Ahora que llega el verano y el buen tiempo invitan a quedar a menudo con las amistades, o simplemente a buscar cualquier excusa para sentarse en una terraza y tomarse un refrigerio fresquito mientras nos fantaseamos de vacaciones… Ahora justo, y no antes ni después, es el momento en el que, si no comes nada de origen animal, tu pico de vegana quejica alcanzará el punto máximo de esplendor. Si eres vegane, te invito a quedarte por aquí porque las penas compartidas son menos penas, amigue, e incluso pueden tener su puntito de humor. Si no eres vegane, quédate también, tal vez esta crónica desconsolada de paladar exquisito no satisfecho te ayude a empatizar con tus amigues comehierbas.
Partamos de un comienzo. POV: eres una persona con un paladar exigente a la que le gusta comer y disfrutar de la comida, pero has decidido no volver a ingerir ningún producto de origen animal. Generalmente, tienes a tu estómago satisfecho porque cuando cocinas en casa te preparas platos dignos de un Estrella Michelín: risottos, guisos, lasañas, comida japonesa, coreana, india… nada se te resiste. Pero no puedes vivir en la cueva todo el año, te gusta socializar de vez en cuando y a menudo intentas quedar con tu gente para almorzar o cenar. ¡Ah! Otra variable que lo complica todo, no vives ni en Madrid ni en Barcelona ni en Berlín ni en Londres, sino en una ciudad o pueblo entre mediano y pequeño. Me gustaría decir que esta es una guía para que tu expedición gastronómica sea un éxito, pero es mentira, hagas lo que hagas, será un desastre.
Angry vegans
Las personas veganas tenemos fama de ser gente buena onda, siempre dispuestas a ofrecer nuestro tupper de hummus con crudités que, milagrosamente, llevamos escondido en la totebag para cualquier ocasión; gente que pone la otra mejilla, que le da la vuelta a la tortilla (vegana) para ver el lado positivo. Sin embargo, hay mucho mito en la figura de la vegana espiritual que no siempre se corresponde con la realidad. Te preguntaré algo. ¿Qué crees que le pasa a una persona de alimentación omnívora si va a un restaurante medianamente decente, paga religiosamente su cuenta, pero se acaba quedando con hambre? Probablemente se enfade mucho, ¿verdad?
Todos podemos llegar a tener muy malas pulgas cuando nos ruge el estómago. Os puedo asegurar que lo mismo nos pasa a las personas que hemos elegido conscientemente no comer nada de origen animal. “¡Pero si podéis comer ensalada y parrillada de verduras en todos los sitios! ¡Os quejáis de vicio!”. En serio, si queréis seguir vivos y con todo vuestro cuerpo intacto, si no queréis que os metan la lechuga por algún lugar incómodo, no hagáis este tipo de comentarios delante de una persona vegana porque, volviendo a la idea del inicio del párrafo, la gente hambrienta puede ser muy fácilmente irritable y del vegano hippie sonriente al vegano con instinto asesino solo hay un paso.
Veganizamos nuestros platos por ti
Entiendo que haya restaurantes que no tengan alternativas veganas en su carta. El típico asador, la venta de la sierra o el chiringuito de la playa suelen ser las elecciones favoritas de reuniones familiares. De repente, un grupo enorme de casi veinte personas te hace una reserva o esa pandilla de amigos de quince personas ha elegido tu restaurante para celebrar un cumpleaños. Pero esa jugosa promesa de buena caja trae un regalo envenenado: el vegano tiquismiquis. Ven aquí, te ofrezco mi hombro para llorar. No pasa nada. No te creas que no me he puesto en tu lugar.
El protocolo está clarísimo. “No te preocupes, que encontraremos una solución”, me dices. La tensión se masca en el ambiente porque tu grupo de familia o amigos solo quiere divertirse y desconectar un rato, que para eso es fin de semana. ¿Tan difícil es entenderlo, amigue vegane? Solo tienes que negociar un poco y estar dispuesto a apuntar a lo más bajo posible, pero tu paciencia tiene un límite. Berenjenas fritas con miel de caña, parrillada de verduras, arroz con cosas, cosas con arroz… Ensaladas a las que les han quitado toda la enjundia o revueltos de cosas de los que desaparece la carne y el huevo, pero que te siguen costando lo mismo que con todos estos ingredientes de lujo. En resumen, platos a los que les quitan cosas pero que te siguen cobrando igual. Eso sí, te ofrecen un extra de guacamole que viene con un suplemento extra de dinero, si no te importa.
Patatas, patatas y más patatas
El otro día decía la Dani, artista de Málaga y una de las protagonistas de la película ‘Te estoy amando locamente’, mientras cocinaba pakoras con Mikel Iturriaga en El Comidista, que piensa mucho en la primera persona a la que le dio por freír patatas. Yo también pienso mucho en esa persona y le estoy eternamente agradecida. Me encantan las patatas. Una vez fui a un bar de mi pueblo con mi familia y os juro que pedí patatas a lo pobre de primera tapa, patatas bravas de segunda, patata asada de tercera y patatas fritas de cuarta. Fui feliz. No tenía otra opción, pero fui feliz, no me quejo. Lo que pasa es que imagínate tú esa vida todo el rato. Cuando la única opción que te queda son las patatas en todos sus formatos, se te queda cara de papa rellena y te vuelves a convertir en un angry vegan.
El concepto de sandwich vegetal español
En una ocasión estaba yo en Sevilla de festival y cayó la grande, haciendo honor a eso de que la lluvia en Sevilla es una maravilla. Acabamos resguardadas en el típico sitio cañí que hizo bastante las delicias de mis amigos: jamón serrano, embutidos ibéricos, tablas de quesos. Yo la verdad es que en estos sitios me haría avestruz y metería el cuello bajo tierra porque a veces es muy complicado salir de ciertas situaciones con éxito. En este caso los camareros me ofrecieron como alternativa gambas, chorizo y calamares. Entiendo que el vivir en la ciudad a veces nos aleja de la forma original que tienen los animales que se convierten en alimento, pero nunca me había pasado algo así. Lo que sí me ha pasado cientos de veces es leer sandwich vegetal en un menú y encontrarme con que ese bocadillo llevaba jamón york o atún. Y aunque haya platos que nos pertenezcan al team vegan, como el gazpacho o el salmorejo, pidanlo siempre sin toppings porque suelen llevar huevo cocido, jamón serrano o atún. Eso sí, si lo pides con aguacate o pepino por encima, lo mismo te cobran el dichoso suplemento de lujo.
Olvídate del concepto del saboreo y el disfrute
Aunque me guste mucho comer y considere que tengo un paladar exquisito, desde que no como animales más que visitar restaurantes para alcanzar orgasmos culinarios, distinguir matices, maridar sabores, disfrutar del manjar ,más que para eso, salgo para socializar. A veces es tan estresante ver que no hay ni una opción para ti en la carta, que cuando te ofrecen esas ofertas rocambolescas te da cosa decir que no quieres comer esa mierda, aunque sea una mierda 100%. Otras veces acabas pidiendo lo que todo sitio guay tiene de opciones veggies: nachos con guacamole, hummus, hamburguesas y falafel. Si no sois veganos, pero tenéis algo de corazón, haced como mis tías y quejaos cuando vayáis a un sitio sin opciones vegetales, igual ese local puede abrir los ojos y currarse alguna cosita.
Siempre nos quedarán los sorbetes
Si te gusta mucho el helado, olvídate de la cremosidad y la fantasía de sabores. Como mucho, podrás aspirar a un sorbete de mango o de mandarinas, normalmente son de limón o naranja. Afortunadamente en todas las ciudades hay gente que se lo curra y te hace una versión vegana del Kinder o del Ferrero Roche. A esa gente que te saca una sonrisa con propuestas más elaboradas es a la que tienes que dar todo tu dinero cuando salgas.
A pachas
Una vez asistí a algo parecido a una cena de Navidad de empresa. Por mis narices desfilaron chuletones, solomillos, tártares de atún y sashimis de salmón. Era un festival de color y sabores, en serio. De repente parecía que no podía haber más platos en la mesa, cuando alguien decidía que no eran suficientes. Faltaban el foie, el carpaccio de gambas rojas y las cocochas de bacalao con almejas. Por supuesto, todo estuvo regado con abundante vino. Ante tal despliegue gastronómico, yo pregunté por mi menú vegano, porque habíamos avisado con antelación y nos habían dicho que había opciones. Las opciones resultaron ser una ración de patatas bravas y unos tacos de algo parecido a la Heura, que encima compartí con dos compañeras más vegetarianas. Pedí una caña para beber. Cuando llegó el momento de pagar, se dividió todo entre las personas que estábamos a la mesa. En esos momentos tienes dos opciones, pagar a pachas y sufrir una crisis nerviosa o ser la típica vegana que dice que la cosa no está equilibrada y que pagas solo tu parte. Sé que al leer esto estás odiando el concepto de persona que se paga lo suyo. Te estoy leyendo la mente.
Más vale vegana quejica que vegana hambrienta y enfadada
A veces, casi siempre, es muy difícil no convertirse en el famoso e hilarante meme de los dinosaurios donde uno de ellos pregunta con cara de malas pulgas, “¿Quién invitó al vegano?” Y el herbívoro, súperlindo, ofrece nuevamente su hummus como respuesta. Tenemos que admitir que más que armonía, traemos incomodidad y complicaciones a las reuniones. A veces tus amigos no pueden entender que no te limites a comerte la maldita ensalada y dejar vivir a todo el mundo. Tienes varias opciones, ser esa persona que siempre viene cenada o comida de casa y que dice que todo está bien, o ser esa persona que le pone una pega a todo (solo tienes que repasar este artículo).
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