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Amanda Espinel.
Según Maurice Halbwachs, la memoria es siempre social, pues los recuerdos se crean y emergen en relación con otras personas, lugares, informaciones, etc. Esto indica que la memoria no es un proceso de generación espontánea, ni tiene una existencia independiente, sino que mas bien se trata de una especie de co-creación colectiva que vamos almacenando en nuestra mente. Algo así como una wikipedia socioemocional.
Los recuerdos median en nuestra relación con el mundo. Si no interactuáramos continuamente con nuestro entorno, no podríamos generar recuerdos, y si no tuviéramos recuerdos, nuestras interacciones serían torpes y estresantes. De manera que la memoria no es una sola cosa, al contrario, eso que definimos como memoria siempre va a necesitar de, al menos, tres componentes: un objeto que memorizar, un sujeto (mente o software) que memoriza y un soporte (cerebro o hardware) sobre el que memorizar.
La definición tradicional que la ciencia ha dado a la memoria es la de ser “una función cerebral que permite al organismo codificar, almacenar y recuperar la información del pasado”. Sin embargo, los procesos mentales tienen una dimensión que va más allá del cerebro. Incluso desde el punto de vista de la neurociencia, ni tan siquiera podemos atribuir la función de la memoria a una sola parte de nuestro cerebro, sino que por el contrario, parecen estar implicadas diferentes partes de nuestra masa neuronal.
Conexión mental
Las investigaciones más recientes en el campo de las Ciencias de la Mente corroboran lo que Buda, y todas las corrientes de pensamiento que derivaron de sus ideas, dijera hace más de 2.500 años: pasado y futuro están conectados en nuestra mente. Para comprender esto, lo primero que debemos es hacer es concebir a la mente como un proceso, un continuo de energía sin principio ni fin. Sólo de esta forma entenderemos que la naturaleza de todos los procesos mentales es la misma y qué lo único que cambia es el objeto sobre el que aplicamos nuestra atención.
La memoria es un pensamiento cuyo objeto de proyección es el pasado. La imaginación es un pensamiento cuyo objeto de proyección es el futuro. Y esto ya ha sido demostrado por los escáners de actividad cerebral, en cuyas imágenes se ven alteradas exactamente las mismas secciones cerebrales cuando recordamos que cuando imaginamos. En resumen, pensar en el pasado es recordar y pensar en el futuro es imaginar.
La información memorizada tiene tres componentes básicos que influyen en la impronta que dejan en nuestro continuo mental. Primero, las emociones. Los fenómenos con un fuerte impacto emocional tienden a mantenerse en nuestro pensamiento. Segundo, la espacialidad. Al igual que en los sueños, aunque no recordemos bien la secuencia de acontecimientos, ni las personas que intervinieron, ni las causas del suceso, casi siempre podemos recordar con bastante claridad dónde nos encontrábamos. Y tercero, la narrativa. Cuando creamos un sentido narrativo es más fácil memorizar los fenómenos.
Mujeres y memoria
Las mujeres han sido las encargadas de atesorar la herencia socioemocional de la comunidad o el grupo. Al hombre se le otorgó el papel de imaginar, proyectar hacia el futuro, mientras que la mujer tiene que almacenar los recuerdos, cuidarlos y transmitirlos.
Podemos atribuirle razones biologicistas a estas causas, sin embargo, estos roles están cada vez más obsoletos y empezamos a darnos cuenta de que a pesar de las diferencias fisiológicas, bioquímicas y culturales que existen entre hombres y mujeres, nuestras mentes no difieren en nada. La naturaleza última de nuestra mente es la misma. Nuestros procesos mentales son fundamentales e iguales.
Pero otra de las cosas que ya nos contó Buda, y que hoy la ciencia empieza a dilucidar, es que los eventos no son tal y como los vemos. Tampoco tal y como los recordamos. Y mucho menos tal y como los imaginamos. La percepción es un proceso creativo que está distorsionado por múltiples factores.
Sin entrar en razones metafísicas, que se escapan del objetivo de este texto, desde la perspectiva puramente científica podemos afirmar que los recuerdos están contaminados por la influencia de la opinión de otras personas, los nuevos recuerdos, la reelaboración del propio recuerdo o los valores morales de la persona, entre otras cosas. Así que, una vez sabido esto, el argumento de que “siempre ha sido así” para fundamentar patrones de conducta social ya no nos sirve. Incluso, hoy día sabemos que cuanto más puedas asociar un recuerdo a las estructuras que ya tienes en la mente más fácilmente se dará la memorización.
Recreación memorística
Así es precisamente como se convierte un recuerdo en un evento sociológico. La recreación memorística de un suceso se acopla a nuestras estructuras mentales, reforzándolas y haciendo a su vez que los recuerdos posteriores se solapen con estas estructuras cada vez más sólidas, una y otra vez, hasta que llegamos a la ilustre afirmación de que “siempre ha sido así”, cuando en realidad nunca sabremos cómo fue.
Para entender las causas de los fenómenos sociológicos, bajo mi perspectiva, más que analizar las cuestiones políticas o económicas, cabría replantearse las cuestiones mentales. La mente es mucho más simple, aunque más profunda de lo que la ciencia ha podido comprobar.
Para no entrar en terrenos peligrosos, no hablaré de las dimensiones sutil y muy sutil de la mente. Primero, porque soy una ignorante; segundo, porque hay expertos practicantes que darán una visión más correcta y tercero, porque no es el momento. Pero si hablaré de la dimensión burda. Primero, porque soy una ignorante; segundo, porque es con la que todos estamos más familiarizados y tercero, porque ahí se haya la clave para entender esta idea.
En la mente burda encontramos lo que el budismo denomina factores mentales (y que la ciencia occidental clasifica indistintamente entre emociones, aptitudes, actitudes, valores, etc). En total son 51, pero sólo nombraré alguno de ellos: miedo, atención, fe, ignorancia, envidia o arrepentimiento. La naturaleza, última de estos factores, es igual para hombres y mujeres, sin embargo, la forma en que los vivenciamos y/o percibimos cambia con respecto a la narrativa social con la que nos hayamos identificado. Pues la función principal de esta mente burda es la de crear identidades. Ese ser que creemos ser existe en un espacio mental entre los pensamientos que proyectamos sobre el pasado y los que proyectamos sobre el futuro. De manera que si somos capaces de cambiar el sentido narrativo no solo podremos cambiar el futuro, sino que también estaremos cambiando el pasado.
Somos lo que creemos
El espacio que la sociedad ha concedido a la mujer es el hogar. Hogar proviene del latin focus, que significa fuego. El fuego es el lugar donde tradicionalmente los seres humanos se han reunido para contar sus historias. Ahora, en este nuevo feminismo de identidades confusas, cabría preguntarse ¿qué historia nos queremos contar a nosotras mismas? Pues de eso dependerá nuestro futuro y el pasado que heredarán nuestras hijas.
En esta época de informaciones arrojadizas, de jerarquización del sufrimiento, de distorsión de la realidad, creo que es momento de dejar de mirar a los lados, dejar de mirar hacia arriba y asumir que la única forma de crear un mundo mejor es que miremos hacia el interior de nuestra propia mente.
Si bien ha sido, y en muchos casos sigue siendo necesaria la visibilización de las violencias y las opresiones. Creo que es momento de fundar una nueva estrategia para el feminismo. Una que deje de mirar al pasado desde el dolor y se sienta con el derecho de crear nuevas narrativas sin el consentimiento de las viejas estructuras. Somos lo que creemos y creamos lo que somos. La mente no tiene géneros y su única enemiga es ella misma. Así que lo más inteligente es conocerla, pues conocer al enemigo es la única forma de derrotarlo. Venzamos nuestra propia mente y la sociedad nos convertirá en Historia.
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