“Sólo espero morir cuando Giorgia Meloni ya no sea primera ministra, porque el suyo es un gobierno fascista”. Michela Murgia (1972-2023)
Hace un año que murió Michela Murgia. Lo supe el pasado miércoles. Mi primera reacción al recibir el mensaje de Ana fue la de sentir cierta culpabilidad por no haber llegado en tiempo y forma a esta información. Cómo es posible que se me haya escapado, qué he estado haciendo que no he seguido a pies juntillas la vida y la muerte de alguien que hasta última hora trabajó por no cederle un metro a la ultraderecha que se iba viniendo como advertía y retrataba en Instrucciones para convertirse en un fascista. Y que es un vínculo inexpugnable entre Ana y la que aquí firma.
Murgia era de Cerdeña. Cultivó, además de la ficción, el ensayo y el teatro y fue en su isla donde lideró un partido independentista que quedó como tercera fuerza en las elecciones de 2014. Decía que esperaba estar muerta antes de que Meloni fuera ministra. Una mujer católica, defensora de los derechos LGTBI y de la eutanasia, que nos regaló en forma de libro la historia de sa femina accabadòra o sa femina agabbadòra, la mujer responsable de acabar con la vida de aquellas personas que estaban al borde de la muerte en una especie de eutanasia arcaica y ritual donde a veces usaba un mazzolu, o martillo de olivo. Leyenda o no, existe en Cerdeña un museo dedicado a su figura. Fue gracias a Ana que llegué a La acabadora de Murgia y gracias a Murgia que conocí una parte de la cultura popular sarda donde la muerte y los márgenes sociales interseccionan de nuevo con las mujeres.
Ana me ha descubierto muchas más cosas porque es una amiga de la infancia sacada de contexto: coincidimos en un momento y en un lugar al que no pertenecíamos y desde entonces nuestra comunicación ha sido limpia, desinteresada y entusiasta. Hemos ido vinculándonos de formas variadas porque la distancia es grande (ella es cántabra) pero nunca faltó una carta, una llamada, un viaje. Con ella fueron mis primeras ferias y nuestra vinculación pasa por fascinarnos juntas ante escritoras como Michela Murgia o Irene Solà, por insistir más que recomendar, por contarnos en un sentido de narrarnos mutuamente y de contar con la existencia de la otra aún en la distancia.
Llegar tarde a la muerte de la escritora de Cerdeña me hace seguir pensando en todo lo que se nos escapa porque el turbocapitalismo hace que llegar a todo lo que realmente nos interesa sea inviable, y hacerlo a las cosas que realmente tienen importancia para nosotras se hace cuesta arriba. Dice Guillermo Zapata que la realidad caduca rápido y lo suscribo un poco aterrorizada. También pienso en cómo nos devoran las novedades y las recomendaciones, las listas interminables, los libros para el verano y las novedades del otoño, generándonos deseo y frustración en la misma medida, mientras que una de nuestras escritoras favoritas se puede estar muriendo sin que apenas su final llegue a tener el lugar que merece en nuestras vidas.
Me imagino intentando salir a flote para no acabar naufragando en esto de la economía de la atención y veo, al final, la mano de Ana. Como La acabadora, Bonaira Urrai, aparece para anunciarme la muerte de nuestra adorada Michela y siento que ella, la escritora sarda, es ya definitivamente y para siempre, un puente inexpugnable entre las dos.
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