Mujer de frontera. Defender el derecho a la vida no es un delito (Ed. Península). Así es Helena Maleno (El Ejido, 1970) y este es el título del libro donde cuenta desde las entrañas como defender ese derecho a la vida de las personas que migran y la libre circulación casi le cuesta la cadena perpetua.
El trabajo de Helena Maleno molesta y mucho. Investigadora y cofundadora de Caminando Fronteras, Helena ha puesto en el centro cuáles son esas “necropolíticas en las fronteras” mediante una militarización donde naufragan las leyes de extranjería del Estado español y ha señalado quienes dejan que el Mediterráneo y el Atlántico se convierta en una fosa común imposible de contabilizar.
Pero la realidad, es que mientras ella defiende el derecho a la vida, la UCRIF (Unidad Central de Redes de Inmigración Ilegal y Falsedades Documentales) y Frontex (Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas), pertenecientes a la Policía española, se dedicaron a crear un dossier para acusarla de tráfico de personas. Un dossier que destapa precisamente como actúan las cloacas del Estado: criminalizar en lugar de defender a quienes defienden.
Este libro no es solo la historia de Helena Maleno. Es también la historia de cada una de las personas que han defendido el derecho a la vida y a la dignidad subida a un patera, sobreviviendo en bosques, poniéndose tacones en medio de la miseria para gustarse a si misma, de las que en su mesa donde comen tres, coman 10. Esta es la historia de las personas que no lo pudieron contar, de las que nunca aparecieron, de las familias que nunca recibieron una llamada de “estoy bien, ¿qué tal tú?”.
Helena, en Mujer de frontera una de las cosas a la que haces mucha referencia es a tus ancestras y a tu tierra, al de dónde vienes.
Yo soy andaluza, almeriense, ejidense. Y sobre todo, soy hija de Isabel y nieta de María la de Berja, que así nos llamamos en el barrio. Siempre somos las hijas, las nietas, las hermanas de la matriarca que es la que tenía el apodo. Vengo de una familia trabajadora, jornalera que sabe lo que es luchar por los derechos y sabe lo que es y ha sido la esclavitud en Andalucía: la esclavitud del campo.
Vengo de una familia de mujeres trabajadoras, muy trabajadoras. Una familia de izquierdas y anarquista y comunista. De ahí, me crié en un barrio muy popular y empobrecido, donde incluso estudiar era un privilegio y la educación pública nos permitió a muchas de nosotras desarrollar ciertas cosas, al igual que la salud pública. Por eso, también soy una firme defensora de los servicios públicos, porque creo que crean y dan igualdad de oportunidades a muchas personas que el sistema no les permite acceder a derechos.
Soy madre sola. Tengo dos hijos: un hijo y una hija. De ahí vengo, de esas mujeres. Soy el resultado de Isabel y María.
Durante este proceso de criminalización, hablas de lo importante que ha sido para ti reconocerte. Reconoces también con nombres y apellidos las historias de personas que han quedado invisibilizadas por el sistema. ¿Quiénes son estas personas que también tienen el derecho a reconocerse y ser reconocidas?
Son personas que han defendido la vida. Son personas que en un momento dado, por eso propio proceso migratorio, se convirtieron en defensoras y defensores de la vida ante unas políticas de muerte.
Estas personas han sido atravesadas por una violencia y por la muerte, pero en el libro trata de explicar como ellas son defensoras de vida, como ellas merecen un reconocimiento porque no solo están defendiendo su vida, la de sus hijos, la de sus comunidades, sino también la nuestra.
Las políticas de muerte acabarán destruyéndolo todo. Para mí, ellas necesitan un reconocimiento y ser reconocidas. Algunas siguen defendiendo la vida. Otras, desgraciadamente, en ese defender la vida murieron, y el libro pretendía ser también un reconocimiento y un gracias a todas esas personas que se cruzaron en mi camino y tanto me enseñaron a defender la vida.
Además de hablar de la vida, hablas también de algo que parece seguir siendo un tabú que es el duelo, de la necesidad de sanar con el duelo.
El propio sistema de muerte niega la muerte porque negarla es negar la existencia y negar la humanidad en última instancia. No solo han sido despojadas [las personas migrantes] del derecho a la vida, sino que también han sido despojadas del derecho a la muerte. Sus familias no tienen derecho a llorarlos porque no saben, están en un limbo de no saber si algún día volverán o no. Yo creo que eso es lo más perverso del sistema de control de fronteras.
Por ejemplo, nosotras [Caminando Fronteras] siempre nos quejamos de que oficialmente las familias no tienen dónde llamar. Una embarcación se estaba buscando, desapareció y eso no deja rastro en ningún lugar, nadie puede contar su historia. Eso lo sabemos en Andalucía con las cunetas, con Federico García Loca, con negar su tumba y negar su muerte, permitir que en un libro se diga que murió en lugar de que es asesinado, por eso es algo básico para Caminando Fronteras y sobre todo para las familias es primordial el reconocimiento de esas muertes. La memoria de esas muertes, la reconstrucción del relato para saber la verdad. No podemos ir hacia la reparación y la justicia, porque ni siquiera se permite a las familias reconstruir las muertes.
Quizás una de las historias también más impactantes, por sentirla tan cerca, sea cuando tu hijo Ernesto te dice que ha estado jugando a “entrenarse para irse a España en los bajos de los camiones”. ¿Somos capaces de reconocer el privilegio de migrar, viajar, visitar a un familiar en otro país de forma segura por nuestro pasaporte? ¿Cómo podemos reconocer que estos privilegios son un derecho para todas?
Renunciar a los privilegios es un proceso duro que hay que hacer de forma individual, pero también de forma colectiva. Hay que empezar reconociendo que hay un racismo institucional, social. Hay que entender que hay un racismo que permite que personas que están y conviven en un mismo territorio no tengan el mismo acceso a los derechos y ese es un trabajo que hay que hacer porque aunque hayan pasado diferentes grupos políticos, al final las políticas no se diferencian mucho.
Ahora, hay un gobierno nuevo, una coalición que nunca se había dado. Hay que pedirle a ese gobierno que revise muchas cosas, desde cuestionar por qué las personas que están en situación administrativa irregular se les encierra en cárceles racistas, hasta cuestionar por qué existe un sistema de esclavitud en Andalucía; por qué no hay una ley integral contra la trata que pueda atajar esa explotación y esclavitud; por qué tenemos un sistema humanitario que está puesto a disposición del control de fronteras y atravesado por el racismo institucional.
Se pueden tomar medidas políticas ya y hacer una política diferente, pero hay que ser valientes y en las políticas de acceso a derechos tienen que entrar todos y todas y ahí iremos cambiando esas dinámicas de unas pocas privilegiadas y una serie de súbitos y esclavos que están sosteniendo los privilegios de las demás.
“Se me encogió el corazón con tanta dignidad; la vida estaba por encima de todo”, dices esto en el libro cuando llegas a los campamentos organizados por las personas durante su proceso migratorio. ¿Cómo has atrincherado tú la dignidad durante este proceso de criminalización?
La dignidad va en la educación y en los valores. Por ejemplo, en Andalucía, yo que soy de un barrio muy pobre y que se sostenía como podía, pero se encalaba todos los veranos, se limpiaba todos los días. En mi casa se podía comer en el suelo. El sistema nos empobrecía, pero había gestos a esa dignidad de lucha de vida. Eso lo ves cuando eres chica. Aquí ocurría lo mismo. Las mujeres limpiando el gueto, lavarse todos los días aunque tuvieses que andar 5 ó 10 kilómetros para coger el agua, te lavabas, tenías que estar limpia. Son gestos que te agarran a la vida. La dignidad es un mecanismo de resistencia.
Lo cuento en el libro. Hay varias personas que me dicen que me podía ir de Marruecos, que podía volver. En ese momento, pensé en mi abuela, en mi abuelo, en mi enseñanza y dije “mira no, ellas no se hubieran ido”. Al final, tenemos que entender la dimensión colectiva de las cosas: no era un juicio contra mí solamente, era un juicio que tenía un impacto en mucha gente y en muchas compañeras y compañeros. Yo me podía ir, pero para mantener esa dignidad solo me quedaba pedirle permiso a mis hijos, porque al final yo también respondo ante ellos. Mis hijos me dijeron que sí, fueron muy generosos, y yo pude mantener esa dignidad que yo había ido aprendiendo de mis raíces, pero que también había ido alimentándome de toda la dignidad de los compañeros migrantes.
Me dije “me voy a quedar, vamos a pelear”, y recuerdo como Meme me dijo “y vamos a ganar, chiqui”. A partir de ahí, no podía construirme desde lo que había en ese dossier. Cuando vi el dossier tuve tanto miedo. Desde el principio dije “esta no soy yo. Es un dossier que han fabricado para mí, pero no soy de la que hablan aquí”. Tuve que acogerme a la dignidad para que también fuera una herramienta de resistencia en mi proceso de criminalización.
El dossier
Helena Maleno tiene que interrumpir unos segundos la entrevista. Su teléfono no para de sonar. Al otro lado, personas que se están jugando la vida en el mar encima de una patera a falta de vías seguras. Ella es a lo último que se aferran, a la que piden auxilio para que Salvamento Marítimo puedan rescatarles. Este es el delito de Helena: salvar vidas.
No ha sido una, ni dos, ni tres las veces que estando en algún puerto de las costas andaluzas como periodista la policía de Frontex me hablase como quién no quiere la cosa de Helena Maleno. A ella no le extrañaba, no le daba importancia, ya que en la mayoría de los casos esa patera no estaba desaparecida gracias a su trabajo y al de Caminando Fronteras.
¿Te acuerdas de las veces que te decía “vengo de la patera y Frontex me ha hablado de ti”?
Es terrible que una agencia europea se dedique a eso. Yo era un poco naíf en ese momento y cuando me decían que preguntaban por mí lo veía normal. No lo podía achacar a nada malo. De verdad, que nunca pensé que un policía de la UCRIF o de Frontex se podía dedicar a eso: a decir mentiras de una ciudadana y a pedir cadena perpetua por eso.
Pero, ¿qué están haciendo las instituciones? Hay una responsabilidad institucional. ¿Quiénes son responsables de esa labor y qué hay detrás? ¿Qué es lo que hace Frontex y la UCRIF? Operar para la protección de la ciudadanía, no, porque si operaran por la protección de la ciudadanía verdaderamente las redes criminales estarían desmanteladas, pero las redes criminales se han convertido en un negocio muy importante para las propias industrias que operan en el control del movimiento.
No estoy hablando de forma individual, porque por ejemplo, en Canarias el tema de control lo lleva Guardia Civil y tengo que decir que respecto al intercambio de información y a la facilitación del salvamento trabajamos con ellos mejor que con Salvamento Marítimo, porque son más transparentes, pero estamos hablando del propio sistema que ha colocado un Mando Único para militarizar la zona y que gane dinero quién gana dinero con estas cosas.
El sistema es ese y en todo el operativo de ese sistema se necesita seguir criminalizando la migración y a quienes hablamos de libertad de movimiento, de derecho para todas y todos, o compañeros que luchan contra el racismo. Tenemos que ser conscientes de que así se opera y que para seguir luchando, trabajando y defendiendo la vida tenemos que protegernos y tenemos que integrar una protección en nuestras acciones diarias porque estamos señaladas y porque estamos perseguidas.
¿Crees que el sistema institucional antepone el derecho a la vida a la protección del territorio?
Ni siquiera es la protección del territorio, ahora controlar el movimiento de las personas se ha convertido en el negocio del siglo XXI. Las políticas de esclavitud de las que van enganchadas a ese control del movimiento es otro gran negocio. Estamos rodeados de monstruos y no somos conscientes.
Tenemos que ser conscientes de que el discurso de las fronteras, el discurso del racismo institucional, el discurso de mi territorio, la avalancha, invasión, lo que oculta es un negocio enorme en la venta de armamento, la militarización no solo Alborán, sino también otras zonas como en Níger, el norte de Mali, se han dejado además allí soldados con la excusa del control del movimiento que además están logrando una neocolonización militar incluso dentro de territorios que ya habían sufrido la colonización.
¿Qué sientes cuando es la Policía de tu país la que te criminaliza en lugar de defenderte?
No tengo ningún rencor. Yo entendí que no me iban a proteger, lo que no sabía es que eran ellos los que habían iniciado todo y me estaban persiguiendo de forma tan palpable. Sí tengo que decir que la investigación que hizo Marruecos sobre mí fue una investigación que respetó mis derechos más que la investigación del Estado español.
Durante la Transición, mi familia siempre decía “Franco no se ha muerto. Tú tienes que saber que Franco sigue ahí, en las cosas esas, en las instituciones. Franco no se ha muerto”, decía mi madre. Efectivamente, Franco no se ha muerto porque hay muchas de las decisiones del Estado español que en esa Transición se mantuvieron, se quedaron y esa es la lacra que tenemos.
¿Cuáles son ahora esas resistencias como defensora después de un proceso de criminalización que ha seguro ha cambiado tu vida?
Yo tengo la suerte de estar acuerpada por muchas compañeras que me protegen. Pero no es un problema individual, es un problema colectivo, es una criminalización colectiva y, por lo tanto, tenemos que poner una protección colectiva y ser conscientes de lo que está sucediendo en las fronteras.
Por otro lado, con dignidad, riéndome mucho, llorando mucho y siempre que he necesitado llorar sin olvidar que nunca hay que dejar de llorar, recuperando de mi familia ese reírse de la propia miseria, reírse de la muerte, absolutamente de todo. Creo que ahí han estado las claves de la resistencia, pero mi vida ha cambiado. No tengo la misma libertad que otras personas. Un proceso de criminalización no termina nunca.
Las personas que han invertido desde el año 2012 hasta el año 2017 investigaciones que han costado muchísimo dinero, esas personas no están satisfechas e intentarán criminalizar y luego la criminalización no viene solo por una acción judicial. He vivido intento de asesinato, he sufrido agresiones, he sufrido persecución en redes sociales, amenazas,…paradójicamente he puesto denuncias de todo eso y las denuncias no han prosperado. Tengo denuncias de 34 folios de amenazas y no he encontrado respuesta en el Estado español en la investigación.
De tu rutina, de tu gente, de tu vida, porque eso no te lo pueden quitar, o de tu pensamiento, no tienes que dejarles entrar aquí, ni en la cabeza ni en el corazón. Nunca hay dejarles entrar. A los que construyeron mi dossier de la UCRIF no les tengo ningún tipo de rencor, no les he dejado entrar. Estaban haciendo su trabajo y con ese trabajo destruyen vidas, pero eso tiene que ser a su conciencia. No he dejado a la UCRIF entrar en mi vida, ni en mi espacio, porque ese me pertenece solo a mí.
Helena, ¿cómo te atraviesa a ti el feminismo andaluz?
Yo hace mucho tiempo que no estoy en Andalucía. Pero yo he mamado ese feminismo andaluz de mi familia y creo que es muy importante recuperar historia. En Andalucía hay muchas realidades, tenemos ese feminismo gitano que el reconocimiento al pueblo gitano es brutal porque es la expresión máxima de racismo que hay en el Estado español por la persecución al pueblo gitano, esa criminalización y estigmatización a un pueblo.
Para mí, necesitamos recuperar la historia como encalar que hemos hablado, no es limpiar, ni las labores de las mujeres, encalar es otra cosa. A mí me encantaría que en mi tierra, todas esas mujeres que tienen enseñanzas tan poderosas y al estar en una periferia esas enseñanzas no se ponen en un primer plano, que esas enseñanzas estén ahí: los saberes. Esos saberes que están y que no tienen ningún tipo de reconocimiento.
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