Racismo. Machismo. Clasismo. Las fresas de Huelva no tienen culpa de estar machucadas por el abuso sexual, la precariedad y la explotación laboral. España entera se lleva las manos a la cabeza por algo que lleva sucediendo años y que hoy, ahora, mientras lees esto, alguna mujer en cualquiera de los campos, en cualquier puesto de trabajo estará tragando saliva. También hay quien sigue mirando a otro lado. Racismo. Machismo. Clasismo.
“Mujeres de entre 18-45 años”. “Casadas y con hijos menores de 14”. “Del mundo rural”. “Buena salud”. “3 meses de trabajo en el sector de la fresa en Huelva, España”. Estas son algunas de las condiciones e información por parte de ANAPEC, un conjunto de asociaciones de agricultores de Marruecos que envían y seleccionan a las mujeres para el empleo de la campaña agrícola en la provincia onubense y que se dicta por los convenios entre los Ministerios de Agricultura de ambos países. Sin embargo, cuando llegan aquí se encuentran con una realidad muy diferente. “He venido aquí para trabajar y después de seis días me han echado sin ninguna explicación. Me he quedado sin nada”, denuncia Samira, una de las 17.000 jornaleras que han venido para la campaña 2018.
Es la primera vez que Samira viene a trabajar en la recogida de los frutos rojos. Es viuda y dejó a su hija en Marrakesh para ganar casi cinco veces más de lo que le pagan en su país por hacer el mismo trabajo. “En el pueblo de Marruecos donde vivo no hay trabajo para las mujeres y necesito dinero para mantener a mi hija. Si trabajas en el campo la jornada son unos 6€. Antes de ir a España, hablé con mujeres que habían estado antes y me dijeron que era una buena oportunidad, pero ahora creo que no me decían la verdad”.
“Entre el pasaporte, el visado, los viajes y el pasaje he gastado unos 700€ y solo me han pagado 200€ por los seis días. No he trabajado ni para devolver el dinero que me prestaron. ¿Cómo voy a volver?”
Sin pensarlo dos veces, Samira fue a inscribirse en la oferta de empleo y una vez que le dijeron que sí se endeudó con sus vecinas y familia para poder asumir los gastos del viaje. “Entre el pasaporte, el visado, los viajes y el pasaje he gastado unos 700€ y solo me han pagado 200€ por los seis días. No he trabajado ni para devolver el dinero que me prestaron. ¿Cómo voy a volver?”, se pregunta una y otra vez la jornalera.
La decepción se convierte en impotencia cuando afirma convencida que eso no es lo que ella firmó. Sobre todo, porque tenía claro que venía a trabajar tres meses, pero nadie le dijo que la podían echar durante un período de prueba que supuestamente no pasó. “El día que nos despidieron, trabajamos solo desde las 6.30h hasta las 8.00h., de repente vino una mujer que trabaja allí y nos señaló a unas cuantas para decirnos que se acabó nuestro trabajo y nos íbamos para Marruecos”, es lo que se encontró Samira que intranquila preguntó que es lo que había pasado a lo que obtuvo la inexplicable respuesta: “Es lo que hay”.
Seis días. Solo seis días ha durado la campaña agrícola para ella. Asustada por la situación y la incertidumbre a la que se enfrentaba, Samira fue amenazada por el encargado y dueño de la empresa de que si no se iba llamarían a la Guardia Civil. Ella tiene la suerte de vivir acompañada junto con su hermana afincada en la provincia de Huelva, pero algunas de sus compañeras se encontraron totalmente desamparadas. “Hay mujeres que han tenido que hacer chabolas para poder dormir en las calles porque no tienen nada”, asegura la temporera.
Pero el despido, antes de lo esperado, no ha sido su única sorpresa. También se ha encontrado con situaciones de explotación laboral, donde sus horarios incumplían los convenios de los acuerdos del sector agrícola de los frutos rojos. Su jornada al final del día eran más de ocho horas. Por la mañana recogían las moras en Moguer, y por la tarde podaban las plantas. “Entrábamos a las seis y media de la mañana hasta las dos y media de la tarde, sin media hora de bocadillo y después de tres a seis y media de la tarde. Estas son horas extras que hay que pagar a 6€ cada una y tampoco lo han hecho”.
Pero con el cansancio y los riñones doblados de todo el día agachadas, las temporeras de Marruecos rompían el ayuno por Ramadán entre casetas de obras prefabricadas de unos 12 metros cuadrados: estas eran sus casas. Habitáculos que ya en la campaña pasada, desde la Mesa de Integración, que engloba diferentes ONGs, denunciaron en su informe de 2017 que un 30% de las viviendas de las temporeras no cumplen las condiciones mínimas de habitabilidad. Bajo estos techos, duermen seis u ocho mujeres hacinadas de las más de 30 que hay en la empresa de Samira. Los cuartos de baño y cocina son comunitarios y estaban apartados. Mientras que dentro de la oferta de trabajo se incluía una alternativa habitacional por parte del empresario, la jornalera cuenta como ellas tenían que pagar por “vivir sin ninguna intimidad y dignidad”.
Y, ¿ahora qué?
Ahora, después de vivir todo esto, Samira lo tiene muy claro: “Quiero decirle a todas las mujeres que no vengan aquí a trabajar porque nos han maltratado”. Los frutos rojos se volvieron amargos en el momento que esta temporera se encontró con las condiciones de trabajo y con las maletas en la puerta de la finca. Pero como ella, son muchas historias más las que andan por los caminos de Huelva con ansias de desahogarse. Algunas, ya dieron el primer paso y armándose de valentía han denunciado a la empresa Doñana 1998 por explotación laboral e incluso por abusos sexuales. En el caso de Samira, cuando todo pasó no pudo denunciar porque no sabía dónde acudir. “No quiero que esto le vuelva a pasar a ninguna mujer más, pero denunciar es muy difícil porque no hablamos el idioma, no sabemos cuál es el protocolo. Tenemos miedo a lo que puedan pensar nuestras familias”
Algunas de las preguntas que rondan en las conversaciones en los medios, en las calles, es por qué ha salido ahora a la luz cuando supuestamente lleva ocurriendo años, al igual que en la provincia de Almería. Y es que, para esta campaña, el contingente de mujeres ha sido mayor respecto a otros, donde muchas son mujeres jóvenes que posiblemente, después de esto, no tienen miedo al qué podrán perder. “Las que hemos venido nuevas este año nos hemos dado cuenta de que esto no era la realidad que nos habían prometido. Las mujeres que llevan más años trabajando aquí, son mayores y es como si se hubiesen acostumbrado y normalizado el maltrato que aquí sufren. Si dicen la verdad, las amenazan con no venir más”, cuenta Samira.
«Las castigan con no trabajar, y por tanto sin cobrar, si no hacen lo que quieren. Cobran tarde. Aquí no hay sindicatos que se hayan hecho cargo de esta explotación, ni CCOO, ni UGT».
Pero no están solas. El feminismo ha venido para quedarse. Mujeres rurales, extranjeras y autóctonas, con experiencias de más de 14 años en la recogida de los frutos rojos en Huelva, compañeras, también han tomado las riendas en el asunto y acompañan codo a codo a sus hermanas en las denuncias y reivindicaciones. “Claro que existen insultos y explotación laboral. Creen que tienen poder sobre ti porque hay mucho miedo. Las castigan con no trabajar, y por tanto sin cobrar, si no hacen lo que quieren. Cobran tarde. Aquí no hay sindicatos que se hayan hecho cargo de esta explotación, ni CCOO, ni UGT. Este año hemos hablado más, porque si ellas no pueden hablar porque no saben el idioma, ni conocen a movimientos o tienen miedo para venir el año que viene, tenemos que ser nosotras las que apoyemos”, defiende una compañera onunbense.
A todo esto, la empresa Doñana 1998 también se defiende y sigue negándolo todo. Dice que nada es verdad. Que en todo momento se acogen a los convenios, que todos sus casas para temporeras pasan las inspección y que nada de abusos sexuales. “Todo esto es una estrategia del SAT y de Podemos para poder tener presencia en los campos de Huelva porque aquí no tienen delegación. A las mujeres que dicen que han denunciado, porque todavía no me ha llegado ninguna denuncia, les han prometido los papeles para que mientan”, repetía enfadado uno de los dueños frente a la propia finca.
Las diez temporeras marroquíes, que denunciaron durante el mes de mayo, acudieron por fin a la Audiencia Nacional para reclamar también por los delitos de lesa humanidad y trata de seres humanos a los empresarios que las contrataron para la última campaña, entre los meses de abril y julio pasados. A mediados de agosto, el magistrado del Juzgado Central de Instrucción número 1 de la Audiencia Nacional, Santiago Pedraz Gómez, ha incluído diligencias previas y solicitado información a la Comandancia de la Guardia Civil de Almonte (Huelva) y a juzgados de Instrucción de La Palma del Condado para que le remita toda la información sobre las denuncias por parte de temporeras por presuntos abusos sexuales en una finca de la localidad. Ahora las fresas están a la puerta de la justicia.
Los frutos rojos de Huelva son uno de los motores económicos de Andalucía. Sus más de 7.000 hectáreas de cultivo intensivo representa el 955 de la producción de la fresa en España que luego van a las mesas de Europa, sobre todo de Francia y Alemania. Según los ecologistas, este modelo de producción es insostenible. Las manos que recogen estos frutos son extranjeras y autóctonas, pero principalmente migrantes con contrato en origen durante el período de tiempo que dura la campaña. En su mayoría, son mujeres, y como este año, de Marruecos, ya que según dicen empresarios y asociaciones del sector, “se requieren manos delicadas para frutos delicados”. Al fin y al cabo, quienes mandan en este sector principalmente feminizado son hombres que buscan a mujeres que no tengan ninguna intención de quedarse en el país, sino que tengan algún tipo de atadura para regresar al suyo y sobre todo, que no den problemas.
Ahora, los campos de fresas se han vuelto a quedar vacíos. Sin embargo, las fresas volverán a colgar de las matas y nadie sabe quién vendrá ni cómo se irán las manos que se manchen de fresas. Las fronteras siguen vulnerando los derechos y separando a personas entre norte y sur, entre el nosotras, nosotros, y el ellas, ellos. El colonialismo sigue marcando los límites sujetos al capitalismo que estruja a hermanas. No son las fresas, sino el sistema.
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