Este texto está en la sección La Corrala, el patio de vecinas de La Poderío donde cada una charlotea, cascarrilla y pone colorá lo que sea mientras le da el fresquito o el sol en la cara. Más agustito que te quedas, oú. Eso sí, La Poderío no tiene nada que ver con lo que se pone aquí, solo apoya la participación de las lectoras. Puedes enviar tus artículos a ole@lapoderio.com. Otra cosa, antes de hacernos las propuestas pedimos que leas nuestro ideario.
Adolfo está en su casa terminando de recoger la mesa. Ha encendido el ordenador para terminar algunas tareas que tiene pendientes para entregar. No quiere demorarse mucho porque Lara, su novia, ha ido a su casa a pasar el fin de semana, y quiere dedicarle el mayor tiempo posible.
De nuevo, en la tertulia post-cena aparece ese gran tema convencional del siglo XXI: la dieta. Podríamos hablar del boom de la gente sana o de la gente que se cuida. Es algo “natural”, pero en nuestros días se ha convertido en una especie de dogma u obligación moral. Hay un rechazo a la gente gorda, especialmente cuando hablamos de mujeres gordas. Las revistas de moda intentan atenuar o poner parches creando una tendencia de fagocitación de los cuerpos que no atienden a la belleza marcada por la heteronormatividad.
Esto es una estrategia totalmente neoliberal o capitalista. Se fagocita y se pone de moda lo underground para que no se convierta en una contracultura peligrosa. Hoy día todo pasa por el filtro de la filosofía new age y de unicornios rosas que lo único que hacen es mutilar las grasas de las mujeres para denominarlas “curvis”, y así hacer una clasificación o un catálogo de gordas, porque la gorda tradicional está mal vista. Todo atiende a los gustos marcados por el macho, que hoy día se disfraza de jovencito redomado y abierto de mente. No sabéis, mujeres, lo que estos hombres esconden con tanta idea falsa de modernidad.
La misma escena
Volviendo a esa escena de recogimiento tras la cena, Adolfo y Lara pasan un buen rato hablando de qué alimentos son más sanos y cuáles no, cuáles tienen gluten, son transgénicos y mil etiquetas más. Hastiada, Lara pronuncia esa frase femenina que tanto odio yo personalmente: “creo que he engordado”. Las mujeres pasan horas frente al espejo revisando sus cuerpos y esperando que sean aceptados por la norma, por lo que dicen los medios de comunicación.
En esta ocasión, algún hombre resentido me preguntaría “¿y es que los hombres no somos susceptibles a la estética?” Claro que sí. No pretendo que el feminismo sea una guerra de sexos. Los hombres también sufren las taras del machismo. Los hombres incluso caen en problemas más agudos debido al patriarcado imperante, pero la cuestión es que las mujeres se angustian más en grupo y hablan abiertamente acerca de sus arrugas, cartucheras, rollitos, flotadores o como queramos llamarlo, por no hablar del vello, el color de la piel y un largo etcétera.
Ante la observación de Lara acerca de su cuerpo, Adolfo la mira y exclama “¿¡pero tú que vas a estar gorda, mujer!?”. Lara respiró tranquila, y es que aunque a las mujeres les haya dado por decir en la nueva ola feminista que su aspecto físico solo les importa a ellas, me temo que es una gran falacia. Si el aspecto físico solo les importase a ellas, las empresas de estética ya habrían quebrado, y aunque una mujer diga que se arregla para verse mejor y contribuir a subirse la autoestima, ¿por qué entonces tanta obsesión con verse bonitas y entrar dentro de un peso, un color de pelo, de piel y una determinada ropa? ¿Por qué los hombres no suelen hablar de esto entre ellos? ¿O es que alguno de ustedes ha oído alguna vez en los bares decir a un hombre “qué preocupado me siento por mi subida de peso, qué culo más gordo que tengo?”
Puede que lo digan, pero fíjense, las mujeres en los bares hablan de cómo llegar a ser más guapas y los hombres suelen hablar de fútbol y temas relacionados con la evasión de las mentes ¿Acaso querían hacer de los hombres, máquinas sin cerebro, soportes de familia, elementos no pensantes que quieren controlar todo y que es mejor mantenerlos aislados de la reflexión profunda para sumirlos en el caos de lo mundano, de la pelea incesante del gol temprano en la portería del contrario?
¿No será alienación? ¿No será que a las mujeres nos educaron a ser un objeto complaciente, sumiso, obediente, bonito y perfecto? ¿No será que muchas veces solo somos el saco de frustraciones de los hombres? ¿El desahogo, la escucha, el cuerpo complaciente sobre el que descargar tensión, la mano que te pone la comida en la mesa, la que llora y sufre los ataques de ira masculinos y esa furia incontrolable del hombre? ¿Por qué los hombres no lloran en público? ¿Por qué siempre tienen que tirar de todo y hacerse cargo de la parte económica? ¿Y esto no les cansa? ¿Y esto no los agota a ellos?
La sociedad los obliga a salvarnos de la miseria y el hambre, y a nosotras a ser el colchón de su desgaste, la complacencia, la sonrisa y la pasividad, y no digo que todas las relaciones establezcan estos roles, pero digamos que es como la plantilla de base, lo que se da por hecho, o se ha dado por hecho durante muchos años.
La hermana
“La que si está gorda es mi hermana”, le comenta Adolfo a Lara, pero ella le dice que no está gorda, que los cuerpos cuando están en la fase de la menopausia se ensanchan, y Adolfo le refuta que su hermana no hace dieta, que come lo que le apetece, que tiene impulsos incontrolables hacia la comida.
¿Acaso no es hermoso que una mujer coma lo que quiera comer sin tener que cuestionarse qué le ocurrirán a sus caderas o a su vientre? “¿Es que ya no soy deseable?”, pensarán miles de mujeres.
Parece ser que para Adolfo y para la heteronorma, o gusto masculino masivo, el cuerpo no es bello a una determinada edad y se ensancha. Tampoco parece ser bonito cuando se da a luz. Cuando se da a luz, cuántos hombres no se quejan de la holgura de los genitales y la observación compulsiva de las estrías de sus compañeras de vida, y lo comentan sin ningún tipo de tacto, como si eso fuera algo que pudiese cambiarse así como así sin entender la historia que hay detrás, porque el cuerpo tan solo es un reflejo de lo que nos ocurre en la vida.
¿No será que la gran industria televisiva, pornográfica y capitalista está tratando de dividirnos a hombres y mujeres en sectores diferentes para que no avancemos impulsando un ideal de belleza irreal que es perseguido por cualquier elemento del sistema? ¿No será que han tuneado el cerebro de millones y millones de hombres para distorsionar la belleza real, e instaurar un deseo falso y ficticio de mujeres siliconadas, casi robóticas, sin alma y con sonrisa falsa, sin atisbo de humanidad? Y nadie se pregunta por lo que hay dentro de ellas. De hecho, hoy se da por hecho que es normal que una mujer se entregue a la prostitución. Hemos llegado a la cosificación de los cuerpos. Un hombre se acuesta con una mujer y le entrega una cantidad de dinero, ¿y de verdad no se cuestiona ni quién es esa mujer ni cual es su historia? ¿No es ser quizás un poco autómata? ¿No se parece a comprarse un coche y darle uso? El consumismo impera en nuestra sociedad, y hoy día se consume todo, hasta los cuerpos. Se hace mercado con seres humanos.
Cuerpos evolutivos
Lara se angustia y pregunta a Adolfo que si cuando cambie su cuerpo debido a la menopausia la seguirá queriendo, y Adolfo ríe y le asegura que sí, pero ella sabe en el fondo que nada es seguro en un mundo donde se nos hiere silenciosamente a nivel global, y que ninguna respuesta podría calmar su angustia ni la de miles de mujeres. Estamos sujetas a las leyes del mercado, a la moda, a la norma, al estereotipo, a lo que dicta la televisión, el porno e Inditex.
A modo de reflexión, Platón decía que el ideal de belleza estaba compuesto por armonía y bondad. A la bondad se la mutila hoy día, se le dispara en la cabeza. Creo que los magnates que inventaron este ridículo sistema nos deshumanizaron demasiado. La mafia se ríe de Platón. Aniquilan el concepto y la estética del arte.
Adolfo y Lara saben que hay algo que no anda bien, y no solo ellos. Todos nosotros sabemos que hay algo que no termina de encajar en términos de igualdad.
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