82 años han pasado de una huída trágica e inolvidable para miles de personas desde Málaga a Almería un 7 de febrero de 1937. Bombas de aviones y cañonazos de los barcos asediaban contra la población civil como Concepción y Remedios, que con tan solo 4 años conocieron el nombre de la guerra.
“Nos encontramos una caja en el camino con un vestido que no se me olvida. No se me quita del pensamiento. Era un vestido azul con florecitas. Parece que hago así y lo veo. Y ya vé la pila de años”. Concepción Jiménez López tenía solo 4 años cuando montada en un carrillo de mano empujado por su padre dejaba atrás Málaga. Los recuerdos no son muchos. La inocencia de la infancia nublaba el humo de los bombardeos y cañonazos que asediaban la ciudad. Ella no sabía qué estaban huyendo. No sabía que iban en busca de refugio hacia Almería. Tras 82 años de aquel fatídico 7 de febrero de 1937, Concepción pone nombre a una guerra que jamás entendió como niña: La Desbandá.
“Me acuerdo del camino. Me acuerdo del sonido de las campanas. De los aviones. De los zambombazos que caían en mitad del campo y de la gente corriendo. De esas cosas sí me acuerdo”, le brillan los ojos al hacer memoria. Y es que, como Concepción, según apunta Encarnación Barranquero Texeira, profesora de Historia Moderna de la Universidad de Málaga y autora del libro Málaga entre la Guerra y la Posguerra. El franquismo (Arguval, 1994), fueron más de 50 mil personas las que se debatían entre la vida y la muerte por la carretera Málaga-Almería. “Nunca sabremos cuántas personas salieron porque fue un movimiento espontáneo. Durante el trayecto, a la población que salió de Málaga también se fueron uniendo de la Axarquía y de la zona sur de Granada. El Socorro Rojo Internacional (servicio social internacional organizado por la Internacional Comunista en 1922) en uno de sus folletos estipuló que habrían llegado hasta Almería 150 mil personas refugiadas de Málaga, pero hasta Málaga también llegó gente de Cádiz, Córdoba, Sevilla,…de las zonas occidentales de Andalucía”, explica la historiadora.
La carretera entre Málaga y Almería es conocida también como “la carretera de la muerte”. La Desbandá ha sido el episodio más sangriento y más invisibilizado de la guerra civil española. Nadie cuenta nada en los colegios. La reparación, justicia y verdad en este episodio de la historia andaluza ha quedado relegada al olvido. Pero el olvido no es una opción para las víctimas y sobrevivientes. “Me dejaron en la cuneta. Yo no sabía si había muertos. Había mujeres y niños chicos llorando. Y yo sola en la cuneta”, relata Rosario que hoy tiene 86 años, pero con tan solo 4 tuvo que aprender a sobrevivir sin su familia. “A mí me cogió de la mano una familia y la mujer murió como consecuencia de los bombardeos. A los dos meses, me encontró mi familia pidiendo limosna”, añade.
Rosario solo sabía su nombre, pero con esa edad no se acordaba de sus apellidos, ni llevaba nada que la pudiese identificar. Su hermano también se perdió y no fue hasta después de la guerra cuando por fin se volvieron a reencontrar. “Yo recuerdo campo, mucho campo. Mucha gente corriendo y llorando, gritando”. Pero, ¿por qué huían?. La historia, según la recoge Barranquero, revuelve las entrañas de la memoria. “El 8 de febrero, llegaron las tropas italianas y españolas que iban en contra de la Segunda República. La población civil temiendo el choque de las nuevas autoridades y conociendo las experiencias de otros refugiados que llegaban a Málaga por la represión de las fuerzas franquistas y por esa causa temiendo lo peor, las violaciones, los robos, la muerte, huyeron por la única vía libre que había que era la carretera de Málaga-Almería”.
Esta carretera, además, se convirtió en el frente de guerra. “Las tropas italianas bajaban desde Antequera y Granada hasta la costa. Las tropas iban en contra de la población civil de una forma muy clara porque tanto los bombardeos por el aire como los cañonazos por el mar iban en contra una población abrumadora civil”, cuenta la historiadora. “Vimos muchas cosas. Gente en las cunetas muertas. Pero yo era muy chica y no sé como se me ha quedado grabado eso. Eso y lo del vestido”, vuelve a poner sobre la mesa Concepción. Cuenta su historia rodeada de su hija, nietas, nieto y bisnieto. Concepción crea memoria. Explica sentada en una mesa camilla con la enagüilla por encima que su madre cogió algo de comer y mantas cuando salieron corriendo por la carretera. La manta se convirtió en un elemento clave durante la huída. Fue la única protección que la gente tenía para esconderse de los aviones franquistas que tiraban bombas a la carretera.
Entre campos, carretera costera y túneles, miles de personas trataban de llegar a los búnker de Almería para usarlos como refugio. Pero no todo el mundo llegó. La familia de Concepción se quedó a medias. “Nosotros no llegamos porque mi padre y mi madre iban con un carrillo de mano. Tirando del carrillo, con un colchón y cuatro niños chicos. Así que no llegamos. Cuando a él le pareció, al pobre que no podía más, en un cortijo que no te puedo decir ni el pueblo que era, pero camino de Almería, allí nos quedamos y estuvimos unos pocos de días, tampoco te puedo decir cuántos”, y es que desde entonces han pasado más de 80 primaveras.
De vuelta
Pero si la ida fue trágica, la vuelta no fue nada fácil. “Un día mi madre dijo, ¡enga, ya nos podemos ir pa Málaga! Y nos venimos. Y al llegar, encontramos muchas casas que habían entrado y revuelto, pero la nuestra estaba cerraita. Mi madre no paraba de repetir que si nosotros no nos hubiésemos ido no hubiera pasado nada”, apunta Concepción.
Sin embargo, entre los recuerdos de Concepción también está el día que su abuela apareció de nuevo en la casa después de 7 años tras la guerra, pero sin su abuelo. Y tampoco, puede olvidar la tarde que su padre fue detenido. “Lo detuvieron por error. A los pocos días lo soltaron”. El miedo al hablar y a opinar ha dejado el silencio más grande de la guerra o como dice Encarnación Barranquero: “La Desbandá es un episodio recordado en voz baja por la población”.
Remedios no tuvo tanta suerte como Concepción. Su padre fue detenido por ser alcalde en la provincia de Málaga por el Frente Popular. “Se lo llevó la Guardia Civil a los 10 ó 15 días de llegar a Málaga y lo meten en la cárcel. Los soldaditos que había eran mu sin vergüenzas, ¡más sin vergüenzas!”. A pesar de ser la pequeña de la familia, Remedios era la más echá pa’lante. “Yo estaba mu zurreá y como mi madre tenía miedo y en esa época la mujeres no salían a ningún lado, me mandaba a mí a llevarle la comida a mi padre a la cárcel. Se lo llevaba en una cacerola y la fruta que llevaba aparte cogían los soldados y se la echaban en la misma cacerola y a mí no me gustaba”. Hasta que un día, esta niña con pelo rizado y negro, como ella recuerda, le echó valor a quienes la miraban por encima de su cabeza. “Va uno de ellos y me mete la fruta en el cacharro. Y me dijo que si tenía mama y yo que ya estaba cabreada le dije “qué mierda dices” y yo nunca he dejado que mis hijos dijeran eso de mierda, siempre digo, ¡cuidado que eso no existe! Y mis hijos se reían y decían que qué tenía yo con la mierda”.
Pero si la represión era mucha, la comida era poca. “Había un pozo muy grande y ponían las vacunas en el filo del pozo y se iban vacunando los niños y los mayores y eso era para darte un bollo todos los días. No es que te lo daban, lo tenías que pagar, pero era para tener la ración, porque no había. De eso también me acuerdo. Te daban un bollito chiquito de ración por la mañana y eso era lo que había para todo el día. Y ya está. La guerra duró bastante, no fue un año, ni dos, duró bastante”, recordaba Concepción.
En cuanto a la educación, la población también se vio afectada y sobre todo las mujeres que tuvieron que cambiar el lápiz y el papel, por la bayeta y la mopa. “Yo ya más mayor iba al colegio, pero poco, porque tenía que ayudar en mi casa, a lo mejor un día o dos a la semana y si iba por la mañana era a escribir, y si iba por la tarde iba a coser. Por eso yo escribí no sé muy bien. Leer, leo un poquito mejor, pero me he enseñado en las calles con los carteles, pero no con los libros”, apunta Concepción que entre risas recuerda lo que le dice su marido. “En el servicio militar decía, ¡menos mal que te conozco, sino esto quién lo iba a leer! Porque no sé donde poner la “r” o la “s”. Yo te escribo la palabra, pero no sé la letra que lleva por medio.
Tras La Desbandá y la vuelta a Málaga, la población quedó dividida en dos grupos. Por un lado, “los que volvieron sufrieron la represión más dura que fue la que aconteció la llegada de las tropas franquistas y por otro lado, los que consiguieron llegar hasta Almería que se fueron dispersando y consiguieron vivir pero en el exilio”, comenta la experta, Barranquero. A esto añade que “quieres volvieron a sus lugares de origen obligados sufrieron procesos judiciales, limpieza de sus bienes, depuración en los puestos de trabajo y represión en general, y cayeron presos tan solo por haber huido antes de la llegada del régimen que era considerado como símbolo de desafección”.
Esto le pasó al padre de Remedios y a su familia entera. “Cuando yo iba a la fuente me decían, ¡ahí viene la roja! Y yo no sabía lo que era roja ni amarilla”. Remedios tuvo que soportar incluso los abusos de los soldados. Unos abusos que nunca declaró si fueron sexuales, porque hablaba de tocamientos entre lágrimas. Y entre una media sonrisa, por no llorar, asegura que la vida tiene cosas que no se entienden. “Ríete si quieres, pero ¿sabes con quién me vine a casar yo? Con un guardia civil”.
0 comentarios