parte de mi tiempo en preparar mi cuerpo para su venida o leo muchas más páginas sobre embarazo que literatura. Es verdad, lo confieso, a veces me siento tentada de decir que “esto es lo mejor que me ha pasado en la vida” porque estoy extrañamente feliz, una felicidad sosegada que nunca había experimentado antes; porque me siento poderosa, capaz de tomar decisiones sin consultar con nadie, capaz de hacer lo que siento y pienso en cada momento, capaz de vencer cualquier obstáculo que se me ponga por delante; y porque me veo más bonita y más lista que nunca.

Otra cosa que me da pavor es el parto y ustedes pensarán: “pues, chica, vaya novedad”. Pero a mí no me da miedo el dolor, sé que llegado el momento mi cuerpo sabrá qué hacer porque porta en él toda la fuerza telúrica que existe en el mundo. A mí lo que me da miedo es tener un parto excesivamente medicalizado. Me da pánico explotar también cual histérica al próximo que después de afirmar convencida que no quiero epidural me diga eso de… “bueno, bueno, en el momento ya verás si la pides o no”. No, no quiero epidural porque tiene muchos efectos secundarios como vómitos y mareos, porque alarga los trabajos del parto y porque en el momento en el que te la ponen pierdes toda la fuerza telúrica y no sabes ni cuándo empujar. He leído suficiente sobre el tema, lo he pensado y he tomado una decisión. El ser completo que soy, o que hasta ahora era, ha hecho todo eso. Dejen de infantilizarme, por favor, dejen de pensar que llegado el momento mi entendimiento se nublará y ya no seré capaz de mantener mis decisiones meditadas y de ser completo porque solo aumentan mis inseguridades y mis miedos y nadie tiene derecho a eso.

No quiero parir en el potro de tortura porque esa postura no nos hace bien ni a mí ni al futuro bebé y la violencia obstétrica es lo que más miedo me da de todo esto. Me he leído el Plan de Parto y Nacimiento nacional y el andaluz, me estoy leyendo incluso (y, mientras, mi colección de cuentos de Ángela Carter mirándome triste desde la mesilla) la “Guía de Práctica Clínica sobre la Atención al Parto Normal”. Se supone que puedo elegir una silla de parto vertical y ayudarme con material como pelotas, siempre que el hospital lo tenga. Me entra la angustia, googleo: “parto hospital macarena”; primera entrada: “El SAS deberá pagar a un bebé más de un millón de euros por las secuelas del parto”. Ay, mare mía de mi arma que me sube la tensión, el estradiol y hasta el colesterol que lo tenía a 157; que yo quiero parir en mi casa tan tranquila. Respiro como me están enseñando en el pilates (porque yo, ya lo he dicho, soy de pueblo, pero muy moderna y me gasto una pasta en pilates para embarazadas para aprender a respirar y contraer y relajar el suelo pélvico, fijate con la de tonterías que se aprenden en Educación Física y del proceso fisiológico más potente que existe ni mú: ¡menos test de Cooper y más ejercicios de Kegel! -lo apunto como lema para el 8M que me ha gustado-) y decido calmarme y hablar con la matrona. También me veo, en mi semana 17, segunda visita con ella, “mire usted, que yo estoy muy preocupada con el parto, que yo no quiero un parto medicalizado ni quiero que mi bebé sufra por la violencia obstétrica” llorando desconsolada como si ya me estuviera pasando (¡viva el drama!), se va a descojonar y con razón, pero bueno a cada una le preocupa lo que le preocupa. A mí, por ejemplo, engordar no me preocupa, ventajas de ser gorda de partida; las estrías tampoco (aunque me echo crema, por si acaso, la verdad); a mí me preocupa no tener una buena recuperación postparto y dejar de disfrutar del sexo, ya que estamos a ponernos sinceras.

La verdad es que podría estar hablando de la maternidad ad infinitum. Ya lo hago, de hecho. Todo mi universo vital gira en torno a mi útero últimamente (lástima que descubramos el útero cuando ya es demasiado tarde). Desde aquí pido perdón a todas y a todos por la lata que doy, pero todo es tan nuevo, tan mágico, tan sorprendente que necesito compartirlo. Creo que todo el proceso de buscar hijos/as, del embarazo, del puerperio y de la crianza merece una reflexión feminista muy profunda, merece ser repensado para repensarnos, sin verdades absolutas de ningún tipo, y, afortunadamente, parte de mi tiempo dedicado a la maternidad lo dedico también a eso. ¿Retrasar tanto la maternidad nos favorece o nos perjudica? ¿Elegimos realmente en libertad ser madres o no serlo? ¿Nos hemos focalizado demasiado en la no-maternidad y hemos olvidado hacer crítica feminista de la maternidad? ¿Es posible educar a personas feministas en medio de los ataques del patriarcado más feroces y cuando nuestros cachorros también van a socializarse y educarse a través de los grupos de pares? ¿Por qué no peleamos para que nuestras niñas conozcan de verdad sus cuerpos y puedan tomar sus propias decisiones? Las preguntas también son infinitas y respuestas, la verdad, es que aún no tengo, pero me encanta que formen parte de mi proceso. Eso sí, por favor, no dejéis nunca que diga que la maternidad es lo mejor que me ha pasado en la vida.

Antonia Ceballos Cuadrado

Antonia Ceballos Cuadrado

Confieso: odio dormir siesta. La vida es tan corta que me la quiero beber a versos y comer a besos. Así que de pequeña me enfundaba la sábana como si fuera una bata de cola y dedicaba mis siestas a cantar la Encrucijá de la gran Marifé de Triana porque, digan lo que digan, la copla empodera. Estudié periodismo para cambiar el mundo, pero la experiencia profesional me enseñó que antes hay que darle la vuelta como un calcetín al oficio, y en eso andamos. Soy coplera, muy de aquí, pero culo inquieto. Nací en un pueblo de Córdoba que se llama Adamuz y mi historia está unida a los sitios que me han acogido: Sevilla, Londres, Padova, Stará Lubovna, Lebrija, París o Madrid; y a las mujeres poderosas que me he ido encontrando en cada uno de ellos. Ahora veo el mundo desde la esquinita de Cádiz enredada en la comunicación corporativa. Casi ná.

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2 Comentarios

  1. Azahara Martín

    Bravo!!! Sincero hasta la médula, a la vez que arriesgado. Siempre eres magia!!!!

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  2. May

    ¡Increíble artículo! Ojalá más mujeres se atrevieran a expresar exactamente eso, que la maternidad es un paso más que te define como mujer, no el único. Uno increíble y mágico, sí, pero no el único. Cada mujer es un individuo y como indivuduo, cabe esperar que cada mujer prefiera un parto diferente, con/sin epidural, con una cama/silla vertical u horizontal.
    Muchas gracias Antonia, por tu honestidad y por decir siempre lo que piensas.

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