Pastora Filigrana/ Abogada, sindicalista y activista por los derechos humanos
Hace unos años el feminismo andaluz era una enunciación, unas reflexiones, una sensación y no podríamos hablar de que existiera como cuerpo teórico o práctica política. Lo que existía era algo muy incipiente, malestares que se empezaban a nombrar en plena cuarta ola del feminismo.
Hoy existen discursos y prácticas políticas que constituyen un feminismo andaluz al que podemos llamar sin complejos una corriente de pensamiento político. Por supuesto no homogéneo, en continua efervescencia y ebullición, pero con entidad propia.
Esta continua construcción hace difícil encerrar este movimiento en una definición, pero me atreveré a dar tres vertientes del feminismo andaluz: como un análisis situado de las mujeres trabajadoras que habitan Andalucía; como una reivindicación política; y como una propuesta emancipadora.
En primer lugar, es un análisis situado de la realidad de las mujeres trabajadoras andaluzas enunciado en primera persona. Es decir, son las propias mujeres quienes problematizan su situación como tales teniendo en cuenta la transversalidad del territorio que se habita y la clase social a la que se pertenece prescindiendo de una mirada externa que teorice sobre lo que supone ser mujer, trabajadora y habitar Andalucía.
En segundo lugar, el feminismo andaluz se constituye como una voz de protesta y reivindicación. No es solo un análisis de la cuestión, sino un movimiento político con pretensiones emancipadoras que pone el foco en los padecimientos materiales concretos de las mujeres trabajadoras que habitan Andalucía. El feminismo andaluz habla, por tanto, de reparto de la tierra, de índices de pobreza, de segregación por barrios, de explotación laboral, y de infravivienda entre otras cuestiones. Es una impugnación a un orden económico y social y a un injusto reparto de las riquezas en base al género y el territorio.
Por último, el feminismo andaluz trae una propuesta política que pasa por poner en valor estrategias culturales propias de las mujeres trabajadoras andaluzas para construir resistencias. Estrategias que abogan por un enfoque comunitario frente al individualismo neoliberal imperante y por prácticas que hoy llamaríamos economía feminista.
Gran parte del feminismo andaluz se ha nutrido de teorías decoloniales y se ha valido de una mirada interseccional para enunciarse. Andalucía es un territorio colonizado económica y culturalmente. Aunque geográficamente se ubica en Europa, se construye como colonia interna y, en el mejor de los casos, como periferia.Desde el eje socioeconómico Norte-Sur, y las relaciones de acumulación por desposesión que conlleva, podemos decir que Andalucía es un Sur dentro del Norte, lo que se traduce en expolio de materias primas, empobrecimiento de quienes lo habitan y un discurso de inferiorización de la cultura andaluza que justifica la desigualdad.
Andaluzofobia
Pero ser Europa, aunque sea de manera periférica, supone beneficiarse a la vez de dinámicas de acumulación global ante las que se debe existir un discurso político responsable. En la agricultura intensiva la explotación de la tierra y los recursos sucede en suelo andaluz, pero la mano de obra que ocupa los lugares más duros de la cadena de producción es inmigrante.
El enfoque interseccional nos ayuda a entender las complejas relaciones de poder que genera la desigualdad según el cuerpo y la tierra que se habita. La andaluzofobia o inferiorización de la cultura andaluza es una manifestación de cómo opera la jerarquía colonial, pero la segregación racial en colegios andaluces también lo es. Ninguna de las dos realidades niega la otra, pero el discurso colonial enunciado desde Andalucía debe asumir su posición ventajosa en esta cadena de desigualdad si pretende crear alianzas y ser emancipatorio. Cómo se materializa en las realidades concretas de las mujeres trabajadoras andaluzas esta desigualdad material y simbólica de Andalucía respecto al resto del Estado ha sido el objeto del enfoque del feminismo andaluz.
Antes y después de llegar a la academia y ser objeto de investigaciones científicas el feminismo andaluz se ha labrado, y sigue haciéndolo, a través de webs, blogs, perfiles en redes sociales, música, ilustraciones, creaciones artísticas, investigaciones militantes, revistas, fanzines, encuentros, jornadas, y acciones políticas. Proyectos como el de Mar Gallego “Cómo vaya yo y lo Encuentre”, la revista La Poderío, el, un fanzine/femzine Labio Asesino, el encuentro feminsita Fem Fest, el proyecto Mujeres Andaluzas que hacen la Revolución o el trabajo de investigación de Soledad Castillero han ido dando forma y construyendo este enfoque y práctica política.
Construir desde las propias referentes
El feminismo andaluz propone construir discursos y prácticas políticas desde los propios referentes culturales que durante siglos han sido ninguneados. Y no por una cuestión meramente romántica o identitaria, sino porque muchos de estos referentes suponen en el fondo un cuestionamiento del orden imperante. El poder necesita aniquilar todo discurso o práctica que suponga un cuestionamiento del estatus quo. La causa de que existan formas de ser y estar en el mundo que el pensamiento hegemónico ridiculiza, infantiliza, invisibiliza, criminaliza, reprime, o extermina es porque estas albergan una potencia contestataria.
Cualquier pueblo o grupo humano que reproduzca alguna práctica que cuestione el modelo de producción y consumo neoliberal y su mantra del esfuerzo individual será tachado de vago, parasitario o enemigo de la prosperidad o el orden. Igualmente, cualquier práctica que cuestione la competitividad individual y reproduzca estrategias de sostenimiento comunitario será vista como obsoleta o subdesarrollada.
Posiblemente ningún manual de emprendimiento empresarial hoy recomiende como algo positivo para la competitividad de un negocio la práctica de “dejar fiado”. Sin embargo, a lo largo de la historia estas prácticas basadas en la confianza mutua han supuesto estrategias de sostenimiento de la vida en contexto de escasez. El mito del desarrollo y la modernidad ha supuesto la aniquilación de muchas de estas prácticas comunitarias.
Ni de dormir la siesta, ni de fiar
No se trata de que dormir la siesta o fiar en una tienda sean prácticas que tengan la potencialidad de un soviet. Se trata de que los modelos de organización política de los que nos dotamos, como organizaciones, sindicatos o redes de afinidad, y las prácticas que pongamos en marcha como feminista, ya sean comedores populares, u ocupaciones de tierra o de vivienda, no tenga que rechazar formas culturales propias y mimetizar las foráneas. Al fin y al cabo, las propias han funcionado y, sobre todo, han molestado lo suficiente al Poder como para tener que invisibilizarlas o inferiorizarlas para que no cunda el ejemplo.
No se trata de romantizar un pasado de penurias, sino de construir las nuevas máquinas de guerra desde lo que ya hemos visto funcionar. El feminismo andaluz que se está forjando se resiste a mimetizar formas de lucha y modelos políticos norteños, y apuesta por crear organización y disidencia desde los propios referentes culturales. Referentes culturales ninguneados durante mucho tiempo por los discursos hegemónicos que han necesitado resignificarse para incorporar los discursos y prácticas políticas
Sin embargo, el feminismo andaluz, y una parte importante del llamado andalucismo cultural en auge en los últimos años, corren el riesgo de reducir las reivindicaciones hechas desde el andalucismo únicamente a la identidad cultural basada en manifestaciones como el acento, la religiosidad popular o el hecho folclórico. Ante este fenómeno se viene alertando de la apropiación de este discurso desde posiciones conservadoras o reaccionarias y consecuentemente la disolución del elemento de reivindicación de clase trabajadora que articula el andalucismo, así como de la invisibilización de dinámicas internas de colonización.
Con nuestros acentos
Los malestares que están articulando en torno a este llamado andalucismo cultural tiene una base real y no son infundados. La ridiculización de las hablas andaluzas y la inferiorización de la identidad andaluza en el pensamiento hegemónico español es una realidad indiscutible. Las formas de ser y estar en el mundo de las clases populares en Andalucía se perciben como inferiores, pre-modernas o subdesarrolladas. Por lo que este malestar subyacente no puede ser tan fácilmente descartable para la construcción de una propuesta política andalucista.
Quizás el reto sea ver hacia donde se enfoca ese malestar. Se trata de hacer visible que la llamada andaluzofobia no es azarosa, sino que hay que leerla dentro de un modelo de desigual reparto de las riquezas a la que Andalucía viene correspondiéndole históricamente el trozo más pequeño de la tartarespecto al norte del Estado. El feminismo andaluz se ha conformado, hasta ahora, desde esta mirada donde la materialidad y lo simbólico se leen conjuntamente.
La mayoría de las autoras y activistas que han ido construyendo el discurso y la práctica política desde el feminismo andaluz provienen de la clase trabajadora andaluza, siendo la primera generación familiar que accede a estudios universitarios y, muchas de ellas, provenientes del mundo rural, lo que constituye un factor más de dificultad para tener incidencia en el discurso público. Poco es hoy el pensamiento crítico que se articula fuera de los circuitos intelectuales y académicos. Sin duda, esta condición de las voces del feminismo andaluz es un buen ejemplo de la transversalidad del eje de clase del que nace.
La andaluzofobia y el clasismo son dos caras de la misma moneda, en la medida que el feminismo andaluz y del andalucismo hilen respuestas conjuntas para estas dos cuestiones estaremos más cerca de alcanzar una Andalucía Libre y una vida digna de ser vivida para quienes la habitan.
*Una versión ampliada de este artículo podrá leerse próximamente en el libro “ El andalucismo hoy” publicado por la Fundación Centro de Estudios Andaluces y con la Editorial Almuzara y coordinado por Isidoro Moreno Navarro.
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