Este texto está en la sección La Corrala, el patio de vecinas de La Poderío donde cada una charlotea, cascarrilla y pone colorá lo que sea mientras le da el fresquito o el sol en la cara. Más agustito que te quedas, oú. Eso sí, La Poderío no tiene nada que ver con lo que se pone aquí, solo apoya la participación de las lectoras. Puedes enviar tus artículos a ole@lapoderio.com. Otra cosa, antes de hacernos las propuestas pedimos que leas nuestro ideario.
Por Miss Lane Ballou. La seño inmisericorde.
El otro día perdí la paciencia con un tipo. Otro más.
En un determinado momento de la conversación, tuve la clara intuición de que intentaba enredarme de un modo que me resultaba familiar. Empezó a recordarme a algo que ya me había pasado antes.
Analizándolo brevemente, me di cuenta de que el tipo estaba desplegando una pauta de comportamiento que a mí me toca soberanamente el enebro y que, ya he puestas a hablar de ella, he decidido etiquetar como «la trampa de las cookies». Me explico:
El cookieman medio suele ser un tipo inseguro, muy egocéntrico y en el fondo bastante perezoso, que adopta casi siempre la siguiente estrategia:
- Se apresura a exponer sus peores defectos como persona en la primera conversación que tiene contigo. Esta demostración tan sospechosamente temprana de honestidad vendrá siempre hilada con grandes dosis de autocompasión y a menudo se presentará en formato de romanticismo atormentado, o bien, de gran lucidez intelectual. Pero —y esta es la primera señal de alarma—jamás contendrá un pizca de sincera autocrítica y ni rastro de propósito de enmienda.
- Si tú no le cuestionas en ese mismo instante nada de lo que te está contando, automáticamente entenderá que le aceptas «tal y como es». Léase: sin esperar que en ningún momento él vaya a hacer el menor esfuerzo por trabajarse sus movidas o por replantearse sus actitudes de mierda.
Nota: Por supuesto, hay dos circunstancias que juegan claramente a su favor y con las que él cuenta, de forma consciente o inconsciente: Uno, en general, hace falta ser tremendamente asertiva —o un poco hija de puta—, para criticar a una persona a la que acabas de conocer y que te está confesando algunas de sus mayores flaquezas personales, y, por otro lado, más en lo particular, a las mujeres nos suelen educar para todo lo contrario. - Obviamente, ateniéndonos a ese acuerdo imaginario barra derrape mental del muchacho, tú perderás desde ese momento cualquier derecho a reprocharle nada en lo sucesivo, puesto que él ya te mostró su aviso de cookies nada más entrar y si tú decidiste seguir navegando por el sitio… bueno, todo el mundo sabe lo que eso implica, ¿verdad? “¿A qué viene reclamar luego, si tú ya conocías sus defectos desde el primer momento porque él —que será un mierda pero al menos ha sido súper- mega-sincero contigo— te los explicó y tú no le pusiste objeciones? Qué hija de puta eres, ¿no? Cómo has jugado con él. Y cómo sois las tías, que digáis lo que digáis, tarde o temprano siempre intentáis cambiar a los hombres en cuanto os aburrís de ellos…»
«Estate atenta, querida e incauta amiga con-tendencia-a-ser-demasiado- indulgente-con-las-debilidades-ajenas».
Moraleja: estate atenta, querida e incauta amiga con-tendencia-a-ser-demasiado- indulgente-con-las-debilidades-ajenas, a esas cookies que intentarán colarte los pusilánimes más taimados, y nunca temas cuestionarlas y rechazarlas sin contemplaciones, porque:
- Ten por seguro que te saldrá totalmente a cuenta dejarle claro tú a él desde el principio con qué tipo de sandeces no estás dispuesta a tragar y tal vez quedar como un monstruo desconsiderado, antes que dejar correr lo inaceptable por tal de quedar bien y acabar dándote cuenta de que la pusilánime has sido tú.
- Piensa muy bien en las implicaciones de aceptar de antemano una política de cookies, porque cuando empiezas una relación —del tipo que sea—aceptando que el otro no va a salirse ni un milímetro de su zona de confort, te estás comprometiendo de manera tácita a hacer tú todo el esfuerzo en esa relación y a quedarte para siempre confinada en un lugar —físico o metafórico— que a él le permita seguir cómodamente enrocado en su inmadurez, incompetencia y/o gilipollez crónica.
Y no, gracias. Yo al menos paso de comerme las cookies de nadie. Total, que despaché al tipo poco rápido.
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