“He hecho este proyecto porque creo que forma parte del lugar del que soy, Andalucía”- Entrevista a la fotógrafa malagueña Virginia Rota.
No me recuerdes el mar,
que la pena negra, brota
en las tierras de aceituna
bajo el rumor de las hojas.
¡Soledad, qué pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca.
Extracto de ‘Romance de la pena negra’, del Romancero Gitano de Federico García Lorca.
No existe un luto único ni un catálogo en el que podamos consultar todas las reglas que hay detrás de esta tradición. En cada pueblo de nuestra geografía andaluza se representa el dolor tras la muerte de una manera diferente. Y, a veces, es cada familia quien lo moldea a sus propias costuras. Sobre esta costumbre, que se remonta a la época de los Reyes Católicos, que cambiaron el blanco originario por el negro como símbolo, ha trabajado la fotógrafa malagueña Virginia Rota, creando un proyecto de trece retratos, con sus trece historias de vida y muerte, llamado La pena negra. Una exposición fotográfica que nos habla del luto, aunque la mayoría de las veces se cuele también el duelo.
El duelo
“Hay una diferencia entre el luto y el duelo. El luto nos habla de las tradiciones impuestas socialmente, que giran en torno a la muerte. Y el duelo es un proceso psicológico cuando se pierde algo o a alguien. Era muy fácil que, aunque a mí me interesara documentar el luto, la conversación se fuera al duelo y al llanto todo el rato. Estas personas, que en su mayoría no hablan con nadie, y si lo hacen no hablan sobre la muerte, sino de cosas cotidianas, me daban las gracias por haberse podido desahogar conmigo”, confiesa Virginia. “Cuando alguien te abre la puerta de su casa y te cuenta su historia y son personas, la mayoría, que no salen de casa ni para comprar, se establece un vínculo increíble y conectas con eso”.
Aunque algunas mujeres como Josefina decidan no salir ni para comprar, no todo el mundo puede encerrarse en casa para siempre. Marina, que se quedó viuda y con hijos muy joven, tuvo que ponerse a trabajar enseguida para mantenerlos. Sin embargo, no la contrataban en ningún sitio por ir vestida entera de negro. “La primera vez que encontró trabajo, en un hotel o un restaurante, le pusieron un mono blanco. Dice que lloraba porque la sociedad no la entendía y no la respetaba”, relata Virginia.
Pueblos pequeños
Virginia Rota reside en Madrid, aunque decidió centrarse en Extremadura, Galicia y, sobre todo, Andalucía, por ser núcleos donde se sigue conservando el luto. Este proyecto parte de una beca de ayuda a la creación del programa de la Junta de Andalucía, Iniciarte, y ha tenido a esta fotógrafa malagueña y a su mejor amigo, el dramaturgo José Andrés López, recorriendo las geografías andaluza, gallega y extremeña durante un año.
“Íbamos por los pueblos de Cádiz, Málaga, Granada, Huelva… con el coche y de manera totalmente aleatoria, sin saber si había personas haciendo luto o no. Hemos intentado ir a pueblos pequeños, sin masificación turística. Llegábamos por la mañana temprano, desayunábamos en el único bar que estaba abierto, que casi siempre estaba solo lleno de hombres, y empezábamos a hablar con ellos. Le preguntábamos si había alguien de luto. Si nos decían que sí, nos quedábamos y los buscábamos en el mercado, en la iglesia o en su casa. Y si nos decían que no, nos íbamos al pueblo siguiente y así”, recuerda Virginia.
Trece fotos con sus trece historias
Entrar a las casas de estas personas no ha sido fácil y, por cada sí ha habido muchos noes. “Aunque veis trece fotos, hay cincuenta detrás que me han dicho que no, porque al final es algo muy íntimo y hay personas que quieren compartirlo y otras que no”. Los trece retratos van conectados a cascos que incluyen audios donde las protagonistas cuentan sus historias. “En ellos podemos escuchar cosas que me han contado sobre la tradición, como que la leche no se puede beber porque es blanca y el blanco es alegría. Si la vajilla es blanca es mejor si la cambian a un color más oscuro. La tele, por supuesto, se tapa y no se vuelve a ver. No se vuelve a escuchar cante nunca jamás”, relata Virginia.
Cada luto es un mundo
Cuando comenzó el proyecto, Virginia estaba muy obsesionada con crear una especie de catálogo, que no existe, sobre el luto. Después de un año de trabajo ha comprendido que esto es imposible. “Intenté leer y no encontraba apenas información. Cada luto es diferente, no solo en cada pueblo, en cada familia se estructura y se impone de una manera determinada y se tiene fe ciega en eso. Se aislan del mundo. Algunas personas me han dicho que no han vuelto a encender la tele y que no lo volverán a hacer en su vida porque les parece una falta de respeto muy grande, pero sin embargo sí que leen. Otras personas encienden la tele desde el primer día, y en cambio no salen a la calle. Antiguamente, cuando fallecía alguien, no se encalaba la puerta. Entonces se caía a pedazos y no se barría”.
Tampoco hay consenso en cuanto a los tiempos, según el parentesco que te una al familiar fallecido (marido, hijo, padre o abuelo). “Algunas personas, si se muere el hermano, lo llevan tres meses, otras lo llevan dos años. Si se muere el hijo casi todo el mundo lo lleva siempre hasta que se entierra y si se muere el marido, hay muchas mujeres que también”.
Una tradición impuesta a la mujer
Aunque en el proyecto también conocemos la historia de Antonio, que se ha puesto el luto por decisión propia, las personas retratadas en su mayoría son mujeres. “Casi todo el luto ha sido impuesto para la mujer. Muchas de las entrevistadas me han reconocido que es una tradición machista. Si se muere la madre del esposo, por ejemplo, él se va al bar con los amigos a beber y ella se queda en casa con el luto”.
“Marina, de 48 años, lleva más de 20 de luto muy riguroso. No tiene nada en la casa. Me contaba que cuando el marido muere, la mujer gitana tiene que vaciar su casa, no puede tener nada de riqueza. Entonces todos los adornos se guardan, todas las fotografiás. Lo único que puedes poner y deberías, cuando se te pasa un poco el dolor, cuando ha pasado un año, son fotos de tu marido por la casa, para recordar que el dolor no se va”, nos cuenta Virginia.
El luto no siempre va de negro
En este proyecto también hay personas que han decidido no vestirse de negro. Estrella es una mujer de Malpica, un pequeño pueblo costero y pesquero de Galicia, que perdió a su marido y a su hijo, pescadores, cuando salían con su barco, los Tonechos, en 1991. “Fue un caso muy sonado porque el barco salió con ocho marineros. Ese día la mar se enfadó y el barco se fue a pique y desaparecieron”, relata Virginia. Durante diez días se reunieron en casa de Estrella para hacer un velatorio sin cuerpos. “Toda la gente de Malpica en su casa día y noche, apoyando, trayendo comida… otros no tanto”.
Estrella sigue viviendo en la misma casa frente al puerto, donde cada año hacen la fiesta del mar y uno de sus hijos se hizo pescador tras la tragedia. “Ha decidido no llevar luto, porque dice que el negro no devuelve a los muertos. Me parece que su luto es el mar, que está en frente de su casa. Me interesaba mucho su postura, por ser de un sitio tradicional, pequeño y aún así haberse rebelado contra eso… por eso está en el proyecto. En cambio, está muy a favor de los tanatorios porque dice que después de vivir tantos días de velatorio en su casa es lo mejor que han inventado”.
Una losa y un consuelo a la vez
Le preguntamos a Virginia que si después de un año conociendo historias de personas con luto cree que se trata más de un consuelo o de una losa para ellas. “Ellos mismos dicen que no es vida y que están enterrados y no lo quieren para sus hijos, pero a la vez dicen que si no llevan el negro se sienten solos y abandonados y que es lo único que les queda. Sienten que si llevan el negro tienen a la persona más cerca. Hay una contradicción tremenda, yo no puedo ni opinar, no tengo un juicio. Es una tradición llena de contradicciones”.
Homenaje a su abuela Pepa y a sus raíces andaluzas
La pena negra surge por dos motivos. “El primero es una cuestión meramente estética”, confiesa Virginia, “tenía un recuerdo de cuando era adolescente e iba a Frigiliana y recordaba un pueblo blanco entero y manchas negras que caminaban por allí. Quería volver a este recuerdo y crear algo sobre eso”. El otro motivo conecta a Rota directamente con su abuela Pepa y con sus raíces andaluzas. “Yo la conocí de negro y la despedí de negro también. Nunca pensé que se debiera a algo extraordinario, me parecía algo normal. He hecho este proyecto porque creo que forma parte del lugar del que soy, Andalucía, y no sé si hay alguien que lo está recogiendo”.
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