En la asamblea el Ché, en el despacho Pinochet
En las últimas semanas, diferentes medios de comunicación se han hecho eco de informaciones relacionadas con el acoso sexual y laboral en universidades, escuelas de educación superior y centros de investigación. La estudiante de doctorado, Noelia Pérez, denunció la situación de acoso que había sufrido por parte de su director en el acto de entrega de premios al mejor expediente de la Universidad de Granada (UGR). No es la primera vez este año que una alumna universitaria aprovecha el privilegio de obtener un altavoz frente a una audiencia llena de cargos académicos para hacer una denuncia social. En este caso, Noelia relataba la falta de atención por parte de la UGR, añadiendo que no se trata de un incidente aislado.
El catedrático de Física, Álvar Sanchéz, de la Universidad de Barcelona ha sido condenado por acoso sexual hacia una de sus doctorandas. La estudiante sufrió durante dos años insinuaciones, tocamientos y una actitud insistente por parte del catedrático que intentaba llevar su relación más allá de la relación laboral, tanto en sus encuentros presenciales como en sus comunicaciones virtuales.
Y todavía hay más. La Universidad Autónoma de Barcelona, suspende a un profesor de veterinaria un año de empleo sueldo por desconsideración a sus subordinados tras años de quejas por acoso sexual. Las estudiantes denunciaron comentarios sexuales, tocamientos excesivos, humillación pública por parte de dicho docente, además de describirlo como un “depredador sexual”. Muchas de estas quejas contra este profesor quedaron fuera de la valoración de los hechos que determinaron su sanción por ser anónimas, o anteriores a 2018.
Podemos seguir. Las alumnas de la Escuela Superior de Arte Dramático de Sevilla (ESAD) se manifestaron a mediados de febrero para exigir a la Consejería de Desarrollo Educativo y Formación Profesional de la Junta de Andalucía que impidiese la incorporación del profesor denunciado por acoso (con más de 20 testimonios en su contra) hasta la celebración del juicio.
Mala conducta sexual en la Academia
El 31 de marzo de este año se publicó un libro de la prestigiosa editorial Routlege titulado Mala conducta sexual en la Academia: Informar sobre una ética de cuidado en la Universidad. En uno de los capítulos, de este libro, Lieselotte Viaene, Catarina Laranjeiro, Miye Nadya Tom, describen en primera persona experiencias de acoso sexual y laboral, y analizan la dinámica institucional que las propicia y la sostiene.
El capítulo “Las paredes hablaban cuando nadie más lo hacía” ha causado un gran revuelo en el ámbito de las ciencias sociales más comprometidas con los movimientos sociales. Si bien no da datos ni nombres, de un simple vistazo a los currículums de las autoras es fácil averiguar que el escenario de su relato es el Centro de Estudios Sociales (CES) de la Universidad de Coimbra.
Además, esta relación fue rápidamente reconocida por la institución, y dos de los investigadores a los que se les relaciona con abusos sexuales y acoso laboral, Boaventura de Sousa Santos y Bruno Sena Martins, hicieron pública su autoidentificación en dicho capítulo (se omitieron nombres, pero se les describe como el profesor estrella y el aprendiz), y anunciaron a la prensa su intención de tomar acciones legales contra las autoras por difamación.
A partir de esta noticia, la diputada brasileña Bella Gonçalves relató a la prensa la situación de acoso que sufrió diez años atrás por parte de Sousa Santos, entonces su director de tesis, y cómo esta situación la obligó a volver a Brasil y cambiar de dirección, perdiendo su beca en Portugal.
La cosa no acaba aquí. La activista Moira Millán, también declaró el asalto sexual que sufrió por parte del investigador después de ser invitada por él a dar una clase en el CES. Hasta el día de hoy, otras tres estudiantes han acusado a Sousa Santos de acoso sexual, creando un colectivo de afectadas. Ambos investigadores, días después de su autoidentificación como el profesor estrella y el aprendiz, también dimitieron temporalmente hasta que se esclarezcan los hechos de los que se les acusa.
Estas últimas semanas han sido particularmente intensas, pero el debate sobre las relaciones abusivas de poder y el acoso sexual en la Academia lleva bastante tiempo. Como dato, recuerdo en 2017 la condena a siete años y nueve meses (reducida en 2019 a dos años y nueve meses) por acoso sexual del ex decano de la Facultad de Educación de la Universidad de Sevilla, Santiago Romero.
¿Nadie le dice a estos señoros que no se puede ir por la vida a lo Benny Hill? ¿Qué pasa aquí?
De doctoranda a la Academia
Como estudiante de doctorado me parece importante destacar que la estructura jerárquica académica y las relaciones de poder que se derivan de ella son un caldo de cultivo idóneo para una relación abusiva. La Academia es muy exigente, competitiva y precaria. Para conseguir méritos en tu currículum, que es lo que te va a ayudar a ganar becas, proyectos y optar por un puesto, es necesario contar con una buena red de contactos. Cuestiones como participar en proyectos, conferencias, producir artículos, hacer estancias, dar charlas, cursos y todo el abanico de actividades depende en gran medida de esta red.
Las personas que están por encima de ti en la jerarquía académica pueden facilitar o entorpecer tu actividad fácilmente. Depende de cada Universidad y cada programa de doctorado, pero los/as directores/as de tesis, por lo general, gozan de bastante poder sobre sus estudiantes. De ellos/as dependen tus evaluaciones anuales, tus correcciones, tu relación burocrática con la universidad, con tu carrera, con tu pan de hoy y el de mañana, pasa por sus manos.
Es común oír quejas de compañeras sobre descontentos, abandonos, negligencias y también abusos de poder que a veces derivan en apropiaciones de sus trabajos, maltrato psicológico y abuso sexual. Pero es arriesgado señalar , porque puedes cerrar muchas puertas quejándote de alguien que está por encima de ti.
Creo que soy honesta si digo que el miedo a represalias de una persona en un puesto de poder sobre ti está instaurada en la cultura académica, sea un abuso de la naturaleza que sea. Es difícil poner límites a un comportamiento que te desagrada, pero que al inicio puede parecer inocente, y en muchos casos estos comportamientos van a más. Aquí entra también en juego tu nivel de vulnerabilidad a diferentes tipos de agresiones en una academia que ha aumentado considerablemente el número de mujeres, personas racializadas o provenientes de los niveles socioeconómicos más bajos, pero en cuyos altos cargos se encuentran mayormente hombres blancos.
Doctor Fucker
Además, como se puede investigar en todos los casos mencionados, las instituciones académicas cuentan con pocos medios, o ninguno para prevenir, identificar y actuar conductas de abuso ya sea entre estudiantes y profesores o entre los diferentes niveles de la jerarquía académica. En los casos en los que existe algún mecanismo de actuación, se consideran limitados por las personas que recurren a ellos, como queda reflejado en los casos mencionados. Esto hace que sea fácil acosar y difícil denunciar.
Creo que todas las personas que hemos pasado por instituciones de educación superior podemos identificar fácilmente un tipo de personaje común: un Doctor Fucker, por así llamarlo, que tontea con las alumnas, que pulula por zonas de ocio populares entre el alumnado, que los heterobásicos del aula miran como un macho alfa al que seguir, del que corren rumores de líos e historias con alumnas, que tenía chispa y garra, que era… En fin, encantador. Hasta hace muy poco ese arquetipo era considerado como parte de la fauna endémica académica, que se miraba hasta un relativo con cariño, se podía asociar a una conducta liberal, desenfadada y al que se le disculpaba todo. Porque la mirada en ese tipo de actitud se quedaba en la adultez de ambas partes implicadas y no profundizaba en la desigualdad de poder entre ambas.
¡Cuidado! No niego la posibilidad de relaciones de naturaleza erótico-amorosa sanas entre el compañeros de investigación e incluso, entre profesorado y alumnado. Pero creo que estas relaciones serían complejas y excepcionales, y no una práctica sistemática y compulsiva ejercida por hombres heteros hacia mujeres en posiciones de vulnerabilidad y que, por lo general, llamativamente más jóvenes que ellos.
Las acciones en torno a las rupturas de silencios generadas por el #MeToo y el aumento de la diversidad en los espacios de educación superior han puesto el foco en las relaciones de poder y privilegios que se reproducen en las estructuras académicas. En todos estos casos y por diferentes medios, se están desvelando historias que desgarran el alma y levantan el estómago: ahora nosotras estamos contando nuestras historias en primera persona y bajo nuestros términos.
Así que bueno, Doctor fucker, por favor, búsquese una vida, que está usted más desteñido que el príncipe azul. Deje de comportarse cual ave carroñera de trauma freudiano y si es tan macho, atrévase a relacionarse desde el consentimiento y la igualdad de condiciones.
Por cierto, solo por aclararlo: Doctor Fucker no es una persona en concreto (ojalá fuera solo una persona la que encaja en esta descripción), es un arquetipo que me he inventado. A ver si ahora me van a denunciar a mí también por difamación, que es lo que faltaba para nunca terminar la tesis.
AS CA ZO
En el texto mencionado al inicio de “Las paredes hablaban cuando nadie más lo hacía”, una obra elegante, por más que a muchos les escueza, que pone en jaque dinámicas académicas con su propio lenguaje, utilizando sus “totems de poder” como lo son las publicaciones prestigiosas se describe de forma muy precisa como en el caso de investigadores que gozan de una fama internacional y son un referente reconocible, es aún más difícil denunciar prácticas de investigación poco éticas.
Al mismo tiempo, se plantea que esta forma de actuar abusiva, puede aumentar la relevancia de un investigador dentro de su área, como por ejemplo inflando el número de citas a sus trabajos o apropiándose de producción ajena sin el debido reconocimiento. No es Sousa Santos el único investigador sospechoso de este tipo de comportamientos. De profesores estrella, está el cielo lleno. No quiero quitarle peso a las duras acusaciones que ha recibido, pero tampoco me gustaría que se llevara todo el protagonismo en relación a un libro tan interesante y tan rico como el de Mala conducta sexual en la academia.
Aquí habitan seres del abismo intelectual con un gran carisma, con mucha labia, que embaucan a su público y emocionan a las masas. Creo que más de uno de los grandes referentes en investigación, con números exorbitantes de producción científica, altamente citados y hordas de seguidores, no son más que grandes expertos en el peligroso arte de captar estudiantes que trabajen para ellos, pensando que trabajan para sí mismos.
Y digo esto sin acritud, desde el sentido común y la humildad. Desde el reconocimiento que necesitamos urgentemente poner encima de la mesa las cuestiones éticas sobre en qué condiciones producimos conocimientos en toda la cadena de producción científica.
A pesar del innegable AS CA ZO que siento leyendo las últimas noticias sobre abuso o la literatura científica que se está generando sobre el tema, estas denuncias están quebrando muros de silencios bien cimentados desde los albores de la academia. Sabemos que es necesario que las instituciones cuenten con servicios especializados y competentes para prevenir, identificar y actuar en casos de acoso. Necesitamos protocolos, campañas de concienciación, formación transversal sobre el acoso, servicios de atención y acompañamiento de víctimas cualificados, competentes e independientes. Necesitamos un enfoque interseccional en estos medios de prevención y actuación antes abusos, porque el sesgo en la representación académica de personas no blancas (entre otros colectivos) implica también un sesgo en el conocimiento científico generado hasta ahora.
Necesitamos, no solo explicar y analizar los problemas sociales que ocurren fuera de la academia, necesitamos urgentemente poner el foco sobre cómo esos problemas se reproducen en la estructura de la academia y crear resistencias. Compañeras, la supuesta investigación militante (término que encuentro conflictivo) debería empezar en el despacho entre nosotras, y no en la asamblea a la que vamos a recoger datos para hacer nuestros papers. Y sobre todo, no necesitamos grandes intelectuales, ya tenemos una basta colección de volúmenes de la historia del pensamiento del escroto, llena de geniales señoros ilustres, que resulta que ni eran tan ilustres, ni tan geniales. Necesitamos una investigación desde la humildad, la creación colectiva y desde la ética de los cuidados.
Creo que en las universidades y centros de investigación hay muchas personas que quieren empujar este cambio. Es importante que hagamos de la Academia un espacio seguro, para eso tenemos un largo camino que recorrer.
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