El pellizco flamenco de África
El pellizco flamenco de África

Lucía Muñoz Lucena

19 julio 2018

Nadie sabe muy bien cómo y dónde surge, pero se dice por ahí que en las calles más humildes de Andalucía unos pies negros marcaban cada día el compás. Unas veces era alegría, otras tristeza, impotencia, o quizás de todo un poco y más. Pero el eco retumbaba a flamenco y al fondo se veía negro.  Era, y es, la África esclava.

Empieza a calzarse y ya comienza a subir la intensidad y la pasión. Primero un tacón, luego el otro. No le ha dado tiempo a incorporarse cuando los pies se le van solos, como una fuerza, un torbellido, que la atrae y no sabe bien cómo explicar. El flamenco se apodera de ella y su cuerpo se está descontrolado, pero a la vez más controlado que nunca. Con cada movimiento se descubre y reconoce. Encima del tablao, es más ella que nunca. Es Yinka Esi Graves.

Hablar de Yinka es ponerle cara al flamenco. Pero además una cara poco común al estereotipo de este arte, esta cultura, esta identidad y forma de ser. Esta bailaora, entre otras muchas facetas, es hija de madre ghanesa y padre jamaicano y su piel delata su afrodescendencia. Por eso, imaginar a una mujer negra encima del escenario taconeando con todo el poderío, llama, y mucho, la atención.

«El flamenco es una búsqueda tan grande que siempre quieres más. Es una búsqueda infinita».

Nació y se crió en Londres, donde vio su primer espectáculo de flamenco con 12 años, pero no fue hasta su época en la universidad cuando se apuntó a sus primeras clases de flamenco y de ahí directa a España, por y para aprender a bailar bulerías. “El flamenco es una búsqueda tan grande que siempre quieres más. Es una búsqueda infinita. Desde que empecé a dedicarme por completo desde hace dos años, porque antes lo compaginaba con otros trabajos, pero esto es lo que quiero hacer ahora”, recuerda Yinka en voz alta.

Y en esa búsqueda del flamenco, para ella lo más importante es sentirse bien con lo que hace cuando su cuerpo “está expresando con plenitud” y rompe las barreras. Barreras que no se palpan, pero que están y que ella aprovecha más bien como un cruce caminos que le ha llevado a vivir en Cuba, en Nicaragua y que aunque se sienta “hija de la diáspora”, en su identidad hay una diversidad y particularidades de cada una de ellas que la enriquecen. “Lo que envidio de la gente que nace en África es que saben que son africanos, nosotros desde la diáspora siempre estamos buscando esas raíces”. Pero entre tantas raíces sanas ha crecido un árbol robusto y a la vez flexible a cualquier movimiento. “Esa es mi vivencia real. Son muchos idiomas, muchas culturas y siento que en mi baile hay mucho de afrocubano y lo noto porque sale de mi cuerpo”, deja claro Yinka. Por eso, cuando se sube al escenario juega con la estética de lo que el público espera y con lo que se encuentran. “Hay mucha gente que no se cree que yo bailo flamenco porque soy negra, incluso eso ha tenido una pequeña lucha interior porque no me veo con el estereotipo, pero lo que sí sé es que soy yo cuando estoy ahí. A veces, las estampas son cosas creadas, no una realidad. Y ni soy una falda o un peinado que baila, soy una persona y en el flamenco somos diversas”, reconoce la bailaora.

Yinka es bailaora afrodescendiente./ Foto: FCAT

Cuando Yinka baila, desde lejos se reconoce su estilo único y personal. Está mezclado con ese punto africano que tiene en la forma de sentir su cuerpo, el ritmo, el suelo. “Históricamente Andalucía siempre ha estado mezclada con África, con la llegada de esclavos que trajeron hasta aquí su cultura y que no pudieron arrebatarle. Ahí está esa similitud, quizás no en pasos específicos, pero sí en la forma de entender la relación entre música, bailes, la idea de rematar, en compartir los espacios y en los círculos en lo que todo el mundo participa como la rumba o la burlería. Es un espacio abierto a la improvisación”, compara. Sin embargo, hay algunas cosas que no son casualidad. “Las relaciones con el suelo, todo va desde la conexión con la tierra. No solo es acompañamiento entre música y baile, es querer comunicar. Es pedir a la gente que miren más allá de lo que están viendo, que las sientan”. Y quizás por eso, el flamenco no es sentío, sino el sentío.

Y de toda esta relación, se empapó con otra bailaora flamenca y malagueña: La Lupi.Conocerla a ella fue descubrir otra forma de acercarme y vivir el flamenco. Ella es una de las pocas personas que habla abiertamente entre África y el flamenco y eso se ve en su cuerpo. Una mujer que baila con la parte interior del pie, algo que no se puede se más africano”, señala.

“El flamenco te obliga a amarte y a aceptarte. Plantar los pies en el suelo y abrir pecho es algo obligatorio”.

Yinka tiene un estilo muy particular en el que los entendidos aprecian aires africanos y también contemporáneos. Su estilo es categórico y «le sale de las tripas», aunque ella dice que no sabría ponerle nombre a lo que interpreta. «Dentro de muchísima estructura y muchísima técnica, hay espacio para la expresión individual de la persona”. Y aquí, hace referencia también a Gurumbé, canciones de tu memoria negra, un documental de Miguel Ángel Rosales, en el que Yinka pone su baile, y habla sobre las raíces africanas del flamenco, debido a la huella que han dejado los esclavos que trajeron hasta España.

Pero si hay otra cosa que le ha dado a Yinka el flamenco es reconocer la fuerza de las mujeres dentro de este arte. “El flamenco te obliga a amarte y a aceptarte. Plantar los pies en el suelo y abrir pecho es algo obligatorio”. En su flamenco, el feminismo no es un tema, es una realidad. “En nuestro espectáculo tenemos claro que el feminismo es transversal. No hay barreras. Hay diversidad y eso es lo bello. Fuera los prototipos y abiertas a la expresión de cada cual”, reconoce orgullosa.

Ni olvidadas. Ni resignadas. El afroandaluz existe y el flamenco, lo demuestra.

Cantes de ida y vuelta

El flamenco es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Su música y su son te arrastra hasta la Andalucía profunda, lo mismo a una cueva del Sacromonte granadino que a la orilla de un puerto pesquero en la Bahía de Cádiz. Y es que, de orillas sabe mucho el flamenco y sus influencias. Bebe y crece de los ritmos caribeños y americanos, de las antiguas colonias españolas y de los esclavos africanos llegados hasta Andalucía. El flamenco es afromericano, negro como el tizón. La esclavitud negra, principalmente de Mozambique y Senegal, que entró en Sevilla y Cádiz contribuyeron a ese magma musical andaluz del que surgiría el flamenco durante los siglos XVI y XVII. Les pudieron quitar su libertad, pero no la dignidad. Quizás por eso, el flamenco es un canto tan expresivo, que encharca pulmones y que hace bailar los corazones. Andalucía fue y es una tierra de sol a sol, de luchas por mantener y defender las identidades, de tener que demostrar lo qué es ante los pisotones y las trabas del centralismo.

Los eslcavos negros pelearon por mantener sus señas y los andaluces aún lo hacen hoy día. Tampoco se puede ignorar que a lo largo del siglo XVIII y, especialmente, en el ochocientos fueron llegando a la península, sobre todo a Andalucía, los ritmos afroamericanos, los cuales revitalizaron la música africana que se encontraba en peligro de desaparición, en paralelo al declive de la población esclava en la península. El éxito de tales cantes, bailes y ritmos fue de extraordinaria importancia para la música andaluza, ya que favoreció que estos elementos africanos y afroamericanos pudieran entrar a formar parte de lo que en breve llegaría a ser conocido como flamenco. los gitanos cumplieron una importantísima labor al incorporar a su repertorio musical buena parte de los bailes y cantes de origen africano, ya fuesen los que llegaron directamente de África, ya fuesen los que llegaron posteriormente vía América.

Esta entrevista ha sido realizada durante el Festival de Cine Africano
Tarifa y Tánger (FCAT) durante la XV edición.
Lucía Muñoz Lucena

Lucía Muñoz Lucena

Impulsiva, quejica, cabezona. Mu de mi casa. Me gustan las lentejas, y si no las dejas. Feminista y periodista que va por ahí con una cámara hablando de lo que la Ley Mordaza no quiere que contemos.

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