Llegué a Sevilla hace más de 20 años (qué de cosas pasan en 20 años) y aún me sigue sorprendiendo como el primer día. Las explicaciones que me han dado a lo largo de estos años no solo no me han convencido, sino que han reafirmado mi extrañeza. Y es que, Sevilla, la ciudad en la que lo primero que te preguntan es a qué colegio has ido (de esto podríamos hablar otro día), la ciudad de la feria privada, la de los “capillitas”, y la de otras mil rarezas (para los ojos ajenos como los míos, claro está), de entre todas sus particularidades, destaca, sin duda, por su casi total ausencia de fuentes.
Sevilla en verano es el infierno. Pero es que aquí hace calor todo el año. Como ya sabéis del boletín anterior, vivo sin vivir en mí con la prosa de Susana Martín Gijón y no en vano habla ella tanto del calor. Aquí, frío, frío, yo no he pasado nunca. Con suerte, en invierno, temperaturas suaves. Pero, frío, frío, jamás. Y en esas condiciones y viniendo de Córdoba, de verdad que sigue sin entrarme en la sesera que no pongan fuentes.
Que no las pongan y que a los sevillanos ni siquiera les preocupe. De tal forma que aún no he visto que en ningún programa electoral de ningún partido la propuesta de dotar de fuentes a la ciudad. A veces me planteo si es que no saben que existen. Pero sí que lo saben y no quieren.
En 2022 el cambio climático ya azotaba fuerte e hizo un calor tremebundo. Lo recuerdo bien porque yo parí (o me parieron más bien, pero eso sí que se sale del tema) a Azahara el 23 de agosto de ese año. Con mi barrigón y el calorazo me fui andando a hacer una gestión, sin agua (ya sabéis que el cerebro con los embarazos no anda especialmente lúcido) y en un recorrido de unos dos kilómetros nada de nada. Bebí agua al llegar al edificio, hice la gestión y volví. Como pensaba que iba a morir, antes de llegar a casa, paré a pedir agua en el bar en el que solía desayunar.
El camarero es un chaval joven gay bastante dicharachero (señalo lo de gay simplemente porque en mi mundo prejuicioso, las personas homosexuales son más avanzadas políticamente, pero os adelanto, que no tiene nada que ver una cosa con la otra). Total, que le pido el agua y me quejo indignada de que en Sevilla no hay fuentes, pensando en encontrar un cómplice de mi indignación. Y, en lugar de eso, me encuentro de nuevo, el argumento rancio de que si ponen fuentes las personas en situación de sinhogarismo las utilizarían. Todo ello expresado de otra forma, ya me entendéis. Abro los ojos de hito en hito y decido no discutir, agacho la cabeza y me voy cavilando.
Y es que el acceso al agua también es una cuestión política. El acceso al agua implica dignidad y privar a las personas que están en situación de vulnerabilidad indica qué tipo de ciudad se quiere. Lo demostró reiteradamente Zoido (PP) dejando sin agua a la Corrala Utopía y quitando la fuente de la que se abastecían.
Así que si algún día me presento a la alcaldía lo haré con un único punto en el programa electoral: llenar Sevilla de fuentes públicas. Bueno, dos, el segundo sería: dejar de practicar talas masivas de árboles sanos. Y es que Sevilla, aunque les pique, es de todas.
Llevar la primavera dentro
Amigas, siempre hay que tener un crush. SIEMPRE. Y a veces una puede tener varios a la vez. Una alegría de vivir, una ilusión, un brillito en los ojos, una sonrisilla pícara, un sentido que le dé colorcito al día.
Totalmente de acuerdo contigo, Antonia. Compartimos la condicion de residentes de larga duración en Sevilla, tu radical extrañeza por la falta de fuentes, y el escaso aprecio por los árboles en esta ciudad. A esta doble extrañeza anado una propia: que no existan servicios públicos, lo que lleva a normalizar el orinar en la vía publica. En fin, gracias por compartir tus reflexíones.