Recuerdo aquella fascinación de niña que mira el mundo por primera vez. Eran los primeros noventa, en la tele había lo que había y en las galas aquellas de fin de año, ella acaparaba toda mi atención. Esos bailes, esa música, esas lentejuelas. Con las otras niñas jugaba a ser Mel B, pero en el fondo de mi corazón yo quería ser como ella: como la gran Raffaella Carrà.
Esta pasión, como mi pasión por la copla o por las películas de Paco Martínez Soria, la enterré en el fondo de mi corazón por aquello de deshacerme de mi yo pueblerino y construirme un yo más molón. La juventud es un divino tesoro, pero también un dislate. Sin embargo, su música siempre volvía en cada fiesta y yo me entregaba a ese movimiento de cabeza imposible con la entrega del primer amor perdido.
El 5 de julio de 2021 se apagó su estrella. La lloré como se llora a los seres queridos. La lloré sabiendo que se iba un pedazo de mí para siempre. Y entonces descubrí la pieza que encajaba todo el puzzle: ¡Raffaela Carrà era comunista! Esa sonrisa que tanto me fascinaba escondía detrás el anhelo de un mundo más justo. Y entonces la lloré de nuevo, esta vez como la que pierde a una camarada.
Este verano volvía en coche desde Linares a Sevilla (así es una, que de vacaciones se va a Linares) y para entretener a las fieras les puse música. La Carrà no podía faltar. Bailamos “Hay que venir al sur” y mi cerebro empezó a pensar en muchas cosas a la vez. Primero pensé en esto tan de viejuno que es meterse con la música que escuchan los jóvenes. Todo el mundo quejándose de las letras del reguetón, ¿pero han escuchado atentamente a la Carrà? Probablemente, ellos y ellas bailen el reguetón, como yo lo hacía con la Carrà, sin entender lo que dice, solo por esa fascinación primaria que despierta en nosotros la música.
Después, seguí dándole vueltas a la letra. Y, pensé, Dios mío, ¿de qué año es esto? Y ahí me petó el cerebro: ¡1978! (o eso dice Google). ¡1978! ¡El divorcio en España se aprobó en 1981! Y el puzzle se recompuso para hacerle un huequito a la última pieza. Mi madre en 1978 había huido de su maltratador y en el pueblo le hacían la vida imposible por “mala mujer”, mientras que por todas partes otra mujer cantaba a la libertad sexual. La niña que yo fui creció en un ambiente en el que las otras madres les decían a sus hijas que no se juntaran conmigo por ser hija de una divorciada y un viudo que vivían en pecado. Y en ese ambiente, aunque yo no alcanzara a verlo en ese momento, la Carrà se convirtió para mí en una referente como la copa de un pino. Una mujer libre, una mujer valiente, una mujer comunista, y la más hermosa del mundo.
Yo no sé si la música que escuchan hoy los jóvenes es mejor o peor que la que yo escuchaba, lo que sí tengo claro es que en una España más bien gris, la luz de Raffaella nos hizo la vida un poquito mejor. ¡Gracias, maestra!
Si tú no crees, yo sí creo
Si tú no crees, yo sí creo. Así zanja mi hermana Soraya mis burlas cuando manda a mi madre a que busque a la señora que reza contra el mal de ojo, convencida de que cualquier cosa mala o cualquier enfermedad que le pase es producto de esta maldición que hay que...
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