Carmela, la protagonista de la tercera y última novela de Rosario Izquierdo Chaparro (Huelva,1964) rechaza el lenguaje que habita en el terreno de lo cómodo. Por eso prefiere no hablar de desconexión cuando decide iniciar el retorno al imaginario Tarsis de Lejana y Rosa (Editorial Comba).
Muy al contrario, sus recuerdos de adolescente en plena Transición la siguen vinculando a un territorio al que no puede dejar de pertenecer. En ese lenguaje preciso de búsqueda entre pasados que se cruzan y explican entre sí, se mueve la escritora y socióloga onubense, que trae de la mano de la ficción la memoria del expolio británico de la cuenca minera.
Izquierdo ha creado una novela de iniciación donde el duelo, el poder, el pasado y la curiosidad nos abren las puertas a las dos historias que dialogan de forma incesante durante toda la narración: la que imagina Izquierdo como autora y la que han olvidado hasta los libros de texto.
Felicitarte por la novela, en primer lugar.
¡Gracias! Me alegra mucho saber que despierta interés.
Cuando terminé de leer Lejana y Rosa me pregunté por lo que contaba exactamente la novela. Y no supe qué responder: de poder, de memoria, de iniciación, del territorio, del duelo, del dolor, del descubrimiento. ¿Cómo definirías lo que narras en ella?
Seguramente están en Lejana y Rosa todos los temas que dices, narrados en primera persona por una mujer, Carmela, que vuelve al territorio de su adolescencia. Intenta recuperar (si eso es posible) las voces de entonces para contarse y contarnos sus vivencias de iniciación al sexo y a la escritura, sus intentos por comprender la historia, la política, la muerte. Es la mirada de una mujer joven, de 36 años, sobre su propia adolescencia y sobre las diversas desigualdades que la atravesaron entonces y ahora.
¿Qué te lleva a escribirla?
La curiosidad. Fui una niña que hacía muchas preguntas y pronto comencé a escribir. Siempre me interesó la historia de la presencia británica en Riotinto, que ha condicionado la economía de la zona y la forma de vida de tanta gente de la Cuenca Minera y Huelva. Aquel conocimiento iba creciendo y excitaba mi imaginación.
Años más tarde sucedió el interés por la adolescencia, por rastrear caminos que se abren a esa edad y cómo al recorrerlos vamos configurando nuestra visión del mundo.
¿Cuál fue tu punto de partida?
En mi casa había objetos que pertenecieron a mujeres británicas, y me embelesaban: un tintero, un juego de té, una prenda de ropa… ¿Cómo habían llegado a casa? ¿Qué historias tenían detrás? La chispa de la curiosidad la encendieron esos objetos y lo que me contaban mis abuelas sobre ellos. Si te refieres al punto de partida de la novela en sí, cuando me siento ante una mesa con idea de escribirla… ahí pesó mucho la intención de contar, para comprender, la relación asimétrica que puede darse entre una adolescente con vocación literaria y un escritor consagrado que le dobla la edad.
Estamos ante un libro de ficción pero no quiero dejar atrás que también hay un rescate de hechos y momentos históricos que han intervenido directamente en la vida de las gentes de una zona de Huelva muy concreta. ¿Cómo ha sido ese proceso de documentación histórica?
En mi casa, como en muchas de Riotinto, había dos libros que yo leía y consultaba cuando tenía más o menos la edad de Carmela: Historia de la arquitectura inglesa en Huelva de Miguel González Vílchez y, sobre todo, Nunca en el cumpleaños de la Reina Victoria de David Avery. Este título se inspiraba en un cartel que había en las estaciones de ferrocarril de la Cuenca Minera, donde se anunciaba que ese día no circularían los trenes por ser festivo, como en Inglaterra. Simbolizaba hasta qué punto se impusieron allí las costumbres victorianas.
En el libro se analizaba con detalle la historia de la Rio Tinto Company Limited. Era una investigación a fondo y bien contada, pero daba una visión sesgada sobre el asunto. No había memoria cierta ni detallada de la explotación humana ni de las luchas sindicales, y además se distorsionaba el papel que jugó la Compañía en la matanza de 1888, conocido desde entonces como El año de los tiros, la represión que costó tantas vidas y llevó a que se promulgase la primera ley ecologista en España.
David Avery retrataba una Compañía minera casi maternal y protectora, imposible, porque lo cierto era que había desplegado el enorme poder del capitalismo industrial, floreciente en Gran Bretaña, sobre la población y el territorio de un país más pobre y atrasado. Entonces, había que dar a conocer el otro relato, todavía oculto: el de la población española, que a mí me llegaba, sobre todo, a través de mis abuelas.
Además de la escasa bibliografía, leía lo que iba saliendo en prensa, visitaba la Hemeroteca de Huelva, sacaba documentos y tesis del Archivo de la Compañía para consultar los movimientos de población. Al morir una de mis abuelas, realicé entrevistas en profundidad a mi otra abuela y a mi madre, grabadas en cintas de casete y después transcritas. Y hacía trabajos para asignaturas de Sociología que incluían nuevas entrevistas a dirigentes sindicales de Riotinto en los años 80, como Venancio Cermeño. Todo aquel material me sirvió para situarme y construir la novela. Ha sido una investigación desordenada pero constante a lo largo de años.
E hilvanar los hechos históricos con la ficción, ¿ha sido costoso? Porque en Lejana y Rosa no solo se habla del pasado de explotación minera por parte de Reino Unido. También aparece la Transición.
Ha sido estimulante, más que costoso. He aprovechado lo que iba cayendo en mis manos y lo que yo buscaba expresamente: novelas, artículos de opinión, documentales, películas… Consulté anuarios de los años 70 y volví a los ejemplares de la revista Cambio 16 que coleccionaba mi padre. Ahora estoy recibiendo lecturas muy luminosas, cada una de ellas aporta algo. Octavio Salazar, por ejemplo, ha visto en la novela un paralelismo entre la adolescencia de Carmela y el momento histórico de la Transición: “He visto en Carmela, en su historia de bamboleos y balanzas con frecuencia desnortadas, la historia de este nuestro país”. Lo que escribimos está lleno de intuiciones que después toman cuerpo a través de los ojos de quienes leen.
En la novela hay una relación entre Carmela, la joven protagonista que vive un verano de iniciación en muchísimos sentidos, y Álvaro G, un escritor bohemio, pretencioso quizás, muy consciente de su poder sobre la joven. ¿Faltan Carmelas y sobran Álvaros? ¿Qué relación has tenido tú como escritora con un personaje como él?
Falta que todas las Carmelas se den cuenta de las trampas y espejismos a los que están expuestas. Creo que sigue habiendo Álvaros de sobra, tanto en el campo literario como en otros artísticos e intelectuales. Mi relación con ese personaje, como con el resto, se ha concentrado en hacerlo creíble sin cargar las tintas, dejando ver la fuerte atracción mutua por la que suelen comenzar esta clase de relaciones. La mujer joven es seducida por el hombre que más sabe sobre lo que ella quiere saber, aquél que ella cree que mejor puede enseñarle. El hombre es seducido por la juventud, la curiosidad o la inteligencia de la mujer, pero utiliza sus armas de seducción valiéndose de la inexperiencia de ella.
Se trata de relaciones de admiración y de poder desiguales. Suele existir, desde el principio, una superioridad del hombre sobre la mujer por edad, nivel cultural y experiencia vital. La joven vive la ilusión de estar ejerciendo también su voluntad y su poder, espejismo que puede prolongarse durante años, si no se aplica una en analizarlo con mirada crítica. Creo que la persona que lea debe sacar sus propias conclusiones, así que he procurado como siempre no juzgar, sino limitarme a representar una de esas dinámicas. Quiero pensar que las Carmelas de ahora están más concienciadas del peligro que puede haber para ellas en estas trampas pasionales y de la pérdida de tiempo que suponen para su vocación artística o intelectual.
La zona minera, abierta al cielo y en carne viva, es la gran protagonista de Lejana y Rosa. ¿Por qué Tarsis y no Río Tinto?
Me gusta eso de la mina abierta al cielo y en carne viva. Simboliza tantas cosas… Inventé el nombre del pueblo y también la toponimia de los lugares mineros. Estaba demasiado cerca, me era imposible narrar con los nombres reales. Este ejercicio, vivido casi como un juego, me ayudaba a distanciarme para poder ver mejor, y me dio más libertad para escribir. El paisaje de Riotinto, ya transformado por la explotación minera, me pidió esa otra transformación para ser explorado desde la ficción. Lo ha comprendido muy bien Santi Fernández Patón en su reseña sobre Lejana y rosa, cuando dice que a veces la invención “nos traslada a un escenario que por fuerza tiene que ser imaginario». Exactamente así fue. No había otra posibilidad mejor.
¿Por qué decides rescatar el pasado de Tarsis a través de la curiosidad y la imaginación de una joven como Carmela?
Seguramente porque Carmela se parece a mí cuando tenía esa edad. Prefiero partir de lo conocido para contar, y desde ahí seguir inventando para intentar desvelar, comprender. Es la manera más honesta de narrar que conozco, porque permite huir de la impostura y comunicar con autenticidad. Además está la decisión consciente, como en todas mis novelas, de dar protagonismo y voz a una mujer para ofrecer relatos alternativos y verdaderos, ante el relato hegemónico de un mundo de dominación masculina que ha sido casi siempre contado por hombres, acríticamente. No solamente el relato histórico, sino el biográfico, el relato de vida, el personal, que aspira a ser también político, es decir, compartido y común.
¿Tiene la juventud actual esa inquietud por recuperar la memoria?
Esa inquietud ha sido adormecida por el sistema educativo, pero creo que mucha gente joven la sigue teniendo y muestra interés, por ejemplo, en lo que llamamos memoria histórica. Lo veo en mi hijo y en mi hija. No creo que haya desaparecido la curiosidad. También hay escritoras jóvenes que están visibilizando las genealogías femeninas y feministas, con todo lo que esto implica. Carmela, a los 17 años, recibe los testimonios de las mujeres mayores sin darles demasiado valor. Es al regresar a Tarsis, con 36 años, cuando está más preparada para valorar la riqueza que recibió de ellas. Las representaciones culturales de las mujeres mayores y de las mujeres pobres, unidas a la reflexión que desde el feminismo se hace de su fortaleza y de todo lo que ellas son capaces de aportar, pueden influir en la recuperación de la memoria y de las genealogías por parte de la gente joven.
Hablas de que existe un lenguaje instalado en la comodidad. Y Lejana y Rosa nos trae expresiones y palabras que la hemos normalizado cuando se dan en otras localizaciones, pero cuando suenan tan cercanas nos remueven por dentro: segregación, colonización, trabajo infantil y esclavo, territorio ocupado… parece una llamada de atención a la persona que lee, que le estás diciendo, indirectamente o de alguna forma, “ey, esto ha pasado aquí y no hace tanto”.
Claro. Aquí la segregación, la colonización, los abusos empresariales, el trabajo esclavo e infantil y las corruptelas políticas que lo permitieron tuvieron una fuerte contestación sindicalista y popular, y todo eso ha dejado huellas que perviven. Forman parte de la historia del movimiento obrero español y, quizá por eso, ha sido una parte de la historia de España y de Andalucía mal contada, casi olvidada. De todos modos no estamos hablando de ensayo, sino de novela, de lenguaje literario y subjetivo. No existe la intención de contarlo todo exhaustivamente, pero sí de traer a la superficie la memoria de aquella explotación por parte de una Compañía capitalista extranjera, y mostrar cómo sucedieron aquí, en esa época, esos abusos que las grandes corporaciones continúan reproduciendo ahora al buscar mano de obra barata y seguir esquilmando recursos en los países más pobres.
También hay momentos entrañables y cercanos, como cuando vemos que Doña Concha y Doña Encarna se endomingaban para echar el ratito juntas porque “cada una quería estar guapa para la otra”. También las relaciones y la complicidad entre mujeres tienen mucha presencia. ¿Cómo construyes los personajes femeninos?
Pues, como suelo hacer, partiendo de lo conocido. Creo que me sirve la costumbre que tengo de escuchar con interés lo que cuentan mujeres diversas en contextos diversos, de observar cómo se expresan. En el capítulo de los abanicos, mucha gente me dice que está viendo a sus abuelas andaluzas. Mujeres que en verano eran inseparables de sus abanicos, que hablaban con otras, que contaban sus historia de vida a sus nietas curiosas y así mantenían viva la memoria más silenciada de un pueblo y de un país. Las relaciones de complicidad entre mujeres, de apoyo mutuo, de sororidad, son fundamentales para cambiar el mundo. Las mujeres tenemos que escucharnos y valorarnos entre nosotras. Desde ahí entiendo el feminismo y la vida.
Es fácil sentirse identificada con las mujeres de la novela, o ver en ellas a otras mujeres que conocemos, con todas sus bondades y contradicciones. ¿Ser feminista posibilita que tengas esta visión?
¡Claro! Me ha permitido haber ido valorando cada vez más, conforme crecía en mí la conciencia feminista y avanzaba mi trabajo con mujeres, la potencia transformadora que tienen los testimonios de tantas, cuya voz no ha tenido proyección pública, casi ignoradas en los relatos masculinos levantados desde la historia y la literatura. También me ha empujado a contar las relaciones de poder que laten en lo que hemos llamado siempre historias de amor, y mostrar cómo suelen suceder esas historias en un mundo patriarcal.
¿Tiene la literatura, y la ficción en general, una deuda pendiente con esta parte tan desconocida de la historia de Huelva?
No lo veo tanto en clave de deudas pendientes como de posibilidades abiertas. Tenemos ante los ojos un terreno muy rico y bastante virgen, poco explorado todavía desde la ficción. Se trata de una realidad histórica que nos ha conformado, ha dejado huella e invita a seguir creando narraciones.
¿Y con la recuperación de la memoria?
La literatura que me interesa está en diálogo permanente con la memoria. No solamente con lo que llamamos memoria histórica, sino también con la memoria personal y sus mecanismos. Esas memorias están entretejidas, y el texto literario puede continuar tejiendo y proyectarlas de lo individual a lo colectivo.
¿Está ya en marcha tu próximo trabajo?
Sí, está ya iniciado, en construcción. En él vuelvo al presente, al cruce de clase y género, a los barrios, la calle, a la maternidad en mujeres diversas… Creo que será una novela corta.
Este entrevista forma parte de la colaboración mensual que La Poderío tiene con El Salto Andalucía
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