Este texto está en la sección La Corrala, el patio de vecinas de La Poderío donde cada una charlotea, cascarrilla y pone colorá lo que sea mientras le da el fresquito o el sol en la cara. Más agustito que te quedas, oú. Eso sí, La Poderío no tiene nada que ver con lo que se pone aquí, solo apoya la participación de las lectoras. Puedes enviar tus artículos a ole@lapoderio.com. Otra cosa, antes de hacernos las propuestas pedimos que leas nuestro ideario.
Lydia está convencida de que el twerking es un baile que puede paliar todos los males que la sociedad patriarcal lanza a las mujeres, como una catarsis, o una manera de liberarse de las secuelas del maltrato y el dolor sufrido por sus agresores.
En cada manifestación a la que acude encuentra que las mujeres protestan de una manera un tanto curiosa, agachándose casi al suelo y moviendo el trasero. Sus sonrisas se estiran hasta las orejas, sus comisuras se difuminan con sus maquillajes oscuros. Han perdido su identidad, han oscurecido sus pieles, han utilizado una paleta de colores en sus caras, han querido ser chicas atractivas, pero protestonas, han querido formar un grupo condensado de creencias similares y lo han asentado con danzas vibrantes y alegría, mucha alegría y positividad.
“El twerking es alegre, positivo, nos transforma en protagonistas de la sociedad y con ello vencemos al patriarcado”, le dice Leonor a Lydia. Ambas han quedado para ir a una reivindicación feminista. Habrá una batucada con carrozas. Probablemente, veinteañeras con escasa ropa y símbolos morados sobre la cara, actitud de empoderadas, frases de Amarna Miller en pancartas y compresas manchadas de sangre en alto.
También asistirán mujeres de 50 y 60 años que mirarán con acritud, que mirarán a las más jóvenes diciendo “esta lucha está bien”, y luego habrá algún que otro hombre, aliado feminista, pronunciando eso de que el feminismo le cambió la vida y se deconstruyó. También, alguna persona trans se unirá a la lucha sin saber exactamente qué es lo que está reivindicando. Y es eso. Las manifestaciones y charlas feministas son un símbolo relevante, pero a veces, y solo a veces se pierde la perspectiva y profundidad de la lucha.
Desde la alegría para gestionar la rabia
Es curiosa la manera en la que la música acompaña con alegría las sonrisas y festejos de divinas criaturas moviendo el trasero vestidas de morado. Es curioso el afán de reivindicarse en clichés y palabras que no salvan la sangre de las que ya no están, de las que están muertas.
El feminismo es un movimiento de la calle, es una lucha combatiente donde el cuerpo no es más que un combate cuerpo a cuerpo frente a un sistema opresor y despiadado que con mucha dulzura habla de igualdad, pero luego, a la hora de la verdad todas esas mujeres que desfilan por las calles son humilladas por algún miembro del grupo masculino.
Hay jefes que te piden que les enseñes bien la cara para que vean lo guapa que eres, hay hombres que se acercan demasiado abusando de su autoridad y luego justifican el gesto diciendo que es una broma. Hay mujeres que tontean con sus compañeros casados de trabajo porque les gusta estar enfrentados a la otra y luego se les llena la boca hablando de sororidad, pero continúan manteniendo el binomio de santa o puta. Hay mujeres que solo hablan de rizarse las pestañas, hay mujeres que se han olvidado de ser ellas mismas y se han transformado en mamás perfectas, y hay maridos que prefieren esto y se permiten llegar tarde a casa por trabajo, por alcohol, por estar con los amigos…
Y así se entra en un bucle despiadado de relaciones líquidas donde el feminismo queda en charlas de autoestima, empowerment, autocuidado que se termina transformando en un juego perverso de narcisismo y psicopatía donde la mujer se vuelve despiadada y compite y odia al hombre, porque quiere aplastar al hombre y porque es lo que tiene que hacer con él…Volviéndolo a él aún más reivindicativo en su rol tradicional de macho y entrando en una espiral peligrosa donde se crea la división perfecta que están esperando las grandes multinacionales para hacer una venta más segmentada de sus productos, y así va el mundo, frivolizando, banalizando, sexualizando, reprimiendo, dividiendo, dando falsas alas a las mujeres. Hoy día todo se disfraza con purpurina.
Purpurina
Ha caído el sol y ha comenzado en las calles un nuevo desfile de carrozas poblado de mujeres pidiendo libertad.
Al otro lado de la calle, hay unos obreros pidiendo que les aumenten el sueldo en su sector. Ellos no hacen twerking ni llevan la cara llena de purpurina.
Lydia vuelve a casa. Su hermano mira con ojos absortos a Jennifer López en su televisor. Está bailando twerking. No deja de hacer comentarios obscenos sobre su trasero. Lo saluda y entra a su habitación. Deja el abrigo y comienza a limpiarse la cara. Pone de fondo un vídeo en youtube sobre empoderamiento y prostitución. Se escucha la voz de Amarna Miller hablar acerca de los derechos de las trabajadoras sexuales, como si eso fuera un trabajo. Lydia no piensa y se queda dormida sobre la cama. El pelo rojizo y la voz contundente de Amarna invaden su pantalla con discursos modernos y neoliberales. Se para el vídeo y la noche sigue en calma. Lydia tiene la sensación de que ha cambiado todo, pero realmente, no ha cambiado nada.
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