Entrevista a la activista feminista y escritora argentina, autora del libro Código Rosa, relatos sobre abortos
Daihana Belfiori, activista feminista y escritora argentina, estuvo de gira por España durante octubre y noviembre de 2018. Presentó su libro Código Rosa: relatos sobre abortos, que por estas latitudes distribuye la editorial Traficantes de Sueños. Aterrizó en Málaga y la recibió Natalia Santarelli, también activista feminista, una anfitriona inigualable. Se encargó de organizar una agenda de presentaciones de la obra por Málaga, Granada, Córdoba y Barcelona, además de algunos talleres de escritura creativa bajo el título Leer Torcido.
Y en ese taller nos encontramos, el 25 de octubre en el Centro Ciudadano Valle Inclán de La Palmilla (Málaga). Gracias a las maravillas que ofrecen las redes feministas globales, gozamos junto a un grupo de otras diez personas de la necesidad de conectar territorios y discursos; de narrar nuestros cuerpos y sentires desde las tripas, de forma individual y en colectivo.
Como nos supo a poco, nos convocamos para continuar conversando: de sur a sur, en un espacio íntimo. Compartiendo comida calentita, miradas cómplices, y el profundo compromiso que nos vincula como feministas: la defensa del derecho al disfrute pleno de los derechos sexuales y reproductivos en todas las latitudes del planeta.
Generamos un espacio donde poder conversar sin la presión del “tiempo-de-la-reunión-pautada-para-tres-minutos-por-punto-del-orden-del-día”. Relatamos nuestras experiencias como activistas en los territorios Málaga- Andalucía y Córdoba-Argentina. Nos detuvimos en detalles, anécdotas y emociones, dando vueltas para llegar a un punto o para no ir a ninguna parte.
Compartimos los miedos comunes ante el giro geopolítico global hacia la derecha que nos atraviesa a todas. Tratamos de imaginar y comprender a través del relato de la vivencia de la(s) otra(s), las diferentes formas de manifestarse esta tendencia a los dos lados del Atlántico.
Y en ese contexto de conversación volvimos, una y otra vez, sobre el derecho al aborto libre, seguro y gratuito, intercambiando mucha información sobre las estrategias desarrolladas aquí y allí para alcanzarlo.
En España, el derecho al aborto está legislado y garantiza el mínimo riesgo para la salud de las mujeres. También es cierto que lo tenemos cogido con pinzas, porque legislar sobre los cuerpos de las mujeres se ha convertido en un chivo expiatorio, un arma arrojadiza de la(s) derecha(s) para abrir brecha social.
En el caso de España, vivimos en 2014 un año de movilización constante ante el ataque que supuso el planteamiento de la conocida como Ley Gallardón, en honor a su creador. El Tren de la Libertad y la presión del movimiento feminista a lo largo y ancho del estado, acabó con el rechazo de la propuesta y la dimisión del entonces Ministro de Justicia. Aún así se realizaron modificaciones que aumentaron la desprotección de las mujeres de 16 a 18 años.
Cuando miramos hacia Argentina, nos encontramos con un código penal que en 1922 estableció tres causas por las que puede practicarse un aborto legal. Sin embargo, el acceso a estos abortos ha sido prácticamente nulo.
Aparte de la ausencia de protocolos sanitarios, evidencia esta realidad el hecho de que el estado argentino no dispone de un sistema de estadística de abortos legales. Según un informe elaborado por ELA, CEDES y REDAAS en 2018, las muertes por abortos inseguros supusieron el 17% del total de muertes maternas en el trienio 2014-2016. Además, es la primera causa individual de muerte materna desde 1980.
Ante esta realidad, la agenda del movimiento feminista argentino está desde hace tiempo muy marcada por las movilizaciones por el derecho al aborto, legal, seguro y gratuito, que son reconocidas internacionalmente por el distintivo del Pañuelo Verde.
Es decir, que de aborto hablamos en todos lados gracias a nuestra lucha, y el que esté en el Congreso también colaboró a que no pueda ser obviado el debate en ningún lado: en las camas, en las mesas, en las plazas, en las calles, en las casas, en las escuelas… en todos lados hablamos de aborto.
Aprovechamos el encuentro con Dahiana Belfiori, activista feminista desde hace más de quince años, que ha formado parte de Socorristas en Red, para conocer un poco más de cerca.
P. Dahiana, ¿cómo se gestan los pañuelos verdes?
R. La campaña nacional por el derecho al aborto legal seguro y gratuito se conforma en el año 2005 en Argentina. Forma parte de otra trayectoria previa que son los Encuentros Nacionales de Mujeres en Argentina, donde nos juntamos mujeres de todo el país (bueno: mujeres, lesbianas, travestis y trans) a pensar en todas las cuestiones que nos atraviesan en la vida cotidiana como sujetas socializadas en la manera en que estamos socializadas.
Esta experiencia me parece muy particular en el mundo, y es allí también que la demanda del aborto legal aparece de una manera muy clara y muy contundente. Eso articuló la necesidad de que la demanda de un derecho tomara la característica de una campaña. El pañuelo verde aparece de inmediato como símbolo y ya más tarde, el eslogan.
A partir de la campaña, lo que hacemos es construir un proyecto de ley que se presenta sistemáticamente en el Congreso de la Nación Argentina. Fue debatido en el 2018 en el congreso de la nación, y no fue aprobado. Pero nosotras lo que decimos siempre es que la fuerza de la campaña ha logrado que se despenalice socialmente el aborto. Es decir, que de aborto hablamos en todos lados gracias a nuestra lucha, y el que esté en el Congreso también colaboró a que no pueda ser obviado el debate en ningún lado: en las camas, en las mesas, en las plazas, en las calles, en las casas, en las escuelas… en todos lados hablamos de aborto.
Cuando decimos “al silencio no volvemos nunca más”, que me parece interesante como consigna, es porque en un punto es cierto que hemos logrado de alguna manera quitarle a la palabra aborto esa connotación negativa que ha tenido históricamente. Ya no nos sorprende hablar de aborto. Sí, se está hablando y sí, los pañuelos verdes aparecen como una cotidianidad. Y eso es una cuestión interesante a pensar como logro feminista.
En el marco de la campaña aparecen distintas estrategias, como la articulación de las Socorristas que acompañan a mujeres que deciden abortar. Aportan información con evidencias científicas que incluso la Organización Mundial de la Salud (OMS), establece como las correctas para la práctica del aborto con medicamentos. La OMS plantea que las leyes y políticas referidas al aborto deben proteger la salud y los derechos humanos de las mujeres. Para esto, la entidad cree necesario eliminar las barreras regulatorias, políticas y programáticas, que obstaculizan el acceso a la atención para un aborto sin riesgos y su prestación oportuna.
Este acompañamiento ha permitido vivir el aborto de otra manera, que nosotras lo llamamos más feminista o al menos tratamos de que lo sea.
Nos articulamos en Socorristas en Redv (yo desde hace un año ya no pertenezco, que es importante decirlo) que lo que hacen es dar información y acompañar las experiencias de aquellas mujeres que deciden abortar con medicamentos. Y por otro lado, hay otras colectivas que no están aglutinadas en Socorristas en Red y que también están haciendo el mismo trabajo.
Este acompañamiento ha permitido vivir el aborto de otra manera, que nosotras lo llamamos más feminista o al menos tratamos de que lo sea. Con escucha, tratamos de acompañar a las mujeres en sus silencios, en sus miedos, y también revisarnos a nosotras en nuestras propias prácticas de acompañamiento.
Entre todo esto, aparece como otra estrategia la necesidad de contar estas experiencias de otro modo. Y aparecen los relatos nuestros, es decir, los de las socorristas, que reflexionamos qué significa acompañar para nosotras. También aparecen los relatos de las mujeres que abortan, en este caso en forma de ficción a través de este libro, Código Rosa, que es uno más, insisto, entre la cantidad de material fabuloso que estamos produciendo las feministas para que se visibilicen nuestras experiencias, nuestros sentires, nuestras formas de habitar el mundo.
Termino diciendo que esto no empieza con las jóvenes, ni con nosotras, sino que nos antecede. Me parece muy importante decir que la revolución no es de las hijas ni de las pibas, tiene que ver con un cruce, con una genealogía y con una historia. En todo caso, venimos construyendo esta revolución, que tomará matices en cada momento, pero que es producto de una historia de revoluciones en lo individual y en lo colectivo. Al no tener esto en cuenta, podemos caer en cierta desesperanza y en una excesiva responsabilidad al pensar que siempre estamos empezando de cero.
Las feministas tenemos historia y debemos plantarnos en nuestra historia para tomar fuerza, reconocer a las que nos precedieron para no caer en los mismos errores, y a sus trayectorias para tomar fuerza de esa historia común. Pienso que la potencia del movimiento feminista, que es intergeneracional e interseccional, tiene todo esto que tenemos que pensar en términos de poder, de no negar nuestra propia historia, ni a nosotras mismas dentro de esa historia.
P. Después de conocer el contexto en el que surge Código Rosa como una necesidad colectiva, no puedo dejarte marchar sin preguntarte por tus talleres literarios: ¿por qué “leer torcido”?
R. La literatura en mi vida personal fue crucial en términos de aprender el mundo, vivir mundos distintos al mundo que yo estoy pensando. La literatura me trae el mundo que no conozco, que no habito, a mi vida. La ficción, aunque no lo busqué expresamente, tuvo el poder de transformar mi vida cotidiana, de fomentar la curiosidad, encontrarme con otros mundos que no habito.
La literatura me viene a través de la escena de mi madre leyendo: su recuerdo leyendo en la cama antes de dormir. Veía su gestualidad y no podía entender qué la atraía de un objeto. Veía su cuerpo atravesado por muchas emociones y me intrigaba saber qué era eso que le quitaba su atención sobre mí. Recuerdo que la imitaba aunque no supiera leer. Así me convertí en lectora, había una transmisión desde la práctica, desde la experiencia.
Pasa también con la lectura que lo primero que nos llega es lo escrito por varones, esa es la literatura universal. Lo que aparece en cualquier tipo de currículum es la lectura de escritores varones. De eso me di cuenta cuando empecé a militar, a activar, dentro del feminismo como 15 años atrás, vi que me había perdido una buena parte de la biblioteca. Empecé ahí a leer ficciones escritas por mujeres de la mano de mujeres y de feministas. Entonces, se me abrió el mundo, y fue la primera pregunta que me hice: ¿Por qué la biblioteca está teñida por literatura escrita por varones?
¿Dónde están las personas que escriben (lesbianas, travestis, trans…) en las bibliotecas?
A la par, empecé a coordinar talleres de lectura y escritura creativa. Yo empecé a escribir a la vez que a leer, no concibo una cosa sin la otra, es una práctica que se mezcla en mi vida y que no podría separar del todo. En estos proyectos tomé la decisión de aportar literatura escrita por mujeres, lesbianas, travestis y trans.
Es una decisión política, no significa que no leamos también a varones, sino que nos permite situar las preguntas: ¿Dónde están las personas que escriben (lesbianas, travestis, trans…) en las bibliotecas? Y si leemos a varones, ¿cómo escriben los varones?, ¿Cómo construyen los personajes?, ¿Cuál es el punto de vista narrativo? Todo eso también es importante pensarlo desde la experiencia de la escritura de un varón, que no necesariamente es la misma que la de una mujer.
Esta es una manera de “leer torcido”, cuando yo digo «leer torcido» es pensar el vínculo entre literatura y feminismo, que es un poco este, es decir, esas preguntas que tienen que ver con la literatura, que es una pasión para mí, y con los feminismos, que son otras pasiones. Se conjugan de una manera particular en esto que… es mi oficio.
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