Corrales de vecinas sobre ruedas
Corrales de vecinas sobre ruedas

La Poderío

18 diciembre 2020

Isabel Fresno Aranda.

Este texto está en la sección La Corrala, el patio de vecinas de La Poderío donde cada una charlotea, cascarrilla y pone colorá lo que sea mientras le da el fresquito o el sol en la cara. Más agustito que te quedas, oú. Eso sí, La Poderío no tiene nada que ver con lo que se pone aquí, solo apoya la participación de las lectoras. Puedes enviar tus artículos a ole@lapoderio.com. Otra cosa, antes de hacernos las propuestas pedimos que leas nuestro ideario.

Hay algo que me ha llamado la atención desde chica: cada vez que cogía el autobús, me sorprendía ver que siempre me encontraba con una mayoría apabullante de mujeres, frente a una insignificante minoría de hombres. Recuerdo ir con mi madre en el autobús y hacerle preguntas del tipo: “¿por qué hay tantas señoras aquí?”, “¿dónde están los hombres?”, “¿es que los hombres tienen autobuses especiales para ellos?”. Qué inocente e ingenua.

Vaya por delante que en mi familia no tenemos coche y que estoy acostumbrada a moverme en autobús para ir a cualquier sitio. También vaya por delante que soy de un barrio obrero de la periferia y que prácticamente tengo que coger el autobús para todo.

Con todo esto, lo que quiero dejar claro es que cojo el autobús bastante. Cuando digo bastante, es bastante: a todas horas, todos los días de la semana. Y nunca falla. Jamás. Hubo un momento en el que decidí llevar la cuenta de las personas que se subían al autobús y, desde entonces, no ha habido un solo día en el que el número de pasajeras no haya sido superior al de pasajeros con diferencia.

“Resulta que las mujeres usan más el transporte público debido a la naturaleza de las actividades de las que se suelen encargar, como puede ser el hacer la compra, llevar a las hijas e hijos al cole o acompañar a familiares enfermos al hospital”. 

Un día decidí investigar y empecé a buscar por internet información sobre este fenómeno. Lo que descubrí no me pilló por sorpresa: ocurre en todo el mundo. No fueron pocos los artículos que encontré en los que se describe y se explica este escenario. En líneas generales, resulta que las mujeres usan más el transporte público debido a la naturaleza de las actividades de las que se suelen encargar, como puede ser el hacer la compra, llevar a las hijas e hijos al cole o acompañar a familiares enfermos al hospital. 

En el coche de…¿señora?

Los hombres, por su parte, son los que acaparan el coche para poder ir al trabajo, normalmente en polígonos o lugares periféricos. Por supuesto, las mujeres también usan el transporte público para ir a su lugar de trabajo. Cuando cojo el autobús por las mañanas temprano, me lo encuentro llenito hasta los topes de mujeres madrugadoras listas para empezar la jornada, pero claro, no con trajes de ejecutivas, sino con sus uniformes de limpiadora.

De hecho, otro de los factores que explican esta realidad lo tenemos en el poder adquisitivo. No es raro que el hombre pueda permitirse comprarse un coche para su uso particular pero que la mujer no tenga opción a ello por motivos de renta. Es decir: cuando en una familia hay un solo coche, es para el uso del hombre. Solo cuando hay dos coches, entonces el segundo es para la mujer.

“En el autobús tenemos un claro ejemplo de esa sororidad y ese comadreo tan típico de nuestra tierra”.

Tertulias en el autobús

En cualquier caso, volviendo al tema central, me he dado cuenta de que en mi imaginación, los autobuses han ido adquiriendo un aspecto de tertulia en un patio de vecinos. Y es que aquí está la magia del asunto: creo que en el autobús tenemos un claro ejemplo de esa sororidad y ese comadreo tan típico de nuestra tierra. Predominan dos colectivos.

Por un lado, tenemos al grupo de señoras que vienen con el carrito y las bolsas de la compra, que ocupan su asiento y también el de al lado. Se desploman en su sitio, reventadas después de un duro día de compras, y entonces empieza la conversación con la señora que tengan al lado, sea quien sea, y se empiezan a escuchar las quejas: “hay que ver lo caro que está todo, ¡y cómo ha subido el precio del pan, qué barbaridad! ¡No gana una pa’ disgustos!”. Lo que viene siendo hacer economía de toda la vida, vaya.

Por otro lado, nos encontramos a las madres (y a veces también a las abuelitas) bregando con las niñas y los niños para llevarlos al colegio. Y, aun así, las ganas de charla y cachondeo mañanero con las demás pasajeras no decaen. Incluso si eres una mera espectadora, como suele ser mi caso, no puedes evitar que se te escape una risilla ante las ocurrencias de algunas.

Compañeras de viaje

Que no se me malinterprete: no es que haya grupos separados dentro del autobús; todas hablan con todas y todas se interesan por escuchar la historia que tiene que contar la que esté sentada al lado. La verdad es que es un alivio poder echarte unas risas o desahogarte con alguien de esta forma y sentirte comprendida porque sabes que la otra persona vive una situación muy similar a la tuya.

«Incluso el día que falta alguna, la echas de menos y empiezas a preguntarles a las demás por si alguna sabe algo de su paradero».

Son señoras que, a pesar de no conocerse de nada, entablan conversación con la primera mujer con la que se crucen. Es verdad que si sueles coger el autobús a la misma hora todos los días, ya sabes quién se va a subir en cada parada y dónde se sentará y, entonces, se empiezan a forjar relaciones más cercanas. Incluso el día que falta alguna, la echas de menos y empiezas a preguntarles a las demás por si alguna sabe algo de su paradero.

En fin, la realidad es la que es. Las mujeres llevamos años siendo las dueñas y señoras del transporte urbano y parece que lo vamos a seguir siendo unos años más. Yo me quedo con ese ambiente casi familiar que se respira dentro del vehículo, con esas conversaciones espontáneas que nacen de la necesidad de expresarte, de que te escuchen y también de escuchar. Son esas experiencias compartidas las que llenan de vida y alegría un espacio tan frío e impersonal.

La Poderío

La Poderío

Una revista parida en el sur, con los aires frescos, reivindicativos, inclusivos, diversos, plurales y feministas de Andalucía, pero sobre todo, con las ganas de visibilizar las historias de personas reales olvidadas en los medios de comunicación y de desgranar el sistema heteropatriarcal que las victimiza y/o criminaliza en la mayoría de los casos.

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