Cuenta Remedios Zafra en su último libro El Informe. Trabajo intelectual y tristeza burocrática (Anagrama, 2024), en un contexto vinculado a la burocracia dentro de los espacios laborales y cómo afecta a los trabajos intelectuales, que jamás pensó que se convertiría en una pugna eterna. Zafra, mente brillante y aguda que no rehúsa de la belleza y la claridad para narrar los males y dolencias actuales, hila fino y su pensamiento bien puede extrapolarse al ámbito de los vínculos. Dice Zafra que solo desde la negativa puede recuperar espacios, que solo así puede volver a darle sentido a lo que hace, pero eso la hace habitar una lucha contra la máquina que puede abrir grietas. Ser una tesela, a riesgo de algunas cosas, que mencionaba el también cordobés Antonio Gala.
La dureza que se encalla mencionada por Zafra en este capítulo he podido sentirla con cierta frecuencia y no siempre ha sido fácil. De hecho, casi nunca lo es. La negativa, ese no que envolvemos con algún tipo de papel de colores para que no pinche demasiado, deviene fricción. Como tirar del freno de mano cuando parece que has terminado de aparcar y de repente ayayay el coche se mueve hacia delante y llevas a tres detrás que venían charlando mientras estabas concentrada en la carretera y se reverencian sin querer. Jo-Der.
A veces no hace falta vivir en un libro para llegar a habitar dos párrafos. Dice Zafra que confía en una complicidad contagiosa que haga frenar al resto y que los ritmos bajen. Estuve días en estas páginas y no quise salir de ellas porque me gustaría memorizarlas y regresar cada poco para no perder la visión de cómo el trabajo y la burocracia permea en lo que vivimos. “Si no cedemos nuestros días se convierten en cuadrículas rellenas de tinta”, escribe.
Hay que ceder y dejar una casilla del puzzle vacía porque “nada puede moverse si todo está lleno”. ¿Dónde queda tiempo para lo espontáneo, que también es lo creativo, las urgencias y lo que sea que pueda pasar, porque la vida es infinitamente más compleja que nuestras brillantes agendas y los dos millones de planes que nos impiden tener un espacio para conspirar con otras? ¿Dónde queda ese gusto casi atávico de estar por estar, de estar sin producir, de estar sin consumir, de estar porque eres una multiplicada por mil cuando estás con otras, aunque sea bajo el paraguas de disfrutar de no hacer nada o de la alegría de poder estar juntas?
Decir que no siempre es una fricción y que conlleva un riesgo cogido de la mano porque esperamos una complicidad que en muchas ocasiones no llega. Decir no es una cuestión política y no invento nada nuevo, pero en el turbocapitalismo deja más cicatriz que nunca ante lo que se nos presenta como una feria de planes, jornadas y actividades que en mi cabeza lleva banda sonora de la Orquesta Mondragón. No siempre un cuerpo se encuentra en disposición de enfrentar la enésima batalla de la semana que surge de no querer acudir al festival número 50 del verano porque lo mismo son pozos profundos del que no debería beber la cultura. No de esa forma. Esta es la pugna eterna. Quizás la opción B es no poner hora para irnos la próxima vez que nos veamos y, en este camino raro y a veces demasiado desesperanzador, seguir buscando cómplices.
Llevar la primavera dentro
Amigas, siempre hay que tener un crush. SIEMPRE. Y a veces una puede tener varios a la vez. Una alegría de vivir, una ilusión, un brillito en los ojos, una sonrisilla pícara, un sentido que le dé colorcito al día.
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