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*Foto de portada: Cedida por la autora de La Corrala.
María Richarte Naranjo./ Activista y jurista
A pesar de que podemos debatir la ley trans, no debemos. No debemos, porque jamás podría –y estoy segura de que la mayoría de las personas que sustentan este debate están en mi misma situación- compararme con la que pueda vivir una persona intersexual, transgénero o transexual. Entonces, ¿por qué lo hago? porque el hecho de que se estén dando actitudes y comentarios discriminatorios contra estas personas –ahora más que nunca, pues recordemos que siempre han sido un colectivo con un alto porcentaje de discriminación, así como una desorbitada tasa de suicidios y desempleo en comparación con personas cis o heteronormativas- nos debe obligar a intervenir para que cada día sigamos construyendo una sociedad más igualitaria y de verdadera justicia social. No pienso callarme ante esta injusticia y este debate que ni siquiera se debería estar dando.
Para Michel Foucault, filósofo, historiador, sociólogo y psicólogo francés, nacido en 1926, “todo es una cárcel”. Esta afirmación puede parecernos una visión negativa de la vida, pero ¿por qué pensaba que era así? La libertad no es solo no estar encerrada físicamente entre cuatro paredes, sino no ser juzgada por cómo te sientes, cómo eres o qué te gusta. Así se sentía Foucault, como una persona que no encajaba en la sociedad por sus excentricidades y, al igual que él, muchas personas trans están viéndose juzgadas y cuestionadas por el hecho de ser y existir.
Del mismo modo, como otro elemento fundamental en este tema, hablaba de: el poder y el biopoder. No hay más que pararse a pensar en el biopoder que toda persona ejerce sobre otra, o que un imaginario colectivo –mayoritario- ejerce sobre otro –minoritario-. Esta posición de poder de la mayoría heteronormativa de la sociedad también es fundamental a la hora de entender la realidad trans.
Debate o no debate
Cuando abordamos el debate trans, es primordial hacerlo desde la vinculación al feminismo, pues sin las divisiones que se están dando actualmente entre las corrientes y colectivos feministas, este debate no sería tan necesario ni habría llegado tanta sangre al río.
Y es que no todas remamos en la misma dirección. Estamos equivocadas si creemos que todo el feminismo es uno, grande y único. Hay muchos tipos de feminismos y no todos tienen como objetivo el mismo nivel de emancipación de la mujer. Esto es igual y hay que reconocer que, no buscan el mismo grado de emancipación de la mujer –porque la opresión no es equiparable- una mujer de clase alta que una de clase trabajadora o una de etnia gitana que una que no lo es.
El feminismo puede frenar derechos, como estamos viendo –al menos el intento de hacerlo- con las personas trans o con la criminalización de las trabajadoras sexuales. Podemos estar en contra de la cosificación de la mujer –cis o no-, de su cuerpo y de la explotación sexual. Mientras algunas se limitan a criminalizar, siempre desde la posición de mujeres que se encuentran en una realidad totalmente distinta, agravando las condiciones de vida de las mujeres cuya situación queda a años luz de distancia de las nuestras, no se propone ninguna alternativa real viable.
Alternativas desde los feminismos
A día de hoy no las hay y son esas mujeres las que vuelven a perder en su posición de oprimidas por un sistema capitalista y de mercado, en el que todo se vende y en el que es muy fácil criticar desde detrás de una pantalla, sin conocer la realidad de estas personas en la calle. Así como también se da más poder al estado punitivo y a las fuerzas policiales, dotándoles de una mayor legitimidad para ejercer violencia contra los colectivos más desfavorecidos.
Desde luego, al hablar de feminismos no abogo por el feminismo que abandera la familia nuclear heterosexual o heteronormativa, ni aquel que lucha por la defensa de la mujer blanca, privilegiada y occidental al grito de “protejamos a nuestras mujeres, a nuestras niñas” y se olvida de la mujer de otra realidad más castigada, etnia o raza; ese discurso de “protección supremacista” que desvía la atención del verdadero problema –el capitalismo, el imperialismo y el patriarcado-. No el feminismo institucionalizado, conservador, instrumentalizado o electoralista, no el feminismo de “postureo”. Y por supuesto, no aquel que acalla al feminismo de clase obrera y popular.
No dejemos que se dañe el concepto de feminismo, que se vacíe de contenido. El feminismo es igualdad y sororidad y debe serlo en todas las realidades y para todas las mujeres –cis o no-. No podemos pretender acabar con el machismo y el sistema heteropatriarcal si usamos -las feministas- el mismo argumento contra el colectivo trans que ellos usaron para las víctimas de violencia de género.
El feminismo y la izquierda
Vemos como una parte de las llamadas feministas radicales o partidos y organizaciones de “izquierda” cada vez se acercan más al discurso de la ultraderecha, comprando argumentos –quiero pensar, involuntariamente- como la campaña de Hazte Oír “los niños tienen pene y las niñas vagina” o del discurso de Abogados Cristianos, como que “una mujer si no puede parir no es mujer”. Desde parte de la izquierda y del feminismo nos echamos las manos a la cabeza cuando vemos que personas, partidos y colectivos feministas, ahora están apoyando esto.
Así, pierden más energía en confrontar al feminismo inclusivo y de clase y en lanzar campañas –aún más ofensivas que las que ya se han hecho a lo largo de la historia, por el fácil acceso al acoso en redes- contra compañeras trans, poniendo en el objetivo a un enemigo que no existe. Estas acciones se fundamentan más en no perder privilegios, desde una postura egoísta y de “mujer privilegiada”, negando derechos humanos y fundamentales. Esta política del miedo se lanza contra los grupos marginados y minoritarios, que recuerda además al argumento de que el enemigo es el hombre inmigrante, negro o musulmán.
Cuidemos nuestro discurso, pero sobre todo cuidemos nuestras convicciones. No nos dejemos llevar por el discurso del miedo de la ultraderecha. Atendamos a las estadísticas y no convirtamos falsamente y, con alevosía, la excepción en la norma.
Entonces, qué tipo de feminismo
Queremos un feminismo antifascista y de clase obrera: aquel que no compra ni una palabra del discurso de la extrema derecha.
Ha surgido una necesidad de contraposición identitaria entre la creación de un enemigo que reafirme esa identidad de mujer. Se usan argumentos conspiranoicos y de pánico moral de la extrema derecha, por ejemplo, cuando se relaciona el colectivo trans con la pedofilia o la violación. Es como si el hecho de que no haya mujeres transgénero o transexuales hiciera desaparecer la posibilidad de que un hombre entre en un baño público y viole a una chica, como si hubiera alguien en la puerta de los baños públicos que lo impidiera.
Por tanto, un feminismo antifascista debe ser un feminismo de clase, anti punitivo, antirracista, anticapitalista, antiimperialista, respetuoso con todas las realidades del colectivo LGTBI+ y las identidades, materialista, marxista. Hoy más que nunca. Porque el camino del que se está sirviendo gran parte del feminismo radical implica un claro declive de su potencia como movimiento.
Ley Trans
“La mayoría del argumentario terf ignora a propósito que las opresiones no se dan por razón de sexo, género o deseo, sino por la conjunción de las tres en una organización social, política y económica llamada patriarcado”. –Transexualidad. Diversidades o reacción, Rev. El Salto, por David Jiménez–
El posicionamiento contra la aprobación del borrador de la Ley Trans no debe tener cabida en el feminismo. El ataque a la autodeterminación del género y las identidades, dejan de lado las cuestiones materiales, con afirmaciones como que “las reivindicaciones de las personas trans distrae la lucha de la clase obrera y se desvía la atención de sus reivindicaciones sociales y de clase”. Esto es una falsa dicotomía competitiva, pues la exclusión LGTBIfóbica es una problemática material, que va de la mano de la lucha de clase, -por ejemplo cuando se producen agresiones o insultos a una persona por ser trans o no tiene la misma oportunidad de acceder a un puesto de trabajo-.
Por esto, se deben tomar soluciones también materiales y urgentes, como la aprobación de esta ley. Ya habrá tiempo de modificarla, desarrollarla, reformarla o mejorarla. La cuestión de fondo es que es necesaria una regulación ya, poniendo en el centro de actuación las medidas de acción –o discriminación- positiva, para eliminar la discriminación histórica a este colectivo en la medida de lo posible y cada vez de forma más notoria y eficaz, como para las mujeres víctimas de violencia de género se hizo con la ley de violencia de género.
Argumento “médico” no contrastado. Desmontemos mitos:
No olvidemos que tras este debate existe una visión retrotraída en el tiempo con la afirmación de que solo existen dos sexos biológicos: uno femenino, en el que los cromosomas son XX y otro masculino en el que los cromosomas son XY, reduciendo toda una realidad científica a una única variable ya anticuada.
La ciencia se retroalimenta, es cambiante, las conexiones genéticas son infinitas y se está descubriendo ahora la epigenética (la ciencia que estudia cómo el ambiente descomprime y comprime el ADN para facilitar su lectura, regulando la expresión génica) lo que refuerza mucho la teoría de que hay genes que se influyen/afectan unos a otros. Que existen multitud de genes autosómicos –aquellos que están fuera del plano sexual- que influyen a los genes sexuales, que los genes pueden comprimir y descomprimir partes y un largo etcétera.
A día de hoy muchos efectos se nos escapan. Una muestra de ello es que, en ratones, en el seno de la madre mientras está embarazada, ésta recibe un incremento de la concentración de hormonas en sangre y esos ratones se comportan de forma diferente. El sexo es mucho más amplio que ese binarismo que se pretende imponer.
Además de que, a pesar de que muchas y muchos pretenden oponerse con el argumento de que esto perpetúa el género asignado culturalmente, no hay nada que perpetúe más el encuadre en un determinado género que el proceso psiquiátrico y psicológico que deben seguir estas personas actualmente, durante al menos dos años, solo para poder hormonarse. Esto sería eliminado con la aprobación de la ley trans, del borrador actual, así como la despatologización, pues la terapia psicosocial debe ser un derecho en todo caso, pero nunca una obligación.
Testimonios reales de personas trans
En la II República española ya se empezó a ver que el sexo no era binario. En la historia se han ido consiguiendo muchos logros científicos y descubrimientos. En las cortes franquistas se vinculó por primera vez el sexo a los genes, únicamente, obviando toda realidad y prácticas médicas. Falta aún mucha formación para los profesionales.
También sabemos que las hormonas son reversibles y que en las personas trans que deciden hormonarse se implantan unos bloqueadores hormonales hasta los 16 años, lo cual es reversible y después, con la mayoría de edad, se aplican las hormonas cruzadas, por lo que no afecta a la infancia.
Al escribir este artículo no puedo evitar recordar el poema:
Distinto Lo querían matar los iguales, porque era distinto. Si veis un pájaro distinto, tiradlo; si veis un monte distinto, caedlo; si veis un camino distinto, cortadlo; si veis una rosa distinta, deshojadla; si veis un río distinto, cegadlo... si veis un hombre distinto, matadlo. ¿Y el sol y la luna dando en lo distinto? Altura, olor, largor, frescura, cantar, vivir distinto de lo distinto; lo que seas, que eres distinto (monte, camino, rosa, río, pájaro, hombre): si te descubren los iguales, huye a mí, ven a mi ser, mi frente, mi corazón distinto. Juan Ramón Jiménez Una Colina Meridiana (1942-1950)
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