Jenifer. 26 años. Cordobesa de los pies a la “cabesa”, con mucho salero y poca (ninguna) “vergüensa”. Ella es mujer y gitana. Las dos cosas innatas. Nadie puede poner en duda su alma y corazón de mujer y, a simple vista, tampoco su cuerpo femenino exuberante y cuidado al detalle. Sin embargo, durante más de una década de su vida y hasta los 18 años en el DNI su sexo asignado era “Hombre”. “Yo era una andrógena”, se describe Jenifer riéndose. Riéndose ahora, porque el camino ha sido largo y pedregoso para una mujer transexual.
Espera que su historia algún día deje de ser noticia, pero mientras tanto cuenta las veces que haga falta lo que ha tenido que pasar. Le ha costado lo suyo. Ella no se levantó por la mañana sintiéndose mujer, sino que aún cuando no tenía la conciencia del recuerdo ya vestía y actuaba como tal. Durante su infancia no tuvo ningún referente, ni conocía a personas transgénero o transexuales. Cuando con seis años decía que era una niña, todo el mundo le llevaba la contraria. Optó por callarse. “Cuando mi madre me preguntaba no sabía que contestarle. Había tenido problemas en el colegio para relacionarme, incluso me hacían bullying. Conforme iba creciendo, por muy pequeñita que yo era eso lo iba aflorando. El comportamiento femenino era natural. Querer vestir como las demás niñas, hacerlo todo como una niña. Entonces la gente tendió a confundirlo con que era gay”.
Hasta que un día su madre, Keta Jiménez, la llevó al psicólogo. “Ella es la verdadera heroína de esta historia”, recalca Jenifer. Y es que fue la primera persona que quiso ayudar a su hija y fue allí cuando le confirmaron que tenía “disforia de género”, denominado así por organismos médicos y psiquiatras a según ellos una patología que consiste en sentir aversión con tu propio cuerpo y el sexo que se te ha asignado , es decir según este tipo de informes que son muy cuestionados por servir como un requisito el diagnóstico, Jeni era una chica en un cuerpo de chico.
A partir de ahí, la vida de Jenifer dio un vuelco. “Yo existí siempre. Por eso para mí no fue un cambio brusco, pero para mis familiares y las personas que estaban a mi alrededor, sí. Me daba miedo la transición por el qué pensarán en la familia, el colegio, el salto al instituto. Sin embargo, yo tenía el apoyo de mi madre y ya me daba igual tener el mundo en contra. Así que lo hice”.
Después de los psicólogos, con 14 años, fue derivada en su centro de salud a la Unidad de Transexualidad e Identidad de Género (UTIG) de Málaga en el Hospital de Carlos Haya, único en esta especialidad en Andalucía en el año 2004. “Lo primero fue una asesoría psicológica y después comencé a hormonarme para hacer la transición”. Empezó a tomar la medicación pertinente con 16 años y medio aproximadamente lo que debería ser de por vida para poder optar a la larga lista de espera de cirugía genital que empezó cuando tenía 18 años y que por fin llegó su turno con 26.
Estas hormonas no sirven solo para “feminizarte desde dentro y equilibrar el nivel de hormonas”, sino que también es una condición obligatoria para poder realizar la operación genital, incluso para cambiar tu sexo y nombre en el Documento Nacional de Identidad tras dos años de tratamiento. “Yo tenía claro que me quería operar por lo que para mí fue de gran ayuda y me sirvió también para feminizar parte de mi cuerpo ante los cambios de la adolescencia, pero no milagros”.
La transición
Toda una vida pendiente de una sola operación que no la dejaba avanzar para sentirse consigo misma completa como mujer, algo que nunca dejó de ser. “Después de la operación miro atrás y siento que he perdido parte de mi infancia y de mi adolescencia, porque los genitales no me correspondían aunque no hacía ser menos mujer, lo único que me bloqueaba a la hora de tener relaciones, por ejemplo”. Un bloqueo que le llevaba a no quitarse la ropa interior ni a tener confianza para intimar con los chicos por complejo y prejuicio.
El antes y el después de su “transición”, como ella lo denomina, es algo en el que nadie se puede poner en su lugar, siendo el momento más difícil, según esta mujer hecha y derecha. De pequeña ella traba de elegir la ropa y lo hacía de la forma más unisex posible, aunque cuando fue creciendo y entró en el instituto, su vestimenta era totalmente de chica. “Yo salía con mis amigas y me maquillaba, me arreglaba. La gente me miraba y decía “dónde va esta”, pero saqué fuerza para ser yo”, recuerda Jenifer, mientras cuenta como tuvo que hacer un trabajo doble, por ella y por las personas de su alrededor, para que viesen que estaba bien y que era lo que ella quería a pesar de temblar por dentro, pero siempre con firmeza por la vida.
Recuerda también durante ese momento de la transición cómo eran sus relaciones sociales. Por un lado, notó el apoyo de sus compañeras y compañeros de clase en el instituto, pero a veces también el rechazo por el simple hecho de no saber como tratar a una persona transexual. “Tenía la sensación de que a veces daba miedo y pienso que mucha gente no se relacionaba conmigo porque no sabía como tratarme por falta de naturalidad y confianza. Eso es lo que me hubiese gustado, que me tratasen con toda la naturalidad como a cualquier persona de la calle o el instituto”.
La importancia de la educación en diversidad sexual parte de ahí: del trato, el respeto y de la empatía hacia las personas, incluso a nosotros mismos. Por ello, Jenifer insiste en que si nos enseñan desde pequeñitos sobre identidad de género y sexo, en lugar de tratarlo como tema tabú, no tendríamos estos problemas tan severos en la sociedad. “Crecemos con la idea de que ser gay es malo, ser lesbiana es malo, ser transexual es malo. Y por eso, tenemos miedo a sentir de forma diferente porque piensas que todo el mundo te va a rechazar y eso es porque estamos ante una sociedad machista y retrógrada”, explica.
Tanta es su importancia y sus consecuencias en la sociedad que por culpa de la desinformación, Jenifer como otras tantas personas ha sufrido agresiones transfóbicas. “Muchas veces me han dicho que siendo gitana y de venir de un barrio como este debe ser más difícil reconocer mi identidad, pero en realidad yo he sentido la crueldad de la sociedad más fuerte en general, que en mi barrio. El rechazo ha sido más grande fuera que dentro”. Y estas muestras de odio la llevaron a ser desconfiada y a sacar su carácter de fiera. “Si tú me atacas te voy a sacar los ojos yo a ti”, bromea Jeni. Porque en realidad, su mejor arma es el diálogo para argumentar ante el desconocimiento.
Así, soy yo
Cuando Jenifer trata de definirse no encuentra las palabras. No le gusta hacerlo. Hablar de una misma nunca es fácil. “Diga lo que diga la sociedad y pongan las etiquetas que quieran, yo nací mujer. A parte de nacer mujer soy gitana. Me crié en un barrio humilde de Córdoba, nada de deprimido como dicen en los periódicos. No hay barrio más alegre que este. Me siento muy orgullosa de mis raíces y de donde vengo”, recalca la cordobesa.
Pero empieza a tomar carrerilla y descubrimos a una mujer que tiene muchas preocupaciones, metas, sueños, ideas. A Jenifer le preocupa el cambio climático y todo lo que va a pasar con el planeta Tierra. “Yo no sé si vamos a llegar a viejos porque nos estamos cargando el planeta”. También está pendiente de los conflictos diarios en el mundo. “Esa cosa de si va haber una tercera guerra mundial con esta rivalidad de unos países con los otros, es que no sabemos lo que va a pasar y todo por culpa de cuatro tontos”. Y la crisis económica es otra cosa a la que le da vueltas. “Hay demasiadas familias en las calles y pidiendo ayuda alimentaria, sin apenas vivir con los sueldos tan bajos y las cosas tan caras”. Aquí una cosa lleva a la otra y Jenifer también repasa sus preocupaciones personales y teme a quedarse estancada, quiere conocer otras culturas, “empaparse de todo y más”.
Pero no olvida de donde viene y con la vista siempre hacia adelante reconoce que lo que más le preocupa es que “la gente tome conciencia. Hay que mostrar la realidad y dar a entender que elegir nuestro sexo no es un capricho para que no digan que por el hecho de nacer hombre vas a morir siendo hombre hagas lo que hagas, ni que está relacionado con la droga y la prostitución como todo el mundo cree. Es mucho más fácil de entender de lo que parece cuando hay voluntad”. Que reconozcan su identidad ha sido una lucha constante y por eso la defiende como la que más. “Yo prohíbo que me digan que soy un hombre. Yo estoy diciendo que soy una mujer y lo que se está viendo aquí es una mujer. La identidad es lo que tú sientes en tus adentros con tu naturaleza”.
Y en todo esto, el feminismo también está presente, no solo en la búsqueda de la igualdad entre mujeres y hombres, sino también en visibilizar la diversidad sexual y la identidad de género. Cuando Jenifer habla de igualdad, trabaja directamente con la mujer de la etnia gitana para que crezcan y se superen a sí mismas como personas. “La sociedad es machista y el gitano está intoxicado también con el patriarcado. El feminismo es un abanico muy grande de variedades y para mí, entre otras cosas representa el sentirte mujer seas como seas. Exhibirte o no depende de mí y de lo que yo quiera”. Pero cuando se refiere a su transexualidad también tiene tela que cortar. “Lo que más he notado ha sido el machismo. También hay una sociedad dentro de la diversidad sexual que es machista porque si eres homosexual o gay, estás mucho mejor visto que si eres lesbiana o transexual. A un hombre sí le está permitido que tenga el gusto por el mismo sexo, pero al revés todavía no”.
La entevista ha pasado a ser una charla. Jenifer es valiente y sensible. Sabe que a pesar de llevar toda su vida luchando, aún le queda un buen trecho. Pero lo más importante ya lo ha recorrido: no solo reconocerse y quererse a sí misma como es, sino que lo demás lo hagan. Y es que no es de extrañar. Ella lo tiene muy claro, “la mujer es el sexo fuerte y el hombre el sexo débil aunque no hayan intentado engañar todo este tiempo. Las mujeres somos más inteligentes, porque no queremos ganar, queremos la igualdad”.
Leyes firmadas con pluma
Andalucía va más allá. Con un pluma remolinada, da un paso al frente. Pionera en España. El 15 de enero de 2018 se publicó en el Boletín Oficial de la Junta de Andalucía (BOJA) la nueva Ley para garantizar los derechos, la igualdad de trato y no discriminación de las personas LGTBI (lesbianas, gais, transexuales, bisexuales e intersexuales) y, además, como gran novedad, la inclusión a las familias en el ámbito de su aplicación, especialmente a las homoparentales. Esta ley que ya entró en vigor el 5 de febrero y complementa la aprobada con mucho esfuerzo y sudor la de 2014, también tiene la intención de crear el Consejo Andaluz de Participación del colectivo LGTBI, adscrito a la Consejería de Igualdad y Políticas Sociales como órgano de consulta en materia de derechos y políticas públicas del colectivo y contra la LGTBIfobia.
La lucha de los colectivos en Andalucía han logrado la unanimidad en el Parlamento Andaluz para conseguir mejoras en el ámbito sanitarios, sobre todo en derechos de los menores transexuales y en el desarrollo del tratamiento hormonal durante la pubertad. Respecto a la inserción social, se han llevado a cabo propuestas de medidas dirigidas a víctimas de violencia y a personas en situación o riesgo de vulnerabilidad y exclusión social. Las diferentes asociaciones también han hecho hincapié en los centros residenciales, los de día para personas mayores, los de participación activa y los destinados a personas con discapacidad garantizarán el derecho a la no discriminación de las personas tanto a título individual como en su relación sentimental. Protección también e materias educativas contra el acoso escolar, en criterios para la inclusión laboral.
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