Irene Viedma Requena y María Rodríguez Rodulfo / Cafés Feministas Almería.
Hablamos de feminismo y hablamos de nuestra lucha. Ponemos el foco sobre nuestra realidad para aprender a mirarla de nuevo, a cuestionar lo aprendido. Esto es evidente y necesario, aunque hoy más que de realidades, hablamos de ausencias. En concreto, de la ausencia del rol de cuidador en la masculinidad hegemónica, y en cómo la naturalización de un discurso que pone a la mujer en el epicentro de los cuidados afecta profundamente a nuestro día a día como feministas. El cuidado y el hogar es de la mujer, una herencia de siglos y siglos.
Cuando hablamos de la desatención del hombre a los cuidados, hablemos de lo cotidiano, de realidades tan repetitivas, tan de diario, tan constantes que paradójicamente llegan a ser imperceptibles. Aunque más del 80% de las mujeres hayan dejado o acortado su jornada laboral por cuidar, parece ser algo que pasa naturalizado. Casi que hay que felicitar al 20% de hombres que saben a qué colegio van sus hijos, ellos son héroes porque para ellos no es “natural” cuidar.
Aunque, sin duda, la constante más imperceptible son ellas. Mujeres que caminan solas, uniformadas de azul y blanco, con paso decidido, por cualquier rincón de la provincia almeriense, de lunes a domingo. Si alguien cuida, son ellas, profesionalmente y en su hogar, como dice Cristina, “esto no acaba nunca, cuidas dentro y fuera de la casa”. Cristina es una de las mujeres de nuestra tierra, junto a Esther, Rosario, Trini y Estefanía que han hablado con nosotras, para que entremos de lleno en su profesión. Entre todas suman más de medio siglo trabajando en el servicio de ayuda a domicilio.
Pero, ¿a qué se dedica realmente una auxiliar de ayuda a domicilio?
Existe el pensamiento extendido de que las trabajadoras tienen que ocuparse del hogar de la persona usuaria, además de atenderla y ser una especie de supermujer responsable de todos los cuidados habidos y por haber. Porque, como sentencia Cristina, “siempre se tiende a pensar que el trabajo que implique cuidados le compete únicamente a la mujer”.
“En la sociedad en la que vivimos se tiene idealizado que los trabajos que sean de limpieza o de cuidar a personas tienen que ser para las mujeres” afirma Estefanía. Es cierto que entre sus funciones está la de mantener unas condiciones dignas en el entorno de las personas usuarias, pero no son empleadas del hogar. No es responsabilidad suya hacer limpiezas generales o profundas, entre otras cosas, porque como afirma Trini “tienen a sus familiares también y lo que no pueden es los familiares, el Ayuntamiento y todo el mundo delegar todo en nosotras, porque no tenemos solo un usuario o una usuaria al día, tenemos muchos”. El sistema delega en las mujeres cualquier actividad relacionada con el cuidado bajo la excusa de la capacidad biológica de algunas para ser madres.
Es muy controvertido que exista un trabajo como este en el que el cuidado está profesionalizado, remunerado. ¿Dónde termina la responsabilidad “natural” de cuidar y dónde empieza la jornada laboral?. Como decía Federicci, empezar a considerar el trabajo doméstico como un trabajo real es recuperar el poder de las mujeres, su independencia y su autonomía.“Pasa igual que el papel de la ama de casa. Siempre se ha dicho: ¿tú trabajas? No, pero oye, yo estoy en mi casa y estoy llevando un hogar, cuidando, educando a mis hijas y, en fin, tó pá’lante. Pero como no es un trabajo en el que metes una nómina a fin de mes ni estás dada de alta en la Seguridad Social, no se ha considerado como un trabajo. Es más, se considera que es nuestra obligación realizarlo a coste cero” responde Cristina.
Ante esta premisa, preguntamos a las trabajadoras por las diferencias de trato respecto a los compañeros varones, y ellas, sin querer atacar a sus compañeros, explicitan cómo siguen siendo evidentes las diferencias en el trato. Esther indica que “hay usuarios/as que entienden que el hombre va solamente al cuidado de la persona y cuando va una mujer tiene que cuidar también de la casa”.
Rosario nos contaba la experiencia de un servicio junto a un compañero: “Hace poco compartí un servicio, era un matrimonio, el compañero iba para el marido y yo para la mujer. El compañero se pasó sentado con el marido en la puerta todo el servicio mientras yo hacía la comida, lavaba a la mujer, recogía la casa, yo flipaba. Horas sentado el compañero en la puerta y no me decía en ningún momento ¿te ayudo?. Si hubiera sido entre compañeras seguro que nos ayudamos. El muchacho era estupendo, pero se tiraba las horas ahí sentado. Tírate tú, una trabajadora, dos horas sentá. No lo ven bien, pero en un hombre lo aceptan”, explica.
Quién cuida a las que cuidan
Toda una vida ejerciendo cuidados, ¿y a ellas quién las cuida?. Cuando planteamos esta cuestión, algunas manifiestan la “ayuda” que les dan sus maridos en casa, pero ellas mismas se corrigen con la conciencia feminista, ya que “no es que ayuden, es que colaboren, tienen que colaborar, no es ayuda” afirma contundente Rosario. “Es que la casa es de tós los que vivimos en ella, no es de una na’ más”, complementa Trini.
Al final se cuidan entre ellas, porque son las únicas que entienden lo que acarrea colocarse en esa posición de cuidados, tanto profesionalmente como dentro del hogar. De manera sorora, luchan juntas, se escuchan, se entienden y se apoyan en un trabajo duro psicológica y físicamente.
La sociedad en general no es consciente del peso que tiene este trabajo, por lo que se traduce en un menosprecio de la actividad profesional del cuidado, que es una actividad sin días de descanso. “Mi contrato es de fines de semana y de festivos. Hay muchos familiares que son muy tiquismiquis, se creen que nosotras en una hora tenemos que hacérselo todo e ir un 25 de diciembre o un 1 de enero a limpiarles la casa” explica Cristina. “Si vas a trabajar un domingo o un festivo no es para limpiarles, es para atender a esa persona y hacerle los cuidados prioritarios”.
La privatización de la ayuda a domicilio
Este desconocimiento tan extendido respecto a la labor de las auxiliares hace que se convierta un servicio social, esencial y público en un negocio para las empresas privadas, los ayuntamientos y las comunidades. Esto no conlleva que siempre reciba la ayuda quien más la necesita, sino quien más beneficios genera a la empresa, algo que las trabajadoras ven a diario. Esther y Trini afirman que la Ley de Dependencia está mal repartida porque a veces recae en personas que pueden pagar este trabajo o que se dan más horas de ayuda a gente que tiene copago, es decir, aquellas personas que pagan una parte del servicio directamente a la empresa, mientras que las que no tienen se quedan con diez horas mensuales.
“El servicio tenía que cogerlo el Ayuntamiento de Almería. Deberían municipalizarlo como años atrás. Al ayuntamiento le llegan 16€, la empresa mete mano y a las trabajadoras nos llegan menos de 6€ la hora. ¿Cómo te lo comes? Todas estas empresas carroñeras deben desaparecer porque viven a costa de la precariedad de nuestro trabajo. Eso no es justo porque al final las que estamos en las calles tirás somos nosotras, mientras la mayoría de los mortales, por lo menos los domingos y festivos, descansan. Yo tengo nueve usuarios/as y voy con mi coche de un sitio para otro para que me paguen la hora que no llega a 6€” cuenta Cristina.
Cuando en lo público se entremezclan los intereses privados, como es en el caso de Almería, y se establece una jerarquía donde la gente que tiene más responsabilidad en la empresa es totalmente ajena a la realidad del servicio, las trabajadoras son las primeras afectadas y, por consiguiente, disminuye la calidad del servicio que reciben las personas usuarias, tal y como denuncia Trini. “Nos amenazan con que nos van a reducir las horas y que tendremos un recuento negativo para debérselas después. ¿Alguna vez has escuchado que tengas que deber horas en tu trabajo? Pero no porque no queramos trabajar, sino porque no nos dan servicios. Si, por ejemplo, trabajas en un comercio y no entra ningún cliente en ese día, ¿tu jefe te dice que no cobras? Pues eso es lo que estamos viviendo aquí”.
Cuando intentan denunciar esta realidad, se encuentran con el miedo a perder el trabajo. Hace poco, presenciaron un injusto despido disciplinario por el que siguen manifestándose ahora para apoyar a su compañera Paula. “Ella estaba dando información a sus compañeras sobre días de asuntos propios y otros derechos que desconocían y, como molestaba, se la han quitado de en medio”, explica Trini. “Lo que le ha pasado a Paula, nos puede pasar a cualquiera. Ha sido un complot de falsos testimonios para justificar el despido, únicamente por hablar de un servicio con otra compañera”.
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