Sin ser algo planeado, me he tirado toda la semana del Libro celebrando la lectura de biblioteca de barrio en biblioteca de barrio. “¿Tenéis tiempo para leer?”, preguntaba la librera malagueña Noelia Clavero en su manifiesto del Centro Andaluz de las Letras el 23 de abril.
Y continuaba: “la inmediatez marca nuestras relaciones y la exigencia de trabajo crece a cada instante. Necesitamos detenernos. Recurrir al acto de resistencia que es la lectura”. Ese día de todos los años es un momento para reflexionar sobre la cantidad y la calidad de lo que leemos. Además de la disertación de Clavero, otras personas y medios dedicaron su editorial de esta efeméride al poco tiempo que tenemos para leer… y para vivir, en general. Estamos cansadas. Vivimos cansadas.
al poco tiempo que tenemos para leer… y para vivir, en general. Estamos cansadas. Vivimos cansadas.
Para mí la lectura ha sido un refugio, la posibilidad de soñar y conocer otros mundos desde muy pequeña. Entonces acudía a la Biblioteca Pública Municipal de Viator, de mi pueblo, en Almería. Allí estaba Paquita, la bibliotecaria, y también la que te daba los números en el médico, atesorando las reliquias de papel. Desde El señor de los anillos, el hype del momento que yo nunca leí, a El club de los poetas muertos, libro con el que lloré desconsoladamente hasta que lo acabé a las tantas de la madrugada, molestando a mi hermana (a la que siempre le pedía solo un ratito más con el flexo encendido), ya que compartíamos habitación.
Mi peregrinación lectora no planeada de la semana empezó precisamente el lunes en la biblioteca de mi pueblo. Siempre que visito a mi familia, disfruto pasando ratitos allí, leyendo o escribiendo. Cuando llegué, Iván, el bibliotecario actual, estaba literalmente rodeado de montañas de libros. Además de la reestructuración de algunos para hacer hueco al cuentacuentos que había esa tarde, como parte de la programación especial de la semana del Día del Libro habían llegado novedades.
La sección de feminismos es muy completa y diversa, para ser una biblioteca pequeña, y siempre me asombro de lo que encuentro, desde Mar Gallego a Lucía Berlín, pasando por Safia El Aaddam o María Hesse. No os miento. Hace unos meses, Iván tuvo la generosidad de pedirme algunas recomendaciones, y entre las nuevas adquisiciones estaban algunas de las que le sugerí. Me hizo mucha ilusión ver que Sara Torres, Bea Lema, Afropoderosa o Juan Naranjo iban a formar parte de ese templo sagrado.
El martes, después de escuchar el emocionante manifiesto de Noelia Clavero, me fui a la Biblioteca Cánovas del Castillo a renovar unos días más Obra maestra, de Juan Tallón. Ese sitio también es muy simbólico para mí y para mucha gente de Málaga por ser una sala donde hemos disfrutado (y seguimos haciéndolo) de muchísimos conciertos. Aunque tengo libros en préstamos de varias bibliotecas, en esta o en la Biblioteca Provincial de la Avenida de Europa, es donde suelo parar más. Aun así, no tenían la próxima lectura de uno de los clubes donde participo, el Club de Lectura Feminista de Onda Color, Nostalgia de otro mundo, de Ottessa Moshfegh. “Aquí no está”, me dijo la bibliotecaria “pero en la Jorge Guillén, sí”. Había llovido por la mañana, pero el día se había quedado precioso para salir a pasear, y yo estaba muy motivada, así que me encaminé hacia el barrio de El Perchel.
Precisamente iba caminando y buscando las marquesinas donde hubiesen colocado el bellísimo cartel de la Feria del Libro de Málaga de este año, firmado por la artista Patricia Paz, mientras reflexionaba sobre todas estas cosas. Hubo un tiempo en el que yo, lectora voraz y veraz, había dejado a un lado los libros. Cosas que pasan, amigas, y más en tiempos de pantallitas varias. Desde esa recaída, tengo un truco para no abandonar de nuevo uno de los hábitos que más felices me hacen, sacarlos prestados de las bibliotecas. Aunque compro y me regalan libros, e incluso tengo un eReader, el hecho de tener una fecha de entrega hace que dedique varios ratitos al día a esta tarea. Sé que puede parecer tristísimo por asemejarse a una práctica capitalista de consumo rápido, pero nada más lejos de la realidad. Es como un juego que hace que lea más, que descubra más libros y que conozca bibliotecas, hasta ahora desconocidas para mí, a las que me aproximo ensimismada con el afán de hallazgo.
Fue el caso de la anterior lectura del Club de Lectura Feminista de Onda Color, Yeguas exhaustas, de Bibiana Collado, que me llevó hasta Huelin a la Biblioteca María Zambrano. No sé si es mi orientación o la mala ubicación en el GPS de la dirección, pero no daba con la calle, aunque aparecía muy cercana. Pocos barrios más populares que Huelin, la verdad. Cuando paseo por un sitio así, que aún conserva su esencia, me da alegría todo, hasta los olores más desagradables del mercado de abastos. Y justamente en ese punto concreto me encontraba yo, perdida, o más bien desubicada. Lo bueno de los barrios es que la gente se conoce y conoce sus edificios. Aunque las bibliotecas no son las construcciones que gozan de más popularidad en estos momentos, bastó con preguntar a dos personas. A la segunda me indicaron dónde estaba mi destino.
Y, aunque aún quedan algunos restos (pocos) de El Perchel más auténtico, esta zona de Málaga ha pasado a ser otro de los sitios de moda, invadido por centros comerciales y viandantes de otros países que van hacia la estación de autobuses o de tren.
Así que ahí estaba yo, la mañana del martes 23 de abril, yendo hacia El Perchel a buscar mi libro de Ottessa Moshfegh. Esta vez el problema no fue de mi orientación, sino de la dirección que indicaba una página oficial institucional de la ciudad. Cuando llegué al punto concreto que marcaba el GPS, encontré que no había biblioteca ni edificio alguno. Ubiquémonos, la Avenida de las Américas se encuentra prácticamente levantada en su totalidad, hay obras por todas partes. Y, aunque aún quedan algunos restos (pocos) de El Perchel más auténtico, esta zona de Málaga ha pasado a ser otro de los sitios de moda, invadido por centros comerciales y viandantes de otros países que van hacia la estación de autobuses o de tren.
Preguntarle a alguno de ellos hubiese sido como lanzar una piedra al mar. Intenté encontrar un kiosco, un comercio de barrio, un edificio público. Nada. Y ahí ya sí que pensé que me volvía sin el libro. De repente di con el IES Christine Picasso y me pareció lo más cercano a la salvación. “Han cambiado la dirección, ahora está detrás del Mercado del Carmen, en el antiguo convento de San Andrés”, me indicaron.
Efectivamente, la Biblioteca Pública Jorge Guillén ahora está en la Calle Eslava, junto al Mercado del Carmen, en este edificio rehabilitado del antiguo convento de San Andrés y declarado Bien de Interés Cultural. Un rincón hermoso, sin duda. Al observarlo, pensé en una conversación que habíamos tenido en el club de lectura anterior, sentadas en la playa de la Malagueta. Recordé el temor de mi amiga Rocío Santos a que la nueva Biblioteca Provincial, pensada para estar en un futuro próximo en el centro, en el convento de San Agustín, dejara huérfano de libros a todo un distrito, el de la Carretera de Cádiz.
en Huelin, Churriana, El Palo o en la Carretera de Cádiz, sus bibliotecas hacen barrio y son resistencia a un modelo urbanístico feroz que nos echa de los barrios, pero también de la ciudad.
A estas alturas no hará falta que os diga que en un centro de Málaga, cada vez más vacío de vecinas y vecinos y más pensado para los extranjeros que nos visitan, la Biblioteca Cánovas del Castillo en Calle Ollerías hace barrio. Tampoco que en un lugar mítico como El Perchel, tan vacío de la algarabía de los residentes y de sus comercios de toda la vida, la Biblioteca Jorge Guillén hace barrio. Ni que en Huelin, Churriana, El Palo o en la Carretera de Cádiz, sus bibliotecas hacen barrio y son resistencia a un modelo urbanístico feroz que nos echa de los barrios, pero también de la ciudad; a un hurto cada vez más descarado de nuestra esencia y de nuestra cultura, que nos deja sin lugares para reunirnos, para pensar en colectividad, para reflexionar y compartir.
Por eso, mi solución al problema de la lectura es visitar estos lugares públicos que nos pertenecen; llenarlos de vida y de movimiento, participar de sus clubes de lectura y de su programación. Preguntarle el nombre a nuestras bibliotecarias y bibliotecarios y pedirles libros. Como dice en sus conciertos Rodrigo Cuevas, Premio Nacional de las Músicas Actuales 2023, no conocer el nombre de nuestras calles es olvidarnos de nuestra historia; abandonarnos a los sitios de moda pasajeros y a los bailes de países lejanos es dejar en manos de otros nuestra cultura, nuestras tradiciones. Hagamos barrio, recuperemos nuestra ciudad, dejemos en un segundo plano la productividad y pongámonos a leer.
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