Andalucía es la comunidad autónoma española, y de la Unión Europea, con mayor superficie de cultivo destinada a producción ecológica, con 974.393 hectáreas, el 46.8% del total nacional. Aunque en el Estado español sólo dos de las 26 millones de hectáreas de superficie agrícola se cultivan con métodos ecológicos, según el Informe Anual de Indicadores 2018 que publica el Ministerio de Agricultura.
Pero ¿sabemos si esta producción beneficia al territorio y llega a las mesas de las casas preservando las semillas de variedades locales, multiplicadas y transmitidas de generación en generación, de tal forma que permiten la autonomía y el control respecto a los insumos agrícolas por parte de aquellos que las han conservado? ¿Conocemos y sabemos quienes trabajan los campos de forma sostenible en Andalucía, más allá de las pautas mercantilistas por el negocio bio y la demanda externa de estos productos?
La decisión de vincularse a un proyecto agroecológico no solo parte de no usar fertilizantes químicos en la huerta para que la comida sepa mejor, sino de una decisión política clave. Detrás del uso de estos productos derivados del petróleo utilizado en la mayor parte de los suelos cultivables hay una larga lista de guerras, violación de derechos humanos, expoliación de recursos, maltrato a seres vivos, pérdida de la biodiversidad, destrucción de acuíferos, sobreexplotación y desertización de la tierra hasta convertir yermos los campos.
El compromiso ecofeminista por la soberanía alimentaria de la marchenera Leticia Toledo Martín y su activismo agroecológico nos lleva a conversar con ella en estos tiempos donde más que nunca se hace imprescindible cuestionarnos la alimentación como base de los cuidados.
Ser campesina agroecológica y feminista parece una tarea casi heróica en el sistema en el que vivimos. ¿Cómo te iniciaste en este universo?
Viviendo en Córdoba me empecé a interesar por el movimiento agroecológico con el fin de promover un consumo más responsable, ligado al territorio, a la recuperación de tierras, saberes, semillas, etc. Entonces decidimos poner en marcha una cooperativa autogestionada para que, entre 70 y 80 personas pudiésemos auto abastecernos de hortalizas, que es lo que podíamos cultivar en Córdoba.
En ese colectivo me di cuenta de que este era mi oficio. Vengo de familia campesina y he ido aprendiendo el oficio de la agricultura. Hace unos 4 años me vine de Córdoba a la tierra de mi familia, en Marchena, para seguir de cerca el modelo de consumo cercano, un proyecto basado en la confianza y en el compromiso.
Alimentas a más de 200 personas de lo que produce tu huerta de una hectárea, ¿Qué les pides a tus consumidoras?
Siempre he pedido a las personas que consumen las verduras de mi huerta una estabilidad y un compromiso para que, tanto la huerta como yo, nos pudiésemos sostener y autoabastecer con más seguridad.
Gracias al vínculo de mucho tiempo con personas de Córdoba, hoy tengo 30 cestas semanales ahí desde muchos años. Y en Sevilla, también hay un grupo estable de otras 25 cestas que se han comprometido mucho desde el principio. En total reparto unas 55 cestas a la semana, pero con las quincenales son en torno a 70 que suelen compartir entre 2-4 personas cada una.
El modelo es de distribución. Yo no voy a las casas. Solemos quedar en un punto y las personas vienen y recogen sus cestas. Cuando las personas solicitan entrar en el sistema porque quieren una cesta de verdura, siempre les digo que no solo van a comprar verduras, sino que entramos en un modo de relación económica basada en la confianza y el compromiso, de apoyo mutuo en el que “tú te comprometes para que yo pueda seguir trabajando y comprometida en esto para que a ti no te falten verduras”.
Normalmente no vendo a gente que solo quiera una cesta suelta, no vendo a tiendas. La planificación de las necesidades de la gente y la huerta es fundamental y saberlo ayuda a hacerla viable.
¿Cómo se establecen esos vínculos de confianza?
Cuando estaba en el proyecto en Córdoba, la gente se comprometía ir a la huerta a trabajar y, otras, a colaborar cuando pudieran. Pero, ahora, que estoy a 60 km de Sevilla y a 100 de Córdoba, a la gente le resulta más complicado ir a la huerta, aunque siempre está abierta y por supuesto, va gente a trabajar de vez en cuando o a visitarla. Entiendo que no debe ser una obligación, dadas las circunstancias y sé que no puedo basar la relación de vínculo a través de esto porque no se daría.
El vínculo fundamental está en que cada semana envío un correo sobre la huerta, sobre mí, sobre lo que lleva la cesta, cómo se ha dado la semana en el campo, etc. Al hablar del cotidiano de la huerta, en qué momento estamos, si hay algún problema o si yo también tengo alguna historia, la gente me devuelve por un lado, agradecimiento, por el otro, sienten que les hago partícipes en el proceso, no sólo ven un producto final que tiene bichos o está más o menos bonito. “Entienden” por qué llega una patata en abril o no en mayo.
Básicamente les voy contando las decisiones que voy tomando. En la medida que hemos podido, les he pedido apoyo, reflexiones, e incluso para tomar alguna decisión, casi el consenso de todo el mundo (por ejemplo, para subir el precio de la cuota, de pasar del precio de la cesta a una cuota final). El reparto se hace semanalmente, donde mucha gente expresa lo que le parece, necesita o precisa. Es decir, hemos pasado de hacer asambleas a tener estos puntos de encuentros informales y en los que establecemos una relación estrecha.
Te fuiste de Marchena con 18 años a estudiar a la Universidad y luego volviste a trabajar en el campo a tu pueblo. ¿Cómo es percibido por el entorno?
Tras muchos años entre Sevilla y Córdoba, al volver, ya me di cuenta que mi vida social había cambiado. Ya no era como anteriormente me había visto en Encinarejo de Córdoba, cuando trabajaba sola en el campo, aquí ya no soy una mujer que tiene un proyecto agroecológico y se miraba entre la admiración y el pudor por lo desconocido. Aquí empecé siendo, la “hija de…”, “sobrina de…”, y cuando ya vieron cómo tenía la huerta y cómo la certificaba en ecológico empezaron a tomarme en serio. Al empezar a ver que de la huerta salían todas las semanas cajas de verdura que venían limpias y que estaban ya vendidas con antelación, entonces empezaron a interesarse por el sistema de “mercadeo” que tenía.
Vivo en un entorno en el que la mayoría de los hortelanos son hombres, y que haya una mujer ahí haciendo un proyecto agroecológico pues se nota. Aunque a mí ahora me tratan con respeto, la mayoría me conocen y saben que estoy ahí, pero, en general, hay muy poco interés en el pueblo.
Las mujeres siempre han formado parte de la agricultura, pero no ha habido una visibilización. ¿Por qué?
Siempre hemos estado vinculadas a la agricultura, pero los trabajos que hemos ejercido no han estado reconocidos ni han sido lo que se valoraban en términos económicos, que tuvieran valor de dinero. Supongo que como con todos los trabajos de cuidado de la vida, de los cuerpos, no ha sido posible que el capitalismo les ponga un precio, si no seguro que no saldrían las cuentas. El capitalismo sin el patriarcado no sería posible, no se sostendría sin las múltiples actividades, trabajos y servicios que nos proveen tanto la naturaleza como lo que han hecho históricamente las mujeres.
En el lugar en el que quedaron las mujeres campesinas fue el del trabajo gratuito, mientras fue “modernizándose” un sistema de producción de alimentos con lógica de industria. Los hombres ocuparon los lugares de poder y de visibilización. Las mujeres, o se quedaron sin posibilidad de trabajar en ese espacio, o siguieron haciendo lo suyo para sostener la alimentación de la familia.
En este sentido, vemos a mujeres en los sistemas agroindustriales trabajando, en muchos casos son empresas familiares donde suele ser el marido quien está dado de alta y tiene la titularidad de la empresa.
En la agroecología vemos como esto cambia y que somos muchísimas las mujeres que formamos parte de proyectos o somos las líderes de los mismos, pero eso sí, la lógica es bien diferente, en el centro ponemos la vida, sostenemos sistemas de cuidado de la tierra, los animales y las personas, son sistemas complejos y biodiversos, donde no queremos reproducir las mismas lógicas de poder.
Desde la Red Agroecológica Feminista habéis impulsado junto con más de 700 organizaciones una campaña exigiendo al Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación la toma de medidas en consideración de los impactos de la crisis del COVID-19 en la producción agroalimentaria de pequeña escala. ¿Cuál ha sido la respuesta?
Desde el Ministerio de Agricultura la respuesta fue con evasivas y no mostrando casi ningún conocimiento ni interés en lo que estábamos defendiendo. Por esto se puso en marcha una segunda jornada de presión en redes ahora dirigiendo la carta también al Ministerio de Consumo y Juego y al Ministerio de Sanidad. Es de esta segunda fase cuando nos proponen una reunión con asesoras del Ministerio de Consumo.
De esta reunión han salido tres cuestiones con las que se han comprometido a plantear en Consejo de Ministros: defensa y apertura de los mercados locales al aire libre, la libre circulación de personas a los huertos de autoconsumo y la defensa de los sistemas de producción y consumo agroecológicos, grupos de consumo y demás, como actividades esenciales con las que mucha gente se está aprovisionando de alimentos de una forma segura.
¿Cómo hacemos para tomar más consciencia de la importancia que tiene apoyar los proyectos agroecológicos en el territorio andaluz?
Pues yo creo que tenemos una gran tarea desde la perspectiva de las que estamos trabajando en el lado de la producción de organizarnos y hacernos fuertes, visibles y defender nuestros sistemas. Hemos estado dejando esta tarea en manos de los grupos de consumo, de las investigadoras, activistas y demás, pero entre nosotras después estamos muy alejadas, solas y nos cuesta mucho tener un trabajo común.
Mi experiencia me dice que cuando tengo las cosas claras, las necesidades para que funcione mi proyecto, que la huerta vaya bien y yo misma tenga una calidad de vida buena, las transmito con seguridad y siento con mucha dignidad mi trabajo, entonces la gente se da cuenta, lo valora y lo desea. Esto creo que es lo que tenemos que hacer juntas: salir fuera de nuestros proyectos, crear un sujeto político común y defender un modelo.
Por otra parte, estoy convencida que en lo que viene después de la situación de excepción que estamos viviendo, vamos a tener un gran protagonismo para proponer alternativas alimentarias y de construcción de nuevas economías locales que sostengan nuestros pueblos y nuestra gente. Es cuestión de que nos lo creamos y sobre todo, que tengamos ganas de trabajar.
Antes de irnos, nos gustaría que nos recomendaras algún texto, película, o reflexión que quieras compartir con nosotras.
Un libro que acabo de terminar de ciencia ficción feminista, su autora lo escribió en 1975 y ya hacía un ejercicio de visualizar un mundo nuevo ecofeminista, por encima de los géneros y una organización social igualitaria. Es una maravilla: Mujer al borde del tiempo, Marge Piercy
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