La película triunfadora en el 57ª Festival de Sitges, que recibió el Oso de Plata en la Bernilane a la contribución artística y representará a Austria en los Oscar, es un excelente ejercicio cinematográfico donde la belleza audiovisual no merma lo terrible de la propia existencia de las mujeres en sociedades hiperreligiosas.
Las historias de las mujeres tienen muchas páginas en blanco aún, dispuestas a ser escritas y narradas desde otras artes y lenguajes que, con base en la investigación y la Historia con mayúsculas, cuenten todas las grietas por donde se nos ha ido colando la vida y la muerte. Por eso, la mejor película en el 57ª Festival de Sitges y representante de Austria en los próximos Oscar,El baño del diablo (Des Teufels Bad, 2024) es otra excelente pieza dirigida y escrita por Veronika Franz y Severin Fiala que encaja a la perfección en este puzzle cinematográfico de la herstory, poniendo el foco en la salud mental y el suicidio en mujeres centroeuropeas en el siglo XVII y XVIII.
Un folk horror el de la obra austriaca que no escapa a cuestiones y exigencias sociales, palpables en la atmósfera opresiva que cae poco a poco sobre el cuerpo y la mente de Agnes (Anja Plaschg), una joven humilde que se aleja de su familia para contraer matrimonio, que desea ser buena esposa y buena madre, que intenta responder a lo que de ella se espera en una sociedad plagada de convenciones e imposiciones. La dureza de todo lo que le rodea salta de lo íntimo a lo público, desde el vínculo con Wolf (David Scheid), un marido al que casi no conoce, al de su suegra, la implacable Maria Hofstätter, magnífica en la ejecución de su papel, que lleva la aspereza ya no solo al trabajo en el lago, sino a la cocina de la misma casa donde vive la protagonista de El baño del diablo.
Agnes refleja el sentimiento de cientos de mujeres en una época en la que el suicidio no era una salida al sufrimiento
Agnes refleja el sentimiento de cientos de mujeres en una época en la que el suicidio no era una opción más. Sí, en cambio, los crímenes capitales: matar a un menor constituía un pecado con posibilidad de absolución, algo que no ocurría con la opción de quitarte la vida, de hecho se las condenaba eternamente. Las almas de los niños quedarían liberadas en el caso de asesinato y ellas, las que acometían el crimen, libres de pecado una vez lo confesaban. Lo que ocurría después, podéis verlo en la película cuando se estrene en salas el próximo mes de Noviembre.
La película está basada en el relato real de la campesina Eva Lizlfellnerin, documentado gracias a la historiadora Kathy Stuart y parte de los más de 400 casos investigados.
Una historia basada en las investigaciones de la historiadora Kathy Stuart
La historia ficticia de la protagonista se construye a partir del relato real de campesinas como Eva Lizlfellnerin, documentado gracias a la historiadora Kathy Stuart y parte de los más de 400 casos investigados. Los directores llegaron a esta historia, prácticamente desconocida en estas zonas de habla germana, escuchando a Stuart en el pódcast ‘This American life‘. Kathy Stuart lo denomina “ suicidio por poderes».
suicidio por poderes
Sobre el proceso de documentación que han seguido para construir la cotidianidad en las zonas rurales de la época, la directora responde: “La gente es gente. La gente tiene defectos, deseos, miedos, anhelos, vivan en el siglo XVIII o ahora. Por supuesto, para detalles como los colores de los trajes, hechos con materiales naturales, nos basamos en pruebas históricas. También decidimos, junto con la diseñadora de vestuario Tanja Hausner, que la ropa siempre debía tener algún detalle imperfecto, algún error. Al fin y al cabo, en aquella época las prendas pasaban de unos a otros, así que podían ser demasiado grandes, demasiado pequeñas, remendadas. Así que en la película no podía salir un traje perfecto”.
El carácter de la protagonista se va resquebrajando a medida que avanza la cinta. La imposibilidad de responder al ideal de perfección a pesar de su predisposición, la soledad que experimenta al alejarse de su madre y hermano o el sentimiento de no pertenecer a una comunidad a la que casi no conoce, van empequeñeciendo a Agnes a medida que su nueva vida avanza.
Absorbida también por un bosque austríaco precioso pero denso y hostil, la naturaleza sirve de palanca para trabajar la preciosa y oscura fotografía de Martin Gschlacht que ya acompañó a Franz y Fiala en Goodnight Mommmy (2014), regalándonos una imagen rural, oscura e implacable al mismo tiempo. Su trabajo ha merecido el Oso de Plata a la contribución artística en la 74ª Edición del Festival de Cine de Berlín, la Bernilane.
El baño del diablo es una muestra de cómo la cultura puede estar a disposición de la herstory para que el sufrimiento de tantas mujeres no vuelva de regreso a las estanterías.
El baño del diablo es una excelente obra que, aunque se enmarque dentro de ciertos códigos del terror, se mueve más en la terribilidad de la vida de las mujeres, formando desde siempre un continuum histórico. Veronika Franz y Severin Fiala han creado una ficción densa, pausada y oscura, que responde a la perfección (y a todos lo niveles) a las emociones y síntomas que tantas mujeres con depresión vivieron.
El baño del diablo (Des Teufels Bad,) es ya otro ejemplo sobre cómo la cultura puede estar a disposición de la herstory, evitando que el sufrimiento vuelva a las estanterías y nuestras vidas queden relegadas al marco de las investigaciones académicas.
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