Este texto está en la sección La Corrala, el patio de vecinas de La Poderío donde cada una charlotea, cascarrilla y pone colorá lo que sea mientras le da el fresquito o el sol en la cara. Más agustito que te quedas, oú. Eso sí, La Poderío no tiene nada que ver con lo que se pone aquí, solo apoya la participación de las lectoras. Puedes enviar tus artículos a ole@lapoderio.com. Otra cosa, antes de hacernos las propuestas pedimos que leas nuestro ideario.
*Foto de portada: Freepic
Amanda Espinel.
La Real Academia de la Lengua Española dice que trabajo es:
- La acción y efecto de trabajar (un aplauso por esto, gracias por la aclaración).
- Ocupación retribuida (no siempre, cariña).
- Cosa que es el resultado de la actividad humana (con cosa han patinado y, además, también, ponemos a trabajar a los animales).
- Esfuerzo humano aplicado a la producción de riqueza, en contraposición al capital (esta me la guardo para explayarme).
- Lugar donde se trabaja (esta definición es como la amiga que no se mete en nada).
- Dificultad, impedimento o perjuicio (interesante que los humanos hayamos usado la misma palabra para nombrar el oficio y el sufrimiento).
- Estrechez, miseria y pobreza o necesidad que se pasa en la vida (flamenquísima esta definición).
Luego voy y le pregunto a Wikipedia y me dice que hay trabajo productivo, reproductivo, asalariado, a tiempo parcial, a destajo, forzado, doméstico y escolar. Pongo el ratón encima de los títulos para leer el resumen de cada uno de estos trabajos y me sorprende que solos cuatro de ellos tienen foto: trabajo reproductivo (tres señoras y un bebé), trabajo a destajo (una mujer y 3 niños cosiendo) y trabajo forzado (cuatro hombres de raza negra con trajes de presidiario). Un ejemplo muy gráfico de cómo el patriarcado capitalista diseña a la otredad.
Capitalismo diagnosticado
Siempre me han dicho que “a ti lo que te pasa es que no te gusta trabajar”. Esto en PNL (programación neurolingüística) se resume en las afirmaciones: “eres una floja” o “no sirves para trabajar”. Declaración que puede convertirse en un arma de autodestrucción masiva teniendo en cuenta que vivimos en una sociedad que valora a las personas en base a su capacidad de trabajo. Este runrún me viene persiguiendo de toda la vida y me ha hecho saltar de un trabajo precario (y explotador) a otro, acompañada del pensamiento inconsciente de que es mi culpa, de que yo no sirvo para trabajar. Pero hace algunas semanas me encontré con la siguiente publicación en Instagram y sentí eso que llaman insight. Creo que hasta se me dilataron las pupilas. Me diagnostiqué casi toda la sintomatología.
«Lo que te pasa es que no quieres trabajar»
Días antes había estado leyendo un interesantísimo post de Mar Gallego, de Feminismo Andaluz, que hablaba de los peligros de mezclar la identidad con el puesto de trabajo que se ocupa. Entonces, me puse a pensar y pensar y pensar de lo poco que se habla de esto. Pero si eso fuera un trabajo, yo sería millonaria, o al menos mil eurista. Total que llegué a conclusiones intensas y personales sobre el trabajo, el valor, el autoconcepto, el boicot, la culpa y la moto capitalista que no me compré y la estoy pagando a plazos. Y dije, madre mía del Carmen, ¡cómo es posible que yo, aspirante a artista bohemia, haya acabado trabajando para la cruel maquinaria del mundo de las finanzas! (cobrando 500€ y trabajando “flexiblemente” todas las horas que sean necesarias para cumplir con los objetivos). Así que me dió una infección de garganta tan grande que tuve que pedir la baja (3 días, aunque en realidad seguía trabajando) y por eso he sacado un ratito para escribir esto. Me sentí culpable por pedir la baja. Me sentí culpable por, de forma sutil, tener que decirle a mi jefe que no me sentía bien para trabajar. Y me sentí culpable cuando mi jefe ignoró todo lo que le dije para seguir preguntándome por mis objetivos. “Es que lo que pasa es que a mí no me gusta trabajar”. ¡No, disculpen!, lo que no me gusta es ser una esclava de un sistema con cuyos valores no comulgo.
Valor y beneficios
La lógica base del mercado capitalista es bastante razonable. Está fundamentada en la acumulación y la obtención de beneficios. Sin embargo, uno de los grandes problemas conceptuales es a qué le damos valor y cómo hemos definido la obtención de beneficios. Según la RAE trabajo es “esfuerzo humano aplicado a la producción de riqueza, en contraposición al capital”. Tan propio es del pensamiento occidental patriarcal capitalista objetivizar y diseccionar la realidad que nos cuesta pensar fuera de esas estructuras. En economía los factores de producción son tierra, trabajo y capital. Como si fueran elementos con existencia inherente y al margen del elemento fundamental al que hemos llamado vida.
El mercado capitalista pone en el centro de la vida al mercado capitalista y no a la propia vida, y esto es el principal síntoma de la enfermedad mental colectiva en la que vivimos. Primero, despojamos de vida a la tierra;, luego, al ser humano y finalmente a sus acciones. Generamos conceptos que asumimos como independientes y nos esforzamos por ignorar la interdependencia de todos los fenómenos de la realidad. El trabajo está relacionado con la vida, como los cuidados, así como el bienestar físico está relacionado con el bienestar mental. La riqueza material debería estar vinculada a la riqueza personal, así como la dignidad asociada al valor humano y no sólo al económico.
La palabra realidad etimológicamente significa “cualidad relativa a la cosa verdadera”. Relativo significa que tiene relación, que lleva a otra cosa. No podemos negar que la realidad lleva implícita la relación entre todos los fenómenos que en ella acontecen. Mientras el sistema capitalista nos obligue a corromper esta verdad universal y nos fuerce a disociar el bienestar humano de nuestro trabajo, seguiremos inmersos en una dinámica social enfermiza.
El otro, y para mí el mayor, error de concepto del sistema capitalista es el beneficio individual. Ni siquiera voy a entrar a criticar las dinámicas empresariales egoístas, pero voy a hablar de algo que nos afecta directamente a cada uno de nosotros. El principal, por no decir único, valor que se nos retribuye por el trabajo es tan personal como nuestro nombre propio, la nómina. Tú (y yo eh, que no lo digo por ti, pero ya sabes como es esto del engagement) percibes como único beneficio por tu trabajo algo que solo tiene repercusión en tu vida (y en cualquier caso en la de las personas que tengas a tu cargo). Tu trabajo no está conceptualizado para que sirva en beneficio de la humanidad y en el caso de que tus labores por definición así lo sean (puestos médicos, educativos, sociales, etc) ese beneficio no es cuantificable, observable, ni tan siquiera valorable. Es un beneficio abstracto, que se da por sentado y que no cotiza en bolsa. Tanto es así, que, durante siglos, los “trabajos reproductivos” (que me da tirria este nombre), los “domésticos” y los trabajos relacionados con el cuidado (casualmente asociados a lo femenino) han sido absolutamente invisibilizados dentro de los mercados laborales y las cotizaciones en la seguridad social.
El amor como máximo valor
Sin embargo, trabajar por el bien de todos es la razón primordial por la que el ser humano trabaja y lo hemos olvidado. El ser humano trabaja para sobrevivir. Vivimos en sociedades y todos necesitamos colaborar en esa supervivencia grupal. Pero cuando trabajar agota tu energía vital, te quita tiempo de descanso y disfrute, afecta a tu estado de ánimo y a tu autoestima y genera sesgos de clase, sería muy ridículo que nos siguiéramos considerando inteligentes sin aceptar que esto es un error de concepto. Alejar la mirada del yo, de lo que me beneficia, nos abre un infinito campo de realidades llenas de riqueza inmaterial y nos introduce instantáneamente en el sistema del amor. El amor como deseo de que otros sean felices de forma autónoma, sin relaciones de dependencia, poder ni explotación. Sólo un sistema socioeconómico basado en este amor universal nos permitirá sobrevivir como grupo.
En este concepto de amor, la culpa no tiene cabida. No somos mejores trabajadoras por autoexplotarnos, ni por consentir abusos de distinta índole. La culpa deriva del apego, del que también deriva la avaricia que alimenta al sistema capitalista. Del apego nacen las relaciones de víctima y victimario, el miedo y la ira. La única forma que tenemos de parar el crecimiento de un sistema que nos hiere es dejar de alimentarlo. Entender y transcender la psicología del apego es, desde lo que me compete como persona feminista, la clave que nos permitirá seguir avanzando. No es un camino fácil. No tenemos demasiados referentes en los que apoyarnos. Es un camino interior. Se trata de una transformación mental, profunda e individual, pero con el compromiso sincero de que sirva a otros. Porque si de algo sabemos las mujeres, es de cuidar a los demás. Pero no podemos cuidar con las mismas estrategias que nos dañan. Existen corrientes de pensamiento que pretenden que el cuidado ya no sea la conducta natural de las mujeres. Corrientes feministas neoliberales que están muy lejos de nuestra propia cultura. Pero para mí, quizás por ser mujer andaluza, se trata de reafirmarnos en la idea de que quienes no lo hacen, quienes no tienen al amor como el máximo valor en sus vidas son los que están equivocados. Porque la vida sólo pasa felizmente si hay amor.
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