Este texto está en la sección La Corrala, el patio de vecinas de La Poderío donde cada una charlotea, cascarrilla y pone colorá lo que sea mientras le da el fresquito o el sol en la cara. Más agustito que te quedas, oú. Eso sí, La Poderío no tiene nada que ver con lo que se pone aquí, solo apoya la participación de las lectoras. Puedes enviar tus artículos a ole@lapoderio.com. Otra cosa, antes de hacernos las propuestas pedimos que leas nuestro ideario.
Doris Otis Mohand./ Integrante del colectivo Biznegra
Cuando reflexiono sobre el 12 de octubre, los primeros recuerdos que me vienen a la cabeza son los de la escuela, en donde dedicábamos la mañana entera a conversar, leer, ver material audiovisual, dibujar y escribir sobre aquel concepto de «descubrimiento de América por los conquistadores españoles».
Durante mucho tiempo, siendo una niña afrodescendiente española, no te cuestionas políticamente lo que significa que haya unos sujetos descubriendo a otros. Sí, sientes incomodidad con ese discurso. No te gusta hacer dibujos de un cuento en el que intuyes que falta parte de la historia y recibes violencia y bullying por parte de tus compañeres que te señalan, con burlas, que tu cuerpo, piel y pelo se parece más a las cuerpas esclavizadas que a los colonizadores.
En sí misma, la construcción de la historia, del conocimiento y de la realidad a través de los ojos de la modernidad eurocéntrica que toma al hombre blanco como norma global, era lo que me generaba un profundo sentimiento de desarraigo y de violencia.
El colonialismo tiene profundas raíces históricas y materiales en los territorios del sur global, los cuales han sido violentados y expoliados por pueblos blancos, exterminados sus pueblos y agotados sus recursos, destruidos sus saberes y sus lógicas sociales, impregnando todos los ejes y estratos del sistema y siendo tangibles y muy reales hasta el día de hoy.
Mujer y negra
En esa experiencia de navegar la vida como mujer negra te sientes extremadamente sola. El colonialismo deforma absolutamente todo y nos da una versión sesgada de las cosas que consigue imponerse como lo universal y lo verdadero, despojando de cualquier legitimidad y capacidad de enunciación a todas las otras sujetas y visiones que pertenecen a la subalternidad.
Ochy Curiel, feminista afrodescendiente caribeña, lo llama la «colonialidad del poder» o el cómo no poder escapar a esa mirada estructural colonial y cisheteropatriarcal que impregna todo, incluso a aquellos supuestos sujetos que, desde su blanquitud y/o masculinidad, pretenden criticar el discurso hegemónico, pero repitiendo en lo simbólico y material el mismo discurso. Por ejemplo: que no sean puestos en valor y reconocidos los saberes y el pensamiento crítico que, desde hace mucho tiempo, se viene trabajando por las propias sujetas, mujeres racializadas y negras, con enfoques de raza, género y clase.
El desde dónde se cuenta y se mira el mundo es clave para entender la posición política de los sujetos que enuncian y el efecto de la colonialidad del poder.
Lo territorial tiene un sentido histórico y político clave para las luchas de resistencia anticolonial, y para mí (nosotras), como mujer(es) negra(s) en los sures del Estado Español, es clave poder tener espacios de construcción interna, que nos permitan desarrollar posturas críticas y pensamiento situado al territorio que habitamos, y legitimar nuestras voces sin caer en malinterpretaciones inconexas del discurso decolonial separado del territorio.
Complejizar las manifestaciones de las violencias que vivimos aquí, generando crítica en los movimientos feministas, pero también en los movimientos antirracistas y en los movimientos negros y afrodescendientes; de manera que podamos abrir grietas en todos los sistemas desde la experiencia de transitar el mundo como feminidades negras en territorio del Norte global.
Sujetas de derechos
Especialmente, en este estado de alarma y de crisis sanitaria, social, económica, política, se han hecho evidentes las desigualdades materiales y de derechos desde la mirada occidental masculina, desde lo simbólico del enfoque bélico para la lucha contra la pandemia, el estigma racista hacia la comunidad asiática, hasta la exclusión de derechos fundamentales a todas las personas en situación administrativa irregular (más de 600 mil personas, según la plataforma #RegularizaciónYA), no siendo consideradas ciudadanas de derechos y, por tanto, siendo excluidas del contrato social en el que el Estado debe velar por los intereses y el cuidado de todas las personas, negado su acceso a los diferentes paquetes de asistencia y apoyo durante una crisis global a la población durante un Estado de Alarma.
En este momento, donde vemos repetidos hasta en las megafonías de los supermercados el mensaje de «No dejar a nadie atrás», pedido prestado de la agenda 2030 de las Naciones Unidas o el más que trillado eslogan de #Estevirusloparamosjuntos, si confrontamos estas dos realidades, el mensaje empieza a tener grietas epistemológicas. Si no queremos dejar a nadie atrás pero dejamos a «otras» personas atrás, ¿estas personas entonces no son “alguien”, quiénes son las «otras»? Si lo queremos hacer juntas pero faltan las migrantes, las que están en situación administrativa irregular, las desplazadas, las que no tienen contrato de trabajo, las cuidadoras, las jornaleras, entonces, ¿estamos juntas?
Desde las colectividades racializadas como mujeres negras, seguimos trabajando y generando diálogos para desmontar y denunciar a las lógicas coloniales y patriarcales que dan como resultado directo y material vulneraciones de los derechos humanos y, en la peor de las consecuencias, asesinatos de cuerpos racializados, repitiendo y manteniendo el desbalance de poder en el sistema.
Es urgente e imperativo parar, pero parar con todas y escuchar y construir desde las otras, no solo como herramienta o eslogan político, sino para que resulte para un efectiva reparación y asunción de derechos esenciales para todas las comunidades que han sido históricamente perseguidas, exterminadas y saqueadas.
*Imagen de portada: Gaelx
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