Hace años que las asociaciones jienenses de mujeres ‘Amanecer’ de Ibros, ‘El Jaray’ de Torreblascopedro, ‘Alcalagua’ de Baeza y ‘Mujeres Rurales’ de Puente del Obispo se juntan para realizar actividades conjuntamente y trabajar la igualdad de género, sin embargo, no es hasta hace cuatro años que decidieron hacer teatro.
Muchas de ellas no habían hecho teatro nunca. A algunas les gustaba mucho aunque solo asistían a ver alguna que otra obra o eran lectoras ávidas. Esto no fue ningún impedimento, se arremangaron y se pusieron manos a la obra ya que, tal como nos cuentan las mujeres de ‘El Jaray’, les “alentó la posibilidad de aportar a la cultura de nuestra comunidad algo tan desconocido como era el teatro”.
Ese año querían afrontar el reto de ponerse delante de un escenario. Así que, redactaron el proyecto de la actividad con todas las necesidades que les suponía y, lo presentaron a la convocatoria “Caminando” del Instituto Andaluz de la Mujer (IAM). Se lo concedieron.
Chelo Valero, la directora
Chelo Valero siempre ha sido una persona “más de acción que de palabra”, lo dice ella misma. Es de Úbeda y desde pequeña siempre quiso ser actriz, así que cuando pudo se fue a Bilbao, donde se formó y volvió a Úbeda, donde formó parte 7 años en la Escuela Municipal de Teatro. Después volvió a irse para seguir estudiando, esta vez en Sevilla en TNT Atalaya (centro de investigación teatral y teatro comunitario) y cuando acabó su formación volvió a Úbeda, y es que ella “quería hacer teatro en su pueblo”.
Dice Chelo “que se entiende que cuando haces una formación, para triunfar tienes que irte a una gran ciudad, como Barcelona o Madrid, pero yo no lo entiendo así, creo que el teatro debe estar en todos los pueblos y que tiene que tener la misma igualdad que las ciudades”. Por entonces estaba trabajando entre Sevilla y Úbeda cuando le surgió la propuesta de las mujeres de los pueblos del entorno rural de la comarca de La Loma. Así se convirtió en la directora del proyecto.
Empezar desde cero
El primer año fueron dieciocho las mujeres que se apuntaron a la actividad. “Fue un poco difícil la adaptación de lo que ellas pedían”, reconoce Chelo, así que se adaptó a ellas. Al principio trabajaron con un guión, ya que ellas querían texto, texto y texto. Ese año trabajaron sobre una adaptación de Yerma, de Federico García Lorca, que se llamó Difuminaciones de Yerma. Al acercarse a esta obra “ellas comparaban la situación de la mujer antes y la situación de la mujer ahora y veían que había similitudes que no habían cambiado», asegura Valero. La idea era poner el punto de vista de la mujer rural en el centro.
El segundo año ya contaban con veintiuna mujeres. Trabajaron con una adaptación de La Asamblea de las Mujeres, de Aristófanes, que se llamó Asamblea tiene nombre de mujer, donde se trabajó la perspectiva de género.
Sin embargo, Valero desde el primer momento quiso hacer con ellas teatro comunitario, puesto que éste tiene una función social de transformación dentro de un territorio determinado, donde participan personas amateur del territorio, y permite contar/narrar, desde la expresión artística, los propios sentires de la comunidad, convirtiendo el arte en un derecho de y para la comunidad. Y dieron el salto.
La directora le propuso a cada una de ellas enfrentarse a una pequeña investigación donde rescatasen la historia de su pueblo y la historia de las mujeres de su pueblo, esas mujeres que destacaron de forma relevante o desde lo más cotidiano y cuyos ecos seguían resonando. “Ya que esto es teatro, vamos a imaginar ¿qué hubiera pasado si la mujer no hubiera existido?”, preguntó Chelo; muchas risas en la sala, las risas de las treinta y nueve mujeres con las que ahora cuenta el proyecto.
Caminando Juntas. Teatro comunitario y colectivo en la comarca de La Loma de Jaén
Caminando Juntas “surge como una reacción ante la situación social de invisibilidad que ha vivido la mujer a lo largo de la historia en muchos pueblos rurales”, afirma Chelo. “La mujer rural es sincera y recia. En ella existe un heroísmo secreto y humilde, pero también admirable, porque puede combatir en cualquier lucha para sacar adelante a su familia”, contesta Alfonsa Marín Rus, de ‘Alcalagua’ e integrante del proyecto, cuando le pregunto qué supone para ella ser mujer rural. También, me confiesa que «participar en el proyecto supuso un sueño cumplido, ya que deseaba hacer teatro desde hace mucho tiempo».
El proceso de investigación cada una lo emprendió a su manera. En algunos pueblos preguntaron a las más mayores, a sus abuelas, a sus tías…, nutriéndose de un conocimiento intergeneracional. En otros pueblos consultaron tesis universitarias y/o archivos históricos.
Después hicieron una puesta en común de todos sus hallazgos y nuevos –o no tan nuevos– saberes. Por ejemplo, se dieron cuenta de que la primera mujer que se sacó el carnet de conducir tenía un patrón muy parecido entre los pueblos, de edad avanzada y soltera; también descubrieron que entre sus compañeras estaba una mujer pionera, la primera concejala de Agricultura de su pueblo que luchó por conseguir la cartilla agraria para las mujeres.
De esta lluvia de historias escogieron una para cada pueblo y Chelo escribió cuatro dramaturgias, con un objeto poético cada una, que son el cuerpo de Caminando Juntas: Entre algodones, El puchero de la hortelana, Las Corsarias y Los rostros del miriñaque.
Entre algodones
Estamos en 1982, cuadrillas de mujeres se levantan temprano, junto a sus maridos, para ir al tajo. Ellas, a recolectar el algodón; ellos, la aceituna. En Torreblascopedro los principales cultivos de regadío son el olivar y el algodón. Pero este año es diferente, este año entra en vigor la ley que permite la incorporación de la maquinaria agrícola en la recolección. Las máquinas, usadas por hombres, amenazan con hacer desaparecer el puesto de trabajo que está destinado exclusivamente a las mujeres. Ellas lo tienen claro, cual luditas que se alzan contra la Revolución Industrial, se organizan.
Montan una gran manifestación para denunciar la destrucción de sus puestos de trabajo. Hay violencia, ellas saben muy bien lo que se jugaban, el plato de comida en sus casas. Son meses cargados de indignación y unión; también de resignación, pues al final no consiguen hacer frente al avance de las máquinas. Las mujeres de ‘El Jaray’ en Entre algodones interpretan esto mismo: la historia de una lucha de manos encallecidas y arrinconadas; de mujeres que se levantan juntas y salen a la calle a tomar el espacio público y, aunque pareciera una derrota, vencieron prejuicios y aprendieron a enfrentarse juntas a la bestia. La prensa no lo contó. Sin embargo, ha pasado el tiempo y ellas aún sonríen al recordarlo.
El puchero de la hortelana
El Puente del Obispo es un poblado que se construyó en 1950 en el proceso de colonización agraria de Andalucía que impulsó el franquismo, donde zonas de secano se transformaban en regadío para que las trabajasen agricultores a los que se les cedían parcelas y viviendas. Cuenta una de las mujeres más mayores del pueblo, a sus 90 años, que, por aquellos entonces, había mucha miseria y pobreza.
Las mujeres trabajaban en el campo, al igual que los hombres, pero además cuando llegaban a la casa tenían que seguir trabajando: había que limpiarla, preparar la comida, cuidar a los hijos e hijas. A sus 90 años revive la crudeza de muchas mujeres que sufrieron violencia física por parte de sus maridos; mujeres maltratadas que a pesar de la carga física y psíquica continuaban adelante.
En El puchero de la hortelana las mujeres de la Asociación Mujeres Rurales del Puente del Obispo narran esta historia a través de la poesía, que hace que la herida duela menos, y alrededor de un buen puchero, que huele a familia, a amistad, a calor, a alimento. En una escena de la obra hacen un aquelarre en mitad del escenario mientras dan voz a sus genealogías, una voz profunda que sale de sus sentires.
Las Corsarias
Hay un mote en Ibros que pasa de generación en generación. Desprovisto de historia se refieren a la familia de `fulanico’ y `menganica’ con él. Sin embargo, rastreando llegan al libro Arco Iris de Mujeres. Estudio sobre la mujer en Ibros, Jaén, de Antonio Rus Arboledas, donde descubren una generación de corsarias, mujeres que tenían un papel fundamental en el pueblo.
La labor de estas corsarias era hacer recados para otras personas que implicaban viajar a localidades cercanas. Iban andando a los pueblos más grandes para solucionar las gestiones de sus vecinos y vecinas (papeles de la gestoría, notario, arquitecto…), todo por el único sueldo de un poco de comida.
A través de Las Corsarias, las mujeres de la Asociación Amanecer se cuelan en la piel de sus antecesoras, narran el camino, el peligro y el poco reconocimiento. También interpretan la historia entrecruzada de tantas y tantas sirvientas a las que tampoco se les daba valor. Mujeres a las que pagaban con un simple plato de comida pero, sin embargo, eran las sostenedoras de otras vidas, las de los señoritos, esos hombres que a veces exigían más y lo tomaban a la fuerza. ¿Cuánto no habrán pasado estas mujeres
Los rostros del miriñaque
La importancia que tuvo la ciudad de Baeza en la Edad Media y la Modernidad lo muestra el conjunto arquitectónico del que podemos disfrutar si paseamos por sus calles. De hecho, junto con Úbeda, la ciudad se declaró Patrimonio de la Humanidad en 2003. Entre los muros de la ciudad renacentista nació en 1820 una mujer que casi es borrada y olvidada, se trata de la escritora y poeta Josefa Moreno y Nartos.
Según los pocos datos biográficos que se tienen era una mujer cultísima que murió demasiado joven. Colaboró con su pluma en las páginas de la Gaceta de las Mujeres, la primera publicación femenina –que conocemos hasta la fecha en España– fundada por Gertrudis de Avellaneda en 1845; también en la publicación La Mujer que apareció por primera vez en 1851; y en otros seminarios como Tarántula o La Alhambra. Compartió páginas escritas junto a Carolina Corolado, Amalia Fenollosa, Rosa Butler, María Tardea Verdejo o la malagueña Dolores Gómez de Cádiz de Velasco.
En Los rostros del miriñaque las mujeres de ‘Alcalagua’ dan vida a Josefa y, en una parte de la obra, la conectan teatralmente, a través de una investigación imaginaria, con las Alumbradas baezanas, esas más de dos mil mujeres que en el siglo XVI formaron parte de este movimiento espiritual y religioso que siguió los principios de la Contrarreforma.
Creando presente desde el pasado
Actualmente, debido a la situación sanitaria, el proyecto está parado. En marzo tuvieron que cancelar algunas de las funciones que tenían programadas en diversas localidades. Aunque el golpe más duro les sobrevino antes. En 2019 el IAM denegó la ayuda destinada al proyecto; se anularon todas las partidas de subvenciones que se habían concedido años atrás a asociaciones de mujeres. De ahí que “planteamos seguir con él de forma independiente, por eso añadirle Juntas, porque nació de una actividad dentro del proyecto Caminando, entonces decidimos juntas retomarlo”, manifiesta Chelo.
Ya al inicio del proyecto se concedió la mitad de la ayuda económica del presupuesto que presentaron. No obstante, esto no fue un impedimento, ellas querían pagar de forma digna a la directora, quien se encarga de todo el trabajo, por ello, sacaron recursos de sus propios bolsillos y Valero se ajustó, a pesar de no tener una remuneración acorde a todo el tiempo invertido.
Lo cierto es que cuando hablo con Chelo o la escucho en las charlas que ha dado sobre el proyecto, siento la pasión de quien ama lo que está haciendo. Para ella es importante rescatar el papel de la mujer rural pues, tal y como nos dice, “las historias de los pueblos, y más si son pequeños, están contadas siempre desde la figura masculina, es una historia patriarcal”. También resalta que sacar a la luz estas narraciones desde el teatro comunitario “ha sido una herramienta para la transformación y sociabilización. Hay grupos que han cogido esta experiencia para empoderarse, para formar piña, para no distinguirse entre edades, para echarse una mano en todo lo que necesitaran, para crear juntas, aunque sus ideas a veces fueran distintas”.
Las mujeres de ‘El Jaray’ lo tienen claro: “unidas empezamos a tejer nuestra propia historia”. Han sido los ecos de las que vivieron/crearon/transgredieron antes que ellas las que han encendido una llama en el presente. Mirarse en el espejo del pasado es todo un acto en nuestro hoy.
Como broche final me quedo con las palabras de Marín Rus, que creo que guardan la esencia de todo lo escrito en estas líneas: “por todas y cada una de ellas, nuestro más humilde homenaje, ¡continuaremos con su lucha!”.
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