Bicuriosa, ambiguarra, heterocuriosa… estos fueron algunos de los términos más amables que usaron algunos amigos entre risas para describirme cuando a los veinte les conté que era bisexual.
Antes, en la adolescencia, me habían dicho que seguramente fuera una fase, que no me preocupara. Yo no estaba preocupada, pero no tenía referentes para poder explicarles lo que me estaba pasando de una forma sana y equilibrada. “Que resulta que ahora me gusta Raúl, pero hace unos meses me gustó Rocío” (uno de los dos nombres es ficticio, el otro no, pero este coti vintage ya lo ha prescrito, queridas). En sus voces notaba cierta incomodidad, como una falsa naturalidad que se convertiría en nerviosismo.
Como mi expresión de género es femenina, otro día hablaremos de la femmefobia, para muchas personas, si yo decía que me gustaba una chica, eso que estaba pasando era algo anecdótico. Para otras, que ya están fuera de mi círculo de confianza, afortunadamente, aquello era motivo de mofa sexual y se lo llevaban siempre a la mirada lasciva masculina: que si tríos, que si orgías y otras lindezas.
Aunque luego una descubre el feminismo y el empoderamiento sexual, creedme si os digo que en aquella época mis gustamientos eran totalmente platónicos y lo máximo con lo que soñaba era con un beso de esos de película (“Me muero por conocerte, saber que es lo que que piensas, abrir todas tus puertas, y vencer estas tormentas que nos quieran abatir, centrar en tus ojos mi mirada, cantar contigo al alba, besarnos hasta desgastarnos nuestros labios”, banda sonora de la época que expresa ese pavo, ya sabéis) .
Las cosas cambiaron después y el colectivo empezó a abrir puertas ya nombrarse. Por ese momento yo ya había descubierto la importancia de visibilizarme y reivindicarme como persona bisexual. Pero incluso ahora, si estás con un chico, te leen como heterosexual y si estás con una chica, te leen como lesbiana. Hace poco una de mis mejores amigas utilizó la expresión “vosotras, las bolleras” y, de nuevo, sentí que la bisexualidad es un armario del que tienes que estar saliendo todo el rato.
Afortunadamente, con los años aprendes que no tienes que quedarte en un espacio tóxico de amistad y con esta amiga y otras hemos construido un espacio seguro para poder sacar el tema y hablarlo en confianza. Muchas de las personas que hacen estos comentarios han tenido experiencias con personas de su mismo sexo, pero igual su devenir no ha acabado en la bisexualidad y su deconstrucción está en otro punto diferente al mío. Porque ya lo dijo la gran Lola Flores en su momento, siendo otra vez demasiado adelantada para su época, aunque parece que esta frase no está documentada, pero hagámonos las suecas, amigas: “¿quién no se ha dado un pipazo con una buena miga alguna vez?”. Tengo mucha suerte también de tener un espacio seguro en mi familia y haber compartido confesiones con mis tías, primas, padres y hermanos. Hace poco mi madre me confesó que no le había gustado nada un comentario de una persona que le había dicho que ella respetaba todo, pero que prefería que no le saliera ningún hijo homosexual y sentí un gran orgullo por ese malestar que mi madre compartía conmigo.
Y, ojo, que esto de reivindicarnos y visibilizarnos como personas bisexuales no es un trabajo que tengamos que hacer solo en círculos heterosexuales. Hubo un tiempo en el que quise acabar con mi feminidad (a la que ahora abrazo) para ser aceptada en círculos queer y también he tenido que escuchar más de un comentario y actitud cargada de bifobia por parte de alguno de mis vínculos romántico-sexuales mujeres. Así que sí, una y otra vez salgo de este armario bisexual porque, que cada una defiende su orgullo, amigas, pero el mío se escribe con B de libertad para enamorarme, desear, fantasear, soñar, imaginar, conversar, dialogar, reflexionar y en definitiva, pisar este mundo como persona bisexual.
Posdata. He tardado mucho en dar el paso de escribir como persona bisexual en La Poderío, que es mi casa, uno de esos espacios seguros que comparto con compañeras de la profesión, que además tengo la tremenda suerte de que sean mis amigas, cómplices de mis cotidianidades, porque le tenía cierto respeto al tema, pero me encantaría seguir reflexionando con vosotras y leer vuestras experiencias también.
¡Feliz mes del orgullo LGTBQI+! Aunque este texto llegue ya en julio.
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