Mi primer contacto con lo sobrenatural fue de la mano de mi yaya Leonor y de mi tía yaya Adela, su hermana. Las dos vivían con mi yayo Pablo en la misma casa, frente a la mía. Para mí, pasar las tardes con ellas y sumergirme en su universo, era una experiencia fascinante. No sé si ser la mayor de tres hermanos muy parejos, lo que hizo que mis padres no dieran abasto con los más pequeños, me convirtió en un ser extremadamente independiente desde muy niña. O más bien el motivo fue quedar atrapada por el mundo interior mágico de estas dos mujeres. Lo cierto es que pasé más tiempo con ellas durante mi infancia que en mi propia casa. Las razones las entenderéis en cuanto avancéis en la lectura de estos párrafos.
Mi yaya siempre fue una persona activa, que atendía las labores de su huerto durante casi todo el día. Allí tenía una vid, un granado, varias higueras y muchos animales que se convirtieron en compañeros de juego enseguida: perros, gallinas, gallos, conejos, cabras, patos y hasta erizos. Desde muy temprana edad desarrollé una empatía especial con seres de otras especies y con las personas de varias generaciones mayores a la mía. Acompañarlas a vender los huevos de sus gallinas o a llevar a la virgen milagrosa a casa de otras vecinas de su edad era parte de la rutina que compartíamos.
Mi yaya y mi tía eran dos mujeres muy religiosas y todos los domingos por la mañana me llamaban para ir a misa. Aunque a veces yo era la única niña de la iglesia y no me entusiasmaba mucho la eucaristía, lo mejor pasaba cuando compartía con ellas conversaciones en torno a lo religioso a la salida. Mi yaya me hablaba siempre de las famosas apariciones marianas y de que normalmente las vírgenes elegían a las niñas como yo para aparecérseles. Ella tenía muchísima fe en que yo fuese la siguiente elegida, y así me lo transmitía con una ilusión que me contagiaba en el momento, pero que a medida que transcurría el día pasaba a formar parte de otro de mis muchos terrores nocturnos. Entonces pensaba que ojalá no fuese yo tan especial como para que la virgen me eligiera porque no iba a estar preparada para recibirla sino para cagarme de miedo.
Era la época de las cintas en VHS y en mi casa había algunas míticas como las de Freddy Krueger, El Resplandor, El Exorcista o Posesión Infernal. Mi padre también nos ponía a menudo a mis hermanos y a mí el Thriller de Michael Jackson en su versión íntegra de 14 minutos, con el inicio en la sala de cine con el cantante y Ola Ray incluido. En aquel momento mis padres tenían un pub en mi pueblo y los videoclips eran el plato fuerte de todas las pantallas. Recuerdo la emoción de ser testigos de la trama que se desarrollaba en la oscuridad del cine y en un giro de guión entrar de lleno en el horror que sufría la actriz para después respirar tranquila porque solo se trataba de la película que estaban viendo los protagonistas. La metahistoria dentro de la metahistoria por tres veces en una estructura de metraje con tintes de terror clásico que en su día fue revolucionaria.
Volviendo a la casa de mi yaya, que era lo más parecido a la casa de Pippi Långstrump porque mi yaya y mi tía no contaban como adultas aburridas, estar con ellas era toda una aventura. Allí no faltaban las biblias, el Nuevo y el Antiguo Testamento, los rosarios y un péndulo. Mi yaya lo cogía y jugábamos a hacer preguntas. “Si es que no, el péndulo dará una vuelta y si es que sí, hará movimientos rectos. Pregúntale lo que quieras”, me decía. También hacíamos un juego de abrir alguna de las biblias con una tijera y ver hacia donde apuntaba esta para responder a alguna pregunta que le hubiésemos hecho.
Este tipo de relatos me hizo tener pesadillas muchas noches, pensar que había otros seres en los armarios y debajo de mi cama, escuchar voces y hasta ver una vez con mis propios ojos, lo juro, a peculiares seres enanos luminosos marchar por el pasillo de mi casa. También tuve amigos imaginarios, pero creo que esto se debió más a mi condición de hija mayor, que todavía era pequeña, queriendo llamar la atención de sus padres.
En esa casa que tanto echo de menos también había libros y revistas para lectores de edades más adultas, novelas de Galavisión y la radio de fondo todo el día. Y entre ficciones y no ficciones, conversaciones y reflexiones de otros mundos posibles que manteníamos a todas horas. Esas otras posibilidades de ser y esa imaginación me acompañan desde entonces.
*Ilustración realizada con IA.
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