No pasarán… pero pasaron.
No pasarán… pero pasaron.

Rocío Santos Gil

10 enero 2019

Como nací en 1939 y mi conciencia se formó durante la II Guerra Mundial, sabía que el orden establecido puede desvanecerse de la noche a la mañana. Los cambios pueden ser rápidos como el rayo. No se podía confiar en la frase: ‘Esto aquí no puede pasar’. En determinadas circunstancias, puede pasar cualquier cosa en cualquier lugar. Nos toca hacerlo todo para poder decir: «Por suerte, no tenías razón».

El cuento de la criada. Margaret Atwood


Hemos construido un imaginario colectivo donde Andalucía aparece como tierra históricamente de izquierdas y tradición libertaria, de gente trabajadora, humilde y empobrecida pero rebelde y consciente, que vive también en un mar de contradicciones incomprensibles para las que no las han tenido cerca.

Se sabe que ha sido siempre así a través de las experiencias propias y los escritos ajenos encargados de documentar una idiosincrasia que parece haber hecho aguas en las últimas horas, culpabilizándonos además de lo que se nos viene encima, haciéndonos responsables de que la ultraderecha haya entrado por la Frontera Sur, como si lo hubiéramos estado esperando, como si esto no hubiera podido pasar en otras latitudes en el caso de haberse dado similar coyuntura electoral.

La rebeldía social andaluza tiene un sentido histórico y antropológico con orígenes nada chovinistas; en boca de Carlos y Pedro Caba, ha sido contada desde antiguo pero el afán de interpretarla ha pecado de negligente. Esta rebeldía continúa ahí y entender lo que ayer sucedió en las urnas desde este supuesto complejiza cualquier interpretación que podamos darle, ya sea en clave electoral o social.

¿Qué ha pasado con nuestra memoria?

El fantasma de las dinámicas del voto Trump en Estados Unidos hace rato que dejó de ser una posibilidad para convertirse en una hecho. El trumpismo y la forma de ejercer la democracia en las urnas ha colocado a Bolsonaro en la presidencia de Brasil mientras nos indignábamos (virtualmente); cuando Matteo Salvini decretaba contra los migrantes, endurecía las condiciones de asilo para las personas refugiadas y facilitaba su expulsión, algo que ya formaba parte de su programa y que junto al discurso xenófobo de la Liga Norte ganó la Vicepresidencia en Italia en el mes marzo, arrasando en territorios históricamente de izquierda como Siena o Pisa.

Lejos quedan las ruedas de prensa de Amanecer Dorado en Grecia mientras calificábamos de anécdotas lo que ocurría con su líder, Nikolaos Mijaloliakos. La organización griega ha avanzado de forma vertiginosa en los últimos años. Entró en el parlamento griego por primera vez en 2012, pasando de un marginal apoyo del 0.29%, obtuvo el 6.92% en 2013, y se ha sostenido en 2015 con 6,99%, a pesar de recibir 60.000 votos menos que en los comicios anteriores.

Ahora nos toca a nosotras: la ultraderecha irrumpe sin habernos despeinado en una siniestra analogía histórica y va camino de San Telmo. Nos han adelantado por la derecha, también por la izquierda. Vox ha encontrado en el desafecto político un buen caldo de cultivo que, junto a los relatos de reconquista y expulsión, han calado en los municipios con mayor población extranjera. Es el caso de El Ejido, donde hasta el 23% del censo son personas nacidas fuera de la UE. Algeciras, con un 9% de inmigrantes extracomunitarios y un 20% de voto a Vox.

Aún con los datos sobre el papel, seguimos quitando capas de lo vivido ayer para comprender cómo el fascismo retorna para quedarse aquí, de la misma forma que miles de personas en sus respectivos países se cuestionarán exáctamente lo mismo: los datos de eldiario.es señalan cómo a mayor renta media y estudios superiores, mayor es la tendencia de voto a la ultraderecha.

¿Cómo hemos llegado a este punto, al momento en el que la historia se pliega y se toca en los extremos, volviendo a poner un puente de plata a organizaciones rancias, misóginas que hablan abiertamente de yihadismo de género? Estas irrupciones graduales venían formando parte de nuestra realidad política más cercana, con una fascinerosa Marie Le Pen encantanda con los previsibles resultados y a la que le faltó tiempo y red para felicitar al macho alfa de la Estepa.

¿Cómo hemos llegado a este punto, al momento en el que la historia se pliega y se toca en los extremos, volviendo a poner un puente de plata a organizaciones fascistas, rancias, misóginas que hablan abiertamente de yihadismo de género?

Anoche, los mensajes que llegaban a nuestros móviles estaban llenos de miedo y de incredulidad. Los discursos de los dirigentes de Vox no hacían sino confirmar nuestras sospechas. Hablaban de “reconquista” y en esta tierra, por desgracia, ya sabemos cómo acaba eso: con la persecución del diferente, con el exterminio de gente valiosísima, con la tabula rasa de lo que somos, de lo que deseamos: con represión.

Gran parte de ese voto al fascismo recoge, por un lado, las consecuencias desastrosas de las políticas neoliberales y austericidas que nos condenan a una vida en precario y, por otro lado, la reacción machirula más feroz al auge del movimiento feminista. Basta con echar un breve vistazo a las propuestas estrella de Vox para darse cuenta de que son anti-nosotras y de que como repite Irantzu Varela, esto es una guerra. Pues bien, estamos tristes, abatidas, nos duele hasta el alma; pero la pelea la vamos a dar hasta el final y no vamos a dejar que nos arrebaten ni uno solo de todos los derechos conquistados.

Criarse y vivir aquí permite que llevar a cuestas el ruido socialista y felipista; hemos sido testigos de cómo han echado raíces fuertes en muchos municipios rurales de Andalucía, consolidando una red clientelar al más puro estilo caciquil durante 36 años que acabaron ayer y que parecían no tener fin. No nos pilla con el pie cambiado, aunque la digestión es dura.

Se nos atraganta que una parte de la ciudadanía vote por suprimir la ley que frena el olvido de los más de 60000 asesinatos políticos de la represión franquista en Andalucía.

Se nos atraganta que una parte de la ciudadanía vote por suprimir la ley que frena el olvido de los más de 60000 asesinatos políticos de la represión franquista en Andalucía. Para repensar la magnitud del genocidio andaluz basta con reflexionar sobre el número de personas desaparecidas en la dictadura Argentina, que fueron alrededor de 30000. La generación del susurro, de la que habla Mar Gallego, también aprendió a no hablar de política ni a mencionar a los muertos que siguen regando nuestro suelo. El exterminio franquista en nuestro territorio es clave para entender también la merma de la capacidad rebelde de andaluza.

También nos atraganta la abstención, que fue la verdadera reina de la fiesta y dejó a unas Susana Díaz y Teresa Rodríguez noqueadas gracias a la bajísima participación, mientras que el peor resultado de la historia del Partido Popular andaluz lo ha hecho renacer si se hace viable el apoyo de Vox y Ciudadanos.

¿Y quién vota a VOX?

Se especula a golpe de tweet, se analiza en 140 caracteres sin matices y en posiciones contrarias, aparentemente irreconciliables e hiperpolarizadas; ¿a qué conduce esto? Hemos leído a presuntos compañeros de izquierda hablar hasta la extenuación del problema de los movimientos de resistencia e identidad, entre los que incluyen – desacertadamente- el feminismo y el racismo, señalando cómo no hemos sabido transformar ni canalizar toda esa rabia y fuerza en las urnas.

Quizás el conflicto y la desafección nacen al calor de un discurso que no varía, paternalista, que no busca la acción ni la incidencia real, sino ganar. Y si no se gana, vuelta a culpar a la diversidad de las resistencias, como si esa misma diversidad no estuviera radicalmente imbrincada a lo cotidiano de los barrios y las opresiones que allí se sufren. ¿Cómo se nos puede culpar de desmovilizar y atomizar a la clase trabajadora, si precisamente nosotras somos la que hemos demostrado durante 2018 que somos imparables? Si somos nosotras las organizadas y las que están llenando centros de ciudades con el único objetivo de desmontar el tandem capital/patriarcado.

Necesitamos un análisis sereno desde aquí, abrir las matriushkas que hagan falta. Estudiemos entre todas la coyuntura a la que nos enfrentamos y reorganicémonos, empezando en los arrabales, en la periferia, en el trabajo colectivo y en nuestros medios comunitarios, que también tiemblan antes el futuro incierto de la recién aprobada Ley Audiovisual Andaluza. Decimos “No pasarán”, pero habéis pasado. Ahora que estáis aquí, escuchad lo que será un mantra hasta que se haga carne: Fuera fascistas de nuestra tierra.

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