Lydia Cacho (Ciudad de México, 1963) no descansó hasta que metió en la cárcel “uno por uno, a todas las personas relacionadas con su secuestro”. Era 16 de diciembre de 2005 y tenía 42 años. Trabajaba como periodista de investigación y defensora de derechos humanos cuando la máquina del amedrentamiento comenzó a funcionar con toda su potencia, finalizando en un secuestro y tortura por el que México tuvo que pedir perdón en 2019. Fue la primera vez que un Estado solicitaba una disculpa pública por una grave vulneración de derechos humanos.
La publicación ese año de uno de sus libros más conocidos, Los Demonios del Edén (Debate, 2005) generó un gran revuelo mediático al denunciar una red internacional de pedofilia y explotación sexual de menores, pero, sobre todo, avivó el avispero de traficantes de niños, niñas y adolescentes en Cancún y también de empresarios y políticos que se lucraban de una forma u otra con este crimen, entre los que se encontraba el hostelero Jean Succar Kuri.
Cacho comenzó a investigar feminicidios y otras violencias sufridas por mujeres y niñas en su México natal en 1994. Eran pocas las periodistas que cubrían este tipo de investigaciones en Ciudad Juárez en aquella época y eso le reportó no solo sus primeros problemas con las fuerzas de seguridad del Estado y las propias bandas criminales, sino también la curiosidad de colegas y un público que empezaban a aproximarse a la realidad desde otra perspectiva, la de profesionales comprometidas con el periodismo feminista.
Revistas con perspectiva de género, un programa de televisión y, finalmente, una casa de acogida para víctimas de violencia machista en Cancún. La periodista desenmarañaba el falso debate entre la categorización de profesional de la información con un aura de equidistancia y objetividad inexistente y la de activista de derechos humanos con la misma normalidad que habla de la importancia del goce y la alegría como formas de resistencia frente a la barbarie en sus charlas.
El goce frente a la barbarie
El pasado 12 de noviembre, Lydia Cacho impartió la sesión inaugural del XIV Congreso Internacional de Estudio contra la Violencia de Género que todos los años organiza la Junta de Andalucía. Las 857 personas inscritas en el evento, que la escuchaban en el Palacio de Ferias y Congresos de Málaga, enmudecieron frente a su relato.
La periodista mexicana tiene que vivir en el exilio desde hace cuatro años por el mero hecho de realizar su trabajo bajo el riesgo fundado de muerte. Último aviso: el asesinato de sus perras. Era 23 de julio de 2019“cuando unos sicarios entraron en mi hogar, mientras la fortuna quiso que mi viaje encontrara obstáculos para no llegar a tiempo a lo que parecía el último enfrentamiento con la muerte”, según explica en el preámbulo de sus Cartas de amor y rebeldía (Debate, 2022).
Parte de la audiencia malagueña llora al escuchar a la periodista, que se enorgullece de haber conseguido la doble nacionalidad mexa-española, si bien su lugar seguro sigue siendo su familia, tanto de sangre como elegida. “No he dejado de tomar tequila, bailar salsa y reír con mis amigas”, explicaba frente a las asistentes del congreso, que esbozan una sonrisa. Algunas sonríen especialmente, conscientes de que su amiga no miente.
Para esta mujer tropical, que odia el frío, como para muchas defensoras de derechos humanos y periodistas que trabajan día a día contra la barbarie, la socialización a través del goce se convierte en una válvula de escape frente a tanto dolor. Si bien las denuncias de perpetraciones se repiten en todos y cada uno de sus relatos, como se observó en su discurso en la capital de la Costa del Sol, en el que visibilizaba el 90% de impunidad de crímenes en México, el genocidio en Gaza desde el 7 de octubre o la importancia del acompañamiento integral a víctimas de violencia machista, la periodista también articula redes de cuidados desde mensajes encriptados o viajes con su gente más querida.
Las enseñanzas del Volvo
Lydia Cacho ha sido tachada de loca en muchas ocasiones. “Si buscar la igualdad es ser una loca, soy una loca”, concluía en una de sus últimas intervenciones en público sarcásticamente y haciendo reír a la audiencia. “Mi madre me enseñó que la ira es parte de la indignación, pero que la rabia está atravesada por tus principios y valores, y que no te moviliza, sino que te detiene. Por eso nos quieren rabiosas y paradas”.
La madre de Cacho era una reconocida psicóloga progresista que se enamoró de un ingeniero. Consciente de que sus consultas podían garantizar un sueldo digno, comenzó a realizar acompañamientos a mujeres en su tiempo libre y, como aprendió su hija desde muy temprano, también a organizar reuniones con sus amigas en las que podían sanar las heridas de la rutina. Precisamente en esas salidas de fin de semana, la periodista reconoce algunos de sus grandes aprendizajes maternos.
Sin esos viajes de vuelta a Ciudad de México en un Volvo o sin las cartas que se enviaban para mantener el contacto durante los viajes de Lydia, no se entienden muchas de las referencias que hace la periodista a su madre durante cada intervención, ya sea pública o privada. Cacho es consciente de que su madre es uno de sus grandes referentes, que le enseñó a pensar críticamente y también a escudriñar la realidad.
En julio de 1990, su madre reconoce la capacidad de la periodista de respetar la diversidad de los sentires de las mujeres en una de sus cartas. “El corazón del movimiento de las mujeres no está en la cabeza sino en la madurez emocional, en la capacidad de sentir y procesar emociones y sentimientos que llevan al activismo. A cada cual a su tiempo”. Cuatro años antes, en otra misiva también desde Ciudad de México, Paulette, como firmaba las cartas su madre, le decía: “Ya sabes que nosotras somos solamente facilitadoras, la verdadera agente de cambio es cada mujer”, tras mandarle “mil besos de quien te quiere” y un P.D: “Besos de tu papá”.
La arqueóloga del periodismo
“Yo soy arqueóloga del periodismo”, reconocía a la salida de su obra La Infamia en el Teatre Borràs de Barcelona y lo volvía a repetir en un delicioso conversatorio, con la también periodista Patricia Simón, organizado por el Centro Andaluz de las Letras en el Museo de la Aduana de Málaga dos semanas después, el 28 de noviembre. Simón, como Cacho, tiene claro que, por encima de todo, ejercer un periodismo con enfoque en derechos humanos significa señalar a los responsables de las perpetraciones.
Obsesionada con la fuente de la información, gracias a su especialización en tráfico de personas, narcotráfico y redes internacionales, Lydia pasó cinco años investigando cómo las redes de trata secuestraban a niñas, niños y adolescentes con fines de explotación sexual en Asia. La necesidad de saber la llevó a Israel, donde demostró que menores palestinos eran también víctimas de estas mafias, o a Ucrania, donde realizó una de sus últimas coberturas internacionales.
Volvamos al teatro. Las más de veinte interminables horas en las que la periodista estuvo secuestrada por fuerzas de seguridad del Estado de México desde Cancún a Puebla son el leitmotiv de una obra que lleva dos años de gira y que culminará el 27 de enero en el Soho de Málaga.
Locas por todo el mundo
Después, Colombia, Argentina y su querido México verán esta pieza interpretada magistralmente por Marta Nieto y Marina Salas, ganadoras del Premio Max 2023 a mejor actriz ex aequo por este espectáculo, en el que se explica la barbarie de la connivencia del crimen organizado, empresarios, policías y gobernadores en el tráfico de menores con fines de explotación sexual en una de las zonas más turísticas del mundo.
La sencillez de la puesta en escena, basada en el libro Memorias de una infamia (Debate, 2008), contrasta con la complejidad de un texto, adaptado por la propia periodista y por José Martret, con la dirección de este último. Si se presta atención, en algunas funciones, se puede ver a Cacho sentada junto al director al final de la sala, comentando los detalles de una obra que relata el pavor de no saber si su familia podrá encontrar su cadáver o lo desaparecerán, como tantos otros, en el mar, como escarnio frente a la búsqueda de la verdad.
Ese día, Lydia Cacho entendió el dolor de una madre a la que había acompañado a reconocer los restos de su pequeña a la morgue y se alegraba de que, al menos, había podido abrazar el fémur de su hija. La importancia de la recuperación del cuerpo de una víctima facilita el duelo por la muerte violenta de la misma para la familia, si bien la lucha por la verdad, justicia y reparación pasan, necesariamente, por políticas públicas garantistas, con suficientes recursos como para que el acompañamiento sea integral y la impunidad desaparezca.
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